"Alto el fuego de EE. UU. en Yemen: una retirada disfrazada de moderación
EE. UU. pone fin a su campaña en el Mar Rojo no por victoria, sino por necesidad, bajo la presión implacable de una resistencia yemení subestimada.
En un importante reajuste de su campaña militar de un año en el Mar Rojo, Estados Unidos ha acordado un alto el fuego con las fuerzas armadas alineadas con Ansarallah en Yemen, negociado por Omán. Tras meses de intensificación de los ataques con el pretexto de «proteger el transporte marítimo internacional», Washington se ve ahora obligado a poner fin a un conflicto que él mismo inició, pero que no ha logrado controlar.
Mientras los líderes yemeníes insisten en que las operaciones en apoyo de Gaza continuarán, el giro de Estados Unidos supone algo más que una desescalada: es una admisión tácita de que su campaña se ha derrumbado bajo la presión, incapaz de alcanzar siquiera sus objetivos estratégicos más básicos.
Con más de mil ataques aéreos lanzados desde marzo de 2024, el fracaso de Washington para contener la amenaza yemení en el mar Rojo, el estrecho de Bab al-Mandab y el golfo de Adén es una clara condena de su planificación militar. La guerra se convirtió en un costoso ejercicio de desgaste de alto riesgo, del que Yemen salió más fuerte, no más débil.
Una campaña fallida desde el principio
Desde su inicio, la campaña liderada por Estados Unidos «Prosperity Guardian» careció de claridad. La misión de «proteger las rutas marítimas» se convirtió rápidamente en una confrontación indefinida sin hoja de ruta política. Los funcionarios estadounidenses interpretaron erróneamente tanto el campo de batalla como la resistencia de Yemen.
A pesar del poderío de su fuerza aérea, Washington no logró mermar la capacidad ni la voluntad de lucha de Saná. Por el contrario, los bombardeos aceleraron la innovación militar de Yemen, lo que obligó a Washington a entrar en un juego de disuasión que no podía ganar.
El estilo de guerra no convencional de Yemen, basado en su topografía y su cultura, planteó enormes retos. Los líderes operaban desde terrenos montañosos fortificados por sistemas de túneles, fuera del alcance de la vigilancia por satélite.
Estados Unidos tenía poca penetración de inteligencia en la jerarquía militar yemení y carecía de una base de datos de objetivos operativa. Los líderes de Saná, con años de experiencia en la guerra contra la coalición liderada por Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos y sus aliados, tenían la ventaja.
En declaraciones a The Cradle, el coronel Rashad al-Wutayri enumera cinco razones clave para el fracaso de la campaña. En primer lugar, el uso por parte de Yemen de armas de bajo coste y gran impacto —misiles balísticos y drones— perforó incluso los grupos de ataque de los portaaviones estadounidenses.
En segundo lugar, la campaña no logró proteger el transporte marítimo israelí ni el de sus aliados. En tercer lugar, Ansarallah expuso las redes de espionaje israelí-estadounidenses y se aferró a sus demandas: concretamente, el fin de la guerra en Gaza. En cuarto lugar, aparte de Baréin, los aliados árabes de Washington se negaron a unirse a la coalición liderada por Estados Unidos. En quinto lugar, el coste financiero se disparó, ya que Estados Unidos gastó millones en interceptores para contrarrestar drones construidos por unos pocos miles.
Sin coalición, sin estrategia sobre el terreno
La ofensiva diplomática de Washington para construir una coalición regional contra Yemen fracasó. Los Estados del Golfo Pérsico, aún dolidos por sus propios fracasos en Yemen, mantuvieron sabiamente las distancias. Arabia Saudí se negó a volver a verse envuelta en una guerra de la que lleva intentando salir desde 2022. Por su parte, los Emiratos Árabes Unidos limitaron su apoyo a la logística. Egipto guardó silencio, reacio a verse arrastrado a otra escalada regional.
Esta reticencia no carecía de motivos. El líder de Ansarallah, Abdul Malik al-Huzí, lanzó advertencias directas a los países vecinos: cualquier cooperación con Estados Unidos, ya sea a través de bases o tropas, provocaría una represalia inmediata.
La amenaza funcionó. Cuando Washington exploró la idea de un asalto terrestre con fuerzas especiales estadounidenses y milicias respaldadas por el Golfo Pérsico, el plan se derrumbó rápidamente. El terreno de Yemen, su resistencia atrincherada y el amargo legado de los anteriores intentos saudíes y emiratíes hicieron inviable tal aventura.
El analista político Abdulaziz Abu Talib explica a The Cradle que Riad y Abu Dabi han interiorizado el coste de una mayor escalada. Aunque ambos siguen financiando milicias proxy, se mantienen al margen de un enfrentamiento militar abierto. La capacidad de Yemen para resistir esta agresión trilateral —y para asestar golpes a los intereses estadounidenses e israelíes— ha erosionado aún más la fe en el paraguas protector de Washington.
Bombas, miles de millones y errores
Entre marzo de 2024 y abril de 2025, Estados Unidos lanzó más de 1000 ataques aéreos sobre Yemen. Sin embargo, en lugar de doblegar a su adversario, la campaña lo envalentonó. En represalia, Yemen intensificó sus acciones de forma constante, pasando de atacar buques israelíes en noviembre de 2023 a buques estadounidenses y británicos en enero, el Océano Índico en marzo y el Mar Mediterráneo en mayo.
En julio, Ansarallah atacó Tel Aviv con misiles hipersónicos. A continuación, se produjo un impacto directo en el aeropuerto de Ben Gurión, lo que redefinió el equilibrio militar de la región.
Los costes se acumularon. Solo en las tres primeras semanas, Estados Unidos gastó 1000 millones de dólares. Se desplegaron armas como misiles Tomahawk y JASSM, que cuestan millones cada uno, contra drones que valen unos pocos miles de dólares. Los propios logros de Yemen se acumularon: 17 drones MQ-9 Reaper derribados, dos cazas F-18 de 60 millones de dólares perdidos en poco más de una semana y un bloqueo aéreo declarado de Israel.
Wutayri destaca que Yemen desarrolló su arsenal a nivel nacional, sin ayuda técnica extranjera. Esto incluía los misiles hipersónicos que eludieron las defensas aéreas israelíes y estadounidenses, y drones capaces de atacar tanto buques militares como comerciales. A pesar de que Washington intensificó sus bombardeos, el ritmo y el alcance de las operaciones de Yemen no hicieron más que aumentar.
Erosión desde dentro
En Washington, las grietas empezaban a aparecer. El Pentágono amplió discretamente la autonomía de los mandos militares para atacar objetivos sin la autorización de la Casa Blanca, en un intento de proteger al Gobierno de las repercusiones políticas. Pero los costes, tanto económicos como de reputación, eran imposibles de ignorar.
Los medios de comunicación estadounidenses comenzaron a cuestionar el propósito y la dirección de la campaña. La paciencia de la opinión pública se agotó. Se pidió a los países que se benefician del comercio en el mar Rojo, es decir, las monarquías del golfo Pérsico, que asumieran la carga de la seguridad marítima.
Wutayri afirma que Estados Unidos sufrió una humillación aún mayor: un destructor y tres buques de suministro fueron hundidos, y los portaaviones USS Abraham Lincoln y Harry S. Truman fueron atacados. A pesar de gastar otros 500 millones de dólares en interceptores, los resultados fueron insignificantes. La imagen de los aviones de combate estadounidenses estrellándose en el mar y de las tropas agotadas —unas 7000 desplegadas— incapaces de quebrantar la determinación de Yemen, empañó el prestigio estadounidense.
Más que una simple respuesta a los ataques en el mar Rojo, la campaña formaba parte de un esfuerzo más amplio de Washington por contrarrestar la influencia regional de China, en particular los emergentes vínculos de Yemen con la Franja y la Ruta de la Seda. Pero la vía militar resultó contraproducente, endureciendo la resistencia local y socavando la credibilidad de Estados Unidos.
Abu Talib señala que ni siquiera los aviones furtivos y los bombarderos estratégicos lograron disuadir a los yemeníes. La Administración Trump se enfrentaba a dos opciones: retirarse bajo el peso de la derrota o entablar conversaciones en los términos de Ansarallah, entre los que destacaba el fin de la guerra de Gaza.
Una guerra sin objetivo
Desde el principio, Washington luchó por fabricar un relato de victoria. El Pentágono publicó vídeos de aviones despegando de portaaviones, un espectáculo vacío, sin sustancia. No hubo momentos de «conmoción y pavor», ni hitos que vender como éxitos.
Yemen, por su parte, ofreció imágenes icónicas, entre ellas la de un padre protegiendo a su hijo durante un bombardeo, un poderoso símbolo de la resistencia nacional. A medida que aumentaban las víctimas civiles, también lo hacía la furia de la opinión pública. Las imágenes de mujeres y niños sacados de los escombros circularon ampliamente, estableciendo incómodos paralelismos con las guerras estadounidenses en Irak y Afganistán.
Según Abu Talib, la cohesión social y la accidentada geografía de Yemen socavaron todos los intentos de romper sus líneas. Lejos de fracturarse bajo la presión, la población se unió en torno a Ansarallah. Cuanto más se intensificaba la escalada estadounidense, más se afianzaba la resistencia yemení, tanto en el ámbito militar como en el social.
Ahora, la Administración Trump está cambiando de estrategia y busca la paz sin admitir la derrota. Pero Saná no se queda de brazos cruzados. Promete continuar con las operaciones y, con ellas, nuevas ecuaciones estratégicas que podrían alterar aún más el equilibrio de poder en la región."
EE. UU. pone fin a su campaña en el Mar Rojo no por victoria, sino por necesidad, bajo la presión implacable de una resistencia yemení subestimada.
En un importante reajuste de su campaña militar de un año en el Mar Rojo, Estados Unidos ha acordado un alto el fuego con las fuerzas armadas alineadas con Ansarallah en Yemen, negociado por Omán. Tras meses de intensificación de los ataques con el pretexto de «proteger el transporte marítimo internacional», Washington se ve ahora obligado a poner fin a un conflicto que él mismo inició, pero que no ha logrado controlar.
Mientras los líderes yemeníes insisten en que las operaciones en apoyo de Gaza continuarán, el giro de Estados Unidos supone algo más que una desescalada: es una admisión tácita de que su campaña se ha derrumbado bajo la presión, incapaz de alcanzar siquiera sus objetivos estratégicos más básicos.
Con más de mil ataques aéreos lanzados desde marzo de 2024, el fracaso de Washington para contener la amenaza yemení en el mar Rojo, el estrecho de Bab al-Mandab y el golfo de Adén es una clara condena de su planificación militar. La guerra se convirtió en un costoso ejercicio de desgaste de alto riesgo, del que Yemen salió más fuerte, no más débil.
Una campaña fallida desde el principio
Desde su inicio, la campaña liderada por Estados Unidos «Prosperity Guardian» careció de claridad. La misión de «proteger las rutas marítimas» se convirtió rápidamente en una confrontación indefinida sin hoja de ruta política. Los funcionarios estadounidenses interpretaron erróneamente tanto el campo de batalla como la resistencia de Yemen.
A pesar del poderío de su fuerza aérea, Washington no logró mermar la capacidad ni la voluntad de lucha de Saná. Por el contrario, los bombardeos aceleraron la innovación militar de Yemen, lo que obligó a Washington a entrar en un juego de disuasión que no podía ganar.
El estilo de guerra no convencional de Yemen, basado en su topografía y su cultura, planteó enormes retos. Los líderes operaban desde terrenos montañosos fortificados por sistemas de túneles, fuera del alcance de la vigilancia por satélite.
Estados Unidos tenía poca penetración de inteligencia en la jerarquía militar yemení y carecía de una base de datos de objetivos operativa. Los líderes de Saná, con años de experiencia en la guerra contra la coalición liderada por Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos y sus aliados, tenían la ventaja.
En declaraciones a The Cradle, el coronel Rashad al-Wutayri enumera cinco razones clave para el fracaso de la campaña. En primer lugar, el uso por parte de Yemen de armas de bajo coste y gran impacto —misiles balísticos y drones— perforó incluso los grupos de ataque de los portaaviones estadounidenses.
En segundo lugar, la campaña no logró proteger el transporte marítimo israelí ni el de sus aliados. En tercer lugar, Ansarallah expuso las redes de espionaje israelí-estadounidenses y se aferró a sus demandas: concretamente, el fin de la guerra en Gaza. En cuarto lugar, aparte de Baréin, los aliados árabes de Washington se negaron a unirse a la coalición liderada por Estados Unidos. En quinto lugar, el coste financiero se disparó, ya que Estados Unidos gastó millones en interceptores para contrarrestar drones construidos por unos pocos miles.
Sin coalición, sin estrategia sobre el terreno
La ofensiva diplomática de Washington para construir una coalición regional contra Yemen fracasó. Los Estados del Golfo Pérsico, aún dolidos por sus propios fracasos en Yemen, mantuvieron sabiamente las distancias. Arabia Saudí se negó a volver a verse envuelta en una guerra de la que lleva intentando salir desde 2022. Por su parte, los Emiratos Árabes Unidos limitaron su apoyo a la logística. Egipto guardó silencio, reacio a verse arrastrado a otra escalada regional.
Esta reticencia no carecía de motivos. El líder de Ansarallah, Abdul Malik al-Huzí, lanzó advertencias directas a los países vecinos: cualquier cooperación con Estados Unidos, ya sea a través de bases o tropas, provocaría una represalia inmediata.
La amenaza funcionó. Cuando Washington exploró la idea de un asalto terrestre con fuerzas especiales estadounidenses y milicias respaldadas por el Golfo Pérsico, el plan se derrumbó rápidamente. El terreno de Yemen, su resistencia atrincherada y el amargo legado de los anteriores intentos saudíes y emiratíes hicieron inviable tal aventura.
El analista político Abdulaziz Abu Talib explica a The Cradle que Riad y Abu Dabi han interiorizado el coste de una mayor escalada. Aunque ambos siguen financiando milicias proxy, se mantienen al margen de un enfrentamiento militar abierto. La capacidad de Yemen para resistir esta agresión trilateral —y para asestar golpes a los intereses estadounidenses e israelíes— ha erosionado aún más la fe en el paraguas protector de Washington.
Bombas, miles de millones y errores
Entre marzo de 2024 y abril de 2025, Estados Unidos lanzó más de 1000 ataques aéreos sobre Yemen. Sin embargo, en lugar de doblegar a su adversario, la campaña lo envalentonó. En represalia, Yemen intensificó sus acciones de forma constante, pasando de atacar buques israelíes en noviembre de 2023 a buques estadounidenses y británicos en enero, el Océano Índico en marzo y el Mar Mediterráneo en mayo.
En julio, Ansarallah atacó Tel Aviv con misiles hipersónicos. A continuación, se produjo un impacto directo en el aeropuerto de Ben Gurión, lo que redefinió el equilibrio militar de la región.
Los costes se acumularon. Solo en las tres primeras semanas, Estados Unidos gastó 1000 millones de dólares. Se desplegaron armas como misiles Tomahawk y JASSM, que cuestan millones cada uno, contra drones que valen unos pocos miles de dólares. Los propios logros de Yemen se acumularon: 17 drones MQ-9 Reaper derribados, dos cazas F-18 de 60 millones de dólares perdidos en poco más de una semana y un bloqueo aéreo declarado de Israel.
Wutayri destaca que Yemen desarrolló su arsenal a nivel nacional, sin ayuda técnica extranjera. Esto incluía los misiles hipersónicos que eludieron las defensas aéreas israelíes y estadounidenses, y drones capaces de atacar tanto buques militares como comerciales. A pesar de que Washington intensificó sus bombardeos, el ritmo y el alcance de las operaciones de Yemen no hicieron más que aumentar.
Erosión desde dentro
En Washington, las grietas empezaban a aparecer. El Pentágono amplió discretamente la autonomía de los mandos militares para atacar objetivos sin la autorización de la Casa Blanca, en un intento de proteger al Gobierno de las repercusiones políticas. Pero los costes, tanto económicos como de reputación, eran imposibles de ignorar.
Los medios de comunicación estadounidenses comenzaron a cuestionar el propósito y la dirección de la campaña. La paciencia de la opinión pública se agotó. Se pidió a los países que se benefician del comercio en el mar Rojo, es decir, las monarquías del golfo Pérsico, que asumieran la carga de la seguridad marítima.
Wutayri afirma que Estados Unidos sufrió una humillación aún mayor: un destructor y tres buques de suministro fueron hundidos, y los portaaviones USS Abraham Lincoln y Harry S. Truman fueron atacados. A pesar de gastar otros 500 millones de dólares en interceptores, los resultados fueron insignificantes. La imagen de los aviones de combate estadounidenses estrellándose en el mar y de las tropas agotadas —unas 7000 desplegadas— incapaces de quebrantar la determinación de Yemen, empañó el prestigio estadounidense.
Más que una simple respuesta a los ataques en el mar Rojo, la campaña formaba parte de un esfuerzo más amplio de Washington por contrarrestar la influencia regional de China, en particular los emergentes vínculos de Yemen con la Franja y la Ruta de la Seda. Pero la vía militar resultó contraproducente, endureciendo la resistencia local y socavando la credibilidad de Estados Unidos.
Abu Talib señala que ni siquiera los aviones furtivos y los bombarderos estratégicos lograron disuadir a los yemeníes. La Administración Trump se enfrentaba a dos opciones: retirarse bajo el peso de la derrota o entablar conversaciones en los términos de Ansarallah, entre los que destacaba el fin de la guerra de Gaza.
Una guerra sin objetivo
Desde el principio, Washington luchó por fabricar un relato de victoria. El Pentágono publicó vídeos de aviones despegando de portaaviones, un espectáculo vacío, sin sustancia. No hubo momentos de «conmoción y pavor», ni hitos que vender como éxitos.
Yemen, por su parte, ofreció imágenes icónicas, entre ellas la de un padre protegiendo a su hijo durante un bombardeo, un poderoso símbolo de la resistencia nacional. A medida que aumentaban las víctimas civiles, también lo hacía la furia de la opinión pública. Las imágenes de mujeres y niños sacados de los escombros circularon ampliamente, estableciendo incómodos paralelismos con las guerras estadounidenses en Irak y Afganistán.
Según Abu Talib, la cohesión social y la accidentada geografía de Yemen socavaron todos los intentos de romper sus líneas. Lejos de fracturarse bajo la presión, la población se unió en torno a Ansarallah. Cuanto más se intensificaba la escalada estadounidense, más se afianzaba la resistencia yemení, tanto en el ámbito militar como en el social.
Ahora, la Administración Trump está cambiando de estrategia y busca la paz sin admitir la derrota. Pero Saná no se queda de brazos cruzados. Promete continuar con las operaciones y, con ellas, nuevas ecuaciones estratégicas que podrían alterar aún más el equilibrio de poder en la región."
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