"La decisión de un solo hombre puede provocar la desaparición de los 8.200 millones de humanos que existimos, o al menos de la mayoría, y contaminar letalmente casi todo el planeta, durante decenios o siglos.
El 29 de octubre, el ínclito Donald Trump, presidente de EEUU y aspirante a líder - ¿o dictador? - mundial, escribió uno de sus innumerables mensajes en su red truth social (es su forma habitual de comunicar al mundo sus magnas decisiones), que decía: “Debido a los programas de pruebas de otros países, he ordenado al Departamento de Guerra que comience a probar nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones. Ese proceso comenzará de inmediato”. Una decisión que es de lejos la más sorprendente de las que ha tomado hasta ahora en su segundo mandato. Y también la más peligrosa.
EEUU no realiza ensayos nucleares desde 1992. En el siglo XXI solo los ha hecho Corea del Norte, el último en 2017, y declaró una moratoria en 2018. En el pasado siglo, los últimos fueron los de India y Pakistán, en 1998, China y Francia los acabaron en 1996, Reino Unido en 1991, Rusia en 1990, e Israel en 1979, aunque nunca lo ha confirmado. En total, se realizaron en todo el mundo más de 2.000 pruebas nucleares, con una potencia conjunta de unas 36.000 veces la bomba lanzada en Hiroshima en 1945, de las que algo más de la mitad fueron estadounidenses. Es difícil determinar los daños que los ensayos y accidentes nucleares han causado, porque se han mantenido siempre en secreto por todos los países, pero una estimación de Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear evaluó en 2,4 millones el aumento de muertes a causa de sus efectos. Solo en EEUU las estimaciones oscilan entre 340.000 y 460.000 fallecimientos, en su mayoría por leucemia y otros cánceres causados por radiación, directa o en alimentos como la leche. Amplias áreas del Pacífico, Argelia, y Kazajistán han quedado inhabitables para muchas décadas por la contaminación radiactiva.
El Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, de 1996, no ha entrado en vigor, porque necesita la ratificación de los 44 países que en ese momento disponían de energía nuclear para usos pacíficos. Corea del Norte, India y Pakistán no lo firmaron. China, Egipto, Estados Unidos, Irán e Israel lo firmaron, pero no lo ratificaron, y Rusia retiró su ratificación en 2023, en vista de que EEUU no lo ratificaba. No obstante, todos los estados nucleares han detenido en la práctica los ensayos, sobre todo porque ya no son necesarios. Los avances técnicos actuales permiten que esas armas sean probadas sin realizar explosiones reales, que pueden ser sustituidas por simulaciones con ordenadores y experimentos de nivel subcrítico en laboratorio, que no implican peligro.
EEUU se retiró unilateralmente en 2002 del Tratado sobre Misiles Antibalísticos con Rusia, que limitaba las defensas antimisiles para que la vulnerabilidad de ambos impidiera la agresión de ninguno. En mayo, Trump anunció la creación de la Cúpula Dorada, un sistema de defensa antimisiles basado en múltiples satélites, sensores, e interceptores que detectará y destruirá cualquier misil balístico o de crucero disparado contra EEUU, lo que anularía su vulnerabilidad, proporcionándole una superioridad decisiva. En octubre, Rusia probó dos nuevas armas de propulsión nuclear que ha desarrollado desde 2018, y que serían capaces teóricamente de evitar ese escudo: el misil de crucero Burevestnik, y el submarino no tripulado Poseidón. Ambos tienen la capacidad de portar ojivas nucleares, pero, por supuesto, en esas pruebas no las llevaban
La reacción de Trump viene de la confusión entre probar vectores de lanzamiento nuclear – lo que también hace habitualmente EEUU- y ensayar armas nucleares. O de la ignorancia, recibe informaciones y no las procesa adecuadamente. El 31 de octubre, 48 horas después del mensaje de Trump, el vicealmirante Richard Correll declaró, en una audiencia en el Senado para su confirmación como jefe del Mando Estratégico, que ni Rusia ni China han llevado a cabo ningún ensayo nuclear. Después, el 2 de noviembre, el Secretario de Energía, Chris Wright – que es realmente el que tendría la competencia – afirmó que EEUU no está planeando efectuar explosiones nucleares. Las aguas se calman, y la cosa se queda en un trumpazo más. Aun así, el día 6 el presidente ruso, Vladimir Putin afirmó que, si EEUU retomaba los ensayos nucleares, también Rusia lo haría. A veces las cosas se complican solo por un error y pueden terminar muy mal.
En todo caso, el principal peligro sigue siempre ahí. Según estimaciones del Instituto para Estudios de la Paz de Estocolmo, en enero de este año había en el mundo un total de 12.241 ojivas nucleares de las cuales 2. 627 - 1.477 estadounidenses y 1.150 rusas – han sido retiradas para su desmantelamiento, aunque todavía podrían volver a estar operativas en tanto no sean destruidas, y las otras 9.614 están disponibles para su uso. Estas últimas están repartidas así: Rusia, 4.309; EEUU, 3.700; China, 600; Francia, 290; Reino Unido, 225; India, 180; Pakistán, 170; Israel, 90; Corea del Norte, 50. Del total de 9.614 disponibles, 3.912 están actualmente desplegadas, es decir instaladas en misiles terrestres o navales, o en bombas de aviación listas para ser armadas. Solo los cinco primeros países tienen alguna ojiva nuclear en estado de disponibilidad, pero entre las estadounidenses y las rusas suman casi un 90% de todas las que están desplegadas.
Hay, por tanto, nueve Estados que poseen armas nucleares. Cuando se aprobó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), en 1970, solo las tenían EEUU, la Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China, que eran además lo miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El TNP tenía dos objetivos, además de regular el uso civil de la energía nuclear: que ningún otro país se dotara de armas nucleares y que aquellos que las tenían fueran reduciéndolas hasta su total desaparición.
Ninguno de los dos se ha cumplido. Los países que no son parte del tratado – aparte de Sudán del Sur por su reciente independencia – son India, Israel y Pakistán, que nunca lo firmaron, y Corea del Sur que se retiró en 2003. Y estos son justamente los cuatro que han adquirido armamento nuclear después del tratado. El TNP no ha servido para disuadir a nadie de este desarrollo, incluso el caso de Corea del Norte – que lo ha conseguido ya en el siglo XXI - demuestra que no pasa nada si un país se retira y produce sus propias armas nucleares. Al contrario, se está extendiendo la idea de que solo la posesión del arma nuclear protege de una invasión como la que sufrió Irak en 2003, y no se puede descartar, que otros países la desarrollen, como Irán – debido a la presión que sufre y a la cancelación por Trump en 2018 del Plan de Acción Integral Conjunto -, lo que podría llevar a otros países de la región a hacer lo mismo, y aumentar el riesgo de una conflagración nuclear allí, dadas las fuertes tensiones existentes.
Tampoco los Estados nucleares han avanzado hacia el desarme como estipula el artículo VI del TNP. No ya los nuevos, que lo que han hecho ha sido aumentar el número de sus ojivas, tampoco los iniciales, que ahora – 55 años después - tienen más potencia nuclear que nunca. Y si los Estados nucleares no se desarman, lo que hace el tratado es perpetuar una relación de dominio militar entre los que ya poseían estas armas o han hecho caso omiso del TNP, y los que lo han respetado. Cada cinco años se realiza una revisión del tratado y en 2026 tendrá lugar la XI, aunque no se pueden esperar grandes resultados después del fracaso de las dos anteriores. Por eso, en 2021 vio la luz una nueva iniciativa, el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, con el objetivo de suprimir completamente estas armas de destrucción masiva, que ha sido firmado por 94 países, entre los cuales – lamentable pero lógicamente - no figura ningún Estado nuclear. Muchas organizaciones antinucleares, pacifistas o ecologistas han pedido reiteradamente que al menos los Estados nucleares adopten la doctrina de no primer uso, es decir, el compromiso de no usarlas el primero – solo como respuesta –, ni contra ningún país no nuclear. Pero solo China contempla este principio en su doctrina, los demás no aceptan limitaciones, aunque todos dicen que su objetivo es solo la disuasión
Es cierto que el número de armas nucleares ha disminuido desde unas 39.000 en los años 70 a poco más de 12.000. Esta reducción, que afecta casi en su totalidad a Rusia y EEUU se ha producido en parte por los tratados START entre ambas potencias (o con la Unión Soviética), pero sobre todo porque un número tan elevado no era rentable ni eficaz, era necesario cambiar la cantidad por la calidad. Los vectores de lanzamiento se han hecho mucho más precisos y eficientes y la potencia de las ojivas ha aumentado, con lo que la capacidad destructiva total es mayor ahora que nunca en el pasado. Las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, en 1945, eran atómicas o de fisión y tenían una potencia de 15 y 20 kilotones (equivalentes a miles de toneladas de trinitrotolueno). Las ojivas nucleares actuales son casi todas termonucleares, de fusión, o de hidrógeno como se las conoce popularmente, y su potencia oscila entre 100 kilotones y pocos megatones (millones de toneladas de TNT). La más potente actualmente en servicio en EEUU – la B-83 – tiene 1,2 megatones, pero las ha habido y las hay mucho más potentes.
Las simulaciones han mostrado que una explosión de 500 kilotones en una ciudad densamente poblada podría causar dos millones de muertes, inmediatas o diferidas. Un solo misil estadounidense Trident II D5 – que también usan los británicos – lleva hasta ocho cabezas nucleares W88 de 475 kilotones que puede enviar individualmente a distintos blancos. Cada uno de los 14 submarinos estadounidenses de la clase Ohio puede transportar 20 de estos misiles, es decir 160 cabezas nucleares, cada una de ellas con una potencia más de 30 veces superior a la que estalló en Hiroshima, que podrían causar cientos de millones de víctimas, si se dirigen a diferentes ciudades muy pobladas, además de contaminar enormes superficies de terreno hasta hacerlas inhabitables.
No parece que nada ni nadie pueda parar esta locura. En 2019, Trump retiró unilateralmente a EEUU del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, que prohibía el despliegue de misiles con capacidad nuclear con un alcance entre 500 y 5.500 kilómetros, es decir que solo afectaba a Europa, y a continuación lo hizo Rusia. El único tratado de limitación de armas nucleares que queda en vigor es el START III, o Nuevo START entre EEUU y Rusia, en vigor desde 2011, por el que ambas partes se comprometían a reducir el número de ojivas desplegadas a 1.550 – aunque esa cifra puede superarse porque las cabezas múltiples cuentan como una – y a 800 los vectores de lanzamiento estratégicos, de los cuales 700 pueden estar desplegados, y establecían unos mecanismos de verificación completos y minuciosos. El tratado tenía una vigencia inicial de 10 años, y en 2021 los presidentes Biden y Putin acordaron renovarlo por cinco años más, por lo que expira en febrero de 2026 si no vuelve a renovarse.
En febrero de 2023 Rusia suspendió su participación en el tratado con lo que el mecanismo de verificación quedó paralizado, aunque aseguró que seguiría respetando los límites que contiene. El 22 de septiembre de este año, Putin propuso su prolongación por un año, y parece que la administración estadounidense ha acogido favorablemente esta propuesta. Esto podría ser una buena noticia, pero sin un régimen efectivo de verificación mutua, la renovación solo sería un compromiso de respetar los límites que no tendría garantías ni credibilidad. La no renovación podría dar lugar a una nueva carrera para incrementar los arsenales nucleares, aunque es difícil ver cómo eso podría empeorar la situación actual porque las armas existentes pueden ya destruir el planeta.
Trump se declara contrario a las armas nucleares, aunque sus actos lo desmienten. Ha afirmado muy orgulloso que EEUU tiene más armas nucleares que ningún otro país – una más de sus falsedades – y que son suficientes para destruir el mundo 150 veces, lo que es exagerado, pero en esencia cierto, y no es el único que puede hacerlo. Presumir de esto da una idea de la catadura moral y política del actual presidente estadounidense. Y él es la autoridad única en esta materia, con el poder total y absoluto para ordenar emplear las armas nucleares de su país. No tiene que consultar con nadie, nadie puede objetar, es solo su decisión la que pone en marcha la catástrofe. Pasa igual con Putin, desde la aprobación de la nueva doctrina nuclear rusa, en 2020, retocada en 2024, el presidente ruso decide en solitario el empleo de armas nucleares, incluyendo su posible utilización en respuesta a un ataque con armas convencionales que pueda crear una “amenaza crítica a su soberanía o integridad territorial” o a las de su aliada, Bielorrusia.
Que estos dos individuos de cuya estabilidad emocional cabe dudar, y de cuya falta de ética y escrúpulos no cabe ninguna duda, tengan en sus manos el destino de la humanidad es terrorífico, y debería provocar una respuesta del resto del mundo. Uno de ellos podría empezar una guerra nuclear, por su sola voluntad, el otro respondería en minutos, y todas las potencias nucleares se verían involucradas. Si se desencadenara ese Armagedón, la explosión de tres o cuatro mil ojivas nucleares, con la potencia que tienen actualmente, podría acabar con toda o la mayor parte de la vida en el planeta.
Esta es la dura y cruda realidad: la decisión de un solo hombre puede provocar la desaparición de los 8.200 millones de humanos que existimos, o al menos de la mayoría, y contaminar letalmente casi todo el planeta, durante decenios o siglos. La mayor parte de la humanidad sigue en sus asuntos, sus problemas económicos, sus peleas políticas, sin prestar atención a la espada de Damocles que pende de un hilo encima de sus cabezas. Preferimos no pensarlo, mirar para otro lado. Pero eso no va a acabar con el problema. Cuando nos despertemos, las armas nucleares seguirán ahí."
( José Enrique de Ayala, general retirado, eldiario.es, 22/11/25)
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