1.7.19

Chernóbil no es un caso aislado. Tampoco la estupidez del sistema soviético, ni la mentira, ni el secretismo, ni la irresponsabilidad técnica. 33.000 casos de cáncer, 11.000 de ellos mortales, se produjeron en Estados Unidos como consecuencia de once años de pruebas nucleares, entre 1951 y 1962. La mítica “seguridad” se sacrifica a cuestiones egoístas. En la URSS por razones de prestigio y por el coste del enriquecimiento del uranio, en Japón pura y simplemente por dinero...

"La serie Chernobyl del estadounidense Craig Mazin y los canales HBO y Sky ha fascinado a mucha gente. Aquel terrible accidente y la URSS quedan lo suficientemente lejos como para resultar desconocidos a toda una generación. Los escenarios están muy bien recreados, las psicologías no tanto. Algunas escenas y detalles son vulgares concesiones a la denigración del enemigo histórico.(...)

 Pero todo eso son detalles sin importancia, al lado de su peor defecto: la serie ignora por completo el carácter universal de aquel accidente. Chernóbil no es un caso aislado. Tampoco la estupidez del sistema soviético, ni la mentira, ni el secretismo, ni la irresponsabilidad técnica.  (...)

Aunque la propaganda de la guerra fría se encargó de ventilarla con particular ahínco, la serie nuclear soviética tenía claros paralelismos con las pruebas nucleares estadounidenses en Nevada o las islas Marshall, o con las francesas en África, porque el problema no es el régimen político sino la tecnología nuclear.

70 años de radiación sin fronteras

En 1998, un estudio encargado por el Congreso de Estados Unidos (accesible aquí) reveló el precio humano que los propios americanos han tenido que pagar por las pruebas nucleares. Se trata de 33.000 casos de cáncer, 11.000 de ellos mortales, que, según el Center for Disease Control and Prevention (CDC), se produjeron en Estados Unidos como consecuencia de once años de pruebas nucleares, entre 1951 y 1962. 

Según Robert Álvarez, un funcionario del Departamento de Energía de la administración Clinton, 19 pruebas nucleares estadounidenses lanzaron cada una de ellas a la atmósfera niveles de radiación de una escala comparable al accidente registrado en abril de 1986 en Chernóbil. 

El estudio del CDC no es completo –las pruebas continuaron hasta mucho más allá de 1962– pero demuestra que los efectos de la lluvia nuclear y los casos de cáncer se registraron por toda la geografía de Estados Unidos.

“Desde 1951, cualquier persona que vivió en Estados Unidos estuvo expuesta a lluvia radiactiva y todos sus órganos recibieron alguna exposición a la radiación”, señala el informe oficial. El estudio no contabiliza las pruebas atmosféricas chinas realizadas en Lob Nohr (provincia de Xinjiang) desde 1964 hasta 1980, ni las francesas, de 1963 a 1974, ni las explosiones anteriores a 1951 (estadounidenses en las islas Marshall, y soviéticas en Kazajstán), ni las tres explosiones pioneras de 1945 en Nuevo Méjico, Hiroshima y Nagasaki, ni la contaminación de Hawai por las pruebas americanas del Pacífico, ni la de Alaska por las soviéticas en Nóvaya Zemlya. 

La radiación no conoce fronteras y si un país realiza pruebas nucleares o registra un accidente en una central nuclear, toda la humanidad paga por ello.

En 2011, poco después del accidente de Fukushima, entrevisté en Viena a Yuli Andreyev, el ex vicedirector del Spetsatom, el organismo soviético de lucha contra accidentes nucleares. Andreyev fue asesor del ministerio de Medio Ambiente austriaco y de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), un organismo del sistema de la ONU que es la principal agencia de cooperación internacional en materia de energía nuclear.

 Me dijo que Chernóbil continuaba rodeado de mentiras, que el accidente no fue responsabilidad de los operadores de la central, como se dijo, sino de un claro defecto de diseño de los reactores RMBK resultado de la economía de costes. Un diseño apropiado de aquellos reactores soviéticos exigía una gran cantidad de circonio, un metal raro, así como todo un laberinto de tubos, técnicas especiales para la soldadura de circonio. 

Acero inoxidable y enormes cantidades de hormigón. Era un dineral, así que se decidió economizar, explicaba Andreyev, que me puso a caldo al académico Legásov, el héroe de la serie de marras. “Responsabilizó a los operadores de la central, que fueron encarcelados, mientras él continuó libre y aún pretendía que le condecoraran”.

Sin control independiente

Hoy, en el mundo hay unos 570 reactores –sin contar los construidos por los chinos en los últimos años–, de los que cinco (Harrisburg, Chernóbil y los tres de Fukushima) se fundieron accidentalmente. Eso arroja una probabilidad de accidente nuclear grave cercana al 1%. Además está el problema de los residuos y muchos imponderables sanitarios.

Sin KGB y siendo una superpotencia tecnológica, Japón se comportó de forma semejante a los soviéticos con Chernóbil, o a los estadounidenses con sus pruebas. Cinco años antes de Chernóbil, entre el 10 de enero y el 8 de marzo de 1981, hubo un grave accidente en la central nipona de Tsuruga.

Se vertieron 40.000 litros de material radiactivo desde los depósitos de residuos de la central a las cloacas de la ciudad de Tsuruga, donde vivían 100.000 personas. La empresa silenció lo ocurrido y el público no se enteró hasta el 20 de abril.

La mítica “seguridad” se sacrifica a cuestiones egoístas, decía Andreyev. “En la URSS por razones de prestigio y por el coste del enriquecimiento del uranio, en Japón pura y simplemente por dinero. La localización de las centrales de Japón junto al mar es la más barata. Los generadores de emergencia no los enterraron en Fukushima y, claro, se inundaron enseguida. 

Detrás de todo esto hay corrupción: ¿cómo puede diseñarse una central nuclear en una zona de alto riesgo sísmico, al lado del océano, con los generadores de emergencia en superficie? Llegó la ola y todo quedó fuera de servicio. Fukushima no fue un error, fue un delito”.

En la URSS, el abaratamiento de costes y el diseño de los reactores RMBK incrementaron los riesgos. “Todo eso era contrario a las normas de seguridad, pero la supervisión nuclear en la URSS formaba parte del ministerio de Energía Atómica. Algo parecido ocurre hoy con la AIEA”, decía Andreyev, pues la agencia de la ONU depende de la industria nuclear. La ausencia de instancias de control independientes es un problema añadido a una tecnología peligrosa e inhumana por su escala.

 La historia sugiere que la humanidad solo aprende a fuerza de batacazos. El problema de la energía nuclear, y de las tecnologías y armas de destrucción masiva, es que su escala temporal y destructiva es definitiva. 

Apenas hay margen para un batacazo didáctico-instructivo. Por eso Einstein ya dijo en los años cincuenta que lo nuclear lo había cambiado todo, “menos la mentalidad del hombre”. En ese retraso temporal entre la mentalidad y la tecnología reside el peligro. Con su fundamental defecto de ignorar la perspectiva universal del asunto, la serie Chernobyl, tan bien realizada, confirma modestamente el problema."                 (Rafael Poch, CTXT, 12/06/19)

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