"El crecimiento de la economía española en términos reales registró en el segundo trimestre de este año una caída histórica, la mayor entre los países de la Unión Europea y de la OCDE. (...)
Lo que subyace detrás del dato, y sus efectos posteriores, es una
profunda crisis social, económica, política e institucional. Si bien la
crisis sistémica afecta a casi todo Occidente, en nuestro caso se
amplifica como consecuencia de las sendas tomadas por nuestras élites, y
avaladas en las urnas. El diseño que nos dimos como país se tambalea, y va más allá de lo que estamos conociendo estos días.
A la hora de estudiar el impacto de la covid-19 sobre la economía
española se producen dos paradojas. Las empresas españolas estaban
curiosamente saneadas, por el proceso de desapalancamiento en la Gran Recesión.
Sin embargo, ese proceso no sirvió para incrementar a nivel agregado
las inversiones necesarias para dar un impulso productivo, aunque las
condiciones ex-ante eran para ello.
Paradójicamente la situación de las
empresas estadounidenses y de otras europeas era de mucha mayor
fragilidad. Por otro lado, sin embargo, nuestro modelo productivo,
basado en turismo, otros servicios y construcción, era el más vulnerable
a los shocks de la covid-19.
Las decisiones de nuestras élites
El diseño institucional que nos creamos en su momento explica la deriva actual. Hay un trasfondo de naturaleza global, el declive de ese sistema de gobernanza denominado neoliberalismo,
donde España intentó siempre, tanto con gobiernos del PSOE como del PP,
ser un alumno aventajado. Se abandonó el objetivo de pleno empleo y se
reemplazó con mucho entusiasmo por objetivos de inflación. Nuestras
élites asumieron a pies y puntillas el libre mercado y la globalización sin estar preparados. Con la entrada en vigor del Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea se exigió a España una reconversión industrial y una liberalización
y apertura de sus mercados de bienes y servicios que, unidos a la libre
movilidad de capitales, acabó siendo absolutamente nefasto para nuestro
devenir futuro.
El papel que nos “asignaron” implicaba una
desindustrialización masiva, una tercerización de la economía y una
bancarización excesiva. Y, dejémonos de tonterías, solo la industria y
ciertos servicios de valor añadido ligados a ella garantizan salarios
altos, todo lo demás pamplinas.
Nuestras élites,
además, salvo honrosas excepciones, adaptaron un enfoque empresarial
basado exclusivamente en la maximización del valor para los accionistas,
en lugar de la reinversión y el crecimiento económico. La desinversión
del Ibex 35 en nuestro país, unido a un proceso de internacionalización
absolutamente ruinoso, se ha traducido en que el 57% de nuestra industria está en manos de capital foráneo.
Y su rendimiento es profundamente atractivo, muy superior a las
inversiones llevadas a cabo por los linces del Ibex35 en el extranjero.
Finalmente, la búsqueda de mercados laborales flexibles con la
disrupción de sindicatos y trabajadores, a través de las enésimas
reformas laborales, no ha supuesto ninguna mejora de competitividad sino
simplemente una caída de la participación de los trabajadores en la
renta nacional en beneficio del capital y de los más acaudalados.
Para
entender está idea permítanme recomendarles el último libro de Michael Pettis, el otrora economista jefe de Credit Swiss First Boston y en la actualidad profesor de finanzas en la Universidad de Pekin: “Trade Wars Are Class Wars: How Rising Inequality Distorts the Global Economy and Threatens International Peace.” (...)" (Juan Laborda, Vox Populi, 06/08/20)
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