"(...) es algo que nunca, nunca, nunca debería haber sucedido.
Un evento excepcional
Las democracias desarrolladas, los países ricos, no tienen golpes de estado. Un vistazo a bases de datos sobre golpes de estado1 deja bien claro que esta clase de eventos no suceden en lugares como Estados Unidos2. En el 2021, sin embargo, Donald J. Trump intentó invalidar el resultado de una elecciones presidenciales primero utilizando toda clase de argucias legales y maniobras institucionales torticeras. Cuando eso fracasó y su vicepresidente se negó a seguirle el juego, el entonces jefe de estado y de gobierno animó a que una masa enfurecida de energúmenos se dirigieran al Capitolio a lincharle y evitar que los legisladores certificaran el resultado electoral.
Esto es, se mire como se mire, un golpe de estado. Lo imposible sucedió, hace tres años, y lo vimos en directo por televisión.
Desde entonces se han ido descubriendo más detalles sobre la conspiración del presidente y su lamentable, patética actuación el mismo seis de enero. Ayer mismo, por ejemplo, ABC News publicaba que Dan Scavino, el jefe adjunto de gabinete de la Casa Blanca ese día y alguien que ha trabajado para Trump durante más de tres décadas (y sigue siendo empleado suyo), le contó al fiscal en declaración jurada que Trump no mostró el más mínimo interés en detener el asalto. El infame tweet de ese día atacando a Pence durante el ataque fue escrito por el presidente personalmente. Cuando le comunicaron que habían trasladado al vicepresidente a un lugar seguro, su respuesta fue “so what?” (y qué), mientras se negaba a dar la orden de enviar la guardia nacional.
No fue un golpe de estado discreto y sin testigos. Hay pruebas a destajo, planes por escrito, correos electrónicos, declaraciones de decenas de personas que trabajaban para Trump, abogados del mismo presidente aceptando haber participado en una conspiración y llegando a acuerdos judiciales. Trump sigue insistiendo en todos sus discursos que sus acciones estaban justificadas porque él fue quien ganó las elecciones3, y que lo haría de nuevo.
El golpe que no cesa
Lo más preocupante, tres años después, no es que Trump siga con sus burradas. Tampoco los sondeos que lo dejan esencialmente empatado con Biden4. Lo que me inquieta y me intranquiliza, por encima de todo, es cómo el partido republicano parece haber normalizado lo sucedido casi por completo.
Pongamos, por ejemplo, a Elise Stefanik, la número cuatro de los republicanos en la cámara baja. Su distrito cubre una región del norte del estado de Nueva York, rural pero tradicionalmente bastante moderada; republicanismo yankee, sin excesos. En algún momento, allá por el 2017, Stefanik decidió abrazar el trumpismo para medrar en el congreso, convirtiéndose en una de las voces más leales al presidente. Ayer domingo, la entrevistaban en Meet the Press, donde le preguntaron si los participantes en el asalto debían pagar las consecuencias. (...)
La palabra que utiliza Stefanik para referirse a las personas que han sido encarceladas por los sucesos del seis de enero tras una condena judicial en firme es “hostages”, rehenes. Sigue insistiendo que nadie hizo nada malo, y que el mayor crimen de todos es que alguien esté investigando a Trump por dar un golpe de estado.
Esta mujer no es una figura marginal en el partido; es la número cuatro en la cámara baja. El Speaker, Mike Johnson, fue uno de los legisladores que se dedicó a intentar convencer a sus compañeros de partido de que el congreso rechazara el resultado de las urnas. Los candidatos que se presentan en las primarias republicanas contra Trump, con la notable excepción de Chris Christie, se han negado a criticarle por sus acciones el seis de enero más que con indirectas y comentarios oblicuos sobre forma, no sobre el fondo.
El asalto al Capitolio fue el seis de enero. El veinte, Biden era investido presidente; Trump voló a Mar-A-Lago sin asistir a la ceremonia. El veintiocho de enero, Kevin McCarthy, el que era el número uno de la minoría republicana en la cámara de representantes entonces, fue a visitarle a Florida, y se hizo fotos con él. A los pocos días, los senadores del GOP fueron incapaces de repudiarle para siempre en su segundo impeachment. Nunca pasaron página, nunca le echaron del partido.
Josh Marshall escribía hace unos días que el golpe de estado de Trump nunca terminó del todo. El intento de mantenerse en el poder fracasó el seis de enero, pero la existencia de un facción política organizada que acepta y tolera el uso de la violencia y subvertir las instituciones cuando pierde las elecciones se mantiene. Stefanik, en esa misma entrevista, se negó a responder si aceptaría el resultado de las presidenciales del 2024, diciendo que quiere ver antes si son “unas elecciones válidas”. Esta clase de retórica se ha convertido en la línea oficial del partido, y lo será aún más cuando Trump consiga la nominación para presentarse de nuevo.
Sólo un 31% de republicanos cree que Joe Biden ganó las elecciones del 2020 de forma legítima. Sólo un 14% cree que Trump fue responsable del ataque al Capitolio. Como comentaba Dan Pfeiffer, el GOP y sus bases básicamente han abrazado el golpismo. No se oponen a la democracia; simplemente se han autoconvencido que los demócratas están subvirtiéndola más que ellos.
Ninguna
de estas cifras, ni estas actitudes, ni estos sondeos indican que lo
que vimos el seis de enero fue algo definitivo, cerrado y que no puede
repetirse. Los republicanos siguen ahí.(...)" (Roger Senserrich , Four freedoms, 08/01/24)
No hay comentarios:
Publicar un comentario