1.12.17

La mayor parte del empleo creado desde 2014 se ha concentrado en el sector servicios y en actividades de baja productividad, sin que se haya recuperado la pérdida de empleo industrial. Las “reformas estructurales” no están promoviendo ni un mayor crecimiento diferencial, ni la creación de empleo de calidad ni la necesaria transformación de nuestro modelo productivo

"(...)  La crisis se instala en los salarios

Donde sí han tenido éxito los impulsores de la reforma laboral es en promover un intenso proceso de devaluación salarial. La pérdida de poder adquisitivo de los salarios entre 2008 y 2014 superó el 10%, según el índice de precios del trabajo elaborado por el INE, y afectó principalmente a los salarios más bajos, y a jóvenes, mujeres e inmigrantes.

Pero es que, lo que es aún más preocupante, el crecimiento económico registrado desde 2014 no ha corregido esta redistribución de la renta en contra de los salarios: éstos siguen estancados. En 2016, la remuneración por asalariado se mantuvo constante en el conjunto de la economía, y se redujo un 0,2% en el sector privado. 

Y en los dos primeros trimestres de 2017, el coste salarial por hora ha caído también un 0,2% respecto al mismo periodo del año anterior. Dado que la inflación se está acelerando y previsiblemente acabe el año en torno al 2%, todas estas cifras supondrán una fuerte pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios en 2017. 

Este proceso de devaluación salarial afecta a las personas que mantienen su puesto de trabajo (o sufren reducciones en el salario nominal, o éste crece muy por debajo de la inflación y ven reducido su salario real). Pero afecta con especial intensidad a quienes han perdido su empleo y se han recolocado en otros puestos de trabajo con menores salarios, así como a quienes se incorporan por primera vez al mercado de trabajo. 

En el caso de las mujeres jóvenes que se emplean por primera vez, por ejemplo, su salario de entrada al mercado de trabajo es un 24% inferior al que podrían cobrar antes de la crisis y, lo que es peor, esta reducción salarial no se corrige a lo largo del tiempo.

Es importante destacar esta idea. Desde 2014, la recuperación del empleo perdido durante la recesión se está produciendo asociado a unas condiciones laborales mucho peores: se paga menos que antes de la crisis por el mismo trabajo.

Por ejemplo, Daniel Fernández Kranz, profesor del IE Business School,  analiza la Muestra Continua de Vidas Laborales y constata que los que pierden su empleo después de 2008 se ven obligados a firmar contratos con menores salarios en sus nuevos puestos de trabajo.

 Y, además, esto no se debe en la mayoría de los casos a que se hayan desplazado hacia empleos con unas características objetivas peores (menor cualificación requerida, sectores tradicionalmente mal pagados), sino a que tienen que aceptar un salario diario más bajo por realizar un trabajo similar. 

Comparando los nuevos contratos firmados en 2008 con los nuevos contratos firmados en 2015, observamos cómo se ha producido una caída de un 12% en los ingresos por día trabajado. De esa caída, 10 puntos porcentuales (más del 80%) se explican porque los nuevos contratos firmados implican recibir salarios más bajos que los que se pagaban antes de la crisis en empleos con similares características; el segundo factor en importancia para explicar la merma salarial sería la mayor frecuencia de los empleos a tiempo parcial. Además, esto se produce dentro de las mismas empresas, y no porque se destruyan empleos en empresas que tradicionalmente paguen mejor y se cree por empresas que pagan relativamente peor. 

De este modo, aumenta de forma muy preocupante la brecha salarial entre quienes han mantenido su empleo y quienes, habiéndolo perdido durante la crisis, han vuelto a encontrar uno en peores condiciones. 

Si a esta reducción en el salario diario añadimos la menor duración de los contratos y el aumento de la rotación laboral, con periodos sin trabajo entre contratos, la caída de ingresos reales en términos anuales llega, para los trabajadores analizados, hasta el 23% en promedio.

Empleo y crecimiento económico

El discurso oficial plantea que el tremendo ajuste salarial descrito era el “coste necesario” para posibilitar la vuelta del crecimiento económico a nuestro país. Sin embargo, esta devaluación salarial no ha contribuido a acelerar el crecimiento del empleo –sino lo contrario–, debilita la continuidad del actual crecimiento económico, y ha roto el vínculo entre la creación de empleo y la reducción de la desigualdad (un 15% de las personas con empleo siguen en riesgo de pobreza). 

Contrariamente a lo que suele afirmarse, no es cierto que la reforma laboral y el recorte de los salarios haya aumentado la relación entre crecimiento del PIB y crecimiento del empleo: entre 1995 y 2007, la elasticidad del empleo al crecimiento fue igual a 1 (por cada punto de crecimiento del PIB, el empleo creció un 1%) mientras que entre 2014 y 2017 esta relación es de 0,8. 

Tampoco es cierto que la contracción salarial haya estimulado el crecimiento del PIB: toda la evidencia empírica es muy concluyente en el sentido de que ha tenido un impacto negativo sobre la demanda interna (la reducción de la renta disponible de los hogares fue un factor decisivo en la caída del consumo asociada a la segunda recesión), y un impacto muy débil sobre la demanda externa (las bajadas salariales se han trasladado sobre todo a mayores márgenes de beneficios, no a ganancias de competitividad-precio). (...)

En España, el “problema de los salarios” es su bajo crecimiento, y es necesario elevarlo para garantizar un crecimiento inclusivo, pero también sostenible en el tiempo. Incluso organizaciones internacionales como el BCE o la OCDE, que han recomendado las reformas laborales que han provocado estos recortes salariales, son conscientes ya de este problema. (...)

 La cuestión es que no basta con manifestar preocupaciones en el vacío, sino que es necesario adoptar las medidas necesarias para que este crecimiento ocurra.

Evidentemente esto pasa, en primer lugar, por medidas como la elevación del salario mínimo o el fortalecimiento de la negociación colectiva, con el fin de lograr una distribución más justa entre salarios y beneficios, y propiciar que el crecimiento de los salarios vuelva a acompasarse al de la productividad (desde 1995, los salarios reales han crecido sustancialmente por debajo de la productividad real). 

 Pero también es necesario impulsar un cambio en el modelo de crecimiento hacia sectores en los que, además, ese incremento de la productividad sea más alto.

En realidad, esta relación entre crecimiento de la productividad y crecimiento de los salarios se produce en las dos direcciones. La posibilidad de pagar bajos salarios y hacer contratos precarios reduce la presión a las empresas menos eficientes para que mejoren su productividad, al poder eludir la presión de la competencia bajando los costes de la peor manera posible.

Lamentablemente, sin embargo, la mayor parte del empleo creado desde 2014 se ha concentrado en el sector servicios y en actividades de baja productividad, sin que se haya recuperado la pérdida de empleo industrial. 

Un reciente estudio del FMI ha señalado que un 25% de la creación de empleo neto se produce en nuestro país en las actividades relacionadas con el turismo, y en cualificaciones inferiores a las que la formación actual de la mano de obra española permitiría. 

A pesar de lo que tantas veces ha anunciado el gobierno, las “reformas estructurales” no están promoviendo, como anticipábamos, ni un mayor crecimiento diferencial, ni la creación de empleo de calidad ni la necesaria transformación de nuestro modelo productivo."            (Nacho Álvarez, Jorge Uxo, CTXT, 28/11/17)

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