10.9.25

Los actuales dirigentes de las democracias occidentales, en general, suelen ser impopulares. El descontento con el gobernante también alimenta la abstención, los partidos nuevos, el voto nulo o a actores extrasistémicos... la gobernabilidad se vuelve mucho más complicada. Francia es el último ejemplo... el retrato de la política occidental señala que algo profundo está cambiando, y en todas partes... la aparición constante de líderes nuevos con un punto de insurgencia, cuando no antiestablishment, es producto de las dinámicas occidentales. El votante está buscando caminos de salida a situaciones que entiende muy negativas y busca fórmulas diferentes... La incapacidad de las opciones políticas para generar confianza entre las poblaciones provoca que el voto se reparta en tres direcciones: la de sectores politizados, cada vez más reducidos en número, y cada vez más enfrentados; una masa de la población que no cree en la política, que vota a la opción que percibe como el mal menor y que se alejará de los nuevos gobernantes rápido; y la de la abstención... Argentina y Francia son interesantes porque muestran los espacios por los que la política se rompe. En Francia, los sectores populares, en especial los de fuera de las grandes ciudades, eligen a la derecha lepenista. Ocurre igual con clases medias bajas. En las elecciones de Ciudad de Buenos Aires, celebradas en mayo de este año, las clases populares que habían apostado por Milei en las presidenciales se alejaron rápidamente de él. En Provincia de Buenos Aires, los peronistas vivieron su mayor avance entre las clases medias bajas, que notaron mucho los ajustes. Son los sectores que más sufren con la presión económica los más dados a buscar nuevas opciones, a izquierda o derecha... Los demócratas estadounidenses comenzaron a perder las elecciones al no reconocer la brecha abierta entre la macro y la micro. A Milei le ocurrió igual, porque insistía en que las cosas se estaban arreglando por arriba, pero en el medio y por abajo se percibe de una manera muy distinta. En Francia, que saben lo que supone un presupuesto restrictivo al tiempo que se aumenta el gasto en defensa, ambos lados del espectro político hacen muy complicada la gobernabilidad. Este es un elemento esencial que también causará problemas a Trump (Esteban Hernández)

 "Los actuales dirigentes de las democracias occidentales, en general, suelen ser impopulares. Gobernar suele desgastar, pero en los últimos años bastante más, al parecer. Una diferencia respecto de tiempos no tan lejanos es que la caída en el aprecio popular de un presidente no alimenta de modo directo a los líderes opositores. Lo que antes se parecía bastante a un juego de suma cero, ahora recorre caminos más tortuosos. El descontento con el gobernante también alimenta la abstención, los partidos nuevos, el voto nulo o a actores extrasistémicos. No solo los opositores sacan partido. La fragmentación se multiplica, la gobernabilidad se vuelve mucho más complicada. Francia es el último ejemplo.

Las dificultades para generar estabilidad política dependen de varios factores, y el sistema electoral es muy relevante para ese objetivo. Allí donde se fomenta que los partidos pequeños tengan representación parlamentaria, la fragmentación es mayor, lo que conduce a complicados acuerdos poselectorales. España es un ejemplo evidente. Pero un sistema que favorece que “el ganador se lo lleve todo” tampoco es garantía. En el Reino Unido, los últimos años han consistido en el ascenso abrumador de los tories y su declive, el auge de Starmer y su pérdida de popularidad casi inmediata, con Farage asomando por el horizonte. Tampoco en los países donde los acuerdos entre partidos parecen sólidos, como Alemania, la inestabilidad desaparece; Scholz tuvo que sobreponerse a muchos obstáculos creados por sus socios, y a Merz le está creciendo AfD; veremos cómo reaccionan sus aliados. En definitiva, el retrato de la política occidental señala que algo profundo está cambiando, y en todas partes.

El plan B

El caso argentino, por más que pueda parecer ajeno a la política europea, muestra algunas de las constantes electorales de los últimos tiempos. Los resultados de los comicios del pasado domingo en Provincia de Buenos Aires, territorio en el que reside casi el 40% de la población del país, ofrecen algunas enseñanzas.

Han sido elecciones con nombres propios: el del ganador, Axel Kicillof, y el del perdedor, Javier Milei. Partían de momentos muy diferentes. Kicillof se había rebelado contra su partido cuando decidió separar las elecciones de Provincia de Buenos Aires del resto de legislativas, que tendrán lugar el 26 de octubre. Ni Cristina ni Máximo Kichner eran partidarios de ese movimiento y presionaron para que no se produjera. Kicillof ganó el pulso. Le salió bien, si no muy bien.

Kicillof se ha convertido en el candidato peronista. Si su partido prefiere a otro, tendrá que derribarle del pedestal

El gobernador de la provincia de Buenos Aires pertenecía a la segunda fila del peronismo, y era considerado por los suyos como demasiado controvertido para optar a una candidatura presidencial. Kicillof había advertido al establishment de su partido de que no podían ser como las viejas bandas de rock, que repiten los mismos éxitos una y otra vez. Algunas estrellas de rock siguen llenando estadios, pero de esa clase quedan muy pocas; la gran mayoría de las bandas actúan en pequeñas salas porque el público que quiere escuchar las viejas canciones es cada vez más reducido. CFK creyó que el peronismo continuaría llenando estadios solo con adaptar un poco el sonido de las canciones a los tiempos, y su partido apostó por Sergio Massa como candidato, un perfil moderado. Kicillof aseguró que era la hora de grabar nuevas canciones. Le ignoraron, y ahora suenan mucho más los nuevos temas que los viejos éxitos.

Milei fue capaz de llevar una música completamente distinta a las derechas. El PRO, los macristas, aceptaron su subordinación al líder y optaron por concurrir a las elecciones bajo el paraguas de La Libertad Avanza. Habían sido convencidos de que LLA era la marca que producía éxitos, que el respaldo de Milei era su mejor baza y que los candidatos concretos importaban mucho menos. El presidente optó por encarar las elecciones como una confrontación personal y aseguró iba a poner el último clavo en el ataúd del peronismo. Los 13 puntos de ventaja que obtuvo Fuerza Patria han resonado con fuerza en la Casa Rosada.

El entorno de Provincias Unidas es la vía de salida para las fuerzas de la derecha en el caso de que Milei pierda tirón

El 26 de octubre se celebrarán las elecciones legislativas, en las que se elegirán 24 senadores y 127 de los 257 diputados. Serán interesantes por muchos motivos. Queda por constatar la capacidad de resistencia de La Libertad Avanza, cómo funciona el peronismo fuera de Buenos Aires y, muy especialmente, el papel que jugará el entorno de Provincias Unidas, la vía de salida para las fuerzas de la derecha en el caso de que Milei pierda tirón. El establishment argentino, lo que han denominado ‘el círculo rojo’, observa con atención. Nunca ha confiado en el presidente, y necesita un plan B. Kicillof observará muy atentamente, porque se ha convertido en el candidato peronista. Si para las presidenciales su partido quiere presentar a otro, tendrá que derribarle del pedestal, porque ya se ha subido a él.

Enfrentarse a los suyos

La llegada al poder de Milei y el auge actual de Kicillof reflejan una constante en la política occidental: los outsiders, los que vienen de fuera, o los que combaten a su partido, son quienes más posibilidad de éxito electoral poseen. Ha ocurrido más en la derecha que en la izquierda, pero esa es la tendencia. Boris Johnson resultaba un personaje risible y despreciado por los suyo cuando era alcalde de Londres, pero llegó al 10 de Downing Street; qué decir de Trump. Meloni venía de fuera del sistema y ahora es la presidenta. En Francia, Macron creó un nuevo partido y llegó al poder para evitar que lo tomase Marine Le Pen, otra figura que impuso nueva música al viejo grupo que lideraba su padre. Sánchez tuvo que enfrentarse a todos, empezando por su partido, y eso fue lo que llevó a la presidencia.

Esta aparición constante de líderes nuevos con un punto de insurgencia, cuando no antiestablishment, es producto de las dinámicas occidentales. El votante está buscando caminos de salida a situaciones que entiende muy negativas y busca fórmulas diferentes. Desde la crisis de 2008, las democracias occidentales están cada vez más fragmentadas y generan menos confianza. Valga el ejemplo que describe, respecto de Francia, Jérôme Fourquet: en junio de 2012, al inicio del mandato de Hollande, 21 de las 50 personalidades analizadas en aquel momento eran valoradas positivamente por un 50% de la opinión pública. En junio de 2017, con Macron recién llegado al gobierno, solo quedaban 8. Hoy, ninguna de las figuras políticas francesas llega a ese 50%.

Cuando crecen tanto el malestar con la política como el alejamiento de la misma, es lógico que los votantes busquen una promesa distinta

En un contexto en el que aumenta la insatisfacción con las instituciones, en el que crecen tanto el malestar con la política como el alejamiento de la misma, y en el que existe inseguridad respecto del futuro, es lógico que los votantes busquen una promesa distinta. La política antiestablishment crece en eficacia electoral.

Sin embargo, es difícil estar a la altura de lo prometido cuando se llega al poder. Muchas de las esperanzas activadas se esfuman. El primero en pagar ese precio fue Tsipras, y desde entonces, los vaivenes en los gobiernos han sido constantes. Gobernar suele ser sinónimo de perder.

El lugar por el que todo se rompe

El gobierno de Milei es otro ejemplo de poblaciones defraudadas. El líder de LLA llegó al poder prometiendo tiempos duros, lágrimas y sacrificio antes de la curación. Era previsible que, si transcurrían los meses y la situación no cambiaba favorablemente, la paciencia de quienes sufren los ajustes se agotara. Con un programa tan duro como el implantado, era inevitable que ese malestar apareciese en algún momento. Ha ocurrido antes de lo esperado, lo que debería ser una señal que el gobierno argentino tomase muy en cuenta. Sus declaraciones indican todo lo contrario: en la medida en que se responsabiliza de la derrota a una mala campaña, a problemas internos, al escándalo de corrupción de Karina Milei o a la negativa del pueblo argentino a premiar la buena marcha macro del país, es todavía más difícil que tome nota de la situación de fondo.

En las elecciones del domingo, los peronistas vivieron su mayor avance entre las clases medias bajas, que notaron mucho los ajustes

No es un problema del gobierno argentino. En Europa es inusual que un gobierno genere estabilidad. La incapacidad de las opciones políticas para generar confianza entre las poblaciones provoca que el voto se reparta en tres direcciones: la de sectores politizados, cada vez más reducidos en número, y cada vez más enfrentados; una masa de la población que no cree en la política, que vota a la opción que percibe como el mal menor y que se alejará de los nuevos gobernantes rápido; y la de la abstención.

Y todo esto ocurre cuando no hay centro al que regresar: no hay un espacio en el que se puedan crear consensos, como ocurría en décadas pasadas. Argentina y Francia son interesantes porque muestran los espacios por los que la política se rompe. En Francia, los sectores populares, en especial los de fuera de las grandes ciudades, eligen a la derecha lepenista. Ocurre igual con clases medias bajas. En las elecciones de Ciudad de Buenos Aires, celebradas en mayo de este año, las clases populares que habían apostado por Milei en las presidenciales se alejaron rápidamente de él. En Provincia de Buenos Aires, los peronistas vivieron su mayor avance entre las clases medias bajas, que notaron mucho los ajustes. Son los sectores que más sufren con la presión económica los más dados a buscar nuevas opciones, a izquierda o derecha.

Es natural. Por más que se insista en los números macroeconómicos, la economía cotidiana continúa siendo la dominante. Los demócratas estadounidenses comenzaron a perder las elecciones al no reconocer la brecha abierta entre la macro y la micro. A Milei le ocurrió igual, porque insistía en que las cosas se estaban arreglando por arriba, pero en el medio y por abajo se percibe de una manera muy distinta. En Francia, que saben lo que supone un presupuesto restrictivo al tiempo que se aumenta el gasto en defensa, ambos lados del espectro político hacen muy complicada la gobernabilidad. Este es un elemento esencial que también causará problemas a Trump, aunque EEUU, dado que es el país dominante, cuenta con posibilidades de las que los demás carecen.

Milei diseñó un programa idóneo para los acreedores, pero que causa mucho daño en los deudores. El retroceso político de los mileístas era cuestión de tiempo. Es también una señal para los tiempos europeos que vienen. Starmer ha llegado al gobierno con un tipo de gestión económica alineada con los mercados, pero eso no le libra de los riesgos. Francia afrontará complicaciones similares, así como España e Italia, porque la deuda volverá a ser un problema. La falta de equilibrio entre las necesidades de la población y las necesidades (ahora también geopolíticas) de los mercados son la causa primera de la inestabilidad. Sin solucionar ese desencaje, pocas cosas en la política actual tienen solución."

(Esteban Hernández, El Confidencial, 10/09/25)

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