10.6.08

La "geografía del hambre" se expande

“Pero hay algo que siempre me gustó de don Vladimir (Lenin): aquello de que la economía -la macroeconomía que diríamos ahora- debería entenderla una cocinera. Vale decir: todas las cocineras. Que de microeconomía entendemos.

Yo no debo de entender los datos. Esto de que no sólo hay hambrientos en el mundo, que los vemos por la tele, sino que, además, aumentan. Este año entrarán en la geografía del hambre unos 100 millones de personas más, y hasta 36 países, naturalmente de África, Asia y América Latina (y alguno, nuevo, de la antigua URSS). Y el Banco Mundial dice que la crisis alimentaria va a durar hasta 2015, con lo cual no quiero calcular el número de bebés muertos de inanición, no puedo. Lo dice el Banco Mundial sin que le tiemble el pulso, como si el hambre no se padeciera persona por persona, y eso que sus dirigentes cobran casi un PIB de cualquier país de éstos. Más de lo que pueden gastar.

Ante la llamada geografía del hambre haré una confesión privada: yo soy roja porque leí a tiempo el libro de Josué de Castro, el economista brasileño, que no era un izquierdista furibundo, pero que me convenció de que ya no era necesaria, ni siquiera para el propio sistema, una economía de la extrema desigualdad. Esa que, según las teorías clásicas, había permitido los focos de civilización antiguos "entre un mar de miseria y esclavitud". Es decir, que el desarrollo -que entonces, en los sesenta, sólo apuntaba la globalización- ya era capaz de resolver materialmente el problema global de la miseria y el hambre. Era una cuestión de voluntad política. Claro que habría que recortar, temporalmente, beneficios. Pero luego las cosas iban a cambiar, y se podrían seguir haciendo ricos los hiperricos, sin necesidad de que otros se murieran de hambre. Josué de Castro no proponía, pues, ninguna revolución; es más, se movía por los márgenes seguros de una racionalidad humanista y un rigor científico que le valió un montón de premios. Aunque también el exilio de la dictadura brasileña, hasta su muerte en París.

En la época de la guerra fría, el Estado de bienestar consiguió repartir entre lo que entonces se llamaba clase obrera europea un cierto porcentaje de los beneficios del desarrollo económico de la posguerra mundial. A partir del 68, sobre todo. Pero quedaba fuera la geografía vergonzosa, y Josué de Castro señalaba todavía bolsas de hambre en la España de los cincuenta. (…)

Porque ahí siguen las preguntas, y hay jóvenes contestando cosas en la calle. Ellos también, como yo, como las cocineras de Lenin, estamos esperando respuestas que podamos entender.” (ROSA PEREDA: La cocinera de Lenin. El País, ed. Galicia, Opinión, 05/06/2008, p. 33)

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