"Las reuniones por la paz en Ucrania fracasan porque hablan un lenguaje obsoleto. Mientras los líderes europeos —especialmente los nórdicos y bálticos— sueñan con un ejército continental e insisten en una victoria tradicional, la naturaleza misma de la guerra ya ha cambiado. El centro del poder bélico se ha desplazado de las trincheras al espacio híbrido, entre lo visible y lo invisible. Y en el centro de esta revolución silenciosa hay una herramienta que está redefiniendo la ecuación del poder: el dron.
El dron no es un simple gadget tecnológico. Es el vector de un cambio sistémico que está transformando la economía, la política y la ética misma de la muerte organizada. Su fuerza reside en una despiadada lógica de eficiencia: desmaterializa el riesgo y contabiliza el conflicto. Entrenar a un piloto de caza cuesta decenas de millones; Formar a un operador de drones cuesta una fracción insignificante. Un F-35 derribado es una tragedia nacional; Un dron destruido es una partida presupuestaria, fácilmente reemplazable. La guerra se convierte en un algoritmo: maximizar el daño infligido minimizando la exposición física y política.
Esta lógica produce un combatiente a distancia, deslocalizado. El operador en Nevada que ataca en Irak, reduciendo el acto letal a una interfaz, a un clic para matar. La distancia psíquica y emocional facilita el uso de la fuerza, lo hace más frecuente y menos sujeto al filtro del horror. Pero el impacto más disruptivo es en el campo de batalla: El dron rompe el monopolio de la violencia aérea, que antes era dominio exclusivo de las superpotencias.
Ucrania es la prueba viviente de ello. Con enjambres de drones FPV (First Person View) de unos pocos cientos de euros, una nación sin superioridad aérea tradicional ha paralizado las carísimas columnas blindadas rusas. El dron es el gran ecualizador asimétrico: invierte la relación entre el costo del ataque y el costo de la defensa, haciendo obsoletos los sistemas defensivos de decenas de millones. La nueva lógica es la del enjambre, la saturación, el consumo.
Aquí, sin embargo, se revela la paradoja fatal de Europa. Esta nueva forma de dominio se basa en una cadena de producción material que el continente no controla. La verdadera soberanía en la guerra de drones no reside en el software, sino en las materias primas: los imanes de neodimio en motores, sensores, aleaciones especiales. Todo pasa por el cuello de botella estratégico de las tierras raras, un mercado dominado por China.
Mientras Washington y Pekín integran verticalmente la cadena de suministro —desde la mina hasta el campo de batalla, en una lógica de autarquía tecnológica— Bruselas debate regulaciones y financia proyectos piloto con resultados marginales. Europa corre así el riesgo de ser un actor pasivo: Puede comprar, puede usar, pero no puede producir de forma autónoma ni escalar la producción en tiempos de crisis. Es la brecha abismal entre la percepción de la amenaza y la capacidad material para enfrentarla.
El zumbido en los cielos de Kiev y Oriente Medio no es solo el sonido de una batalla. Es el sonido de un nuevo orden global que se está materializando, basado en la economización del riesgo, la supremacía de los datos en tiempo real y la opacidad del poder. Un orden cuyas alas están hechas de geología, de dominio industrial y de recursos críticos que Europa ha delegado ingenuamente."
(Loretta Napoleoni, L'Antidiplomatico, 04/12/25, traducción Quillbot)
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