15.5.25

El apagón trajo consigo el tejido de las comunidades que chismorrean y se ayudan mutuamente; ralentizó las biografías privadas momentáneamente de su adicción digital; y puso de manifiesto cuán sólidos o rotos se encuentran los vínculos barriales si en el piso de al lado, en vez de a una familia cuyos nombres conoces, tienes a un turista que ni siquiera habla tu idioma... el gran apagón sirvió para desenmascarar, de forma espontánea y en la gente no consumida por el ansia de fake news, algunos males del capitalismo; entre otros, también, la codicia extrema de las compañías eléctricas, que fallaron estrepitosamente a la hora de prevenir el descalabro... Si fuésemos una especie inteligente, aprenderíamos de estos momentos de vulnerabilidad para pedir una nacionalización de los servicios eléctricos, mayor control ciudadano y, quizá, la reducción del consumo según las exigencias de la crisis climática... De hecho, en la ética de la humildad habita una mejora del Estado del bienestar y nuestras condiciones de vida, que podrían alcanzar altísimas cotas de plenitud con mucho menos derroche... Mi vecino se había dado cuenta de que aquellas horas sin luz podían albergar el beneficio de la paz y la compañía, también la resistencia al mundo frenéticamente tecnologizado (Azahara Palomeque)

 "El día del gran apagón yo me encontraba en Barajas a punto de volar hacia la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Primero, dejaron de funcionar las cintas que recogían los equipajes; minutos más tarde, entendí que se trataba de un problema a gran escala y no de un fallo del aeropuerto; cuando pude, le mandé un mensaje al vecino encargado de regarme las plantas durante mi estancia en Colombia: “dale una vuelta a la casa y, si se descongela la comida, coméosla toda”.       

Esa misiva no llegó de inmediato, pero, de alguna manera, yo estaba relajada, sabiendo que dejaba mi hogar en las mismas manos diligentes siempre dispuestas a sacarnos de un aprieto cuando es preciso, las manos de una tranquilidad impagable con dinero. Al volver de mi viaje, llamé inmediatamente a su puerta y, a diferencia de otras voces que había escuchado –irascibles o conspiradoras–, la de él transmitía la serenidad de quien no anda buscando un enemigo; al contrario, si acaso persigue suavizar la mínima arista que indique conflicto. Narró la anécdota más preocupado por mi vuelo que por la jornada falta de electricidad y, al final, exclamó: “¿Sabes? Ese día hablamos más con los niños, disfrutamos del tiempo juntos, y me acordé de las velas mariposa que ponía mi madre”. 

(Azahara Palomeque  , Público, 11/05/25)

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