"La serie Chernobyl del estadounidense Craig Mazin y los canales
HBO y Sky ha fascinado a mucha gente. Aquel terrible accidente y la
URSS quedan lo suficientemente lejos como para resultar desconocidos a
toda una generación. Los escenarios están muy bien recreados, las
psicologías no tanto. Algunas escenas y detalles son vulgares
concesiones a la denigración del enemigo histórico.(...)
Pero todo eso son detalles sin importancia, al lado de su
peor defecto: la serie ignora por completo el carácter universal de
aquel accidente.
Chernóbil no es un caso aislado. Tampoco la estupidez del sistema
soviético, ni la mentira, ni el secretismo, ni la irresponsabilidad
técnica. (...)
Aunque la propaganda de la guerra fría se encargó de ventilarla con
particular ahínco, la serie nuclear soviética tenía claros paralelismos
con las pruebas nucleares estadounidenses en Nevada o las islas
Marshall, o con las francesas en África, porque el problema no es el
régimen político sino la tecnología nuclear.
70 años de radiación sin fronteras
En 1998, un estudio encargado por el Congreso de Estados Unidos (accesible aquí)
reveló el precio humano que los propios americanos han tenido que pagar
por las pruebas nucleares. Se trata de 33.000 casos de cáncer, 11.000
de ellos mortales, que, según el Center for Disease Control and
Prevention (CDC), se produjeron en Estados Unidos como consecuencia de
once años de pruebas nucleares, entre 1951 y 1962.
Según Robert Álvarez,
un funcionario del Departamento de Energía de la administración
Clinton, 19 pruebas nucleares estadounidenses lanzaron cada una de ellas
a la atmósfera niveles de radiación de una escala comparable al
accidente registrado en abril de 1986 en Chernóbil.
El estudio del CDC
no es completo –las pruebas continuaron hasta mucho más allá de 1962–
pero demuestra que los efectos de la lluvia nuclear y los casos de
cáncer se registraron por toda la geografía de Estados Unidos.
“Desde 1951, cualquier persona que vivió en Estados Unidos estuvo
expuesta a lluvia radiactiva y todos sus órganos recibieron alguna
exposición a la radiación”, señala el informe oficial. El estudio no
contabiliza las pruebas atmosféricas chinas realizadas en Lob Nohr
(provincia de Xinjiang) desde 1964 hasta 1980, ni las francesas, de 1963
a 1974, ni las explosiones anteriores a 1951 (estadounidenses en las
islas Marshall, y soviéticas en Kazajstán), ni las tres explosiones
pioneras de 1945 en Nuevo Méjico, Hiroshima y Nagasaki, ni la
contaminación de Hawai por las pruebas americanas del Pacífico, ni la de
Alaska por las soviéticas en Nóvaya Zemlya.
La radiación no conoce
fronteras y si un país realiza pruebas nucleares o registra un accidente
en una central nuclear, toda la humanidad paga por ello.
En 2011, poco después del accidente de Fukushima, entrevisté en Viena
a Yuli Andreyev, el ex vicedirector del Spetsatom, el organismo
soviético de lucha contra accidentes nucleares. Andreyev fue asesor del
ministerio de Medio Ambiente austriaco y de la Agencia Internacional de
la Energía Atómica (AIEA), un organismo del sistema de la ONU que es la
principal agencia de cooperación internacional en materia de energía
nuclear.
Me dijo que Chernóbil continuaba rodeado de mentiras, que el
accidente no fue responsabilidad de los operadores de la central, como
se dijo, sino de un claro defecto de diseño de los reactores RMBK
resultado de la economía de costes. Un diseño apropiado de aquellos
reactores soviéticos exigía una gran cantidad de circonio, un metal
raro, así como todo un laberinto de tubos, técnicas especiales para la
soldadura de circonio.
Acero inoxidable y enormes cantidades de
hormigón. Era un dineral, así que se decidió economizar, explicaba
Andreyev, que me puso a caldo al académico Legásov, el héroe de la serie
de marras. “Responsabilizó a los operadores de la central, que fueron
encarcelados, mientras él continuó libre y aún pretendía que le
condecoraran”.
Sin control independiente
Hoy, en el mundo hay unos 570 reactores –sin contar los construidos
por los chinos en los últimos años–, de los que cinco (Harrisburg,
Chernóbil y los tres de Fukushima) se fundieron accidentalmente. Eso
arroja una probabilidad de accidente nuclear grave cercana al 1%. Además
está el problema de los residuos y muchos imponderables sanitarios.
Sin KGB y siendo una superpotencia tecnológica, Japón se comportó de
forma semejante a los soviéticos con Chernóbil, o a los estadounidenses
con sus pruebas. Cinco años antes de Chernóbil, entre el 10 de enero y
el 8 de marzo de 1981, hubo un grave accidente en la central nipona de
Tsuruga.
Se vertieron 40.000 litros de material radiactivo desde los
depósitos de residuos de la central a las cloacas de la ciudad de
Tsuruga, donde vivían 100.000 personas. La empresa silenció lo ocurrido y
el público no se enteró hasta el 20 de abril.
La mítica “seguridad” se sacrifica a cuestiones egoístas, decía
Andreyev. “En la URSS por razones de prestigio y por el coste del
enriquecimiento del uranio, en Japón pura y simplemente por dinero. La
localización de las centrales de Japón junto al mar es la más barata.
Los generadores de emergencia no los enterraron en Fukushima y, claro,
se inundaron enseguida.
Detrás de todo esto hay corrupción: ¿cómo puede
diseñarse una central nuclear en una zona de alto riesgo sísmico, al
lado del océano, con los generadores de emergencia en superficie? Llegó
la ola y todo quedó fuera de servicio. Fukushima no fue un error, fue un
delito”.
En la URSS, el abaratamiento de costes y el diseño de los reactores
RMBK incrementaron los riesgos. “Todo eso era contrario a las normas de
seguridad, pero la supervisión nuclear en la URSS formaba parte del
ministerio de Energía Atómica. Algo parecido ocurre hoy con la AIEA”,
decía Andreyev, pues la agencia de la ONU depende de la industria
nuclear. La ausencia de instancias de control independientes es un
problema añadido a una tecnología peligrosa e inhumana por su escala.
La historia sugiere que la humanidad solo aprende a fuerza de batacazos.
El problema de la energía nuclear, y de las tecnologías y armas de
destrucción masiva, es que su escala temporal y destructiva es
definitiva.
Apenas hay margen para un batacazo didáctico-instructivo.
Por eso Einstein ya dijo en los años cincuenta que lo nuclear lo había
cambiado todo, “menos la mentalidad del hombre”. En ese retraso temporal
entre la mentalidad y la tecnología reside el peligro. Con su
fundamental defecto de ignorar la perspectiva universal del asunto, la
serie Chernobyl, tan bien realizada, confirma modestamente el problema." (Rafael Poch, CTXT, 12/06/19)
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