"(...) El migrante tiene que dejar de presentarse como un pobre ser digno de conmiseración cristiana por el sufrimiento vivido en una patera, para asumirlo como lo que es: un trabajador más, como el resto de nosotros.
Es significativo que a la hora de abordar el fenómeno migratorio las voces progresistas subrayen el enfoque humanitario y multicultural, obviando por completo la única característica que fusiona, al de fuera y al de dentro, en un nosotros común: la condición de trabajadores, con independencia de su procedencia, creencias, color de piel o situación administrativa. Es obvio que, a la vista de tragedias como las que se viven en el Mediterráneo, hay circunstancias que siguen haciendo imprescindible exigir el total respeto a los derechos humanos, sobre todo cuando vemos cómo día a día son más cuestionados por los gobiernos y los acuerdos de la Unión Europea. Pero mantener la imagen del migrante como víctima acaba consolidando un racismo humanitario y paternalista que lo infantiliza, lo convierte en dependiente perpetuo y lo mantiene en la otredad; un imaginario que, aunque invertido, tiene más en común con el discurso ultra de lo que parece.
Buena prueba de ello son algunos de los argumentos esgrimidos contra las deportaciones anunciadas por Vox. Especialmente esa réplica, aparentemente incuestionable, utilizada por voces progresistas en las redes sociales: si se deporta a 8 millones de migrantes, ¿quién trabajara en el campo, en el servicio doméstico y en el cuidado de “nuestros” mayores? El argumento es demoledor pues, en última instancia, justifica que, en pleno siglo XXI, haya colectivos de trabajadores en España a los que se puede someter a abusos insoportables. No importa que se explote a estos trabajadores, nos vienen a decir, siempre que se haga, eso sí, sin discriminarlos ni perseguirlos por su raza, creencia, género o inclinación sexual.
Por eso el reto de la inmigración no es su integración (¿qué es integrarse? ¿comer jamón? ¿ir a misa el domingo? ¿hacerse fallero en Valencia?) sino su inclusión en ese nosotros común. El migrante tiene que dejar de presentarse como un pobre ser digno de conmiseración cristiana por el sufrimiento vivido en una patera, para asumirlo como lo que es: un trabajador más, como el resto de nosotros, y como tal, con los mismos derechos. Uno más de los muchos y plurales compañeros que necesitamos en la lucha por unos trabajos dignos, una educación y una sanidad pública de calidad, un derecho de todos a la vivienda; el combate, en suma, por una sociedad más libre, justa, democrática e igualitaria.
Pero para ello, la izquierda debe creer firmemente en que ese nosotros existe. O al menos es posible."
(José Manuel Rambla, El Viejo Topo, 31/07/25)
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