"Las encuestas realizadas en Alemania señalan que la sociedad germana
en su mayoría prefiere interrumpir las ayudas a Grecia y se muestran
favorables a que abandone la moneda única.
Su salida del euro llevaría aparejado un incumplimiento de los pagos
de su deuda externa, que abriría un largo y complejo periodo de
renegociación con los acreedores. Dentro del euro, la quita necesaria
para que Grecia esté en condiciones de pagar su deuda pública se
situaría próxima al 50%. Fuera del euro, y teniendo en cuenta la
devaluación, sería superior al 80%.
De modo que si volvemos a las encuestas en las que los ciudadanos
alemanes contestan mayoritariamente que ya no quieren dar más ayudas a
Grecia, parece que no se han planteado bien ni la pregunta, ni la
respuesta.
Llegados a este punto, hay una cosa clara: las ayudas no son
para Grecia, sino para los bancos, las aseguradoras y los ahorradores
alemanes. Nadie les ha dicho a los ciudadanos alemanes que la deuda es
de los griegos, pero el problema es suyo, porque han comprado los bonos.
Devolver íntegramente las deudas al BCE supondría acabar con todas
las reservas del sistema bancario, la quiebra de todos los bancos y un
100% de quita al resto de acreedores privados de los bancos y también
una quita a los depositantes griegos. (...)
Si Grecia saliera del euro, devolvería la deuda al BCE, pero en dracmas,
igual que hizo Roosevelt en los años treinta, y por tanto el banco
central asumiría una quita por el porcentaje de la devaluación. El BCE
cuenta con recursos propios suficientes para asumir el impacto de la
quita de Grecia. El auténtico riesgo, como demostró la mala gestión de
la quiebra de Lehman Brothers, sería el contagio.
La incertidumbre provocaría una estampida, estaríamos ante una
crisis sistémica y jugándonos la piel en una segunda Gran Depresión
mundial.
En contra de lo que creen los contribuyentes alemanes, mal informados
por sus gobernantes, ellos serían los más perjudicados en este
escenario, pues su país es el principal acreedor. El Estado germano
tendría que inyectar capital en su banco central, pero al estar en
depresión, le resultaría imposible, por lo que pediría al Bundesbank que
le comprara deuda pública para conseguirlo.
Y de esta manera volverían a
desenterrar el fantasma de la hiperinflación que se produjo en Alemania
en la década de 1920. Es cuando menos paradójico que la fobia a la
hiperinflación lleve a la sociedad alemana y a su Gobierno a la
inacción, que es el camino más seguro para provocarla.
Nos encontramos, una vez más, con un escenario que recuerda al de la
quiebra de Lehman Brothers: déspotas ilustrados en Alemania con
elecciones en el horizonte que proponen una salida desordenada de Grecia
o de Chipre de la moneda única, frente a la visión romántica de los
inversores que se refugian en la esperanza de que haya vida inteligente
en Europa capaz de frenar un acontecimiento tan catastrófico como el
descrito, olvidando que este continente desató las dos guerras
mundiales. Ya lo decía Einstein: “Solo hay dos cosas que tienden a
infinito: el universo y la estupidez humana, y de la primera no estoy
seguro”. ( José Carlos Díez, El País, 12/05/2013)
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