"El mundo está dando un vuelco histórico. La historia no solo no terminó con Francis Fukuyama, sino que, en este inicio de 2025, con la toma de posesión de Donald Trump y el tsunami de disparates y temeridades emitidos hora a hora desde la Casa Blanca, resuena la vieja idea de Eric Hobsbawm: “la historia nunca es estática y los cambios suelen ser abruptos, inesperados y, a menudo, violentos». ¿Qué diría Hobsbawm observando el enloquecido inicio de 2025?
Estados Unidos amenaza urbi et orbe, rompe amarras con una Unión Europea a la que quiere inoperativa y decadente, y busca erigirse como un renovado poder imperial. Intenta ahora repartirse Ucrania con Rusia (mientras pagan los europeos) y alimenta grietas en las estructuras institucionales del viejo continente por las que intenta distorsionar las opiniones públicas de países europeos y que sus socios de extrema derecha puedan aumentar su influencia. Parece lógico apuntar que en esta coyuntura, las sociedades europeas deberían reflexionar cómo responder a las medidas de la nueva administración estadounidense que señalan el vasallaje y la subalternidad como única oferta para su relación con la Unión Europea.
El camino hacia la tan enarbolada autonomía estratégica europea exige cambios de ruta y decisiones firmes, tanto hacia dentro como hacia fuera. Y exige mirar al oriente, abordando una nueva relación euroasiática y abriéndose a valorar a China como un singular aliado táctico en algunas cuestiones ante el agresivo devenir estadounidense.
China y la Unión Europea tienen cada vez más puntos de intersección. Los datos apuntan claramente en ese sentido
Ya no son pocos los que reconocen la pertinencia de este necesario debate. ¿Es quizás hora de eliminar el tabú oriental, superar la dependencia atlántica y abrirse a una relación sinérgica con China? Josep Borrell, ex Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y poco sospechoso de ser pro-chino, se expresaba así: «Nuestra relación con China tiene que ser multidimensional: cooperación, competencia y rivalidad. Debemos acoplarnos con China, pero a la vez competir y reducir dependencias”.
Y es que China y la Unión Europea tienen cada vez más puntos de intersección. Los datos apuntan claramente en ese sentido. En 2020, China superó a EEUU y se convirtió en el principal socio comercial de la UE. Este cambio se debió, en parte, a un aumento del 5,6% en las importaciones desde China, pero sobre todo a un incremento del 2,2% de las exportaciones hacia China.
Ante el negacionismo de Trump, la coincidencia entre la Unión Europea y China en la prioridad civilizatoria que supone la lucha contra el cambio climático y la consiguiente potenciación de las energías renovables es obvia, y debería ser una pieza clave que señale la pertinencia de una renovada alianza táctica.
Frente a los aranceles y las amenazas estadounidenses de ocupación de Groenlandia o del Canal de Panamá tanto la UE como China buscan estabilidad en el comercio global y la diversificación de cadenas de suministro. El ejemplo de DeepSeek, como IA de bajo coste, bajo consumo y, sobre todo, de código abierto, señala hasta qué punto pueden ser sinérgicos los intereses y necesidades europeas en materia de la siempre controvertida inteligencia artificial y la propuesta china, más aún ante la posición política y comercial del tecno-feudalismo liderado por Elon Musk.
Y aunque, dada la poca información al respecto, a muchos les sorprenda, coincidimos ya más con China en el análisis sobre la pertinencia de un ecosistema de cooperación geopolítica y gobernanza global multipolar que con la actual administración Trump. De hecho, la respuesta a esta nueva coyuntura, donde EEUU se muestra más como amenaza que como aliado, debería hacernos abordar nuestra posición ya no sobre China, sino sobre Eurasia como concepto y espacio geoeconómico y geopolítico.
Europa debe dejar de verse como un actor simplemente occidental, asumir su rol dentro de Eurasia y comprender la potencia geoeconómica y geopolítica que podría tener una realidad euroasiática correctamente articulada. China, India o Turquía tratan de potenciar diariamente su influencia en Eurasia. Y la Unión Europea debe adaptarse a este cambio y decidir cómo participar en la configuración del nuevo orden global, pensándose como actor euroasiático.
No se trata, en definitiva, de cambiar vasallaje ante EEUU por dependencia de China, sino de bascular para garantizar, además de nuestros intereses como sociedades, el equilibrio en el mundo frente al orden internacional sin reglas que proponen Netanyahu o Trump.
El mundo gira hacia oriente. La era de dominio absoluto de Occidente está llegando a su fin. Y en ese contexto, Eurasia señala un camino. Un camino que, en alianza con América Latina y otros países del sur global, debería hacer pensar a Europa su papel y su relación con China en un mundo donde está cambiando el baricentro de la política y la economía global. Y donde esas nuevas alianzas son claves no solo para nuestra economía y bienestar, sino para las dos principales necesidades existenciales que tenemos como sociedad: la lucha contra el cambio climático y la paz global."
Estados Unidos amenaza urbi et orbe, rompe amarras con una Unión Europea a la que quiere inoperativa y decadente, y busca erigirse como un renovado poder imperial. Intenta ahora repartirse Ucrania con Rusia (mientras pagan los europeos) y alimenta grietas en las estructuras institucionales del viejo continente por las que intenta distorsionar las opiniones públicas de países europeos y que sus socios de extrema derecha puedan aumentar su influencia. Parece lógico apuntar que en esta coyuntura, las sociedades europeas deberían reflexionar cómo responder a las medidas de la nueva administración estadounidense que señalan el vasallaje y la subalternidad como única oferta para su relación con la Unión Europea.
El camino hacia la tan enarbolada autonomía estratégica europea exige cambios de ruta y decisiones firmes, tanto hacia dentro como hacia fuera. Y exige mirar al oriente, abordando una nueva relación euroasiática y abriéndose a valorar a China como un singular aliado táctico en algunas cuestiones ante el agresivo devenir estadounidense.
China y la Unión Europea tienen cada vez más puntos de intersección. Los datos apuntan claramente en ese sentido
Ya no son pocos los que reconocen la pertinencia de este necesario debate. ¿Es quizás hora de eliminar el tabú oriental, superar la dependencia atlántica y abrirse a una relación sinérgica con China? Josep Borrell, ex Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y poco sospechoso de ser pro-chino, se expresaba así: «Nuestra relación con China tiene que ser multidimensional: cooperación, competencia y rivalidad. Debemos acoplarnos con China, pero a la vez competir y reducir dependencias”.
Y es que China y la Unión Europea tienen cada vez más puntos de intersección. Los datos apuntan claramente en ese sentido. En 2020, China superó a EEUU y se convirtió en el principal socio comercial de la UE. Este cambio se debió, en parte, a un aumento del 5,6% en las importaciones desde China, pero sobre todo a un incremento del 2,2% de las exportaciones hacia China.
Ante el negacionismo de Trump, la coincidencia entre la Unión Europea y China en la prioridad civilizatoria que supone la lucha contra el cambio climático y la consiguiente potenciación de las energías renovables es obvia, y debería ser una pieza clave que señale la pertinencia de una renovada alianza táctica.
Frente a los aranceles y las amenazas estadounidenses de ocupación de Groenlandia o del Canal de Panamá tanto la UE como China buscan estabilidad en el comercio global y la diversificación de cadenas de suministro. El ejemplo de DeepSeek, como IA de bajo coste, bajo consumo y, sobre todo, de código abierto, señala hasta qué punto pueden ser sinérgicos los intereses y necesidades europeas en materia de la siempre controvertida inteligencia artificial y la propuesta china, más aún ante la posición política y comercial del tecno-feudalismo liderado por Elon Musk.
Y aunque, dada la poca información al respecto, a muchos les sorprenda, coincidimos ya más con China en el análisis sobre la pertinencia de un ecosistema de cooperación geopolítica y gobernanza global multipolar que con la actual administración Trump. De hecho, la respuesta a esta nueva coyuntura, donde EEUU se muestra más como amenaza que como aliado, debería hacernos abordar nuestra posición ya no sobre China, sino sobre Eurasia como concepto y espacio geoeconómico y geopolítico.
Europa debe dejar de verse como un actor simplemente occidental, asumir su rol dentro de Eurasia y comprender la potencia geoeconómica y geopolítica que podría tener una realidad euroasiática correctamente articulada. China, India o Turquía tratan de potenciar diariamente su influencia en Eurasia. Y la Unión Europea debe adaptarse a este cambio y decidir cómo participar en la configuración del nuevo orden global, pensándose como actor euroasiático.
No se trata, en definitiva, de cambiar vasallaje ante EEUU por dependencia de China, sino de bascular para garantizar, además de nuestros intereses como sociedades, el equilibrio en el mundo frente al orden internacional sin reglas que proponen Netanyahu o Trump.
El mundo gira hacia oriente. La era de dominio absoluto de Occidente está llegando a su fin. Y en ese contexto, Eurasia señala un camino. Un camino que, en alianza con América Latina y otros países del sur global, debería hacer pensar a Europa su papel y su relación con China en un mundo donde está cambiando el baricentro de la política y la economía global. Y donde esas nuevas alianzas son claves no solo para nuestra economía y bienestar, sino para las dos principales necesidades existenciales que tenemos como sociedad: la lucha contra el cambio climático y la paz global."
(Antón Gómez-Reino, Observatorio de la política china, 22/02/25)
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