"Detenerse. Levantarse. Enojarse
Después del principio del fin en octubre del 23 fuimos de visita a la casa de un querido amigo de la familia. Hablamos de la injusticia y la desmesurada respuesta de Israel ante el ataque de Hamás. Hablamos del siglo de maltratos ininterrumpidos, de asedio y tortura que sufría el pueblo palestino. Desplazado e ignorado. Por unos y por otros. Por pobres y por invisibles. Este amigo me pidió un favor. Me pidió que escribiera lo que pensaba y lo que sentía. Me lo pidió para enviarlo a un periódico amigo y pensó que yo quizás podía decir algo que les sirviera para seguir construyendo conciencia.
No pude escribir nada con sentido. Lo digo hoy, casi dos años después. Hacía noches que no podía dormir y me atormentaba mirando videos y testimonios desde Gaza. Me dolía en el cuerpo. Ensayaba textos que empezaban por la clase, por el concepto, por el hecho histórico, por el poder político. Todo desaparecía del papel al ponerlo en perspectiva con el espanto de la realidad. Leí una y otra vez ese poema que dice que para escribir una poesía que no sea política debo escuchar a los pájaros, y para eso hace falta que cese el bombardeo. Y no cesa.
Concluí hace poco que no pude escribir nada porque genocidio es el final de la metáfora, es la banalidad de la teoría. Es la demostración última de que la identidad es una trampa. Esta historia, la historia de la destrucción material y simbólica, de la limpieza étnica, de las escuelas y hospitales bombardeados, es pura muerte y no necesita de tantos pensadores sino más bien periodistas (por eso los matan con intencionalidad). Periodistas que relaten lo que ven y lo que oyen para que se haga imposible dar la espalda. Periodistas que investiguen y revelen y acusen y señalen. Ayer vi en un video a un niño gazatí llorando desesperado diciendo: “Nos están matando, digan a sus gobiernos que hagan algo”.
Entendí que lo que el mundo necesita no es una judía que piense bien y limpie el nombre de los acusados de antisemitismo. De esos judíos tenemos de sobra, como Norman Briski, como Jewish Voice for Peace, como Judíxs por Palestina, como muchos de mis amigos y camaradas, como los que se subieron a la Global Sumud Flotilla, qué sé yo. Lo que el mundo necesita es detenerse. Detenerse por completo.
Detenerse para decir fuerte y claro que se ha cruzado la línea de lo que vamos a permitir como humanidad. Que se están probando armas con inteligencia artificial de exportación en niños pobres que corren por las calles para esquivar balas, y que eso no lo vamos a permitir. Que le disparan a la gente que acude a la ayuda humanitaria con una olla para que le rellenen el estómago y tener fuerzas para unos días más de supervivencia. Que se televisa el bombardeo a un centro de refugiados. Que nos proponen que la única salida para defenderse de estas nuevas potencias armamentísticas es, ¿adivinen qué?, comprarles armas para estar bien preparados. Por si somos los próximos. Por si vienen por nosotros.
Detenerse. Levantarse. Enojarse.
Es que no queremos, otra vez, llorar sobre la leche derramada. Ya habrá tiempo de pensadores cuando caminemos por las ruinas del campo de exterminio que es hoy la Franja. Ahora no.
Mi abuela decía que los polacos miraban por la ventana mientras mataban a sus vecinos a sangre fría en el gueto de Varsovia. Y no hicieron nada. Cuando visité Varsovia lo vi. Vi las paredes del gueto pegadas a los edificios colindantes desde los que sin duda se podría ver perfectamente en aquella época a los marcados para la muerte entrar y salir.
Luciana Chait, 1 de octubre." (Luciana Chait, CTXT, 03/10/25)
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