"(...) Una de las cuestiones claves será qué hacer con la deuda pública
griega que alcanza la vertiginosa cifra de 245.000 millones de euros, un
175% de su PIB. Una cifra tan elevada Grecia no podrá pagarla aunque
quisiera.
Pero la solución que se dé a Grecia debería tener una perspectiva
mucho más amplia. La deuda pública de los 18 países que integran la
eurozona supera los 9 billones de euros; el 94% de su PIB.
La mayoría de
países no cumplen con el Tratado de Maastricht, que obliga a que su
deuda no supere el 60% del PIB. Bélgica, Italia, Irlanda, Portugal, y
Grecia también, han superado con creces el 100%, mientras que otros
países, entre ellos España, se encuentran próximos a esta cifra.
El problema no es solamente europeo, afecta también a otros países
como Estados Unidos, con una deuda pública del 108% del PIB, o Japón con
un 246%. Estos niveles de endeudamiento debilitan gravemente la
democracia y la capacidad política de los gobiernos pues sus decisiones
se hallan muy condicionadas por la reacción de los mercados financieros,
que acaban imponiendo sus reglas. Ningún país tiene capacidad
suficiente para actuar de forma aislada.
Es imprescindible encontrar
soluciones globales. La Unión Europea no puede esperar a que se llegue a
un acuerdo a nivel mundial, hecho más que improbable, pero tampoco
puede esperar a resolver sus problemas cuando le estallen entre las
manos. Es bien sabido, desgraciadamente, que la palabra anticipación no
es una palabra de moda en Bruselas. Preferirán maquillar la solución
desplazando durante años una solución imposible.
A los gobiernos siempre les ha resultado más cómodo endeudarse, que
eliminar gastos superfluos, aplicar recortes o aumentar —con justicia—
los impuestos. Los dirigentes políticos y económicos sueñan con que la
recuperación irá reduciendo la relación deuda/PIB, especialmente si la
inflación aumenta. Con esta excusa trasladan los problemas al futuro.
Teniendo presente la volatilidad del entorno económico mundial, el
nivel de la deuda y los déficits existentes, confiar que un futuro
crecimiento resolverá el problema no deja de ser una ilusión. En España,
por ejemplo, el déficit del año 2015 alcanzará unos 50.000 millones,
que redundarán en más deuda y en un mayor coste financiero. (...)
La crisis actual habría podido tener consecuencias todavía más
perversas de no haber podido acceder a un endeudamiento masivo. España,
desde el inicio de la crisis ha aumentado la deuda pública en más de
600.000 millones. Afortunadamente, el tipo de interés está en mínimos,
pero no durará eternamente.
¿Cómo podrán los estados enfrentarse a una
nueva posible crisis económica si ya no tiene margen para seguir
endeudándose? ¿Cómo podrán hacer frente a una futura subida del tipo de
interés? Lo que es evidente es que los países no pueden endeudarse
indefinidamente.
Si Europa opta por un crecimiento sólido y sostenible, deberá
reestructurar la deuda de algunos países y poner límite a futuros
endeudamientos. En el caso de España, supondría olvidarse temporalmente
de una deuda de 400.000 millones. No hay ninguna opción fácil y menos si
incluye una quita, que políticamente sería inviable para los gobiernos
europeos.
En cualquier caso, las consecuencias de reestructurar la deuda son
graves para los acreedores y entre éstos, indirectamente, se encuentra
gente humilde que ha confiado sus ahorros a fondos de pensiones o
instrumentos financieros similares. No puede tener el mismo trato el
pequeño ahorrador que los inversores especulativos. (...)" (Francesc Raventós, Público, 04/02/2015)
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