"Los mercados internacionales han entreabierto la puerta a España y el
fantasma del rescate se ha desvanecido. Pero la economía nacional sigue
en tela de juicio y no tanto por la evolución intrínseca de los
parámetros fundamentales, sino más bien por el virus secesionista y la crispación social que se transmite a diario dentro del país.
Al menos esa es la explicación sotto voce con que los responsables de la agencia Fitch han justificado a sus interlocutores del Gobierno la decisión de mantener a la baja la calificación crediticia de la deuda del Reino. (...)
La imagen internacional de España presenta demasiadas sombras y nadie
se atreve a lanzar las campanas al vuelo por una tarea de
reconstrucción basada en enormes esfuerzos y con muy parcos resultados.
Los sacrificios acumulados en el primer año de legislatura están pasando una elevada factura en forma de crispación y desconfianza hacia una clase dirigente que
no parece aplicarse el mismo rasero cuando tiene que apretarse su
propio cinturón. La determinación con que se están llevando a cabo los
grandes ajustes y reformas en el sistema tributario, el mercado laboral o
el sector bancario no se ha traducido con igual valentía a la hora de
meter la tijera en todo lo que concierne a la Administración Pública y
sus múltiples aledaños.
El Estado omnipresente es un mastodonte demasiado pesado
y cualquier recorte estructural supone un quebranto irreparable para
una economía que vive pendiente y dependiente de los dineros públicos. (...)
El motor internacional, no se olvide, representa en el mejor de los casos un tercio escaso de toda la actividad, por lo que la economía está funcionando ahora con uno solo de los tres motores
que se necesitan para asegurar el despegue.
Las otras turbinas de la
inversión y el consumo interno están gripadas y de ahí el desconsuelo
insufrible de los seis millones de parados que, en números redondos, identifican a España como una de esas sociedades anónimas donde se hacen y ocurren cosas que verdaderamente no tienen nombre.
Al
margen de las sucesivas declaraciones para la galería, los análisis más
crudos y reales que se manejan en el Ministerio de Economía inducen a
pensar que España no crecerá mientras no se sacuda el enorme apalancamiento.
La resaca de la borrachera financiera no ha terminado, ni muchísimo menos, y, aunque Luis de Guindos prefiera ver la botella medio llena de expectativas, la recesión seguirá siendo la constante de un año programado para tocar fondo y sentar las bases de lo que algunos optimistas definen como los “determinantes estructurales” de la recuperación (...)
En el Partido Popular no descartan tampoco el peligro de fragmentación parlamentaria con
ese juego de coaliciones tan peligroso para la estabilidad de los
intereses generales, e incluso la irrupción de un nuevo tercero en
discordia, un partido de corte radical capaz de aglutinar el descontento y desahogar el desánimo nacional con un discurso populista bien armado. El problema para Rajoy es que ya no existe un puching ball como Zapatero
que permita descargar todos los golpes del descontento y la mala
gestión provocada durante la última e infame gestión del gobierno
socialista.
Ahora al que hay que derrocar de La Moncloa es al Partido
Popular y eso es un motivo de preocupación para los que apuestan por una
España estable y comprometida con Europa. Esta vez no son la economía y
sus especuladores lo único que importa. Lo que más preocupa es la desembocadura social de un río revuelto y plagado de pescadores ávidos por obtener ganancia política. " (El confidencial, 26/01/2013)
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