6.9.25

Europa acepta la servidumbre... La sumisión al acuerdo arancelario impuesto por Trump (aceptar un 15% sin contrapartidas cuando en promedio era del 1,47%) supone la pérdida de “la dignidad”, que en sí, implica rendición e incapacidad para defender un “nosotros, los pueblos de Europa”... Entender las causas que hacen surgir esta versión descarnada de una Europa sumisa ante el brutal imperialismo de los EEUU de Trump es esencial... La fragmentación de la globalización en bloques regionales fomentada por el COVID-19 y las rupturas de las cadenas de suministro obliga a EEUU ha reconfigurar su influencia sobre el mundo desarrollado... EEUU tiene el reto de implantar “un nuevo orden internacional” que le asegure la hegemonía a medio plazo... el “nuevo orden” tiene todas las papeletas para adoptar, necesariamente, formas autoritarias e imperiales más o menos crudas... los países deben simplemente aceptar los aranceles de importación sin tomar contramedidas si quieren acceder al mayor mercado del mundo, deben abrir sus mercados a las exportaciones estadounidenses, y las empresas extranjeras deben trasladar parte de su producción a EEUU, para ahorrarse aranceles y acceder a su mercado. Por último, deben aumentar su inversión en gastos de defensa, comprando armas y equipamiento a empresas estadounidenses... Todo eso debe hacerse posible evitando la revalorización del dólar y manteniendo bajos los tipos de interés. E induciendo (obligando, más bien) al resto del mundo a adquirir deuda norteamericana a largo plazo con rendimientos bajos, más bajos incluso que la inflación... La cuestión es hasta qué punto pueden conseguir atraer actividad industrial competitiva en las diversas ramas. ¿Hasta qué punto la política arancelaria acompañada de un dólar debilitado evitaría los efectos inflacionistas y favorecería la manufactura local? Sólo si en el exterior, se imponen las lógicas imperiales y el vasallaje más extremo. Y si, en el interior, el aparato coercitivo es capaz de imponerse con métodos autoritarios a las instituciones y pautas profesionales que comparten consensos del pasado y si se introduce disciplina en el establishment hasta hacer inoperantes los contrapoderes democráticos... Democracia y libertad se escinden. La democracia pasa a ser un sistema demasiado ineficaz... En Europa, si el gasto en defensa gana prioridad sobre la industria verde y se convierte en la piedra central del neokeynesianismo europeo (así lo perciben ya Alemania, Francia, Polonia e Italia), desplazando a los fondos Next Generation, ese cambio favorece al norte y perpetúa las desigualdades territoriales. En efecto, si los Next Generation eran una oportunidad para corregir los desequilibrios territoriales europeos con el sur mediterráneo y, en particular, con las zonas rurales marginadas, más capacitadas para el desarrollo de energías renovables (Ignacio Muro)

"Claves para entender lo que viene

Sostiene Josep Borrell refiriéndose al genocidio de Gaza, que Europa ha perdido “el alma”. Y cuando el entrevistador, repregunta, “y qué más” cómo quitando importancia a ese intangible, Borrell recalca que era el valor principal que nos aportaba respeto en las relaciones ante el Sur Global.  Y que la dimensión del “doble rasero” utilizado con Ucrania y Palestina nos la hará perder para siempre.

La sumisión al acuerdo arancelario impuesto por Trump (aceptar un 15% sin contrapartidas cuando en promedio era del 1,47%) supone la pérdida de “la dignidad”, otro intangible que los mercantilistas querrán tasar país a país y sector a sector, pero que, en sí, implica rendición e incapacidad para defender un “nosotros, los pueblos de Europa” como proyecto político autónomo. Algo que nos devalúa para cualquier otro acuerdo con terceros, basado en el respeto mutuo. Se suele culpar a la negociadora Úrsula Von der Leyen o a la división achacable a los países del este europeo. Pero hay más, mucho más. Antes, todos los gobiernos europeos, salvo el de España, se habían sometido al dictado del 5% impuesto por Trump en la reunión de la OTAN. Y poco después, las principales economías de la UE, (Alemania, Francia e Italia) acordaban “excluir”, en una reunión del G7 y, por tanto, sin ninguna legitimidad para hacerlo, a las corporaciones de EEUU del pago de un mínimo del 15% en el Impuesto de Sociedades que formaba parte de una Directiva de la UE.

No son cambios súbitos. En realidad, esa sumisión se viene acentuando desde hace décadas, pero el momento actual las hace descaradamente evidentes ante el mundo.

Las tensiones que justifican un “nuevo orden”

Entender las causas que hacen surgir esta versión descarnada de una Europa sumisa ante el brutal imperialismo de los EEUU de Trump es esencial, pues abren un camino que, sin duda, continuarán otras administraciones demócratas o republicanas. Tras el éxito con la UE, Japón y Corea del Sur es normal que, en algún momento, Wall Street y los fondos de inversión empiezan a creer en la estrategia jactanciosa y humillante de Trump.

El dólar y el poder tecnológico y militar han sido los tres pilares de la hegemonía de EEUU en las últimas décadas.  Esas fortalezas, envueltas en el celofán del poder cultural y mediático, han sido suficientes mientras su liderazgo ha sido indiscutible. La cuestión es vislumbrar los cambios en la lógica del poder que necesita realizar EEUU cuando la creciente importancia económica y tecnológica de China, acompañada de una potentísima red de comercio con 140 países del sur global, la perfila como una amenaza cierta a medio plazo y abre un período marcado por la disputa de liderazgo mundial en muchos campos.

Entremos en materia. El liderazgo de EEUU ha estado, en las últimas décadas, acompañado de desequilibrios económicos estructurales, los denominados “déficits gemelos” expresados en las cuentas públicas y en el balance exterior por cuenta corriente. [1]

El desequilibrio de la cuenta corriente ha estado provocado, casi en su totalidad, por el déficit comercial de bienes, conectado con la desindustrialización manufacturera, no compensado por los crecientes superávits en la balanza de servicios tecnológicos, ni por los ingresos netos por intereses y dividendos o por royalties y otras transferencias.

Por otro lado, el déficit estructural de sus cuentas públicas significa, según la ortodoxia económica, que EEUU vive por encima de sus posibilidades. El nivel de consumo de sus empresas y familias ha estado dopado con constantes programas de financiación y de estímulo de dos tipos: por un lado, a través de presupuestos expansivos, especialmente en gasto militar soporte de un complejo industrial que hoy concierne especialmente a las propias empresas tecnológicas. De otro, rebajando los impuestos para facilitar la demanda disponible. En esencia, su economía es una gran maquinaria de consumo e innovación que es financiado por el resto del mundo.

Esos “déficits gemelos” surgen con la llegada al poder de Ronal Reagan y se convierte en estructurales en la medida que se consolida la globalización multilateral. La subsiguiente expansión de los mercados de capitales y el estatus del dólar como moneda de reserva y refugio, propensa por ello a la revalorización respecto al € y el yen, han facilitado con creces la financiación de esos déficits: de un lado, atrayendo capitales en inversiones productivas y, de otro, captando capitales flotantes desde sus mercados de capitales. Por último, emitiendo deuda pública, en dólares, que era adquirida por particulares e instituciones de otros países.

Esa sobre-financiación ha alimentado la creación de un ecosistema empresarial innovador con capacidad para atraer el talento disponible en todo el mundo.  Y la existencia de burbujas financieras exportadas luego a los principales mercados de capitales.

La fragmentación de la globalización y la disputa hegemónica de China

Desde hace un lustro, algo ha cambiado. La fragmentación de la globalización en bloques regionales fomentada por el COVID-19 y las rupturas de las cadenas de suministro obliga a EEUU ha reconfigurar su influencia sobre el mundo desarrollado, el que realmente le interesa.

El riesgo es que a medida que la globalización fragmentada fomenta la “autonomía estratégica” de los grandes bloques, la disponibilidad de flujos de capital globales excedentarios puede reducirse, dadas las mayores necesidades de inversión asumidas como imprescindibles en las, hasta ahora, regiones exportadoras de capital y ahora aspirantes a una mayor autonomía. Y, con ello, hacer inviable la financiación de los déficits gemelos de EEUU

En ese escenario lo normal sería que el dólar pierda, poco a poco, la cuota actual que le concede estatus privilegiado de moneda de reserva. No porque surja una alternativa (ni el euro ni el yen ni el renminbi lo son) sino porque los países principales tenedores de activos estadounidenses, (China y Japón y parte de los Brics se han manifestado en ese sentido) y también el conjunto de los bancos centrales y los fondos de inversión, concreten su voluntad de disminuir su cuota de riesgo e inversión en dólares. Estando atados China y Japón con EEUU, en su condición de deudores y acreedores, no es un cambio que pueda producirse a corto plazo, pero parece evidente que, en la medida que China se consolide a ojos del mundo como competidor estratégico de EEUU, en algún momento aparecerán motivos para provocar un golpe de timón de uno u otro lado.

La inestabilidad del actual equilibrio genera suficientes razones para levantar las alarmas. EEUU tiene el reto de implantar “un nuevo orden internacional” que le asegure la hegemonía a medio plazo. En esencia, necesita un golpe de timón, una señal, una forma de poder, que refuerce los activos nominados en dólares (lo que supone que su moneda siga siendo la referencia de los mercados) y que, al tiempo, favorezca su especialización productiva forzando ventajas comparativas, incluso al margen de la lógica del mercado.

Es obvio que republicanos y demócratas no operan del mismo modo, pero son coherentes en la forma de imponer sus intereses al resto y, hasta ahora, con los mismos efectos económicos.  Aprenden también de los pasos exitosos del otro y no los desmontan. Poner límites a la “autonomía estratégica” del mundo desarrollado en los campos de la defensa, la energía y la tecnología, forma parte ya de ese consenso. El uso de la OTAN como instrumento de disciplina de occidente es la otra pieza básica de ese consenso, que, en su versión trumpista, adquieren formas imperiales directas y brutales de vasallaje, sin retórica alguna que la suavicen o escondan.

De modo que el “nuevo orden” tiene todas las papeletas para adoptar, necesariamente, formas autoritarias e imperiales más o menos crudas. Veamos ahora sus aspiraciones aparentemente contradictorias.

Mar-a-Lago: aranceles, industrialización y relaciones de servidumbre

En su discurso del 7 de abril de 2025[2], Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos de EEUU del gobierno de Donald Trump defiende que su país proporciona dos llamados «bienes públicos globales»: protección militar a través de su red mundial de bases militares y el papel del dólar como moneda de reserva mundial. Este rol no es sostenible porque, dice, ha “diezmado” la industria manufacturera de EEUU y generado déficits comerciales “insostenibles”. Y postula que es posible mantener la hegemonía del dólar y reformar el sistema al mismo tiempo, siempre que su nuevo liderazgo obligue a otros países asumir los costes que conlleva ese dominio.

En primer lugar, deben simplemente aceptar los aranceles de importación sin tomar contramedidas si quieren acceder al mayor mercado del mundo, (generando además ingresos diferenciales al Tesoro de los Estados Unidos). En segundo lugar, deben abrir sus mercados a las exportaciones estadounidenses. En tercer lugar, las empresas extranjeras deben trasladar parte de su producción a EEUU, para ahorrarse aranceles y acceder a su mercado. Por último, deben aumentar su inversión en gastos de defensa, comprando armas y equipamiento a empresas estadounidenses.

Todo eso debe hacerse posible evitando la revalorización del dólar y manteniendo bajos los tipos de interés. E induciendo (obligando, más bien) al resto del mundo a adquirir deuda norteamericana a largo plazo con rendimientos bajos, más bajos incluso que la inflación.

El Acuerdo de Mar-a-Lago que redondea esa estrategia, requiere que el dólar no se aprecie, porque un dólar revalorizado compensaría parcialmente las políticas arancelarias que abandera Trump y generaría inflación interna y descontento social. La creación de un fondo soberano[3] para invertir en grandes iniciativas nacionales y asumiera, entre otras tareas, la compra de Tic Toc, pero que también aspira a ser el vehículo de conquista de Groenlandia, cuenta con el apoyo de grandes fondos privados como Apollo, cuyo economista jefe, Torstenf Slok, resume el reto actual así: “La idea es que Estados Unidos brinde seguridad al mundo y, a cambio, el resto del mundo ayude a presionar el dólar hacia abajo para que crezca el sector manufacturero estadounidense”.

Pero hay algo más. Lo que late en el fondo es, también, una nueva lógica industrial que rompe con las lógicas de especialización productiva de los últimos 30 años de globalización multilateral.  El vicepresidente JD Vance señala[4] como un error la deslocalización del sistema productivo mientras se mantenían en el territorio las fases creativas y de diseño, que se entendían como adecuadas y suficientes para favorecer la innovación. Diseñar en California y fabricar en Shenzhen era la lógica anglosajona de la división del trabajo que se exportaba al mundo y asumida como un mantra que favorecería la hegemonía de Occidente.

Sin citar a China, DH Vance afirma: “nos equivocamos. Resulta que las zonas geográficas que fabrican son muy buenas diseñando cosas. Hay efectos de red, de modo que a medida que mejoraban en el extremo inferior de la cadena de valor, también empezaron a alcanzarnos en el extremo superior. Nos apretaron por ambos extremos”.

Es extraño que sea el populismo norteamericano el que argumente de ese modo, pero tiene razón. Se partía de la base de que el trabajo manual era intercambiable y no aportaba ningún valor singular al proceso productivo y que solo el trabajo intelectual de alto valor merecía ser retenido, porque constituía el “core business” de las empresas.

El resultado es que productividad, industria y mejores salarios son reconocidas ahora como deseables y convergentes. La cuestión es hasta qué punto pueden conseguir atraer actividad industrial competitiva en las diversas ramas. La primera respuesta es ideológica e irreal: para ello, se debe bloquear la inmigración, entendida como “droga” que vicia con costes bajos la lógica empresarial, un argumento “ad hoc” que da valor económico a la xenofobia.

Pero las preguntas siguen en el aire. ¿Hasta qué punto es compatible el acuerdo de Mar-a-Lago con un dólar débil? ¿Hasta qué punto la política arancelaria acompañada de un dólar debilitado evitaría los efectos inflacionistas y favorecería la manufactura local? ¿Hasta qué punto puede cerrarse el déficit en la balanza por cuenta corriente con la atracción de nuevas actividades productivas e inversiones industriales? Es cierto, que en los años 70 y en la primera década de este siglo un dólar débil no impidió el liderazgo geopolítico de EEUU. Pero eran tiempos distintos, sin una potencia como China amenazando la hegemonía global.

En la actualidad, solo puede ser posible, si la política se impone a las lógicas económicas. Si, en el exterior, se imponen las lógicas imperiales y el vasallaje más extremo. Y si, en el interior, el aparato coercitivo es capaz de imponerse con métodos autoritarios a las instituciones y pautas profesionales que comparten consensos del pasado y si se introduce disciplina en el establishment hasta hacer inoperantes los contrapoderes democráticos. Esos son los rasgos imprescindibles del nuevo orden, necesariamente con modos neofascistas. Y en esa determinación Trump es claro.

Democracia y libertad se escinden. La democracia pasa a ser un sistema demasiado ineficaz. La libertad de elegir entre opciones diversas, a la carta, propias de la sociedad digital se imponen como consigna (“viva la libertad, carajo”). Sin decirlo abiertamente, el modelo es China, con un estado autoritario al servicio de intereses corporativos con las industrias de tecnología y defensa como referentes y la “libertad” de elegir bienes y servicios como paradigma ciudadano.

La subordinación de Europa

Cerremos el análisis con Europa. Si entramos en una época en que la política pugna por imponerse a las lógicas económicas, Europa muestra ahí su debilidad.

La sumisión evidente en el acuerdo arancelario garantiza, además, las compras de energía y armamento a EEUU que objetivamente diluyen, por un lado, el programa Next Generation y, por otro, dificulta la convergencia entre los ejércitos europeos y la interoperatividad y autonomía de sus sistemas.

Pero, sobre todo, impone desde arriba una jerarquía ideológica del gasto público que acarrea una oleada de ajustes sociales. La ausencia de autonomía estratégica en los principales sectores daña el corazón y el alma de la UE.

El europeísmo ve limitada sus facultades para dibujar una visión autónoma del mundo, con matices propios respecto del atlantismo que queda sellado como expresión genuina de la cultura occidental. Gaza es la expresión más cruel pero antes hubo muchos episodios (Irak, Afganistán los más evidentes) que demostraban la sumisión europea al doble rasero con la que se abordan los conflictos. Con ello, la UE pierde influencia en el Sur global y se incapacita para ser un actor que reequilibre el mundo. Lejos queda la Carta de París de 1990 y su apuesta por un Sistema Europeo de Seguridad, compartida desde Lisboa a Moscú, frustrada por la Cumbre de la OTAN en Roma al año siguiente. Desde ese momento, quedó claro que EEUU nunca dejaría autonomía a Europa para desarrollar su seguridad continental.  En esa línea han actuado, con formas diferentes, republicanos y demócratas.

Aún más. Si el gasto en defensa gana prioridad sobre la industria verde y se convierte en la piedra central del neokeynesianismo europeo (así lo perciben ya Alemania, Francia, Polonia e Italia), desplazando a los fondos Next Generation, ese cambio favorece al norte y perpetúa las desigualdades territoriales. En efecto, si los Next Generation  eran una oportunidad para corregir los desequilibrios territoriales europeos con el sur mediterráneo y, en particular, con las zonas rurales marginadas, más capacitadas para el desarrollo de energías renovables y, potencialmente, de atraer nueva actividad, la prioridad por la defensa vuelve a colocar al norte y a las economías de las megaurbes en el centro del tablero económico.

El resultado puede suponer la marginación definitiva de regiones olvidadas y desertizadas que ahora destacan solo por su capacidad de suministro de “tierras raras”, las materias primas esenciales el nuevo esquema económico, cuando los teóricos de una nueva geografía económica les auguraban una oportunidad para engancharse al desarrollo.

Una muestra más de que la nueva lógica de poder afectará al último rincón.

Todo ello acentúa la sensación de incapacidad y desgobierno en la UE, los aspectos que Trump y sus ideólogos identifican con la ineficacia de la democracia y los consensos. Mientras tanto, elección tras elección la extrema derecha sigue escalando posiciones desde el estuario de Lisboa al río Vístula.

Esa es la cruda realidad del momento. En esas estamos."

[1] En 2024 el déficit público en Estados Unidos alcanzó el 7,26% del PIB mientras el promedio de los últimos 10 años fue del 5%; su deuda pública asciende al 121% sobre PIB, quince puntos más que en 2018, y el déficit de la cuenta corriente el 3.9% del PIB, un 25% más que el año anterior y por encima del 2,8% de promedio de los últimos 10 años.

[2] https://www.hudson.org/events/chairman-council-economic-advisers-stephen-miran-trump-administrations-economic-agenda

[3] https://elpais.com/economia/2025-02-03/trump-da-el-primer-paso-para-la-creacion-de-un-nuevo-fondo-soberano-que-puede-adquirir-tiktok.html

[4] https://www.presidency.ucsb.edu/documents/remarks-the-vice-president-the-american-dynamism-summit "

( Economistas frente a la crisis, 04/09/25)

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