"(...) La crisis se instala en los salarios
Donde sí han tenido éxito los impulsores de la reforma
laboral es en promover un intenso proceso de devaluación salarial. La
pérdida de poder adquisitivo de los salarios entre 2008 y 2014 superó el
10%, según el índice de precios del trabajo elaborado por el INE, y
afectó principalmente a los salarios más bajos, y a jóvenes, mujeres e
inmigrantes.
Pero es que, lo que es aún más preocupante, el crecimiento
económico registrado desde 2014 no ha corregido esta redistribución de
la renta en contra de los salarios: éstos siguen estancados. En 2016, la
remuneración por asalariado se mantuvo constante en el conjunto de la
economía, y se redujo un 0,2% en el sector privado.
Y en los dos
primeros trimestres de 2017, el coste salarial por hora ha caído también
un 0,2% respecto al mismo periodo del año anterior. Dado que la
inflación se está acelerando y previsiblemente acabe el año en torno al
2%, todas estas cifras supondrán una fuerte pérdida de capacidad
adquisitiva de los salarios en 2017.
Este proceso de devaluación salarial afecta a las personas
que mantienen su puesto de trabajo (o sufren reducciones en el salario
nominal, o éste crece muy por debajo de la inflación y ven reducido su
salario real). Pero afecta con especial intensidad a quienes han perdido
su empleo y se han recolocado en otros puestos de trabajo con menores
salarios, así como a quienes se incorporan por primera vez al mercado de
trabajo.
En el caso de las mujeres jóvenes que se emplean por primera
vez, por ejemplo, su salario de entrada al mercado de trabajo es un 24%
inferior al que podrían cobrar antes de la crisis y, lo que es peor,
esta reducción salarial no se corrige a lo largo del tiempo.
Es importante destacar esta idea. Desde 2014, la
recuperación del empleo perdido durante la recesión se está produciendo
asociado a unas condiciones laborales mucho peores: se paga menos que
antes de la crisis por el mismo trabajo.
Por ejemplo, Daniel Fernández Kranz, profesor del IE
Business School, analiza la Muestra Continua de Vidas Laborales y
constata que los que pierden su empleo después de 2008 se ven obligados a
firmar contratos con menores salarios en sus nuevos puestos de trabajo.
Y, además, esto no se debe en la mayoría de los casos a que se hayan
desplazado hacia empleos con unas características objetivas peores
(menor cualificación requerida, sectores tradicionalmente mal pagados),
sino a que tienen que aceptar un salario diario más bajo por realizar un
trabajo similar.
Comparando los nuevos contratos firmados en 2008 con los
nuevos contratos firmados en 2015, observamos cómo se ha producido una
caída de un 12% en los ingresos por día trabajado. De esa caída, 10
puntos porcentuales (más del 80%) se explican porque los nuevos
contratos firmados implican recibir salarios más bajos que los que se
pagaban antes de la crisis en empleos con similares características; el
segundo factor en importancia para explicar la merma salarial sería la
mayor frecuencia de los empleos a tiempo parcial. Además, esto se
produce dentro de las mismas empresas, y no porque se destruyan empleos
en empresas que tradicionalmente paguen mejor y se cree por empresas que
pagan relativamente peor.
De este modo, aumenta de forma muy
preocupante la brecha salarial entre quienes han mantenido su empleo y
quienes, habiéndolo perdido durante la crisis, han vuelto a encontrar
uno en peores condiciones.
Si a esta reducción en el salario diario añadimos la menor
duración de los contratos y el aumento de la rotación laboral, con
periodos sin trabajo entre contratos, la caída de ingresos reales en
términos anuales llega, para los trabajadores analizados, hasta el 23%
en promedio.
Empleo y crecimiento económico
El discurso oficial plantea que el tremendo ajuste
salarial descrito era el “coste necesario” para posibilitar la vuelta
del crecimiento económico a nuestro país. Sin embargo, esta devaluación
salarial no ha contribuido a acelerar el crecimiento del empleo –sino lo
contrario–, debilita la continuidad del actual crecimiento económico, y
ha roto el vínculo entre la creación de empleo y la reducción de la
desigualdad (un 15% de las personas con empleo siguen en riesgo de
pobreza).
Contrariamente a lo que suele afirmarse, no es cierto que la reforma
laboral y el recorte de los salarios haya aumentado la relación entre
crecimiento del PIB y crecimiento del empleo: entre 1995 y 2007, la
elasticidad del empleo al crecimiento fue igual a 1 (por cada punto de
crecimiento del PIB, el empleo creció un 1%) mientras que entre 2014 y
2017 esta relación es de 0,8.
Tampoco es cierto que la contracción
salarial haya estimulado el crecimiento del PIB: toda la evidencia
empírica es muy concluyente en el sentido de que ha tenido un impacto
negativo sobre la demanda interna (la reducción de la renta disponible
de los hogares fue un factor decisivo en la caída del consumo asociada a
la segunda recesión), y un impacto muy débil sobre la demanda externa
(las bajadas salariales se han trasladado sobre todo a mayores márgenes
de beneficios, no a ganancias de competitividad-precio). (...)
En España, el “problema de los salarios” es su bajo crecimiento, y es
necesario elevarlo para garantizar un crecimiento inclusivo, pero
también sostenible en el tiempo. Incluso organizaciones internacionales
como el BCE o la OCDE, que han recomendado las reformas laborales que
han provocado estos recortes salariales, son conscientes ya de este
problema. (...)
La cuestión es que no basta con manifestar preocupaciones
en el vacío, sino que es necesario adoptar las medidas necesarias para
que este crecimiento ocurra.
Evidentemente esto pasa, en primer lugar, por medidas como
la elevación del salario mínimo o el fortalecimiento de la negociación
colectiva, con el fin de lograr una distribución más justa entre
salarios y beneficios, y propiciar que el crecimiento de los salarios
vuelva a acompasarse al de la productividad (desde 1995, los salarios
reales han crecido sustancialmente por debajo de la productividad real).
Pero también es necesario impulsar un cambio en el modelo de
crecimiento hacia sectores en los que, además, ese incremento de la
productividad sea más alto.
En realidad, esta relación entre crecimiento de la
productividad y crecimiento de los salarios se produce en las dos
direcciones. La posibilidad de pagar bajos salarios y hacer contratos
precarios reduce la presión a las empresas menos eficientes para que
mejoren su productividad, al poder eludir la presión de la competencia
bajando los costes de la peor manera posible.
Lamentablemente, sin embargo, la mayor parte del empleo
creado desde 2014 se ha concentrado en el sector servicios y en
actividades de baja productividad, sin que se haya recuperado la pérdida
de empleo industrial.
Un reciente estudio del FMI ha señalado que un
25% de la creación de empleo neto se produce en nuestro país en las
actividades relacionadas con el turismo, y en cualificaciones inferiores
a las que la formación actual de la mano de obra española permitiría.
A pesar de lo que tantas veces ha anunciado el gobierno,
las “reformas estructurales” no están promoviendo, como anticipábamos,
ni un mayor crecimiento diferencial, ni la creación de empleo de calidad
ni la necesaria transformación de nuestro modelo productivo." (Nacho Álvarez, Jorge Uxo, CTXT, 28/11/17)
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