10.6.25

Es difícil entender la razón por la cual la mayoría de las universidades de Estados Unidos está reaccionando tan tímidamente a un asalto a derechos fundamentales, tales como la libertad de expresión, la de cátedra, la de reunión y asociación, o la protección de datos del alumnado... exceptuando Harvard, casi todas las instituciones educativas que están sufriendo medidas draconianas —muchas de ellas pertenecientes al grupo exclusivo de las Ivy League— se han limitado a emitir discretos mensajes, a negociar con Trump, o directamente a gestionar el silencio... A la reticencia a perder unos fondos cruciales, se suma un miedo cada vez más ubicuo, y también el hecho de que las universidades ya eran instituciones profundamente desiguales y conservadoras... las universidades se han ido progresivamente militarizando con la contratación de su propio aparato policial... Teniendo en cuenta que una gran mayoría del cuerpo docente vive con contratos precarios, muchas veces sin seguro médico ni plan de jubilación, es comprensible la connivencia con los embistes del Ejecutivo; simplemente, la disidencia se torna complicada entre los más vulnerables... tampoco se ha producido —quitando algunas excepciones— una oposición frontal por parte de catedráticos, decanos o rectores, dado el vínculo que los altos puestos mantienen a menudo con donantes multimillonarios... Ahora predomina el miedo. El derecho a la protesta pacífica o a la libertad de expresión están siendo restringidos. Sabemos que circulan listas de palabras o sintagmas prohibidos —como “racismo”, “justicia social”, o “género”— que deben evitarse en unos temarios cada vez más mutilados, así como en las solicitudes de becas, actividades complementarias o conferencias, por temor a represalias. La información personal de los estudiantes, hasta hace poco confidencial, puede acabar en manos inapropiadas... si se continúa permitiendo la deriva orwelliana de los acontecimientos, las universidades acabarán por convertirse en centros abrumadoramente jerárquicos y sometidos a los dictámenes de la élite financiera, detractores de facto del pensamiento, máquinas anti-ilustradas de vigilancia y censura, las antípodas de todo lo que un día prometieron ser (Azahara Palomeque)

 "Es difícil entender la razón por la cual la mayoría de las universidades de Estados Unidos está reaccionando tan tímidamente a unas condiciones impuestas desde el poder ejecutivo que algunos expertos ya tachan de asalto a derechos fundamentales, tales como la libertad de expresión, la de cátedra, la de reunión y asociación, o la protección de datos del alumnado. “Dejad de doblar la rodilla ante Trump” –se quejaba amargamente David Kirp, profesor emérito de la Universidad de California. Y es que, exceptuando Harvard, a quien la Casa Blanca ha retirado más de 2 mil millones de dólares en subvenciones federales, desatando una respuesta en los tribunales, casi todas las instituciones educativas que están sufriendo medidas draconianas —muchas de ellas pertenecientes al grupo exclusivo de las Ivy League— se han limitado a emitir discretos mensajes, a negociar con Trump, o directamente a gestionar el silencio.  

(Azahara Palomeque , Público, 09/06/25) 

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