"(...) Hay políticos que te producen animosidad; los detestas con sólo
verlos. José María Aznar, por ejemplo. Pero eso no me sucede con Rajoy.
Yo veo a Mariano Rajoy en la televisión y me obliga a apagarla, como si
fuera una reacción digna del perro de Pavlov.
Por eso llevo años
diciendo que es el político más peligroso, porque es un cínico sin
sentido del cinismo. Algo así, diríamos sin exagerar, como la banalidad
del mal, o del cinismo, que es lo mismo cuando se ejerce el poder.
Son
gente tan normal que parecen personajes de Hitchcock durante los
primeros quince minutos del filme. Irreconocibles en el final. Inspiran
miedo, pero sólo cuando en la pantalla ha aparecido la palabra fin y
usted se ha quedado, después de pagar, tendido en la butaca.
Sin rubor alguno. Es el cínico más versátil de la política española
desde el mismísimo Franco, ¡y que nadie quiera ver ahí una impronta
galleguista! Lo único que tiene de universal es su cinismo, todo lo
demás es medularmente español: desconfianza, ignorancia y resentimiento.
No es que desprecie todo lo que ignora, es que ignora hasta el volumen
de su desprecio.
Sean periodistas o colegas de partido. Un hombre que ha
logrado que su propio partido no rechiste cuando ha hecho la política
más despiadada y cínica que se hacía en España desde la muerte del
Caudillo, cuando ha perdido 60 diputados y millones de votos, y alguien
le preguntó si no tenía algo que decir, respondió: “Creo que algún error
debimos de cometer”. El cinismo como variante de la banalidad del mal.
Los cínicos tienen capacidad para crear realidades y creérselas. “Yo,
Mariano Rajoy, he ganado las elecciones y nadie en mi partido puede
discutírmelo”. Niega que esté dirigiendo el partido más corrupto de
España, y eso es decir mucho, con la competencia de Convergència en
Catalunya y la de los socialistas allá donde pueden, desde Andalucía a
Asturias.
Pero lo suyo ha sido un desfalco al Estado que los hombres del
PP llevan años ejecutando con un rigor y un desparpajo digno del siglo
XIX. “¡Sé fuerte, Luis!”.
Luis Bárcenas no es un delincuente normal, es un delincuente de
Estado. Como lo fueron Blesa y Rato, y el clan valenciano. Mientras eso
no esté fuera de la sociedad española, Rajoy será un rehén cuya única
posibilidad de salida es que no hay salida, sino tiempo. Necesita tiempo
para que, entre las triquiñuelas de los letrados y los corrimientos de
escala de la judicatura, todo se vaya alargando, alargando, alargando…
mientras se apaga.
Una sociedad, no digamos ya unos poderes públicos,
incapaces de poner a Bárcenas, Blesa, Rato y tutti quanti en la cárcel,
la convierte a su vez en cómplice del mal menor. Rajoy no roba, Rajoy
comprende, Rajoy espera.
Y este hombre que disimula como un adolescente ¿es el que aspira a
gobernar en coalición? ¿Con quién? El que lo acepte sólo podrá ser un
cínico menor, un aprendiz, porque llegar a su talla no es fácil.
Y luego
pensar que la gente seguirá siendo cómplice siempre, cobarde siempre,
cándida siempre. Ya empezamos a oírlo últimamente, como en otros
tiempos. “Rajoy es decente, el problema está en quienes le rodean”.
¿Y “los recortes” que salvaron España? Este es el cinismo máximo. Los
recortes salvaron a una banca y unas cajas de ahorros especializadas en
el engaño del cliente, las mismas, ambas, que coronarían a Mariano
Rajoy porque les salvó de la prisión y la ruina, mantuvo sus piscinas,
sus mansiones, sus lujos, y el estatus familiar –pobres niños, ¡qué
traumas sufrirían de no poder seguir su nivel de vida!–.
Yo cuando veo a
Bárcenas esquiando o a Rato navegando o a Blesa haciendo el payaso en
ropa exclusiva, me admiro de nuestra capacidad de autocontrol. Eso
merecería una reacción dura, hasta violenta, tanto como esos millones de
ciudadanos que aún tienen que pelear por las primas de riesgo o los
escarnios de esa banca, de esas cajitas de ahorros para oligarquías
locales que recién aprendían a jugar al golf o a navegar sin marearse.
Todo lo representa Mariano Rajoy, el supermán del cinismo, el que no
puede salvar aún a “Luis, sé fuerte”, ni a Rato –ay, si Rato largara con
su famosa lengua de víbora–, o al bobainas de Blesa, el amigo de José
María Aznar, un tonto de balcón, que se decía antes de aquellos hijos de
ricos que se pasaban el día contemplando quién pasaba por la calle
principal para luego contárselo a las abuelas.
Ese PP de Mariano Rajoy se va muriendo de gozo. ¡Nos hemos forrado!
Lo irán comiendo las ratas que ellos fueron dejando en sus pisos vacíos y
en las cajas de los bancos –hay cajas fuertes que pueden mantener aire
para que aguante una alimaña–. (...)
Mariano Rajoy no es más que una excrecencia, peligros de aquella
España del consenso. Fíjense si será cierto que ahora no les queda más
que formar gobiernos de coalición y nadie tiene ni idea de cómo se hace.
Si alguien tuviera la humorada de recordar “los tripartitos catalanes”
probablemente le echarían de la reunión por desvergonzado.
¿Y el chisgarabís?" (Revista de prensa, 23/01/16, La Vanguardia, Gregorio Morán)
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