15.7.25

El capitalismo racial... El poder ha sabido rentabilizar bien las migraciones: se explota su fuerza de trabajo al máximo para engordar las sacas del capital, se explota su alteridad para que la gente no piense en la desposesión que sufren por culpa de este régimen de la avaricia, si no en la abstracta amenaza que personas buscándose la vida, supone para su seguridad... Mientras las élites acaparan más que nunca, desentendiéndose de grandes sectores de la poblaciones a quienes dicen defender, financian a los voceros que persuaden a los perdedores autóctonos de que ellos son superiores, de que merecen más, pues descienden de una estirpe occidental amenazada, no por la insaciable codicia de unos pocos, sino por quienes han sido víctimas del despojo antes que ellos... Predicadores del odio, mamporreros de caza y representantes de la civilización occidental coinciden en estar muy preocupados por la herencia cristiana... la herencia de la concentración de riqueza en cada vez menos manos herederas, el mundo repartido entre cada vez menos dueños, la avaricia que también penaliza a esos mamporreros que en lugar de rebelarse contra quienes les amargan el presente y les hipotecan el futuro, despliegan toda su fuerza y energía política para defender los intereses de otros. Todo imperio necesita sus batallones de imbéciles y mercenarios. ¿Para cuando un Tratado de No Proliferación de la hipocresía? (Sarah Babiker)

 "En los últimos días, hordas de hombres violentos han viajado a Torre Pacheco para recordarles a miles de personas que allí habitan, trabajan, crían a sus hijos, y cuando pueden, se divierten, que en realidad su vida es una farsa, que no pertenecen. Cruzados de pacotilla aterrorizan a vecinos y vecinas, cumplen por fin lo que tanto tiempo llevan deseando: mostrar poder sembrando el miedo, persiguiendo por fin a quienes llevan años señalando como enemigos. Han conseguido pasar de la agresión verbal desde la soledad de internet a los ataques reales acompañados por gente que odia como ellos. Sienten que es su momento.

No es una distopía, es la misma marea que desborda cada tanto, en cuanto surge una excusa: los predicadores del odio (muchos con un salario público) normalizan el marco, a golpe de relacionar migración y delincuencia y elevar el nivel de fascismo de la conversación. No les faltan los micrófonos ante los que hablar de deportar a millones de personas como “solución” para salvar a la sociedad española, en los que cimentar las fronteras simbólicas entre el “ellos” y el “nosotros”. Abundan las tribunas desde la que referirse a otros seres humanos como “plaga”.  Mientras el idioma de la limpieza étnica se conjuga en la agenda pública, los nazis retroalimentan su rabia en las redes, desatan sus ganas de hacer daño, le dan a su patético racismo de troll de internet una pátina épica: Vamos a “reunirlos con Alá”, dicen imbuidos de una misión. 

Mientras la justicia social o los derechos humanos se impugnan como aspiraciones legítimas en torno a las que organizarse, irrumpen de manera complementaria en el escenario discursos que justifican la explotación y la desigualdad. Es así como se va sedimentando el consenso de hay vidas que valen menos que otras. En eso se basa el capitalismo racial, solo que cada vez menos gente disimula. Mientras las élites acaparan más que nunca, desentendiéndose de grandes sectores de la poblaciones a quienes dicen defender, financian a los voceros que persuaden a los perdedores autóctonos de que ellos son superiores, de que merecen más, pues descienden de una estirpe occidental amenazada, no por la insaciable codicia de unos pocos, sino por quienes han sido víctimas del despojo antes que ellos. 

El poder ha sabido rentabilizar bien las migraciones: se explota su fuerza de trabajo al máximo para engordar las sacas del capital, se explota su alteridad para que la gente no piense en la desposesión que sufren por culpa de este régimen de la avaricia, si no en la abstracta amenaza que personas buscándose la vida, supone para su seguridad.

Deshumanizadas, las personas migrantes sirven también como ariete político que arrojar al contrario: se acusa al bipartidismo de “traerlas”, como si no tuviesen sus propias razones para decidir venir, su propia agencia para, a pesar de todos los obstáculos que les niegan el derecho al movimiento, tomar la decisión de migrar. Se acusa a Vox y la ultraderecha de alimentar el odio, como si el bipartidismo no hubiese allanado el camino de la deshumanización, abordando la migración desde el utilitarismo, y permitiendo que el lenguaje de la gestión de los flujos se imponga sobre el de los derechos de las personas. 

En medio del cruce de acusaciones entre los vértices más fascistas y más moderados del poder, emergen las contradicciones: la solución mágica (¿o final?) de expulsar a gente colisiona con la necesidad capitalista de explotarles. Con esta paradoja se ha encontrado Trump cuando sus grandes planes de deportación se han topado con los intereses de los empresarios que no se quieren quedar sin los trabajadores que necesitan para seguir acumulando. Como gran solucionista que es, Trump ha defendido la siguiente fórmula: trabajadores migrantes que estén a cargo de sus empleadores, sin acceso a la ciudadanía. Trabajadores sin derechos, dependientes de quienes les explotan y acechados por redadas aleatorias en cuanto salgan de sus puestos de trabajo. Me suena.

Tenemos un término que nunca pasa de moda para referirnos a esto: “esclavitud”. Y es que Trump es un clásico. Será esto a lo que se refieren sus aliados en Europa cuando reivindican con tanto énfasis la herencia griega. ¿Una sociedad de hombres libres y esclavos?. ¿Será que defienden esa institución tan funcional para el orden y la acumulación que es tener a masas de gente trabajando a cambio de lo justo para vivir, sin derechos? ¿No es esta violencia a ratos estatal —a manos de la ICE o del frontex— a veces de esta especie de milicias fascistas, una forma de disciplinamiento para que “los otros” entiendan que nunca pertenecerán? ¿Para que el “nosotros” compre la ficción de que están siendo defendidos, mientras se sigue operando el despojo?

Los adalides plastas de Occidente

Funcionales a los fascistas chillones son los discursos de esos “intelectuales”  sosegados que insisten en la necesidad de preservar “la civilización occidental” o “los valores europeos”, como si pudieran higiénicamente separarse de la materialidad de la historia occidental o europea, marcada por el colonialismo basado en el exterminio y el despojo. Como si no viéramos el presente occidental y europeo en nuestras televisiones patrocinando el genocidio en Gaza, y justificando la muerte de miles de personas en su camino a las fronteras del jardín. Da grima escuchar a gente barnizada de cultura y respetabilidad destacar los grandes hitos de la tradición europea, al tiempo que ignora todas las demás tradiciones culturales del mundo.  

En todas las sociedades ha existido y existe el conflicto entre quienes defienden la dignidad de todos, y quienes quieren acumular riqueza y poder. Así como la esclavitud, la crueldad, o las ansias imperiales no son monopolio de Europa, tampoco lo son las aspiraciones a la libertad y la igualdad. Solo se puede reivindicar la superioridad de una cultura —y eso es lo que hacen los plastas de la civilización occidental o los valores europeos— desde el desconocimiento orgulloso de las culturas de los demás, haciendo gala de un sustrato colonial que solo sabe relacionarse con la alteridad desde la violencia, el paternalismo y el extractivismo."                          (Sarah Babiker , El Salto, 15/07/25)

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