"Los principales bancos centrales del mundo siguen expresando su
preocupación por las repercusiones inflacionarias que puede generar su
lucha contra la recesión. Es un error. Comparado con los riesgos
políticos, sociales y económicos que conlleva la persistencia del lento
crecimiento económico tras una crisis financiera de las que ocurren solo
una vez cada cien años, un arranque sostenido de inflación moderada no
es algo por lo que preocuparse. Por el contrario, en la mayor parte del
mundo, debiera ser bienvenido.
Tal vez los argumentos en favor de la inflación moderada (digamos,
entre el 4% y el 6% anual) no sean tan convincentes como al principio de
la crisis, cuando planteé el tema por primera vez.
Por aquel entonces,
con el telón de fondo de la reticencia gubernamental a forzar quitas a
la deuda, junto con unos precios de la vivienda extremadamente
sobrevaluados y salarios reales excesivos en algunos sectores, la
inflación moderada hubiese sido extremadamente útil.
El consenso en ese momento, por supuesto, era que una robusta
recuperación con forma de Vestaba a la vuelta de la esquina y que era
insensato abrazar la heterodoxia inflacionista. Vi las cosas de otro
modo (...)
Cinco años más tarde, las deudas pública, privada y externa han
alcanzado niveles récord en muchos países. Todavía son necesarios
enormes ajustes salariales relativos entre la periferia y el centro de
Europa. Pero los bancos centrales más importantes del mundo no parecen
haberlo notado. (...)
En Estados Unidos, la Reserva Federal ha puesto nerviosos a los mercados
de bonos al indicar que la relajación cuantitativa ha llegado a su fin. (...)
Sí, hay preocupaciones técnicas legítimas relacionadas con las
distorsiones en los precios de los activos que genera la relajación
cuantitativa, pero las explosiones de burbujas sencillamente no son en
este momento el mayor de los riesgos.
Estados Unidos tiene ahora su
mejor oportunidad hasta el momento para lograr una recuperación real y
sostenida de la crisis financiera. Y sería una catástrofe si la
recuperación descarrilara por una excesiva devoción a los dogmas
antiinflacionarios, igual que cuando algunos bancos centrales eran
excesivamente devotos del patrón oro durante las décadas de 1920 y 1930. (...)
Pero la mayor inflación ayudaría a acelerar los ajustes tremendamente
necesarios en los bancos comerciales europeos, donde muchos créditos
continúan en los libros a valores muy por encima de los de mercado.
También proporcionaría un telón de fondo contra el cual los salarios en
Alemania podrían aumentar sin tener que disminuir necesariamente en la
periferia.
Cada uno de los principales bancos centrales del mundo puede
presentar argumentos convincentes en favor de la cautela. Y los
funcionarios de los bancos centrales están en lo cierto al insistir en
reformas estructurales y planes creíbles para equilibrar los
presupuestos en el largo plazo.
Pero, desafortunadamente, estamos muy
lejos del punto en el cual los responsables de las políticas deban temer
por los riesgos inflacionarios y considerar un cambio de estrategia.
Debieran estar agregando bebida a la ponchera, no llevándosela." (
Kenneth Rogoff , El País, 30 JUN 2013 )
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