"Somos prisioneros de un euro que nos ahoga. Hay economistas que se dan
cuenta y otros que no, pero es tan grande lo que significa ser
conscientes de las consecuencias, que incluso los que nos damos cuenta
sentimos también las enormes fuerzas que apoyaron la creación del euro y
de las dificultades para tirarlo atrás, lo cual debe hacerse
ordenadamente, mediante pactos que estabilicen las monedas y eviten un
desastre.(...)
Ahora ha caído el velo y podemos ver que, como casi siempre después de
emociones fuertes, llega la decepción, que las ilusiones se desvanecen
(coja el préstamo hipotecario, que lo podrá pagar con la revalorización,
y llegaron los desahucios), que la promesa no era una garantía (comprar
preferentes con rendimientos elevados, y hubo contracción del capital
al final). (...)
Y vamos camino de convertir la economía española en una economía dual a
la manera que, en los años 60 y 70, caracterizaban a las economías
latinoamericanas; mientras hablamos de sectores tecnológicos avanzados,
una amplia parte de nuestra economía se va empobreciendo y sumergiendo
para resistir las consecuencias letales del euro.
La destrucción de
capital físico se hace patente conforme avanza el tiempo, la calidad de
los productos disminuye (inflación subliminal) a medida que la capacidad
de compra disminuye, pero lo más grave es la destrucción de las
personas, del capital humano si se quiere decir a el uso empresarial,
con el regreso de maneras de gestionar las personas en el trabajo que no
tienen nada que ver con lo que se considera deseable para la
productividad y motivación de hoy en día, formas propias de siglos
pasados.
Claro que esto se da en una parte de nuestra economía, que no
toda se adentra en un mundo de destrucción de modos de relacionarse
capital y trabajo, hasta ahora bien provechosas; es la dualidad:
mientras unos sectores innovadores pueden ir adelante o flotar
cómodamente, otros buscan el refugio de replegarse a mínimos." (Fernando G. Jaén, Rebelión, 30/01/2013)
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