
"Un millar de personas espera bajo el frío rocío de las montañas, llegados desde muy distintos rincones de la América más pobre. Algunos han conducido durante horas y han dormido en sus coches. Están enfermos. Muchos no acuden al médico desde hace años. Carecen de seguro en un país sin sistema de salud público, una condena que comparten con otros 50 millones de ciudadanos. Son las víctimas colaterales de la ley de la oferta y la demanda, aplicada a la sanidad.
Son las tres de la madrugada del sábado, tres de octubre. Los voluntarios de la organización Remote Area Medical (RAM) dan turnos para la clínica móvil gratuita que han instalado en el instituto de Grundy, en la cordillera de los Apalaches, uno de los lugares más pobres del país. Esta es una ciudad fantasma apartada del sueño americano, aletargada durante décadas en el seno de una industria, la del carbón, que muere lentamente.
La ansiedad típica de los pasillos de hospital planea sobre la gente que espera en el aparcamiento. "¿Qué voy a hacer si me dicen que tengo algo grave? No tengo seguro", se queja una mujer, cigarrillo en boca, antes de rechazar identificarse o responder a más preguntas.
Deborah Wojeiechowicz, camarera de 38 años, sabe muy bien a dónde lleva ese callejón sin salida. Sufre de piedras en el riñón. No puede respirar bien. Necesita dientes nuevos. Y vive al día, de los 600 dólares (400 euros) mensuales que le da su empleo. Dice no cumplir los requisitos para obtener el seguro público para gente pobre del Gobierno. Madre de tres hijos, sólo va al médico en caso de emergencia.
Gracias a una ley de 1986, los hospitales no pueden rechazar a pacientes que acudan a urgencias, aunque carezcan de seguro. De ese modo ha nacido un sistema sanitario en la sombra, en el que los pobres acuden al hospital sólo en casos de extremo dolor. Sus facturas impagadas se acumulan. Por un puñado de visitas por sus piedras en el riñón, Deborah debe 17.000 euros. No las pagará. El hospital lo sabe y aún así la llevará a juicio. Llega el doctor Joseph Smiddy, radiografía en mano. "No hay nada extremadamente preocupante. Cuídese, deje de fumar, vuelva el año que viene". En este día, el doctor ha dado muchas malas noticias. "Enfisemas. Fibrosis. Ha habido incluso un caso de tuberculosis que hemos tenido que aislar", explica.
Este neumólogo sabe como pocos lo injusto que es el sistema sanitario norteamericano. Trata de forma gratuita a quien se lo pide y se puede permitir un viaje hasta Kingsport, en Tennessee, donde tiene su consulta. Pero incluso eso le sabe a poco. Ha montado un cuarto de revelado de radiografías, sellado a la luz, en una camioneta, y acude con él allá adonde se le necesita, sin cobrar. "Es duro decirle a alguien que puede sufrir cáncer", comenta.
Smiddy, con su abnegado altruismo, es una nota al margen en un cruel sistema sanitario que cuesta más de un billón y medio de euros. Como él, cientos de voluntarios acuden a la llamada de san Stan Brock, un hombre de 72 años que ofrece mucho más que esperanza. Desde 1982 lleva a su organización, RAM, a lugares donde era imposible encontrar médicos. Comenzó a operar en el Amazonas. En los noventa, sin embargo, decidió hacer un par de expediciones a Tennessee, en EE UU, donde había una carencia total de doctores. Se quedó. Desde entonces ha montado unas 600 clínicas temporales. En los Apalaches se le venera. Los pacientes le piden autógrafos. Salva vidas. (...)
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