"Una crisis de deuda global es inminente. Inclusive antes de que el
COVID-19 arrasara al mundo, el Fondo Monetario Internacional había
pronunciado una advertencia sobre las cargas de deuda pública de los
países en desarrollo, observando que la mitad de los países de menores
ingresos corrían “un alto riesgo de sobreendeudamiento, si ya no lo
tenían”.
En tanto la crisis económica se agrava, esos países están
experimentando profundas contracciones de producción al mismo tiempo que
los esfuerzos de alivio y recuperación del COVID-19 exigen un enorme
incremento de los gastos.
Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo,
los pagos de sus deudas externas públicas por parte de los países en
desarrollo costarán 2,6-3,4 billones de dólares sólo en 2020 y 2021. Por
lo tanto, los analistas de mercado ahora sugieren que casi el 40% de la
deuda externa soberana de mercados emergentes y de frontera podría
estar en riesgo de default el próximo año. Peor aún, las medidas para
enfrentar esta crisis de deuda chocarán de frente con los esfuerzos
globales por combatir el cambio climático, la desigualdad y otras crisis
globales en aumento.
Por lo tanto, necesitamos un pensamiento creativo
sobre cómo propiciar múltiples objetivos a la vez. Debemos, por un lado,
alcanzar una recuperación sólida de la crisis inducida por la pandemia
y, por otro, movilizar billones de dólares para la transición a una
economía baja en carbono, socialmente inclusiva y financieramente
estable.
En abril, los ministros de Finanzas del G20 refrendaron una Iniciativa
de Suspensión del Servicio de la Deuda para suspender temporariamente el
pago de la deuda para los países más pobres del mundo mientras
resuelven la crisis del COVID-19.
Desafortunadamente, pocos países
deudores han aceptado esta oferta, por miedo a la reacción de los
mercados y las agencias de calificaciones. Asimismo, los prestadores del
sector privado en gran medida se han negado a ofrecer una indulgencia
significativa de su parte, minando así los esfuerzos de los gobiernos. A
falta de nuevas formas de respaldo de liquidez y un importante alivio
de la deuda, no hay manera de que la economía mundial regrese a los
niveles de crecimiento previos a la pandemia sin correr el riesgo de una
crisis climática severa y una agitación social. (...)
En todo caso, los requerimientos de servicio de la deuda llevarán a los
países a buscar ingresos por exportaciones a cualquier precio, inclusive
ahorrando dinero en infraestructura resiliente al clima y aumentando su
propio uso de combustibles fósiles y extracción de recursos. Este curso
de acontecimientos deprimiría aún más los precios de las materias
primas, creando un ciclo catastrófico para los países productores.
A la luz de estas cuestiones, el G20 ha instado al FMI a “explorar
herramientas adicionales que puedan satisfacer las necesidades de sus
miembros mientras se desarrolla la crisis, extrayendo experiencias
relevantes de crisis anteriores”. Una de esas herramientas que debería
considerarse es un mecanismo de “canje de deuda por clima”. En los años
1980 y 1990, los países en desarrollo y sus acreedores implementaron
“canjes de deuda por naturaleza”, mediante los cuales el alivio de la
deuda estaba asociado a inversiones en reforestación, biodiversidad y
protecciones de los pueblos indígenas. Este concepto ahora debería
expandirse para incluir inversiones centradas en la gente que aborden el
cambio climático y la desigualdad.
Los países en desarrollo necesitarán
recursos adicionales si han de tener alguna posibilidad de dejar los
combustibles fósiles bajo tierra, invertir lo suficiente en adaptación
climática y generar oportunidades de empleos del siglo XXI. Una solución
para estos recursos es un alivio de deuda condicionado a ese tipo de
inversiones. Una herramienta política de este tipo no sólo nos colocaría
en el camino a la recuperación, sino que también podría ayudar a
prevenir futuros problemas de sustentabilidad de deuda que pudieran
surgir en tanto más existencias de combustibles fósiles e
infraestructura no resiliente se vuelvan “activos inmovilizados”.
Es
más, la drástica caída del costo de la energía renovable representa una
oportunidad para un gran esfuerzo de inversión en infraestructura
energética de carbono cero, que ayudaría a rectificar la pobreza
energética y el crecimiento insustentable. Algunos economistas estiman
que poner a la economía mundial en la trayectoria necesaria para limitar
el calentamiento global a 1,5°C generaría unos 150 millones de empleos a
nivel mundial. Al mismo tiempo, el Informe de Brecha de Producción del
Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente ha demostrado que
los planes de producción actuales llevarían las emisiones atmosféricas
mucho más allá del límite de lo que es sustentable. (...)
Dadas las realidades de la crisis climática, sería tonto incluir
inversiones de alto riesgo en extracción e infraestructura de
combustibles fósiles como parte de cualquier estrategia de recuperación.
Afortunadamente, con los canjes de deuda por clima, podríamos impulsar
activamente la transición a una economía de menos carbono estabilizando
al mismo tiempo los precios de las materias primas y ofreciendo espacio
fiscal para que los países en desarrollo inviertan en resiliencia y
desarrollo sustentable.
Es innegable que muchos países necesitarán un
alivio de deuda para responder de manera efectiva a la crisis del
COVID-19, y luego construir sus economías a prueba de clima de una
manera socialmente inclusiva. Para mucha gente en los países que son más
vulnerables al cambio climático, conseguir los recursos para este tipo
de inversiones es una cuestión de supervivencia. El G20 ha instado al
FMI a desarrollar nuevas herramientas y estrategias para presentar en
sus cumbres este otoño. Un acuerdo global ambicioso para canjear deudas
por acción climática y equidad social debería colocarse en el tope de la
agenda."
(
, , , , , Project Syndicate, 17/08/20)
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