"Lo que está creando Trump no es un mundo en paz, sino sometido. Cuando el presidente de EEUU habla cínicamente de lograr la paz mediante la fuerza está diciendo que para curar al enfermo hay que transmitirle más virus, está hablando de la paz de los cementerios
Donald Trump y el Nobel de la Paz: historia de una obsesión
En los últimos tiempos, estamos viendo pasar cosas en el escenario internacional que, si las hubiéramos visto en una película, las habríamos rechazado por inverosímiles. Una guerra de casi cuatro años de duración entre los dos mayores países de Europa -por superficie- que hasta hace poco más de tres décadas pertenecían a la misma estructura política. El crecimiento imparable de la ultraderecha o el neofascismo en países que fueron destruidos por ideologías similares hace apenas 80 años, incluida Alemania, y la ostentación pública de símbolos de aquella negra época. El exterminio sistemático de un pueblo, el palestino, transmitido por televisión en directo, sin que nadie en el mundo mueva un dedo por impedirlo. Y como guinda del pastel -o quizá como su levadura-, un presidente de la mayor potencia del mundo, Donald Trump, que actúa como un monarca absoluto del Ancien Régime, despreciando cualquier límite -legal o ético-, y tomando decisiones erráticas y caprichosas, como cuando decreta en el avión presidencial, por su única y santa voluntad, subir un 10% los aranceles a Canadá porque en una de sus televisiones regionales se ha emitido un anuncio que no le gusta.
Ahora resulta que el increíble Trump, que siempre alcanza acuerdos increíbles -aunque luego por alguna oscura razón nunca se cumplen-, y casi cada día logra cifras y resultados nunca vistos anteriormente e increíbles -que efectivamente son difíciles de creer-, nos anuncia que ha conseguido la increíble hazaña de acabar con ocho guerras y promover para todas ellas acuerdos de paz allí donde todos habían fracasado. Casi uno por mes de presidencia, asegura orgulloso, lo que inevitablemente le debería otorgar el reconocimiento como gran pacificador de la historia universal y hacerle merecedor del galardón correspondiente, es decir el premio Nobel de la paz, que le igualaría a su odiado -¿y envidiado?- antecesor, Barack Obama, al menos en ese aspecto. Las ocho guerras resueltas por el presidente estadounidense en tan poco tiempo serían: Camboya y Tailandia, Kosovo y Serbia, Congo y Ruanda, Pakistán e India, Israel e Irán, Egipto y Etiopía, Armenia y Azerbaiyán, Israel y Hamás.
Seguramente en su propia red, que el hombre al que The Washington Post documentó 30.573 mentiras en su primer mandato -21 por día- tiene la desfachatez de llamar Truth (verdad) Social, nadie va a discutir este éxito histórico, pero la realidad es muy distinta. En algunos de estos escenarios o no ha habido ninguna guerra o esta terminó hace mucho tiempo sin que fuera Trump el artífice de su final. Entre Serbia y Kosovo no había actualmente ninguna guerra, la guerra de Kosovo terminó hace 26 años, en 1999, con los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado, y Trump no ha logrado ningún acuerdo de paz, puesto que Serbia sigue sin reconocer la independencia de su antigua provincia. Entre Egipto y Etiopía no ha habido tampoco ninguna guerra, solo se trata de una tensión diplomática por la construcción de la Gran Presa Etíope del Renacimiento, inaugurada en septiembre, que tanto Egipto como Sudán consideran una amenaza a su seguridad hídrica. No ha habido ningún acuerdo y la tensión continúa.
La firma del Acuerdo de Washington entre la República Democrática del Congo y Ruanda para poner fin a las hostilidades en su frontera, iniciadas por el grupo rebelde M23, no ha traído la paz, los enfrentamientos armados siguen produciéndose igual que antes del acuerdo, aunque este sí que ha servido para que ambos países concedieran a EEUU acceso preferencial a los minerales estratégicos existentes en la zona. El pretendido papel mediador de Trump en el conflicto entre India y Pakistán por Cachemira -que por supuesto sigue sin resolverse- solo fue reconocido por el gobierno pakistaní, India desmintió que esa mediación hubiera existido, incluso emitió una protesta diplomática. Camboya y Tailandia alcanzaron en julio un acuerdo de alto el fuego en su conflicto fronterizo, con la mediación de Malasia, la única acción de Trump fue amenazar a ambas partes con aranceles, pero tampoco ha tenido mucho éxito puesto que ambas partes se acusan mutuamente de violar la tregua y el enfrentamiento continúa
La guerra intermitente entre Armenia y Azerbaiyán terminó en 2023, cuando este último país conquistó y abolió la República de Artsaj, y expulsó de allí a los armenios. Los líderes de ambos países acudieron a Washington donde se comprometieron a cesar las hostilidades, aunque no firmaron ningún acuerdo de paz y los enfrentamientos continúan. Lo que sí que obtuvo Trump es que se concediera a EEUU el derecho a construir un corredor a través de Armenia para conectar Azerbaiyán con su enclave de Najicheván, que dará lugar a una ruta corta y directa entre Turquía y el mar Caspio, controlada por Washington, para facilitar el tránsito entre Asia y Europa. En lo que respecta a la guerra entre Israel e Irán, no solo no ha terminado, sino que lo único que hizo Trump fue bombardear Irán en apoyo del ataque que había realizado previamente Israel sin que hubiera mediado agresión o provocación por parte de Teherán. Una violación en toda regla de la Carta de Naciones Unidas que solo permite responder a una agresión. El resultado es que la tensión entre ambos ha aumentado y los iraníes tienen más incentivos que antes para desarrollar la energía nuclear con fines militares
Pero la desvergüenza alcanza su máxima expresión cuando se jacta de haber llevado la paz al eterno conflicto entre Israel y Palestina, después de haber presumido públicamente de que había entregado a Netanyahu las mejores armas de EEUU y de felicitarle por haberlas empleado muy bien. El acuerdo para Gaza propuesto por Trump es colonialista y abusivo, exige a Hamás una rendición incondicional, impide a los gazatíes acceder a su autogobierno, no establece plazos ni exigencias de una retirada israelí, ni ofrece garantías, no ya de una paz que está aún más lejana, ni siquiera de un alto el fuego consistente. Desde su teórica aceptación, Israel ha limitado la ayuda humanitaria y ha roto la tregua cinco veces causando al menos 238 palestinos muertos, de los que una tercera parte serían mujeres y niños, además de seguir destruyendo casas
La conclusión es que el gran pacificador, no ha pacificado nada, todo es propaganda y autobombo como es habitual en él. Lo que sí ha hecho es volver a retirarse del acuerdo de París para la lucha contra el cambio climático, de la Unesco y del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Ha suprimido su contribución a la UNRWA, que ayuda a más de seis millones de refugiados palestinos, no solo en los territorios ocupados, también en Jordania, Líbano y Siria. Más importante aún, su retirada de la Organización Mundial de la Salud junto con el cierre de la principal agencia de ayuda exterior, USAID, ha causado ya miles de muertes en África por la carencia sobrevenida de alimentos medicinas. Esa es la paz de Trump.
Ahora, el hombre que ordenó los ataques aéreos y navales sobre Yemen durante casi dos meses entre marzo y mayo, causando la muerte de 224 civiles; el que decidió el bombardeo de Irán, en junio, sin que mediara ninguna agresión por parte de este país; el que ha armado, y financiado el genocidio israelí en Gaza para crear un resort turístico de lujo, y sigue tolerándolo cuando Netanyahu rompe unilateralmente el plan del que tanto presume; el que ha autorizado y se vanagloria de destruir lanchas -13 hasta ahora- y asesinar a sus ocupantes en aguas internacionales del Caribe y del Pacífico, con 64 víctimas, bajo una acusación de narcotráfico que nadie ha probado, y que en todo caso exigiría llevar a sus culpables ante un juez; el mismo que instigó los ataques al Capitolio del 6 de enero de 2021, para revertir el resultado de una elección democrática, que se saldó con cinco policías muertos y 174 heridos, y ha indultado a los que lo llevaron a cabo; el que ha lanzado la más cruel persecución, detención y deportación de inmigrantes que viven y trabajan en su país, destrozando vidas y familias, causando al menos 18 muertos y 50 desaparecidos, además de los que han muerto al regresar a su país de origen, es el mismo que aspira con absoluta desvergüenza y cinismo a ser reconocido con el premio a la paz más importante que existe en el planeta. Parece una broma macabra, pero no lo es. En tiempos de los hechos alternativos y de la descarada manipulación de la verdad es posible que cualquier criminal de guerra pueda pasar por un adalid de la paz.
Lo que sí se está convirtiendo en una broma es el propio Nobel de la paz, un premio que ya ha tenido en el pasado errores incomprensibles e imperdonables, como cuando le fue otorgado a Henry Kissinger, promotor y defensor de las criminales dictaduras de Augusto Pinochet en Chile, Jorge Videla en Argentina, y Hugo Banzer en Bolivia. O a Menajem Beguin, comandante del Etzel (Irgún), una organización terrorista sionista de extrema derecha responsable entre otros del atentado del hotel Rey David en 1946 (91 muertos) o de la masacre de Deir Yasim en 1948 (200 muertos, en su mayoría mujeres y niños). Incluso más recientemente, al presidente Barack Obama, que mantuvo las guerras de Irak y Afganistán, además de intervenir en otros nuevos escenarios como Libia o Siria, y autorizó numerosos asesinatos extrajudiciales con frecuentes daños colaterales que causaron numerosas víctimas civiles. Este año, el Comité noruego del Nobel ha vuelto a cubrirse de vergüenza otorgándoselo a la opositora venezolana de la derecha más extrema María Corina Machado, declarada amiga de Benjamin Netanyahu y partidaria de Javier Milei, que ha pedido la intervención militar extranjera en su país para derrocar a Nicolás Maduro, lo que, si se produjera, causaría inevitablemente una guerra que provocaría numerosas víctimas. Con estos antecedentes, si en el futuro se lo dieran al actual presidente de EEUU tampoco sería para muchos una gran sorpresa.
El mundo está retrocediendo hacia tiempos oscuros y violentos. Ya no valen las reglas ni el derecho internacional, lo único que cuenta es la fuerza. Las instituciones multinacionales o internacionales han perdido no ya su poder -nunca han tenido mucho- sino hasta su influencia. El que puede hacer hace, y si nadie le frena, sigue hasta el final. Trump es probablemente el mayor culpable de este estado de cosas, y el primero que emplea la violencia o la coacción cuando le conviene, aunque solo con los que considera débiles, ante los fuertes su actitud se vuelve obsequiosa y complaciente como les suele suceder a los más innobles. No es un pacificador, es un propagandista de sí mismo que busca cualquier oportunidad para apuntarse un éxito, aunque no sea suyo o incluso aunque no exista. Y también un aprendiz de dictador, está poniendo en riesgo la democracia dentro de su país, con un efecto irradiador muy peligroso en el resto del mundo, que aprovechan muy bien los extremistas de derechas, sobre todo en Europa. Y lo peor es que puede hacerlo, porque pocos osan enfrentársele. El Partido Demócrata está desaparecido, salvo excepciones como el candidato a la alcaldía de Nueva York, y las protestas ciudadanas son aún poco relevantes, puede bombardearlas con mierda.
Tampoco en el exterior encuentra ninguna oposición relevante. China está demasiado ocupada aún en alcanzar el nivel económico, tecnológico y militar suficiente para enfrentarse al hegemón con garantías de éxito, y por el momento su interés se centra en ampliar sus relaciones comerciales para proseguir su crecimiento, igual que India, todavía en fase de construcción interna. Rusia está al límite de su capacidad con la invasión de Ucrania, y los países del sur global están desunidos. Si Europa no reacciona, vamos sin remedio a caer bajo el dominio de una colusión global entre la extrema derecha y la tecnoautocracia de las grandes compañías estadounidenses, uno de cuyos más activos e importantes líderes, Peter Thiel -gran amigo del increíble Trump-, declaró que creía que la libertad y la democracia ya no son compatibles. Naturalmente, se refiere -como Milei, como el propio Trump- a la libertad del predador para devorar a su presa sin rendir cuentas ante nadie, porque la libertad de manifestarse contra el líder supremo o de oponerse a sus políticas la solucionan desplegando la Guardia Nacional.
Lo que están creando no es un mundo en paz, sino sometido. Cuando Trump habla cínicamente de lograr la paz mediante la fuerza está diciendo que para curar al enfermo hay que transmitirle más virus, está hablando de la paz de los cementerios. Cuando ya no hay ningún adversario vivo, llega la paz, claro. Tampoco están promoviendo un mundo más libre, sino un sistema controlado absolutamente por unos pocos para su beneficio personal, mediante herramientas tecnocráticas, exclusivas y reservadas, de enorme eficacia. Pero por estos lares tenemos cierta experiencia y sabemos que lo que dice Thiel es la fórmula del fascismo. La verdad está justamente en lo contrario, sin una democracia, no solo formal sino real y efectiva -también social-, no ha habido ni puede haber paz ni libertad. Y que no tengan ninguna duda de que vamos a defenderlas."
( José Enrique de Ayala, eldiario.es, 08/11/25)
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