"(...) El primer síntoma de lo que se avecinaba fue la crisis de los
desahucios, cuando miles de familias cuyos miembros se quedaban sin
trabajo se veían incapaces de pagar las hipotecas que habían firmado por
30 o 40 años y cuyos tipos de interés, además, comenzaron a subir de
golpe.
Matías
González sufrió dos de ellos: uno, en el bar con el que llevaba
ganándose la vida durante 15 años en Santa Coloma de Gramenet.
Arrastraba desde 2002 una deuda por unas obras de insonorización que el
municipio le obligó a hacer y llegó un momento en que no pudo pagarlo.
"No podía pagar y quise traspasar el negocio, pero como debía un mes de
alquiler del local la dueña me denunció y ya no pude", explica. Se quedó
sin su fuente de ingresos a los 53 años. Además, su mujer lo había
dejado con sus tres hijos. Así que después comenzaron los problemas con
la casa.
González pudo evitar los dos primeros intentos de desahucio con la
ayuda de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y finalmente,
tras colarse en la sede central de Bankia disfrazado de preso,
consiguió, en septiembre de 2013, que el banco le condonase la deuda a
cambio de la entrega del piso.
Ahora sobrevive con 426 euros de la renta
activa de inserción (RAI) y con otras ayudas como la del banco de
alimentos en una vivienda de alquiler social en una zona marginal, lejos
de su barrio y de sus amigos, con su hijo menor, de 20 años, en paro,
como él. "De momento vamos tirando así. Tampoco tengo vicios. Lo malo es
mi hijo, que tiene 20 años, y no le puedo dar ni cinco euros para poder
salir a algún sitio", se lamenta.
Marisa Juan es trabajadora social sanitaria en el centro de salud de
El Arrabal, uno de los barrios más antiguos de Zaragoza. "Hasta hace
unos años quienes se acercaban a su oficina lo hacían por cuestiones
relacionadas casi únicamente con la salud, pero ahora los problemas que
escucha se han diversificado ampliamente.
Ahora las situaciones que
atiendo tienen que ver más con necesidades básicas, como el alquiler del
piso y los gastos de vivienda, como la comunidad, la luz o el agua",
explica. "Sobre todo viene mucha gente que necesita dinero para comprar
alimentos o que abandona la toma de la medicación porque no puede
acceder a comprar los fármacos".
Antes, asegura, atendía un tema
relacionado con la alimentación "cada muchísimo tiempo". "Eran
colectivos en situación de marginalidad como transeúntes, alguna persona
del colectivo gitano… Ahora son todos los días y gente que siempre ha
estado trabajando para pagarse la vivienda y la comida".
Marisa Juan conoce el caso de un matrimonio que ha decidido separarse
pero debe seguir unido por no poder permitirse pagar dos alquileres; el
de una anciana que perdió su casa por avalar al nieto; el de una mujer
que ha tenido que acoger en su hogar a sus dos hijos ya casados y en
paro con sus respectivas familias, y mantenerlos con una pensión mínima
de 365 euros "y recordarles que son buenas personas para que no salgan a
robar".
Situaciones como la de José Antonio Medina, un pintor de brocha gorda
malagueño, de 49 años, quien hace casi cinco años, tras separarse de su
mujer y perder su trabajo, se trasladó a Zaragoza, donde vivía un
hermano, en busca de un cambio de aires. Aunque tiene también
experiencia como albañil y en una imprenta, en todo este tiempo no ha
encontrado trabajo.
"Estoy metido en bolsas de trabajo, me hacen
entrevistas, mando currículos por correo, pero no hay contestación. No
sé lo que pasa", explica en el salón del pequeño apartamento donde
alquila una habitación con derecho a cocina por 220 euros al mes. Por la
ventana, se ven tres tiendas (una pollería, una frutería y una
charcutería) cerradas desde hace meses por la crisis.
Su familia, a
pesar de que son siete hermanos, no puede ayudarle porque todos
atraviesan apuros. La última ayuda pública que recibió, de 426 euros al
mes, se le terminó en junio y desde entonces está esperando la respuesta
a su solicitud de renovación. Por eso ha tenido que acudir a distintas
instituciones para sobrevivir en los últimos meses.
Va a un comedor
social y Cáritas le estuvo pagando hasta octubre el alquiler. Ahora debe
cuatro meses, "pero por suerte la dueña del apartamento entiende la
situación y voy aguantando". Medina padece de tensión y colesterol altos
y los medicamentos le cuestan 42 euros al mes.
A través del centro de salud, accedió a un programa subvencionado por
el Gobierno aragonés y el Ayuntamiento de Zaragoza que le cubre ese
gasto. "Yo antes vivía normal", cuenta. "Tenía mi trabajo y no sabía
nada de Cáritas, ni sabía de medicamentos, ni nada. Esto te pilla como
un jarro de agua fría por la cabeza", se lamenta José Antonio, que ha
sustituido la brocha gorda por el pincel y pinta cuadros para mantener
la cabeza ocupada.
"Me levanto y me pongo a pintar. Me relaja mucho.
Cuando no, ando, hago un poco de deporte. Me distraigo, lo que no puede
ser es quedarse bloqueado, quedarse estancado con pena. Hay que ser
activo", relata. No obstante, no ve una salida inminente a sus penurias:
"Yo ya voy viviendo el día a día. Yo ni tengo presente ni tengo futuro,
sólo el día a día". (...)" (Pablo Pérez Álvarez, CTXT, 12/02/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario