22.8.25

¿Qué pensabas que era el cambio climático? ¿Un documental de Netflix? ¿Una gráfica en una cumbre internacional? No. Es esto: casas arrasadas, castaños, olivos y encinas reducidos a ceniza, ecosistemas enteros calcinados. Pueblos enteros envueltos en humo. Negocios destruidos, familias arruinadas. Animales muertos o huyendo del fuego, en un futuro cada vez más incierto. Desolación, tristeza, rabia e impotencia... Mientras todo esto sucede, hay quienes se dedican estos días a fabricar enemigos fáciles –los ecologistas, los activistas, las normativas ambientales, el gobierno central, la Agenda 2030… Buscan el enfrentamiento en esa constante de servirse de las crisis para ganar votos... El cambio climático no ha provocado los incendios, pero los ha intensificado y ha agravado lo que ya estaba mal. Ahora lo que menos necesitamos son pirómanos en política a los que les dé igual lo que nos pueda pasar (Violeta Assiego)

 "Mientras todo esto sucede, hay quienes se dedican estos días a fabricar enemigos fáciles –los ecologistas, los activistas, las normativas ambientales, el gobierno central, la Agenda 2030… Buscan el enfrentamiento en esa constante de servirse de las crisis para ganar votos, pero el campo y el ecologismo no son enemigos

¿Qué creíamos que era el cambio climático? ¿Un documental de Netflix? ¿Una gráfica en una cumbre internacional? ¿Una moda activista de adolescentes idealistas? No. Es esto: casas arrasadas, castaños, olivos y encinas reducidos a ceniza, ecosistemas enteros calcinados. Pueblos enteros envueltos en humo. Negocios destruidos, familias arruinadas. Animales muertos o huyendo del fuego, en un futuro cada vez más incierto. Desolación, tristeza, rabia e impotencia. Basta escuchar a cada una de las mujeres y hombres que ponen palabras a lo que está sucediendo.

El cambio climático no es una exageración de las y los ecologistas, sino el catalizador de un colapso del que vienen advirtiendo quienes saben de esto, en lo académico y en el terreno. Estos incendios no son producto de una temporada especialmente cruel, sino el resultado de mirar a otro lado, de un negacionismo climático que abandona las necesidades de los territorios y su fauna, mientras los instrumentaliza para ganar dinero, promoviendo políticas extractivas: agricultura intensiva, monocultivos, macrogranjas o minería salvaje. El cambio climático intensifica y agrava lo que ya estaba mal.

Este año fue especialmente lluvioso, y con estas lluvias la vegetación creció rápido. Luego ha venido el calor extremo, y esa misma vegetación ha muerto rápidamente y se ha convertido en leña al perder su humedad. Se ha transformado en biomasa seca, en un fenómeno que los expertos llaman “estrés hídrico”. De esta forma, arbustos, pastos y árboles arden como si alguien los hubiera rociado con gasolina. A esto se suma la combinación perfecta para el desastre: una ola de calor que se prolonga, humedad en mínimos históricos y vientos intensos (la conocida «regla del 30»). Pero hay otro factor, muy importante: toda esa biomasa se ha ido acumulando ante el abandono progresivo del mundo rural y la desaparición de los usos tradicionales de los montes como el pastoreo o la extracción de leña. Como ha explicado Javier Madrigal, investigador del CSIC, lo que estamos viendo hoy es la consecuencia directa de “sesenta años de abandono rural”.

Son muchas las lecciones que emergen si se quiere escuchar a las voces expertas, organizaciones medioambientales y actores comprometidos con el mundo rural. Para evitar la repetición de incendios tan feroces como los de este verano es necesario un cambio radical en la gestión forestal: pasar de la extinción reactiva a la prevención sostenible. Una gestión forestal preventiva adaptada a las características y ritmos de cada territorio, basada en la conservación de la biodiversidad y alineada con la mitigación y adaptación al cambio climático. Estamos escuchándolo continuamente, lo repiten muchas voces: los incendios no se combaten solo en verano, sino con inversión, planificación, empleo público digno y gestión sostenible durante todo el año.

Mientras todo esto sucede, hay quienes se dedican estos días a fabricar enemigos fáciles –los ecologistas, los activistas, las normativas ambientales, el gobierno central, la Agenda 2030… Buscan el enfrentamiento en esa constante de servirse de las crisis para ganar votos, pero el campo y el ecologismo no son enemigos. El monte no se cuida con odio y con bulos, se cuida con vínculos y políticas públicas que protejan la vida. La culpa no es de quien planta árboles o defiende la biodiversidad. Es mentira que los ecologistas impidan las limpiezas preventivas en montes, y esta es solo una de las mentiras. La narrativa agrofascista que los culpa –y que proviene de los mismos que promueven el odio contra los derechos de las mujeres, de las personas migrantes, del colectivo LGTBIQ+…– es una cortina de humo político, desmontada por entidades vecinales, agrícolas, ecologistas y académicas. La colaboración entre mundo rural y ecología no solo es viable, sino indispensable. Hay multitud de ejemplos como el manifiesto Por la prevención de incendios y la gestión sostenible del Valle del Tiétar, firmado por más de cuarenta entidades vecinales, agrícolas y ecologistas, que demuestran que otra forma de gestionar el monte es posible. El ecologismo y el mundo rural no solo pueden colaborar: ya lo están haciendo.

Pensaras lo que pensaras que era el cambio climático, ojalá que todo esto nos ayude a comprobar que no es una amenaza lejana ni un concepto abstracto. Ahora más que nunca debemos tomarlo en serio. El cambio climático no ha provocado los incendios, pero los ha intensificado y ha agravado lo que ya estaba mal. Ahora lo que menos necesitamos son pirómanos en política a los que les dé igual lo que nos pueda pasar. Es tiempo de apagar fuegos y prevenirlos, todos los fuegos." 

Violeta Assiego, Rebelion, 21/08/25, fuente eldiario.es )

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