13.5.22

¿Era inevitable? Breve historia de la guerra de Rusia en Ucrania... Esta guerra no era inevitable. Sin embargo, hace años que nos encaminábamos en esa dirección... estamos cosechando los frutos de nuestras políticas fallidas en la región tras el colapso de la URSS... tras el final de la guerra fría, fue la expansión de la OTAN lo que más deterioró la relación entre Rusia y Occidente, una relación que hizo que Ucrania quedara atrapada en el medio.... En abril de 2008, los países de la OTAN prometieron que Georgia y Ucrania “se convertirían en miembros de la OTAN”... Unos meses más tarde, Rusia derrotó a Georgia en una violenta guerra de cinco días... En la práctica, Putin ha estado advirtiendo de sus intenciones de invadir Ucrania, de una forma u otra, durante 15 años... se puede argumentar que deberíamos haber reflexionado más profundamente sobre cómo crear un acuerdo de seguridad, y uno económico, en el que Ucrania nunca se hubiera enfrentado a una elección tan fatídica... ahora, en caso de que Rusia reduzca sus exigencias, si Zelenski será capaz de aceptar una Crimea rusa y el este de Ucrania después de toda la sangre que su pueblo ha derramado –y, de hecho, si el pueblo lo aceptará– es una cuestión abierta

"Durante los tres meses previos a la invasión, todo el mundo debatió acerca de si una guerra era una posibilidad real; si las amenazas de Vladímir Putin eran un farol o iban en serio. Algunos de los expertos en geopolítica rusa que antes aconsejaban prudencia en las previsiones, afirmaban ahora que había motivos para preocuparse. 

Otros, que durante mucho tiempo habían criticado la actitud de Putin, aseguraban que solo trataba de llamar la atención, que sus amenazas solo eran una estrategia teatral. Hubo un intenso debate entre los analistas que seguían el despliegue de soldados sobre el terreno y los que analizaban los mensajes que el gobierno ruso canalizaba a través de la televisión. Los analistas que monitorizaban el despliegue de soldados en la frontera y en Crimea advertían de la posibilidad de una invasión. Los que monitorizaban las televisiones del país que ofrecían información oficial, afirmaban que la televisión rusa no estaba alimentando la hostilidad, como suele hacerse antes de una invasión, y que eso significaba que no iba a haber guerra.

La incógnita se resolvió, de forma definitiva, la madrugada del 24 de febrero, cuando los misiles rusos alcanzaron instalaciones militares y objetivos civiles dentro de Ucrania, y los convoyes blindados rusos cruzaron la frontera. Entonces todo el mundo empezó a analizar los motivos. ¿Putin está loco? ¿Está inquieto por la expansión de la OTAN? ¿Se guía por parámetros amorales, como ha sugerido la experta en Putin Fiona Hill, que son fundamentalmente históricos, con escalas de tiempo que no tienen sentido para el común de los mortales? ¿Intenta, gradualmente, reconstruir el Imperio Ruso? ¿Estonia será su siguiente objetivo?

 Viajé a Moscú en enero para ver si podía informarme mejor. (...)

 Consideraban que las agencias de inteligencia estadounidenses que advertían de una posible invasión habían perdido la cabeza. Quedé con amigos, escuché sus reflexiones, analicé los distintos escenarios posibles. Aun en el caso de que se produjera una invasión, un escenario poco probable –decían–, todos estábamos de acuerdo en que acabaría rápidamente. Sería como Crimea: una operación quirúrgica, muy precisa, por la superioridad tecnológica abrumadora de Rusia. Putin siempre había sido muy cauteloso; el tipo de persona que nunca inicia una batalla que no está segura de ganar. Sería terrible, pero relativamente indoloro. Fue un error. Todos nos equivocamos.

El hecho de que todos estuviéramos equivocados no impidió que luego afirmásemos de inmediato que estábamos en lo cierto. (...)

 Esta guerra no era inevitable. Sin embargo, hace años que nos encaminábamos en esa dirección. La guerra en sí no es nueva: comenzó, como los ucranianos han repetido en las últimas dos semanas, con la incursión rusa en 2014. Pero las raíces del conflicto se remontan aún más atrás. Todavía estamos viviendo los estertores del imperio soviético. En Occidente estamos cosechando los frutos de nuestras políticas fallidas en la región tras el colapso de la URSS.

Esta guerra es la decisión de una persona y sólo de una persona: Vladímir Putin. Tomó la decisión durante el tiempo que estuvo aislado para protegerse de la pandemia, no organizó ningún tipo de campaña para conseguir el apoyo de la opinión pública, y apenas habló de sus intenciones con nadie fuera de su círculo íntimo más reducido, razón por la cual, unas semanas antes de la invasión, nadie en Moscú pensaba que se iba a producir una invasión. Además, es evidente que no comprendió la naturaleza de la situación política en Ucrania y la fuerza de la resistencia que se iba a encontrar. Sin embargo, para entender la tragedia de la guerra, y lo que significa para Ucrania y Rusia y el resto de la humanidad, vale la pena ir más allá de las últimas semanas y meses, e incluso más allá de Vladímir Putin. La situación no tenía por qué tener este desenlace, aunque es mucho más difícil determinar en qué nos hemos equivocado exactamente.

1. La ruptura: Rusia y Ucrania tras la caída de la URSS

Hace treinta años, cuando los países de la antigua Unión Soviética declararon su independencia, todo el mundo respiró aliviado al constatar que la disolución se llevaba a cabo sin grandes tensiones.

 Sin embargo, gradualmente, de forma casi imperceptible, se fue produciendo un cambio de actitud.  En Moldavia, las tropas rusas apoyaron un pequeño movimiento separatista de rusoparlantes que acabó formando la pequeña república escindida de Transnistria. Georgia, la región autónoma de Abjasia, también apoyada por las armas rusas, libró una breve guerra con el gobierno central de Tiflis, al igual que Osetia del Sur.(...) Y así sucesivamente. (...)

A pesar de todo, se mantuvo la percepción de que la disolución de la Unión Soviética había sido milagrosamente pacífica. Y entonces llegó Ucrania. En el laboratorio de construcción de naciones que era el antiguo imperio, Ucrania destacaba. Algunas de las antiguas repúblicas soviéticas tenían una larga tradición política y prácticas lingüísticas, religiosas y culturales diferenciadas; otras no tanto. (...)

Para complicar las cosas, muchos de los nuevos países tenían una considerable población de habla rusa que no estaba interesada en nuevos proyectos nacionales o, simplemente, los veía con hostilidad. (...)

Ucrania era única en todos estos frentes. Aunque también había existido como Estado independiente en los tiempos modernos durante unos pocos años, tenía un poderoso movimiento nacionalista, una vibrante tradición literaria y la memoria del lugar independiente que había ocupado en la historia de Europa antes de Pedro el Grande. Era un país de grandes proporciones, el segundo de Europa después de Rusia. Estaba industrializado, siendo un importante productor de carbón, acero y motores de helicóptero, así como de grano y semillas de girasol. Su población destacaba por su nivel educativo.(...)

 Las economías de Rusia y Ucrania estaban profundamente entrelazadas. Las fábricas ucranianas de Dnipró eran una parte vital de la capacidad militar e industrial de la URSS, y los mayores gasoductos de exportación de Rusia pasaban por Ucrania. En palabras del historiador Dominic Lieven, describiendo la situación en torno a la Primera Guerra Mundial, Ucrania no podía ser más estratégica para Rusia. “Sin la población, la industria y la agricultura de Ucrania, la Rusia de principios del siglo XX hubiera dejado de ser una gran potencia”. Lo mismo ocurría, o parecía ocurrir, en 1991. Ucrania no solo era importante para Rusia desde el punto de vista geopolítico. También lo era cultural e históricamente.(...9

 Durante los primeros 20 años de independencia, Rusia siguió muy de cerca los acontecimientos en Ucrania, e interfirió de diversas maneras, pero no llegó más lejos. Eso fue todo lo que necesitó. La gran población rusoparlante de Ucrania garantizaba, o parecía garantizar, que el país no se alejaría demasiado de la esfera de influencia rusa.

2. ¿Dónde empieza la patria? La visión desde Ucrania

En la propia Ucrania, incluso al margen de la presencia rusa, existían las tensiones propias del nacimiento de una nación. Muchos de los nuevos países postsoviéticos tenían su dosis de problemas: élites corruptas, minorías étnicas descontentas, una frontera con Rusia. Ucrania tenía todos estos elementos, y más. Como era un país extenso e industrializado, había mucho que robar. Como tenía un importante puerto en el Mar Negro, en la ciudad de Odesa, había una vía marítima de fácil acceso para poder robar. Como quedó claro en 2014, cuando llegó el momento de utilizarlo, gran parte del material del antiguo ejército ucraniano salió de contrabando a través de ese puerto. (...)

En un análisis de la CIA, ahora famoso, escrito poco después de la creación de la Ucrania independiente, se predijo que las posibilidades de que el país se desmoronara eran elevadas. Sin embargo, durante dos décadas el país no se desmoronó. Para bien y para mal, la democracia estaba muy arraigada en la cultura política ucraniana, y así, mientras que en Rusia el poder nunca se transfería a la oposición, en Ucrania sucedía una y otra vez. En 1994, el primer presidente de Ucrania, Leonid Kravchuk, fue expulsado del cargo en favor de Leonid Kuchma, que prometió mejorar las relaciones con Rusia y dar al idioma ruso el mismo estatus que al ucraniano. En 2004, su sucesor, Víktor Yanukóvich, fue destituido, tras masivas protestas por unas elecciones fraudulentas, en favor de un candidato más nacionalista y proeuropeo, Víktor Yúschenko. En 2010, Yúschenko perdió ante un resurgido Yanukóvich. Pero Yanukóvich fue destituido por la revolución del Euromaidán, en 2014. Un candidato nacionalista y multimillonario del chocolate, Petro Poroshenko, se convirtió en el siguiente presidente, pero fue sustituido por Volodímir Zelenski, un candidato pacifista y rusoparlante, en 2019. (...)

 Estos cambios de poder fueron alternativamente tumultuosos y ordinarios, pero reflejaron auténticas diferencias de opinión entre la población sobre lo que debía ser Ucrania. Algunos pensaban que Ucrania debía integrarse más en Europa, otros, que debía seguir alineada y estrechamente conectada con Rusia. Las diferencias culturales e históricas entre las distintas partes de Ucrania salían a la luz en tiempos de crisis. (...)

Los famosos combatientes de la resistencia en tiempos de guerra, conocidos como el Ejército Insurgente Ucraniano, que se opusieron a la ocupación soviética y alemana en el oeste de Ucrania, y que eran vistos como villanos fascistas por los soviéticos, fueron, en la narrativa nacionalista, los George Washington de la historia ucraniana.  (...)

Todas estas tensiones tuvieron lugar en un contexto de estancamiento económico. La economía ucraniana siempre fue una de las más débiles del antiguo bloque soviético. La corrupción era endémica y el nivel de vida, bajo. Ucrania dependía del gas barato de Rusia, así como de las “tasas de tránsito” que cobraba por el gas ruso que iba a Europa. (...)

Volodímir Zelenski, en el programa de televisión que le hizo famoso en Ucrania y acabó catapultándole a la presidencia, interpreta a un profesor de historia de instituto que habla ruso y que de repente se convierte en presidente. En las breves escenas en las que vemos al personaje de Zelenski dando clases, interroga a sus alumnos sobre el gran historiador y político nacional ucraniano Mykhailo Hrushevsky.

3. El sentimiento de Rusia hacia la OTAN

Fue la violenta oposición rusa a la adhesión de Ucrania a la UE lo que a finales de 2013 precipitó el Euromaidán, que a su vez precipitó la anexión rusa de Crimea y la incursión en el este de Ucrania. Pero tras el final de la guerra fría, fue la expansión de la OTAN lo que más deterioró la relación entre Rusia y Occidente, una relación que hizo que Ucrania quedara atrapada en el medio.

 La expansión de la OTAN se produjo muy lentamente, y luego aparentemente de golpe.(...)

 Tras el colapso de la Unión Soviética, no estaba claro que la OTAN fuera a crecer. De hecho, la mayoría de los políticos y militares estadounidenses se oponían a la ampliación de la alianza. Incluso se habló, durante un tiempo, de disolver la OTAN. Había cumplido su objetivo, contener a la Unión Soviética, y ahora cada uno podía seguir su camino. Esto cambió en los primeros años de la administración Clinton. 

(...) fue determinante que los líderes de los países de Europa del Este tuvieran una gran credibilidad moral ante Occidente. Fue tras una reunión con, entre otros, Václav Havel y Lech Wałęsa en Praga, en enero de 1994, cuando Bill Clinton anunció que “la cuestión ya no es si la OTAN admitirá nuevos miembros, sino cuándo”. Esta formulación -no si, sino cuándo- se convirtió en la política oficial de Estados Unidos. (...)

Cinco años más tarde, la República Checa –tras divorciarse pacíficamente de Eslovaquia–, Hungría y Polonia se incorporaron a la OTAN. En los años siguientes se incorporarían 11 países más, con lo que el número total de países de la alianza ascendería a 30. Durante la reciente crisis, algunos expertos y políticos estadounidenses han afirmado que Rusia no se opuso a la OTAN hasta hace poco, cuando buscaba un pretexto para invadir Ucrania. Esta afirmación es ridícula. Rusia ha protestado contra la expansión de la OTAN desde el principio. (...)

Rusia era demasiado débil, y todavía demasiado dependiente de los préstamos occidentales, para hacer algo más que quejarse y observar con recelo cómo aumentaba el poder de la OTAN.  (...)

La segunda ronda postsoviética de expansión de la OTAN fue la de mayor envergadura. Acordada en 2002 y oficializada en 2004, incorporó a la alianza a Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. Casi todos estos Estados formaban parte del bloque soviético, y Estonia, Letonia y Lituania, los “bálticos”, formaban parte de la Unión Soviética. Ahora se habían unido a Occidente.

Mientras esto ocurría, una serie de acontecimientos sacudieron la periferia rusa. Las “revoluciones de colores” –que se sucedieron rápidamente en Georgia en 2003 (Rosa), Ucrania en 2004 (Naranja) y Kirguistán en 2005 (de los tulipanes)– utilizaron las protestas masivas para expulsar a líderes prorrusos corruptos. Estos acontecimientos fueron acogidos con gran entusiasmo en Occidente, que los consideró un renacimiento de la democracia. Mientras, el Kremlin los veía con escepticismo y temor, por considerarlos una invasión del espacio ruso.  (...)

El hecho es que en cada momento, en cada punto de fricción, en cada situación, Occidente, y Estados Unidos en particular, hizo lo que le vino en gana. A veces fue exquisitamente sensible y cuidadoso con las percepciones rusas; otras veces, arrogante. Pero en todos los casos, Estados Unidos tiró millas. Con el tiempo, esta forma de actuar se normalizó. Las relaciones entre ambas partes se deterioraron y las posiciones se endurecieron. 

(...) en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007, en lo que se considera un punto de inflexión clave en las relaciones entre Rusia y Occidente, Putin respondió, arremetiendo contra Estados Unidos y su sistema unipolar por su “arrogancia”, su “desprecio del derecho internacional” y su “hipocresía”. “Nos dan lecciones constantes de democracia”, dijo sobre la relación entre Rusia y Estados Unidos. “Pero por alguna razón consideran que esa lección no va con ellos”.

La advertencia fue escuchada, pero no atendida. En abril de 2008, los países de la OTAN se reunieron en Bucarest y prometieron que Georgia y Ucrania “se convertirían en miembros de la OTAN”. Fue, como muchos han señalado desde entonces, lo peor de ambos mundos: una promesa de adhesión sin ninguno de los beneficios reales, en forma de garantías de seguridad, que esa adhesión conllevaría. Unos meses más tarde, en lo que hasta ese momento era, con mucho, la acción militar más importante fuera de sus fronteras, Rusia derrotó a Georgia en una violenta guerra de cinco días.

En retrospectiva, se podría argumentar que si la OTAN se hubiera movido más rápido y hubiera aceptado a Ucrania y Georgia mucho antes, nada de lo que siguió habría sucedido. La ventaja de este argumento es que cuenta con ejemplos que lo refuerzan: los países bálticos entraron en la OTAN y, a pesar de ser antiguas repúblicas soviéticas, han sufrido relativamente poco acoso ruso desde entonces. Pero también se podría argumentar que, ante la creciente alarma rusa y las repetidas advertencias sobre las “líneas rojas” al avance de la OTAN, los Estados Unidos y sus aliados deberían haber sido más prudentes. Deberían haber tenido en cuenta la especificidad de los lugares con los que estaban tratando, en particular Ucrania. Ucrania no era Rusia, según la famosa frase de Leonid Kuchma, pero tampoco era Polonia. Uno de los problemas de la candidatura de Ucrania a la OTAN en 2008, por ejemplo, impulsada por el gobierno de Yúschenko, afín a Occidente, fue que resultó impopular dentro de Ucrania, en gran parte porque los ucranianos sabían lo que pensaba Rusia al respecto, y estaban preocupados. Con toda la razón.

 En la práctica, Putin ha estado advirtiendo de sus intenciones de invadir el país, de una forma u otra, durante 15 años. Son muchas las personas que afirman ahora que deberíamos haber sido mucho más duros con Putin mucho antes, que las sanciones que estamos viendo ahora deberían haberse impuesto tras la guerra de Georgia en 2008, o tras el envenenamiento con polonio de Alexander Litvinenko en Londres en 2006. Pero también se puede argumentar que deberíamos haber reflexionado más profundamente sobre cómo crear un acuerdo de seguridad, y uno económico, en el que Ucrania nunca se hubiera enfrentado a una elección tan fatídica.

4. Lo que piensa Putin

Sin embargo, en el centro de esta tragedia se encuentra un hombre: Vladímir Putin. Se ha embarcado en una guerra asesina y criminal que también parece casi seguro que será juzgada como un colosal error estratégico, uniendo a Europa, reforzando a la OTAN, destruyendo su propia economía y aislando a su propio país. ¿Qué ha pasado?

Siempre ha habido múltiples visiones sobre quién es Putin que compiten entre sí y que se sitúan en diferentes ejes en cuanto a su competencia, su inteligencia y su moral. Es decir, algunas personas que pensaban que era malvado también pensaban que era inteligente, y algunas personas que pensaban que simplemente defendía los intereses rusos también pensaban que era incompetente.

Hace cinco años, en este artículo, durante el auge de la admiración hacia las habilidades de Putin que siguió a la elección de Donald Trump, argumenté que Putin era básicamente un político “normal” en el contexto ruso. Eso no significaba que fuera en modo alguno admirable –la forma en que dirigió la guerra en Chechenia, que lanzó su candidatura presidencial, era prueba suficiente de sus malas intenciones–. Tampoco creía que debiera hackear los correos electrónicos de Hillary Clinton. Sin embargo, pensaba que, dada la historia de Rusia, su traumática experiencia de la transición postsoviética, la dinámica interna del régimen de Yeltsin y el contexto geopolítico más amplio, la persona que tomara el relevo de Yeltsin era casi seguro que sería un autoritario nacionalista, se llamara o no Vladímir Putin. (...)

Putin había ganado Crimea y algún territorio en el este, pero había perdido Ucrania. Tras la victoria del candidato presidencial demócrata Joe Biden, que señaló un renovado compromiso estadounidense con Europa y la OTAN y, entre otras cosas, con Ucrania, todo parecía indicar que la situación se estaba volviendo cada vez menos favorable a Putin. Pero no se quedó sin opciones. En 2015 había conseguido, por la fuerza de las armas, el acuerdo de Minsk-2 –un oneroso acuerdo de paz, nunca aplicado por ninguna de las partes–, que había obligado a Ucrania a reintegrar las repúblicas de Donetsk y Lugansk en una Ucrania federada, donde tendrían esencialmente poder de veto sobre la política exterior del país; quizás, en 2022, podría conseguir también un Minsk-3.

(...)  cuando los nubarrones de la guerra empezaron a crecer, Zelenski insistió en que la amenaza no era real. Criticó a la administración Biden por su retórica alarmista. La noche anterior a la invasión, dijo a los ucranianos que podían dormir tranquilos. Pero los primeros misiles rusos alcanzaron sus objetivos antes del amanecer.

El día anterior, en su angustioso llamamiento de última hora al pueblo ruso, Zelenski había dejado claro que no quería una guerra. Pero también era cierto que no tenía mucho margen para llegar a un acuerdo. El único camino claro hacia la paz –la aplicación de los acuerdos de Minsk– se había vuelto, con el paso del tiempo, aún más intolerable para los ucranianos de lo que había sido en el momento de su firma. Al fin y al cabo, a la gente no le gusta sentirse intimidada por un vecino de mayor tamaño y más agresivo Y la mayoría de los observadores señalaron que, por muy aterradora que fuera una invasión rusa, un pacto en el que Zelenski que cediera demasiado probablemente llevaría al derrocamiento de su gobierno.  (...)

Ahora, cuando el ejército ruso se refuerza y comienza a bombardear las ciudades ucranianas, los gobiernos de la OTAN se enfrentan a un doloroso dilema: o bien observan con horror cómo mueren ucranianos inocentes, o bien implicarse más y arriesgarse a que el conflicto escale. Es imposible predecir hacia dónde nos lleva esta situación En el momento de escribir este artículo, con dirigentes rusos planteando exigencias maximalistas, un acuerdo parece lejano. Y en caso de que Rusia reduzca sus exigencias, si Zelenski será capaz de aceptar una Crimea rusa y el este de Ucrania después de toda la sangre que su pueblo ha derramado –y, de hecho, si el pueblo lo aceptará– es una cuestión abierta.(...)"              (Keith Gessen , Escritor ruso, eldiario.es, 12/03/22)

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