19.2.15

La España que no conoce Rajoy: "No podía pagar y quise traspasar el negocio, pero como debía un mes de alquiler del local la dueña me denunció y ya no pude"

"(...) El primer síntoma de lo que se avecinaba fue la crisis de los desahucios, cuando miles de familias cuyos miembros se quedaban sin trabajo se veían incapaces de pagar las hipotecas que habían firmado por 30 o 40 años y cuyos tipos de interés, además, comenzaron a subir de golpe. 

 Matías González sufrió dos de ellos: uno, en el bar con el que llevaba ganándose la vida durante 15 años en Santa Coloma de Gramenet. Arrastraba desde 2002 una deuda por unas obras de insonorización que el municipio le obligó a hacer y llegó un momento en que no pudo pagarlo.

 "No podía pagar y quise traspasar el negocio, pero como debía un mes de alquiler del local la dueña me denunció y ya no pude", explica. Se quedó sin su fuente de ingresos a los 53 años. Además, su mujer lo había dejado con sus tres hijos. Así que después comenzaron los problemas con la casa.

González pudo evitar los dos primeros intentos de desahucio con la ayuda de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y finalmente, tras colarse en la sede central de Bankia disfrazado de preso, consiguió, en septiembre de 2013, que el banco le condonase la deuda a cambio de la entrega del piso. 

Ahora sobrevive con 426 euros de la renta activa de inserción (RAI) y con otras ayudas como la del banco de alimentos en una vivienda de alquiler social en una zona marginal, lejos de su barrio y de sus amigos, con su hijo menor, de 20 años, en paro, como él. "De momento vamos tirando así. Tampoco tengo vicios. Lo malo es mi hijo, que tiene 20 años, y no le puedo dar ni cinco euros para poder salir a algún sitio", se lamenta.

Marisa Juan es trabajadora social sanitaria en el centro de salud de El Arrabal, uno de los barrios más antiguos de Zaragoza. "Hasta hace unos años quienes se acercaban a su oficina lo hacían por cuestiones relacionadas casi únicamente con la salud, pero ahora los problemas que escucha se han diversificado ampliamente. 

Ahora las situaciones que atiendo tienen que ver más con necesidades básicas, como el alquiler del piso y los gastos de vivienda, como la comunidad, la luz o el agua", explica. "Sobre todo viene mucha gente que necesita dinero para comprar alimentos o que abandona la toma de la medicación porque no puede acceder a comprar los fármacos". 

Antes, asegura, atendía un tema relacionado con la alimentación "cada muchísimo tiempo". "Eran colectivos en situación de marginalidad como transeúntes, alguna persona del colectivo gitano… Ahora son todos los días y gente que siempre ha estado trabajando para pagarse la vivienda y la comida".

Marisa Juan conoce el caso de un matrimonio que ha decidido separarse pero debe seguir unido por no poder permitirse pagar dos alquileres; el de una anciana que perdió su casa por avalar al nieto; el de una mujer que ha tenido que acoger en su hogar a sus dos hijos ya casados y en paro con sus respectivas familias, y mantenerlos con una pensión mínima de 365 euros "y recordarles que son buenas personas para que no salgan a robar".

Situaciones como la de José Antonio Medina, un pintor de brocha gorda malagueño, de 49 años, quien hace casi cinco años, tras separarse de su mujer y perder su trabajo, se trasladó a Zaragoza, donde vivía un hermano, en busca de un cambio de aires. Aunque tiene también experiencia como albañil y en una imprenta, en todo este tiempo no ha encontrado trabajo.

 "Estoy metido en bolsas de trabajo, me hacen entrevistas, mando currículos por correo, pero no hay contestación. No sé lo que pasa", explica en el salón del pequeño apartamento donde alquila una habitación con derecho a cocina por 220 euros al mes. Por la ventana, se ven tres tiendas (una pollería, una frutería y una charcutería) cerradas desde hace meses por la crisis. 

Su familia, a pesar de que son siete hermanos, no puede ayudarle porque todos atraviesan apuros. La última ayuda pública que recibió, de 426 euros al mes, se le terminó en junio y desde entonces está esperando la respuesta a su solicitud de renovación. Por eso ha tenido que acudir a distintas instituciones para sobrevivir en los últimos meses.

 Va a un comedor social y Cáritas le estuvo pagando hasta octubre el alquiler. Ahora debe cuatro meses, "pero por suerte la dueña del apartamento entiende la situación y voy aguantando". Medina padece de tensión y colesterol altos y los medicamentos le cuestan 42 euros al mes.

A través del centro de salud, accedió a un programa subvencionado por el Gobierno aragonés y el Ayuntamiento de Zaragoza que le cubre ese gasto. "Yo antes vivía normal", cuenta. "Tenía mi trabajo y no sabía nada de Cáritas, ni sabía de medicamentos, ni nada. Esto te pilla como un jarro de agua fría por la cabeza", se lamenta José Antonio, que ha sustituido la brocha gorda por el pincel y pinta cuadros para mantener la cabeza ocupada.

"Me levanto y me pongo a pintar. Me relaja mucho. Cuando no, ando, hago un poco de deporte. Me distraigo, lo que no puede ser es quedarse bloqueado, quedarse estancado con pena. Hay que ser activo", relata. No obstante, no ve una salida inminente a sus penurias: "Yo ya voy viviendo el día a día. Yo ni tengo presente ni tengo futuro, sólo el día a día".  (...)"           (Pablo Pérez Álvarez, CTXT, 12/02/2015)

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