9.10.25

Piketty: Seamos claros: si Europa no abandona urgentemente su religión de libre comercio, corre el riesgo de un desastre social e industrial sin precedentes. Y sin ningún beneficio para el planeta, todo lo contrario... el transporte internacional de mercancías provoca una contaminación específica (7% de las emisiones mundiales)... con el empeoramiento del calentamiento se deberían aplicar aranceles medios del orden del 15% a los flujos comerciales mundiales... Vamos al dumping social. Los salarios representan el 49% del producto interior bruto en China, frente al 64% en Europa. Esto sesga la competencia y requeriría aranceles compensatorios del orden del 15%. Se puede hacer un cálculo similar para el dumping fiscal, en particular en lo que respecta al impuesto de sociedades y a las ayudas estatales... el objetivo no es penalizar a China como tal, sino hacer que pague mejores salarios, en cuyo caso se acabaría el impuesto compensatorio. China no necesita acumular excedentes comerciales interminables: primero debe continuar su descarbonización (más avanzada que Estados Unidos, por ejemplo) y aumentar sus salarios y su demanda interna. A la larga, si Estados Unidos no influye en su trayectoria, Europa y China tendrán que imponerle importantes sanciones... Dos factores poderosos pueden llevar a Europa a cambiar de rumbo. Por un lado, las presiones sociales y políticas relacionadas con la nueva ola de destrucción de puestos de trabajo industriales que se avecina. Por otro lado, la necesidad urgente de ingresos fiscales para reembolsar el préstamo europeo de 2020 y financiar los nuevos gastos. Los derechos de aduana podrían contribuir a ello... Es hora de que la izquierda, en Europa y en el mundo, atienda la cuestión del comercio sostenible y justo, y ponga en marcha un ambicioso programa de acción

 "Ante la oleada de Trump, Europa, como otras partes del mundo, no tienen más remedio que repensar fundamentalmente su doctrina comercial. Seamos claros: si Europa no abandona urgentemente su religión de libre comercio, corre el riesgo de un desastre social e industrial sin precedentes. Y sin ningún beneficio para el planeta, todo lo contrario.

Para fijar sus aranceles, Donald Trump siguió una lógica estrictamente nacionalista (el superávit bilateral con los Estados Unidos) y bastante caótica, a medida que cambiaba de humor. Hay que hacer todo lo contrario: los derechos de aduana deben fijarse sobre la base de principios universalistas y predecibles.

La primera razón que justifica los derechos de aduana es que el transporte internacional de mercancías provoca una contaminación específica (7% de las emisiones mundiales). Los economistas han minimizado durante mucho tiempo este coste medioambiental al retener un valor reducido por tonelada de carbono (entre 100 y 200 euros). Pero el empeoramiento del calentamiento ha llevado a revisar estas cifras: ahora se estima que los costes derivados de las emisiones -catástrofes naturales, disminución de la actividad económica, etc.- se acercan en los 1.000 euros por tonelada, o incluso más, sin siquiera tener en cuenta la pérdida de bienestar y los costes no económicos. Al retener este valor, se deberían aplicar aranceles medios del orden del 15% a los flujos comerciales mundiales para tener en cuenta el calentamiento relacionado con el transporte de mercancías, con fuertes variaciones según las mercancías.

La segunda justificación de los derechos de aduana es el dumping social, fiscal y medioambiental. Algunos países aplican normas menos exigentes que otros, lo que permite a los productores con sede en estos territorios expulsar a sus competidores.

Concretamente, China representa ahora el 30% de las emisiones mundiales, de las cuales alrededor del 20% son emisiones exportadas (es decir, el 6% del total mundial). A 1.000 euros la tonelada, habría que aplicar unos derechos de aduana medios de alrededor del 80% a las exportaciones chinas para tener en cuenta este coste medioambiental. Si nos limitamos a las emisiones exportadas netas de las emisiones importadas, es decir, alrededor del 10% de las emisiones chinas (3% del total mundial), resultamos en derechos de aduana del orden del 40%.

No es un fin en sí mismo

Vamos al dumping social. Los salarios representan el 49% del producto interior bruto en China, frente al 64% en Europa. Esto sesga la competencia y requeriría aranceles compensatorios del orden del 15%.

Se puede hacer un cálculo similar para el dumping fiscal, en particular en lo que respecta al impuesto de sociedades y a las ayudas estatales.

Al igual que con el carbono, el objetivo no es penalizar a China como tal, sino hacer que pague mejores salarios, en cuyo caso se acabaría el impuesto compensatorio. China no necesita acumular excedentes comerciales interminables: primero debe continuar su descarbonización (más avanzada que Estados Unidos, por ejemplo) y aumentar sus salarios y su demanda interna. A la larga, si Estados Unidos no influye en su trayectoria, Europa y China tendrán que imponerle importantes sanciones.

En cualquier caso, los derechos de aduana no son un fin en sí mismos: podemos prescindir de ellos si se establecen acuerdos vinculantes para lograr los mismos objetivos. También pueden ser sustituidos por sanciones financieras específicas si parecen más eficaces. Los importes exactos deberán fijarse tras una deliberación democrática en profundidad, con total transparencia, idealmente en el marco de asambleas transnacionales.

Lo cierto es que las cantidades en juego son potencialmente muy importantes: entre el 50% y el 100% de los derechos de aduana para tener en cuenta las externalidades negativas relacionadas con el flete y el dumping. En comparación, el diminuto mecanismo europeo de ajuste de carbono en las fronteras está programado para obtener apenas 14 mil millones de euros al año, para 2030, es decir, el 2% de las importaciones chinas y el 0,5% del total de las importaciones extraeuropeas. Seamos honestos: esto no tendrá ningún efecto tangible en los flujos comerciales. Afirmar lo contrario conducirá a decepciones frustantes.

Necesidad de ingresos fiscales

Dos factores poderosos pueden llevar a Europa a cambiar de rumbo. Por un lado, las presiones sociales y políticas relacionadas con la nueva ola de destrucción de puestos de trabajo industriales que se avecina. Por otro lado, la necesidad urgente de ingresos fiscales para reembolsar el préstamo europeo de 2020 y financiar los nuevos gastos. Los derechos de aduana podrían contribuir a ello.

La principal dificultad es que Europa sigue profundamente comprometida con el libre comercio más absoluto. La Unión Europea reconoce, ciertamente, la importancia de trabajar por un desarrollo sostenible y equitativo, incluso en los artículos fundacionales de sus tratados. Pero, a la hora de actuar, se resiste a alejarse demasiado claramente del libre comercio absoluto, por temor a caer en una escalada proteccionista sin fin.

Este argumento de la caja de Pandora puede entenderse, pero no está exento de hipocresía (se utilizó hace un siglo contra cualquier forma de impuesto progresivo y, afortunadamente, ha sido superado), y sobre todo ya no se adapta en absoluto a los desafíos actuales.

Para salir de los bloqueos, tal vez sea necesario pasar por acciones unilaterales, ya que algunos países toman medidas nacionales para protegerse contra el dumping social y ambiental. A juzgar por el caso estadounidense, no se excluye que tal iniciativa provenga de la derecha y de los nacionalistas, lo que sería lamentable, porque la lógica de exclusión llevada por este sector político no resolverá los desafíos sociales ni aliviará los sentimientos de abandono que instrumentaliza para tomar el poder. Es hora de que la izquierda, en Europa y en el mundo, atienda la cuestión del comercio sostenible y justo, y ponga en marcha un ambicioso programa de acción."

(Thomas Piketty , Rebelión, 09/10/25)

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