4.11.25

229 sí; 7.291, ¿no? Lo que esperamos de las instituciones en las emergencias, que también pueden verse sobrepasadas, es que al menos, tienen que ser las que nos griten que salgamos del coche, las que nos avisen sobre lo que podemos hacer para salvar el pellejo en situaciones desesperadas, y las que distribuyan todas las ayudas que haya... Si las instituciones no sirven para eso es que no sirven y cuando es así es mejor que los que están al frente se vayan por dignidad... Es tan obvio y sencillo. Es tan dramático cuando no pasa... ¿Será que la torpeza de Carlos Mazón de no haber parado de mentir y mentir, de insultar a las víctimas, han nutrido un poder que ha ido creciendo y creciendo hasta derrocarlo?... ¿Por qué él, con 229 ahogados encima, está al borde del precipicio e Isabel Díaz Ayuso, con 7.291, nunca lo estuvo? El coraje de los valencianos que han estado, están y seguirán manteniendo la movilización, se merece un aplauso gigantesco... No ocurrió lo mismo con los 7.291 ancianos de los protocolos de la vergüenza de Madrid que su presidenta dejó morir ahogados y solos, sin asistencia sanitaria. ¿Nos tragamos aquello porque en otras comunidades autónomas también hubo ciertos abandonos de mayores no explicados? ¿Será que no somos tan poderosos? ¿Será que los medios de comunicación lo son más de lo que merecen y los de Madrid, financiados por su Administración, la apoyan incluso en lo imperdonable? ¿Será que entre todos permitimos el olvido? A pesar de que el tiempo lo anestesia todo, me confieso incapacitada para digerirlo (Marta Nebot)

 "(...) El miércoles pasado, 29 de octubre, el primer aniversario de la DANA, empecé el día sentada en un plató de televisión escuchando a una víctima que milagrosamente salvó la vida aquel fatídico día. Belén, que tiene casi mi edad, que tiene una melena salvaje canosa larguísima, que vino a la tele sin vestirse de domingo y hermosa, sin querer saber más de lo que sabe, sin exhibir su dolor, sin entender de política ni pretenderlo, contó sencillamente que se fue a casa algo antes de cumplir su horario porque su jefe les dijo que mejor así porque estaba lloviendo mal, que de repente el agua empezó a entrar en el coche y que ese coche, que sentía como su lugar seguro en mitad de la tormenta endiablada, empezó a moverse solo, a flotar incontrolable y que el agua no dejaba de entrar y entrar. Entonces, bloqueada, en shock por lo que estaba viviendo, por lo rápido que ocurría todo, vio a un señor subido al techo de una furgoneta que le gritaba que saliera como él por la ventanilla, que se subiera encima. Sal, sal, sal. Nunca olvidará a aquel hombre anónimo que fue el que hizo el milagro, el que le salvó la vida. 

Escuchándola pensé que aquella era la mejor metáfora de lo que esperamos de las instituciones en las emergencias, que también pueden verse sobrepasadas. Al menos tienen que ser las que nos griten que salgamos del coche, las que nos avisen sobre lo crucial y trascendente que podemos hacer para salvar el pellejo en situaciones desesperadas y las que distribuyan todas las ayudas que haya.  

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