31.7.25

El gobierno directo de los oligarcas no tiene precedentes históricos en las democracias... el Gobierno de Trump incluye a ocho multimillonarios. Ya no necesitan presionar a través de lobbies, comprar el acceso al poder ni comprar influencia: son ellos quienes reciben las presiones, ya tienen acceso al poder y ya tienen la capacidad de decidir. Y su plan es llevar a cabo una transformación revolucionaria de las relaciones entre el Estado y la sociedad: librarse de las cargas fiscales y regulativas y aumentar todavía más los ingresos que se llevan... ¿Cómo puede terminar todo esto? Una posibilidad es que los republicanos ganan las elecciones de medio mandato de 2026, después las de 2028, y dan paso a un régimen oligárquico... el poder de Trump será despótico en el sentido que le da Montesquieu a este término: su voluntad, incluidos sus caprichos, será la ley... sí puedo imaginar que las elecciones vayan precedidas de una ola de represión e intimidación, que se acompañen en algunos lugares de violencia descentralizada y de fraude, y que cada victoria marginal de los demócratas sea impugnada en los tribunales... otra posibilidad es que los republicanos no aceptarán una derrota, ni en las elecciones de mitad de mandato ni en 2028, y generarán algún acontecimiento como el incendio del Reichstag, que utilizarían como pretexto para declarar el estado de emergencia e intentar imponer su dominio por la fuerza. Las posturas partidistas de los organismos armados, incluidas las fuerzas armadas, serán entonces decisivas... Así que solo me queda decir: “Lo que tenga que ser, será” (Adam Przeworski)

 "Primera quincena de julio

Desigualdad política

He aquí una cita de un artículo excepcional de Timothy Noah, publicado en The New Republic el 19 de junio de 2025 : “En un artículo posterior, publicado en 2014, Page y Seawright se centraron en los multimillonarios. Tras señalar que estudios anteriores demostraban que la influencia política era proporcional a la riqueza, calcularon, de una manera que ellos mismos admitieron ser especulativa, que cada miembro de la lista Forbes 400 ejercía 59.619 veces más. influencia política que el miembro medio del 90% con menores ingresos”.

La democracia es un sistema político en el que todos los ciudadanos cualificados (“cualificados” por tener una edad mínima y algunas exclusiones específicas de menor importancia cuantitativa) tienen los mismos derechos formales para ejercer influencia política. Todos los ciudadanos son iguales porque son anónimos; como ciudadanos, no tienen cualidades. No son ricos ni pobres, hombres ni mujeres, altos ni bajos, blancos ni negros. Cualesquiera que sean sus cualidades, cualesquiera que sean los rasgos que los sitúan en la sociedad, son irrelevantes para ser ciudadano. Pero esto significa que el anonimato es un velo que cubre las desigualdades que existen en cualquier sociedad. Los ciudadanos son formalmente iguales porque son anónimos, pero son efectivamente desiguales debido a los rasgos que realmente tienen. A menudo encuentro que hay poco que añadir al diagnóstico que hizo Karl Marx en 1844: “El Estado suprime, a su manera, las distinciones de nacimiento, rango social, educación y ocupación, cuando declara que el nacimiento, el rango social, la educación y la ocupación son distinciones apolíticas, cuando proclama, sin tener en cuenta estas distinciones, que todos los miembros de la nación son participantes iguales en la soberanía nacional (...) Sin embargo, el Estado permite que la propiedad privada, la educación y la ocupación actúen a su manera, es decir, como propiedad privada, como educación, como ocupación, y ejerzan la influencia de su naturaleza especial”.

La influencia del dinero en la política es la maldición de la democracia.

La influencia del dinero en la política es la maldición de la democracia. Parte de ella surge porque para poder actuar en la política se requieren unas condiciones materiales mínimas y algunas personas no las tienen. J. S. Mill pensaba que “unos salarios dignos y la alfabetización universal” son requisitos previos para un gobierno de la opinión pública. Pero la mayor parte de los resultados de ese tipo de gobierno es la consecuencia de acciones deliberadas de grupos de interés que compiten por la influencia política con recursos desiguales.

Estoy pensando en la desigualdad política porque el gobierno directo de los oligarcas no tiene precedentes históricos en las democracias. Por lo general, los gobiernos de las democracias se pliegan a las restricciones estructurales impuestas por la economía capitalista; están, en mayor o menor medida, legalmente abiertos a la influencia del dinero; y, a veces, son simplemente corruptos. En un libro clásico de 1967, The State in a Capitalist Society (‘El Estado en la sociedad capitalista’), Ralph Miliband recopiló datos que mostraban que las personas que ocupan cargos gubernamentales tienden a ser más ricas que sus electores. Pero la participación directa de las personas más ricas de un país en el gobierno es una novedad. En Estados Unidos, el Senado solía denominarse “club de millonarios”. Ahora, los millones han perdido su significado simbólico, el Gobierno de Trump incluye a ocho multimillonarios. Ya no necesitan presionar a través de lobbies, comprar el acceso al poder ni comprar influencia: son ellos quienes reciben las presiones, ya tienen acceso al poder y ya tienen la capacidad de decidir. Y su plan es llevar a cabo una transformación revolucionaria de las relaciones entre el Estado y la sociedad: librarse de las cargas fiscales y regulativas y aumentar todavía más los ingresos que se llevan.

Nueva York

El resultado de las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York es una bomba. Zohran Mamdani, un autoproclamado socialista, ha ganado en lo que alguien ha bautizado como “la capital del capitalismo”. La gran cantidad de dinero que recibió Cuomo, junto con el apoyo de los líderes más sórdidos del Partido Demócrata y las acusaciones de antisemitismo contra su rival han fracasado. Mamdani tenía ideas, Cuomo solo tenía “experiencia”, y las ideas han triunfado. No estoy afirmando que Mamdani ganara porque tuviera ideas, solo observo que ofrecía alguna esperanza para el futuro, mientras que Cuomo no ofrecía ninguna. La ciudad de Nueva York no es Iowa ni Georgia. Pero las elecciones de Nueva York han puesto de manifiesto algo evidente: las únicas ideas que ofrecen los demócratas provienen de su ala izquierda. El resto del partido está catatónico. Su liderazgo espera pacientemente a que Trump fracase, posibilitando de esta manera una nueva victoria republicana, mientras ellos, los líderes demócratas, asisten a bodas de multimillonarios.

Aunque tanto Schumer como Jeffries felicitaron a Mamdani por su campaña, ninguno de los dos lo respaldó para la segunda vuelta. ¿Están esperando a que Cuomo decida si se presenta como independiente? ¿Estarían dispuestos a apoyar a Adams contra Mamdani? Si lo hacen, el Partido Demócrata se dividirá de inmediato. Quizás sea aún peor: la participación entre los jóvenes de 18 a 24 años casi se triplicó en comparación con las primarias de 2021 y los jóvenes que habían encontrado alguna esperanza en Mamdani abandonarán a los demócratas para siempre. Algunos de los miembros de la Cámara de Representantes del norte del estado de Nueva York condenaron de inmediato a los votantes de la ciudad por haber votado a Mamdani. Las lecciones de la historia sugieren que el establishment demócrata puede tener razón: quizás no decir ni hacer nada sea lo mejor que pueden hacer electoralmente. Pero, como descubro una y otra vez, estos son tiempos sin precedentes y creo que una de sus características sin precedentes es que todo vale. Trump habría sido un político irrelevante en tiempos normales. Sin embargo, rompió el dique: su uso del lenguaje es responsable de ampliar el espectro de posiciones políticas aceptables, tanto en la extrema derecha como en la izquierda. Trump ya llamó a Mamdani “lunático comunista al 100%”. Así que ahora los lunáticos comunistas están ganando las elecciones en Estados Unidos.

Cabe preguntarse si los éxitos electorales de los partidos situados en un extremo del espectro político indican que todo el espectro se ha movido en la misma dirección, o si anuncian que la gente está buscando cualquier tipo de solución que no se haya probado en el pasado. Las pruebas de las que disponemos apuntan a la primera respuesta: los estudios sobre los programas electorales europeos muestran que, cuando la derecha se movió hacia la derecha, los partidos de centroizquierda la siguieron. Pero aquellos eran tiempos en los que la distribución de las preferencias de los votantes era unimodal y bastante simétrica. Para ganar las elecciones, los partidos tenían que moverse en la dirección en la que se movían los votantes centristas (técnicamente, el votante mediano). Pero, ahora, las distribuciones de las preferencias de los votantes son bimodales y el centro se está reduciendo. Pidiendo disculpas por adelantado a mis colegas profesionales que han estudiado la polarización con todo el rigor necesario, tengo una intuición general sobre por qué en tantos países se está erosionando el centro político. La analogía que se me ocurre es la de un paciente con cáncer que consulta a varios médicos, todos los cuales le informan de que poco pueden hacer por él, y luego encuentra a uno que le vende un remedio milagroso con la promesa de que se curará. No tiene nada que perder y, según la teoría de los marcos (framing theory), lo único que quiere es evitar las pérdidas, así que se traga la píldora mágica. Durante décadas, la gente votó a partidos de centroderecha o centroizquierda, estos se alternaron en el poder y la vida de la gente común siguió igual. Las victorias de Trump en EEUU, Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina demuestran que, cuando la gente está desesperada, está dispuesta a aferrarse a un clavo ardiendo, sea cual sea. Como dijo un conductor de Uber de Río de Janeiro a un periodista del New York Times: “Ves esta decadencia, esta crisis moral, estos políticos que roban y no hacen nada por nosotros. Estoy pensando en votar a alguien completamente nuevo”. Cuando la gente no tiene nada que perder, solo quiere un “cambio”. Si esto es cierto, el “socialismo” es una apuesta tan buena como el MAGA. El triunfo de Mamdani, aunque numéricamente insignificante a nivel nacional, puede ser una oportunidad para alternativas con visión de futuro frente a la extrema derecha. Ofrece a los jóvenes un atisbo de esperanza. Puede transformar la resistencia y la protesta contra Trump en una visión de futuro.

Segunda quincena de julio

Recuerdo una vieja canción de Doris Day:

Que será, será

Será lo que deba ser

El futuro está por ver

Que será, será

Lo que deba ser

Sigo obsesionado con nuestra capacidad para predecir el futuro. Quiero saber qué pasará con las personas que me sobrevivan. Pero también por razones puramente intelectuales: quiero entender por qué se nos da tan mal hacer predicciones. En retrospectiva, creemos entender por qué la historia tomó un rumbo determinado: he pasado buena parte de mi vida académica explicando patrones históricos y creía entender al menos algunos de ellos. Sin embargo, como ya conté anteriormente, hace unas semanas le pregunté a un amigo, un renombrado politólogo, qué esperaba. Su respuesta fue: “Depende del tiempo”. Así me encuentro: cada vez que creo saber qué sucederá, hablo con alguien y mis expectativas cambian. Así que tal vez “el futuro no es nuestro”. Sin embargo, seguimos intentando verlo.

Quiero entender por qué se nos da tan mal hacer predicciones

Samuel Huntington, que se convirtió a posteriori en el gurú de la “tercera ola” de transiciones a la democracia, publicó en 1984 un artículo en el que afirmaba que la caída del comunismo en Europa del Este era imposible. Jean Kirkpatrick, asesora de seguridad nacional de Reagan, hizo pública la misma afirmación en 1987. Juan Linz escribió lo mismo en 1989 y tuvo la mala suerte de que, cuando se publicó su libro un año después, todo había terminado.

En este punto, me atrevo a reivindicarme. En 1987, llegué a la conclusión de que algo grande estaba sucediendo en Europa del Este. En 1988, en una reunión en Brasil y en otro simposio en Montreal, hablé sobre las transiciones del comunismo al capitalismo en Europa del Este. Me echaron de la sala a gritos, me acusaron de idiota, de enemigo de clase y de todo lo demás. Mi intuición, que era lo único que tenía, no se basaba en ninguna lección de la historia, ni en ningún conocimiento sistemático, sino simplemente en una conversación que había mantenido un año antes mientras paseaba por las calles de Varsovia con un amigo que era un destacado comunista. En un momento de la conversación, me dijo: “Sabes, estamos pensando en celebrar elecciones competitivas a nivel local”, a lo que yo respondí instintivamente: “Pero perderéis”. Su respuesta fue: “No importa si ganamos o perdemos, sino lo que perdemos”. Se refería a que, mientras lo que estuviera en juego en las elecciones fuera limitado, mientras no estuviesen en juego la vida, la libertad y el sustento, y mientras los comunistas pudieran competir libremente en futuras elecciones, estaban dispuestos a competir y a perder.

Esta conversación orientó mi trabajo académico durante varios años. Pero también traté de analizar la lógica de las reformas iniciadas por los comunistas y llegué a la conclusión de que eran una pendiente resbaladiza. Al leer a los economistas soviéticos, pensé que no se puede introducir el mercado en una parte de la economía y fijar arbitrariamente los precios en otros sectores. Cuando se empieza a hacer lo que Gorbachov y su equipo de reformistas planeaban hacer, no hay forma de justificar el resto del modelo económico comunista. Una vez que das el primer paso, tienes que seguir adelante. Es la “teoría de la bicicleta”: si no sigues pedaleando, te caes.

He hecho este repaso porque estoy tratando de comprender qué se necesita para predecir el futuro. En el caso de la caída del comunismo, extraer lecciones de la historia –que es en lo que se basaron Huntington, Kirkpatrick y Linz– resultó ser engañoso. En cambio, una vaga intuición combinada con algo de lógica resultó ser acertada. Sin embargo, tras leer varias memorias del período entre 1930 y 1938 en Alemania, me llamó la atención que nadie, desde políticos eminentes hasta amas de casa corrientes, predijera lo que acabaría sucediendo. Incluso en Chile, donde a finales de la primavera de 1973 todo el mundo sabía que el golpe era inminente, nadie esperaba que fuera tan sangriento y que la dictadura durara 16 años: la predicción más habitual era que los militares derrocarían a Allende, lo enviarían a Cuba, anunciarían nuevas elecciones que ganarían fácilmente Eduardo Frei, y eso sería todo.

En todas estas situaciones –el comunismo, Alemania, Chile– simplemente no teníamos una teoría en la que basarnos. No teníamos una ciencia que generara predicciones válidas, ni siquiera que atribuyera probabilidades a los posibles resultados, a los cursos de la historia. Como han argumentado King y Zheng, el aprendizaje inductivo del pasado funciona cuando las condiciones actuales se asemejan a las que se dieron varias veces en el pasado. Pero extraer lecciones de la historia solo funciona si identificamos correctamente las condiciones relevantes y –esto es lo que aprendí de algunos análisis estadísticos que presenté anteriormente– las combinaciones de dichas condiciones. Necesitamos teoría: proposiciones lógicamente interconectadas que digan que “si esto y aquello, entonces esto”, siendo esto último observable. El hecho brutal de que nos resulte tan difícil predecir lo que sucederá en nuestras circunstancias actuales es una prueba de que no tenemos teorías en las que basarnos. La economía se basa en “previsiones”, cuya fiabilidad disminuye drásticamente a medida que aumenta el horizonte temporal para el que se realizan. La ciencia política cuenta con una elaborada teoría que predice los resultados de las elecciones, pero, al menos en Estados Unidos, solo resulta fiable después del Día del Trabajo (el 1 de septiembre, cuando quedan menos de tres meses para las elecciones). En ausencia de una teoría, sólo podemos basarnos en conjeturas, intuiciones o suposiciones.

Esta es nuestra situación actual. Pero no puedo evitar especular. Ya lo he hecho antes, por lo que parte de lo que sigue es repetitivo, aunque ha sido actualizado con la información más reciente. Adelanto mi conclusión: en estos momentos, veo las elecciones de mitad de mandato como la única posibilidad de echar arena en las ruedas del MAGA. Si los republicanos mantienen el control de ambas cámaras, el poder de Trump será despótico en el sentido que le da Montesquieu a este término: su voluntad, incluidos sus caprichos, será la ley. Si los demócratas ganan al menos una cámara, los conflictos no terminarán, pero su resultado será aún más incierto.

La economía es objeto de previsiones. He analizado las seis más recientes, de Namura, Barclay, BNP, Deloitte, Conference Board y la OCDE. El rango de previsiones de crecimiento del PIB para 2025 es del 1,4% al 1,7%; para 2026, del 1,3% al 1,6%. El rango de la inflación subyacente es del 3,0% al 3,9% en 2025, mientras que todos esperan que sea del 3,2% en 2026. Las previsiones sobre el mercado laboral apuntan a un ligero aumento del desempleo y a un ligero descenso de la creación de empleo. Si bien todas estas expectativas son peores que las de los dos últimos años de Biden, ninguna es catastrófica. Las previsiones más sombrías se refieren al sector inmobiliario: se espera que los tipos de interés de los préstamos a 30 años se mantengan en casi el 7%, que la construcción de viviendas siga cayendo y que los precios continúen altos. Aun así, una encuesta realizada por Teneo entre directores financieros de grandes empresas muestra que el 53% de ellos espera que la economía estadounidense mejore en la segunda mitad de 2025; el índice de confianza de los consumidores se está recuperando de un mínimo histórico y el mercado bursátil no se está derrumbando. Por lo tanto, aquellos que esperaban que la economía mejorara con Trump deberían estar decepcionados, pero también deberían estarlo aquellos que creían que la economía se iba a hundir. La economía no está funcionando bien, las expectativas positivas se han visto frustradas, pero ha habido muchos periodos como este, por lo que las previsiones no apuntan a nada dramático.

Hace unos días, la valoración global de Trump era del 42% a favor y del 54% en contra según The Economist, del 44% al 52% según el NYT, y del 44,7% al 51,0% según el estadístico y escritor Nate Silver. Las tres fuentes muestran que su popularidad actual se encuentra en su nivel más bajo desde que asumió el cargo. Si vamos a políticas concretas, la valoración más negativa es la de la sanidad; en general, la valoración es negativa en todos los aspectos económicos, en particular la inflación, que es lo que más preocupa a los encuestados. Sorprendentemente, ahora también obtiene valoraciones netas negativas en materia de inmigración. Según Silver, su aprobación neta en materia de inmigración ha descendido desde un máximo de +11,1 puntos el 6 de marzo hasta -6,5 en la fecha más reciente. Por lo tanto, en estos momentos Trump no obtiene valoraciones netas positivas en ninguna cuestión.

En estos momentos Trump no obtiene valoraciones netas positivas en ninguna cuestión

Esto es lo que observamos. Ahora pasemos a la teoría. Si bien la creencia predominante es que las condiciones económicas, en particular la inflación, son un buen indicador de los resultados electorales, existen todo tipo de matices. Las previsiones económicas resumidas anteriormente no ofrecen una predicción sólida. Excepto en los años posteriores a la covid, las tasas de inflación previstas para el resto del periodo 2025 y para 2026 son algo superiores a la media histórica, pero no mucho. Los datos sobre el crecimiento de los ingresos son algo inferiores a su media histórica, pero tampoco mucho. A su vez, el hecho de que la aprobación general de Trump siga siendo claramente superior a la de todas sus políticas concretas indica que su base de apoyo es sólida. Creo que esto es todo lo que podemos deducir de la información actual.

Estos son los datos tangibles, pero ahora tenemos que entrar en el terreno de las especulaciones. ¿Cuál es el tamaño de la base principal de Trump, es decir, las personas que lo apoyarán pase lo que pase? Trump sigue contando con el apoyo del 42-45% de los encuestados. Estas cifras han cambiado muy poco desde mediados de abril: sus puntuaciones netas disminuyeron principalmente debido a un aumento de la desaprobación. He hecho una apuesta sobre si su aprobación descenderá por debajo del 38% a finales de 2025, y yo apuesto a que no. G. Elliot Morris, en su Substack, estima que los “republicanos acérrimos” son tan solo el 25%. Me parece una cifra demasiado baja, pero no sé cómo estimarla. Además, no hay que dar por sentado que el descontento con Trump vaya a beneficiar automáticamente al Partido Demócrata, que sigue catatónico. Pero es cierto que las personas que votan en las elecciones de mitad de mandato suelen tener un nivel educativo más alto que las que votan en las presidenciales, lo que debería favorecer a los candidatos demócratas. Por último, las elecciones extraordinarias que se han celebrado aquí y allá en los últimos seis meses han sido buenas para los demócratas. Por lo tanto, estoy dispuesto a creer que los republicanos perderían la Cámara de Representantes y quizás incluso el Senado en las elecciones de mitad de mandato, si se celebran y si son limpias. (Nota: no me gusta que se describan las elecciones como “justas”, porque siempre se celebran según unas normas y todas las normas influyen en sus resultados).

Ahora bien, sigo sin poder imaginar que Trump no celebre las elecciones previstas. En cambio, sí puedo imaginar que las elecciones vayan precedidas de una ola de represión e intimidación, que se acompañen en algunos lugares de violencia descentralizada y de fraude, y que cada victoria marginal de los demócratas sea impugnada en los tribunales. No sabemos si esto será suficiente para parar la involución. La experiencia de los “retrocesos democráticos” en otros países indica que, de alguna manera, los candidatos autoritarios logran ganar las elecciones a nivel nacional, pero también que sufren derrotas en algunas elecciones locales, como ha sucedido en Budapest, Varsovia, Ankara y Estambul. Así que tal vez Trump no pueda impedir que Mamdani gane, pero aún así puede ganar las elecciones legislativas. La cuestión es si Trump puede ganar, dado el tamaño de su base principal y todas las palancas del poder en manos del Gobierno federal. Hay una famosa anécdota sobre el antiguo dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, que le dijo a su oponente derrotado: “Tú ganaste las votaciones, pero yo gané el recuento”. Así pues, la celebración de las elecciones es otra fuente de incertidumbre.

Hace unas semanas sostuve que los demócratas poco podrán hacer si ganan la Cámara de Representantes o incluso el Senado. Pero sigo pensando que las elecciones de mitad de mandato son un momento decisivo. Quizás sea porque veo pocas fuerzas políticas que puedan frenar a Trump. Las disensiones dentro de la Casa Blanca generan caos, pero no parálisis; los republicanos que no apoyan el MAGA en el Congreso están lo suficientemente intimidados como para mantenerse retirados; y el Tribunal Supremo no hace nada para limitar la discrecionalidad de Trump. La única resistencia visible proviene de los gobernadores de los grandes estados azules (demócratas), por lo que la cuestión del federalismo podría ser cada vez más relevante.

Si los republicanos ganan ambas cámaras, no quedará ninguna fuerza de resistencia. El gobierno de Trump será despótico. Sin embargo, si los demócratas consiguen el control de la Cámara de Representantes, podrán investigar al ICE, atraer la atención pública hacia la corrupción de los funcionarios de la administración y asustar a los republicanos que aún conservan escaños marginales, lo que tal vez debilite el control de Trump sobre el partido. Puede que no sea más que arena en las ruedas del poder, pero galvanizaría la perspectiva de que los republicanos pierdan las elecciones presidenciales de 2028.

Se puede especular aún más y preguntarse cuál sería la reacción de las tropas de MAGA ante una derrota electoral. Se juega mucho, tanto ideológica como personalmente. Dado lo que creo sobre las condiciones para que las elecciones sean pacíficas, no creo que acepten la derrota sin protestar. De hecho, ya vimos lo que pasó en enero de 2020. Por lo tanto, en mi opinión, la victoria republicana en las elecciones de mitad de mandato sería la final, pero su derrota solo intensificaría el conflicto.

Más allá del futuro inmediato, la pregunta que se cierra es “¿cómo puede terminar todo esto?”. Una posibilidad es clara: los demócratas ganan las elecciones presidenciales y al Congreso de 2028, desmantelan el aparato represivo, intentan restaurar selectivamente los programas y servicios sociales esenciales, y volvemos a la “normalidad”. Hay otra posibilidad: los republicanos ganan las elecciones de mitad de mandato de 2026 y las elecciones de 2028, y dan paso a un régimen oligárquico y represivo por un futuro indefinido. Trump podría morir mientras tanto, lo que afectaría a las probabilidades de estos resultados, pero, sea quien sea su sucesor, estos resultados seguirían estando determinados por el ciclo político que establecieron las instituciones. Todos los demás resultados serán más dramáticos y sin precedentes en la historia de Estados Unidos. Uno de ellos es que los republicanos no aceptarán la derrota, ni en las elecciones de mitad de mandato ni en 2028, o generarán algún acontecimiento como el incendio del Reichstag, que utilizarían como pretexto para declarar el estado de emergencia e intentar imponer su dominio por la fuerza. Las posturas partidistas de los organismos armados, incluidas las fuerzas armadas, serán entonces decisivas. Por último, también es posible que la popularidad de Trump caiga a niveles muy bajos, que las protestas callejeras alcancen decenas de millones de personas y que los republicanos, liberados del control de su líder, busquen algún tipo de compromiso.

Ahora, al darme cuenta de que estoy dando vueltas una y otra vez a las mismas incertidumbres, es hora de dejarlo, al menos por un tiempo. No veo que podamos avanzar en la predicción del futuro hasta que se resuelva alguna incertidumbre. Las previsiones económicas son bastante fiables en el plazo de un trimestre, mientras que las predicciones electorales se consolidan unos dos meses antes de la fecha prevista para las elecciones. Por lo tanto, a menos que se produzcan acontecimientos aleatorios importantes, lo único que puedo hacer es esperar. He sido politólogo durante más de 60 años, sé algo de economía y algo de sociología. Tuve algunas buenas corazonadas sobre lo que iba a pasar en otros dos países en los que viví. Y, sin embargo, no tengo más claro que nadie el futuro de Estados Unidos. Así que solo me queda decir: “Lo que tenga que ser, será”.· 

(Adam Przeworski , CTXT, 27/07/2025

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