"Ha durado ciento treinta días, pero para muchos americanos ha parecido un siglo. Con el fin de eludir las obligaciones de transparencia y responsabilidad previstas por la ley, Elon Musk renunció este pasado miércoles, 28 de mayo, a seguir dirigiendo el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) para volver a sus negocios. El multimillonario considera que ha cumplido, al menos en parte, su misión: “En general, creo que hemos sido eficaces. No tanto como me hubiera gustado. Creo que podríamos haber sido más eficaces. Pero hemos avanzado”.
Una opinión muy controvertida entre los americanos. En pocos meses, Musk, presentado como un “genio” por Donald Trump y los republicanos, se ha convertido en una de las figuras más odiadas de Estados Unidos. Ahora se le asocia con una de las experiencias más traumáticas del país, simbolizando por sí solo la brutalidad, las incoherencias y los errores de la “revolución trumpista”.
Incluso los líderes empresariales, fuera del mundo de la tecnología, se muestran severos con quien se suponía que iba a inculcar al Estado los méritos del sector privado. Según ellos, Elon Musk ha demostrado ser un pésimo líder. Ningún grupo privado podría resistir la terapia de choque que ha impuesto a la Administración federal.
A lo largo de su mandato, el director ejecutivo de Tesla y SpaceX ha demostrado ser incapaz de gestionar organizaciones complejas, incapaz de trazar una estrategia y explicarla, incapaz de tener en cuenta las dimensiones sociales de un Gobierno y de crear consenso. Un fracaso evidente, porque “el proyecto estaba mal concebido” desde el principio, escribe Adrian Wooldridge, columnista de Bloomberg.
Aunque han podido constatar semana tras semana el rechazo masivo a los métodos aplicados por el multimillonario, pocos republicanos se atreven a pronunciarse en un sentido u otro sobre la actuación de Elon Musk al frente del DOGE: el multimillonario sigue teniendo una influencia considerable sobre Donald Trump. Los más indulgentes dicen que habrá que esperar antes de poder hacer un balance real.
Sin embargo, en este momento, las primeras conclusiones son abrumadoras. No parece que vaya a cumplirse ninguno de los compromisos de ahorro. Por el contrario, tras cinco meses en el cargo, Musk deja una administración sumida en el caos. Sectores enteros del Estado social, de las administraciones fiscales, de defensa o jurídicas han sido trastocados, desorganizados y, en algunos casos, destruidos de forma irreversible.
Con motosierra
Omnipresente desde julio de 2024 en la campaña presidencial de Trump, que financió generosamente, Elon Musk, que pareció haberse instalado en el Despacho Oval durante toda su estancia en Washington, tuvo influencia mucho más allá de su misión oficial. Aprovechando su proximidad al presidente, instaló sus ideas libertarias y racistas en el corazón de la Casa Blanca, apoyando a la extrema derecha europea, la ficción de un genocidio contra los blancos en Sudáfrica o liderando su cruzada natalista blanca.
Pero el departamento de eficacia gubernamental, su proyecto para situarse en el centro del poder presidencial, sigue siendo su gran obra. Durante la campaña, prometió el oro y el moro. Si se le dejaba actuar a su antojo, sería capaz de ahorrar 2 billones de dólares en muy poco tiempo. Subyugado tanto por su audacia como por su fortuna, Trump prometió dar carta blanca al multimillonario.
Muchos responsables políticos de todo el mundo se deshacían en elogios. Olvidando deliberadamente —o no— el trasfondo ideológico que transmite Elon Musk, solo querían ver en su nombramiento un avance de las ideas neoliberales que defienden desde hace tres décadas: el Estado debe gestionarse como una empresa. “Siempre he soñado con un comité de la hacha antiburocrático y Elon Musk lo va a hacer”, celebraba toda entusiasta Valérie Pécresse, presidenta de la región de Île-de-France, cuando se anunció el nombramiento del multimillonario.
Apenas nombrado, Elon Musk escenificó su método. Siguiendo los pasos del presidente argentino Javier Milei, se presentó con una enorme motosierra para simbolizar su política. Todo debía ser recortado, excepto las subvenciones al sector privado, del que él es uno de los principales beneficiarios: desde sus inicios, el multimillonario ha recibido al menos 37.000 millones de dólares en ayudas públicas.
Sin esperar, Musk se puso manos a la obra. Retomó los métodos utilizados en la compra de Twitter, que casi hunden la red social —no se ha recuperado del todo—, y los aplicó a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), vilipendiada por Trump.
De la noche a la mañana, los empleados de la agencia vieron cómo se desactivaban sus tarjetas de acceso y se cerraban sus cuentas de correo electrónico. En pocos días, la agencia fue liquidada y todo su personal fue despedido, entre los aplausos de los defensores de MAGA (Make America Great Again). A raíz de ello, fueron cerrando todos sus proveedores de servicios y subcontratistas.
Según las estimaciones, en menos de dos semanas perdieron su empleo más de 20.000 personas. Más tarde, los agricultores del Medio Oeste, que votaron masivamente a Trump, se dieron cuenta de que la USAID era una poderosa vía para exportar sus productos, subvenciones que no se llamaban así y que desaparecieron de repente, dejándolos sin recursos.
El Estado social en el punto de mira
Fortalecidos por ese primer éxito, Elon Musk y su equipo se lanzaron a por todas. Presentaron un plan de bajas voluntarias a los empleados federales, que fue aceptado por más de 330.000 personas. A los demás se les pidió que justificaran su decisión por correo electrónico semana tras semana, so pena de ser despedidos.
Se enviaron planes de supresión de puestos de trabajo a todas las administraciones y agencias. Algunas personas fueron despedidas inmediatamente, pero luego se les volvió a llamar porque de repente se dieron cuenta de que eran indispensables. Algunas de ellas serían despedidas por segunda vez más tarde.
Aunque no tenían ninguna habilitación administrativa ni de defensa, los equipos del Doge exigían tener acceso a todos los sistemas de pago federales, a todos los servidores, a todos los números fiscales y de la seguridad social, con el fin, según explicaban, de perseguir el fraude. Los funcionarios que se oponían eran destituidos de inmediato. De un plumazo se rescindieron miles de contratos y servicios externos.
Aunque se multiplicaron los recursos ante los tribunales, detener esta guerra relámpago llevaba un tiempo. Mientras tanto, la apisonadora del DOGE aceleraba. Elon Musk centraba sus ataques en la caza de lo que llaman inmigrantes ilegales, una prioridad para Donald Trump, y también en lo social.
La seguridad social (Medicare y Medicaid) se designó como objetivo prioritario. Se suprimieron todos los fondos destinados a programas de planificación familiar y diversidad, considerados como wokismo. Rápidamente, Musk anunció que había encontrado fraudes y abusos masivos y que se podían ahorrar al menos 700.000 millones de dólares en programas sociales. Donald Trump se vería obligado a frenar él mismo los impulsos del multimillonario.
Porque, al saltarse todas las leyes, las normas constitucionales y las fuerzas políticas, Musk acabó creándose muchos enemigos. Las reuniones en la Casa Blanca se volvían cada vez más tensas con algunos miembros del Gobierno. Entre ellos, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, o el secretario de Transporte, a quienes se les había reprochado no hacer lo suficiente, aprovechan para recuperar una serie de prerrogativas en sus respectivas administraciones.
Ahorros prácticamente inexistentes
Pocas semanas después de asumir el cargo, Elon Musk ya había revisado a la baja sus objetivos de ahorro: ya no apuntaba a 2 billones de dólares, sino “solo” a 1 billón. Pero, incluso después de esta revisión, los objetivos estaban lejos de alcanzarse. Según el propio multimillonario, los distintos cierres, recortes de empleo y reducciones de créditos habrían permitido ahorrar 170.000 millones de dólares.
Pero, mientras tanto, como señala el Wall Street Journal, el gasto presupuestario ha seguido aumentando. Ha crecido en 154.000 millones desde el inicio del segundo mandato de Trump. En otras palabras, la misión del DOGE hasta ahora no ha aportado nada. Por otra parte, el gobierno no parece esperar gran cosa desde el punto de vista presupuestario: el proyecto de presupuesto (The Big Beautiful Bill ) presentado por Trump no incluye ninguno de los ahorros que se esperaba conseguir gracias al DOGE.
Los efectos de la política de eficiencia gubernamental podrían incluso resultar mucho más graves de lo previsto porque, en este momento, el coste real de los recortes de empleo y los cierres de agencias aún no se ha tenido en cuenta en las estadísticas. Muchas de las personas que han decidido dimitir seguirán cobrando hasta septiembre, por lo que no aparecerán hasta entonces en las cifras de desempleo. Muchos funcionarios que ya han perdido su empleo aún no se han inscrito en el paro.
Sin embargo, hay señales preocupantes: en Washington, la ciudad más afectada por los recortes de personal en la administración federal, las ventas inmobiliarias aumentaron un 25 % entre marzo y abril. Sin empleo, incapaces de mantener su nivel de vida y de pagar sus créditos, cientos de funcionarios han decidido vender sus casas cuanto antes.
A todo eso hay que añadir los costes indirectos. Numerosos organismos, como los de medio ambiente, salud, educación y meteorología, se ven condenados a funcionar con medios cada vez más reducidos. Se han suprimido créditos de forma masiva. Algunos servicios funcionan ahora con equipos defectuosos, sin dinero, sin nada, a veces incluso sin papel. “Tiene sentido si el objetivo del DOGE no es mejorar el funcionamiento del Estado, sino impedir que el Gobierno funcione”, afirma Donald Moynihan, profesor de políticas públicas en la Universidad de Michigan.
Y luego están los costes invisibles, que sin duda surgirán en algún momento. Porque, en solo cinco meses, los daños ya son inmensos. La administración federal ha perdido competencias en todos los ámbitos, y muchos ejecutivos y altos funcionarios han preferido dimitir o jubilarse, cuando no han sido destituidos de forma repentina. En todos los servicios y agencias, el personal está desmoralizado y ha perdido la confianza en el Estado y en su misión, lo que ha llevado a algunos a la depresión y, en ocasiones, al suicidio.
El DOGE después de Elon Musk
Elon Musk está convencido de que lo que ha sembrado le sobrevivirá y que el DOGE continuará su obra. “La misión del DOGE se reforzará a medida que se convierta en un modo de vida dentro del Gobierno”, escribió en su red social X a modo de mensaje de despedida.
Sin confiar mucho en el Congreso, al que critica por su arcaísmo y pusilanimidad, Musk apuesta mucho más por las medidas adoptadas por el poder presidencial. Parte de las misiones asumidas por el multimillonario serán asumidas por Russell Vought, un halcón de la extrema derecha del Partido Republicano que ahora dirige la oficina de gestión y presupuesto de la administración.
Algunos observadores creen que la acción de Russell Vought se centrará mucho más en la desregulación, la supresión de las normas, reglamentos y leyes que rigen el mundo de los negocios, y en las agencias encargadas de velar por su aplicación. El campo es inmenso: puede abarcar desde la regulación bancaria y financiera, que Trump quiere eliminar a toda costa, tal y como piden tanto Wall Street como el mundo de las criptoactivos, hasta la regulación medioambiental, pasando por la protección de los consumidores o la energía.
Pero su papel podría ir mucho más allá. Se supone que, junto con los equipos del Doge, seguirá supervisando los recursos financieros asignados a las administraciones y a las diferentes agencias federales, autorizando o denegando las solicitudes de crédito y aprobando los contratos externos.
Según acusan algunos ex responsables públicos, todo está preparado para desmantelar los servicios y reducirlos a la nada con el fin de privatizarlos. Porque ese es el objetivo último de la ofensiva: reducir al mínimo el papel del Estado federal, disminuir en la medida de lo posible sus ámbitos y posibilidades de intervención, y confiar lo máximo posible al sector privado para garantizarle rentas y monopolios.
Elon Musk ya ha elaborado una lista de todas las funciones —casualmente rentables— que deberían salir del ámbito público. Entre ellas figuran los servicios meteorológicos y climáticos, marítimos, postales, de control del tráfico aéreo, etc. Con ideas muy claras —lo mismo que algunos de sus allegados, como el multimillonario Peter Thiel, propietario de Palantir— sobre el Pentágono, también aboga por la privatización de numerosas misiones que desempeña el ejército, como la definición de los programas futuros.
Desde el comienzo del segundo mandato de Trump se han iniciado nombramientos para puestos clave con el fin de llevar a cabo este proyecto. Por ejemplo, se ha designado a un responsable de una empresa petrolera, en contra de todas las normas sobre conflictos de intereses, para que defina las propiedades públicas que podrían venderse para su explotación privada.
La vida después
Elon Musk se lo ha prometido a sus accionistas y a los fondos de inversión que amenazaban con destituirlo de la presidencia de Tesla, a la vista de los pésimos resultados de la firma: se implicará menos e invertirá menos en política, aunque sigue teniendo la intención de aprovechar su cercanía a Trump.
Sus compromisos le han costado caro, afirma. Tesla, que se ha convertido en el principal blanco de las protestas contra las acciones del multimillonario, ha visto cómo sus tiendas eran atacadas y sus vehículos dañados. Los consumidores han decidido boicotear la marca. En Europa, las ventas de Tesla en abril se redujeron a la mitad. De su fortuna se han evaporado casi 300.000 millones de dólares.
Pero, al mismo tiempo, la empresa satelital de Elon Musk, Starlink, se ha beneficiado del apoyo de la Casa Blanca para convencer a nuevos gobiernos extranjeros de que recurran a ella y ampliar su red en todo el mundo. Y SpaceX se ha convertido en el socio imprescindible de la NASA. En cinco meses, han obtenido más de 3.000 millones de dólares en contratos adicionales. Ahora también tiene las puertas abiertas para obtener los permisos para hacer circular sus coches autónomos.
Sin embargo, su regreso a los negocios no comienza bajo los mejores auspicios. Por tercera vez, su lanzador pesado Starhip ha explotado en pleno vuelo."
(Martine Orange (Mediapart) , InfoLibre, 31/05/25)
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