23.11.25

China: España no es Hungría... la visita de Estado de los Reyes de España a China ha sido un éxito diplomático... Algunas voces críticas denunciaron un supuesto distanciamiento del consenso comunitario y situaron a España, como país “amigo” de China, en la misma categoría que Hungría, presentando a ambos como caballos de Troya de Beijing en Europa. El paralelismo es cómodo, pero falso... España quiere mejorar comercio e inversiones chinas, pero desde la lógica de reforzar su papel como interlocutor europeo ante China... España no desborda el consenso europeo, como Hungría, trabaja dentro de él... España no aspira a ser socio estratégico de China: aspira a ser un mediador razonable. Beijing la aprecia, pero no la considera actor clave ni aliado ideológico... Beijing clasifica a sus socios europeos con precisión quirúrgica. Hungría ocupa el puesto de socio político preferente dentro de la UE. España entra en otra categoría: no es aliada política, pero sí socio respetable, predecible y con peso institucional. Beijing valora su diplomacia poco ideológica y su estilo dialogante... La paradoja es que tanto en Beijing como en Bruselas se aprecia a España por su prudencia. Y, en la escena europea, lograr reconocimiento en ambos extremos del tablero no es precisamente fácil (Xulio Ríos)

 "Como era previsible, la visita de Estado de los Reyes de España a China, realizada al abrigo del vigésimo aniversario de la asociación estratégica integral, ha sido un éxito diplomático. Algunas voces críticas denunciaron un supuesto distanciamiento del consenso comunitario y situaron a España, como país “amigo” de China, en la misma categoría que Hungría, presentando a ambos como caballos de Troya de Beijing en Europa. El paralelismo es cómodo, pero falso: no solo hay matices, sino modelos de relación claramente distintos. No están en el mismo saco.

En China, ser “amigo” significa, ante todo, ser “cooperativo”. Hungría es el ejemplo clásico de país de la UE que ha apostado fuerte por China: desde 2017 mantiene una “asociación estratégica global”, aspira a ser la puerta china en Europa Central y absorbe una cuota notable de la inversión china en la región. Además, respalda sin reservas proyectos emblemáticos como la Nueva Ruta de la Seda, una postura poco habitual en el bloque comunitario.

España, por su parte, quiere mejorar comercio e inversiones, sí, pero desde otra lógica: la de reforzar su papel como interlocutor europeo ante China. Madrid busca un equilibrio entre la relación bilateral y la lealtad al marco comunitario. Esa voluntad de diálogo no equivale a una alianza estratégica al estilo húngaro. España no desborda el consenso europeo; trabaja dentro de él.

Hungría se aproxima a China desde un eje político-estratégico que desafía abiertamente a Bruselas. Orbán ve en Beijing un socio afín tanto en su modelo económico como en su estilo de gobierno. En su pulso permanente con la UE, China funciona como contrapeso y como escaparate. Eso se traduce en inversiones de alto perfil —fábricas de baterías de CATL, plantas de vehículos eléctricos de BYD— y en gestos políticos, como el bloqueo de declaraciones europeas críticas con Beijing.

España, en cambio, se mueve en un registro económico-diplomático: pragmatismo comercial, cautela política y fidelidad al marco europeo. No cuestiona la política común hacia China, sino que intenta hacerla útil. Busca mantener y ampliar exportaciones —porcino, vino, automoción— y atraer inversión, pero sin renunciar a la defensa de los valores europeos, la seguridad tecnológica o la posición sobre Ucrania. España no aspira a ser socio estratégico de China: aspira a ser un mediador razonable. Beijing la aprecia, pero no la considera actor clave ni aliado ideológico. Hungría corteja a China; España la gestiona.

Las diferencias son nítidas ante la presión de Estados Unidos. Orbán usa su cercanía a China (y a Rusia) como reivindicación de una autonomía política de la que presume sin complejos. Su “apertura al Este” es parte de su relato identitario, tanto económico como anti-liberal.

 España, atlantista y alineada con Washington, actúa en otro registro: refuerza el comercio con China, pero evita gestos políticos que incomoden a la Casa Blanca. Repite el léxico comunitario —“socio, competidor y rival sistémico”— y se adhiere a la estrategia de de-risking, no de ruptura. Para EE.UU., España sigue siendo un socio fiable; para China, un interlocutor sensato. España administra la presión; Hungría la desafía.

Cómo los ve China

Beijing clasifica a sus socios europeos con precisión quirúrgica. Hungría ocupa el puesto de socio político preferente dentro de la UE, con una “asociación estratégica integral de largo plazo”. Para China, Budapest es el ejemplo de que “no todos los europeos siguen el guión de Washington”. Es útil como elemento disruptivo, aunque insuficiente para alterar la política del bloque.

España entra en otra categoría: no es aliada política, pero sí socio respetable, predecible y con peso institucional. Beijing valora su diplomacia poco ideológica y su estilo dialogante. La relación, definida también como “asociación estratégica integral”, destaca por su estabilidad. China sabe que España no romperá filas ni con la UE ni con EEUU, pero la trata como un interlocutor de nivel en el espacio occidental. Útil, pero no disponible.

Bruselas, un árbitro atento

La UE no tiene una postura binaria hacia China, sino un marco de cautela estratégica que prioriza la unidad del bloque. Desde esa perspectiva, las diferencias entre España y Hungría resultan aún más evidentes. Hungría es vista como un factor de riesgo para la cohesión europea; sus decisiones sobre China suelen interpretarse como aperturas unilaterales que erosionan la política común.

España, en cambio, actúa como socio responsable que defiende el consenso europeo sin renunciar a sus intereses comerciales. Participa en la revisión de riesgos tecnológicos, apoya la línea común y mantiene la prudencia política mientras refuerza la presencia económica de sus empresas en China.

En Bruselas, España es un ejemplo de “apertura con límites”: una vía para negociar con China sin poner en riesgo la unidad europea. Funciona como puente en sectores como el agroalimentario o el turístico, y sus iniciativas bilaterales reciben respaldo siempre que encajen en el marco común.

La paradoja es que tanto en Beijing como en Bruselas se aprecia a España por su prudencia. Y, en la escena europea, lograr reconocimiento en ambos extremos del tablero no es precisamente fácil." 

(Xulio Ríos , Observatorio Política China, 20/11/25) 

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