"La inmigración es un asunto político central en muchos países occidentales. A menudo, se señala a la extrema derecha como la causante de que el tema esté presente habitualmente en la agenda pública. La instrumentalización y la amplificación de choques aislados que difunden por las redes logran que sea percibido como un problema algo que no lo es. Y menos en España, donde la integración es mucho más sencilla, ya que buena parte de los inmigrantes son latinoamericanos, y sus costumbres tienen mejor encaje con las nuestras.
Quizá sea así, pero una encuesta de Sigma Dos señala que el 70% de los votantes españoles respalda las deportaciones de inmigrantes sin papeles y de aquellos que, aun estando regularizados, cometan delitos. Un 91,7% de los simpatizantes conservadores y la mayoría de los progresistas (un 57,1% de los votantes del PSOE) están a favor de estas medidas.
Vox se ha posicionado en un tema en el que no tiene rival y que entiende que es muy importante para una mayoría de españoles
No es una encuesta aislada, sino que ratifica las que Vox lleva manejando desde hace tiempo. En ellas radica también la convicción de que su apuesta será la ganadora a medio plazo. Las experiencias exitosas de otras formaciones de su entorno ideológico así lo demuestran. La ruptura con los gobiernos de las comunidades del PP tuvo lugar a causa de la inmigración, y por muchas derivadas que acompañasen a esa separación, fue el factor más relevante. Vox se ha posicionado en un asunto que entiende esencial para una mayoría de españoles. Su convicción es que la configuración política y territorial de España dificulta que su discurso haya calado más hondo, pero todo es cuestión de tiempo.
En ese contexto cabe situar los acontecimientos de estos días de Torre Pacheco. Las reacciones comunicativas han sido las habituales. La izquierda ha hablado de nazis cazando inmigrantes, Marlaska de que había que luchar en origen contra las mafias que se lucran trayendo gente a España y los progresistas, de la necesidad de combatir con inteligencia las ansiedades sociales que producen estos choques. Si una parte del espectro político tiende a magnificar las disfunciones, la otra tiende a negarlas.
Es fácil que la derecha obtenga réditos porque es muy complicado que no existan tensiones. Es una cuestión fundamentalmente estructural: España ha cambiado, como lo ha hecho su geografía política y social. Hay partes del país en las que existe ya lumpenproletariado, y es una tendencia creciente: a veces, se trata de poblaciones únicamente nacionales, en otras, hay mezcla con inmigrantes. Ambas viven en una España detenida, en la que el declive es evidente, y donde las soluciones, también las individuales, son difíciles. Son zonas donde se impone la economía de supervivencia, a menudo a través de trabajos ocasionales, de empleos parciales en negro, de ayudas públicas o de una combinación de estas fuentes de ingresos. Esos lugares son abandonados por los hijos de clases medias, que emigran a las ciudades, especialmente las grandes, pero esa es una opción que no alcanza a todo el mundo: solo es posible para aquellos que cuentan con formación y con ayuda familiar. Los trabajos poco cualificados no ofrecen los salarios precisos para mantenerse en las grandes ciudades, donde los costes para la subsistencia, comenzando por la vivienda, no pueden ser afrontados, por lo que no se va a emigrar a un lugar en el que la vida será todavía peor. En consecuencia, hay parte de la población que se encuentra atrapada en territorios con salarios bajos y escaso horizonte, y de los que tienen muy difícil salir. La lumpenproletarización actual hará todavía más difícil que emigren sus hijos.
Estas dinámicas no son infrecuentes en España, y funcionan igualmente para los inmigrantes y para sus hijos, también para los que son españoles. Y sus condiciones se agravan porque ascender en la escala social es complicado, ya que hacen falta recursos de partida, y la integración en entornos deteriorados suele ser muy ardua. Las razones culturales pueden ser un factor, pero no el mayor. Lo explicaba bien Alberto Arricruz respecto de la emigración española en Francia. Los adolescentes que dejaban los estudios o que no sabían qué hacer con su vida, iban a trabajar a las fábricas. Allí obtenían un salario, pero también acababan formando parte de un entorno social compartido. La situación actual dificulta esa reunión en torno de algo común, ya que quienes no consiguen un expediente académico satisfactorio tienen un acceso improbable al empleo. Hoy no existe ese salto automático de la escuela al trabajo, más al contrario. Hay gente que se queda anclada entre un espacio y el otro, y ese es un muy mal lugar.
Además, la sociedad española sufre de servicios públicos insuficientes. Los sucesivos recortes a los presupuestos estatales han generado una falta crónica de médicos, enfermeras, profesores, policías, guardias civiles y servicios de emergencias, entre otros. Una circunstancia imprevista, cuando es de una magnitud significativa, desnuda el elemento asistencial del Estado y muestra su debilidad. Además de evidentes factores políticos, la dana fue uno de esos fenómenos. En esa situación de precariedad estructural, es fácil entender que habrá conflictos.
A menudo, los choques se producirán por los recursos, y es normal que así suceda en entornos muy proletarizados. Si en esa economía del apaño en la que se desenvuelven zonas españolas aparecen foráneos a los que se destinan las ayudas, es sencillo que el malestar comience a arraigarse. Si hay costumbres culturales diferentes, ese malestar aparecerá a simple vista. Esa tensión está presente en diferentes niveles, y a menudo cada parte política pone el acento en un tipo de foráneo: en Madrid se responsabiliza de la subida de la vivienda a los ricos latinoamericanos del barrio de Salamanca o a los dueños de los fondos que compran edificios para especular, en Barcelona a la gran afluencia turística, en el norte de España a los madrileños que compran segundas residencias y así sucesivamente.
El otro elemento estructural que augura tensiones sociales es la inseguridad. En primera instancia, los entornos con pocos recursos y pocas esperanzas poseen un clima en el que la delincuencia puede surgir con cierta facilidad. El auge del cultivo de marihuana en España tuvo que ver con zonas acostumbradas a la economía del apaño. En muchos de esos lugares apenas había inmigrantes. En lugares deteriorados del Estrecho el tráfico de drogas es visto como una salida a la mala situación económica. En las grandes ciudades, y en especial en las turísticas, los robos tienden a ser más habituales. Todo eso contribuye, en algunas poblaciones, a aumentar la sensación de inseguridad. A veces, esta simplemente tiene que ver con hechos violentos, como los que acontecen en las zonas de ocio nocturno. Otras veces, con pandillas juveniles. A nadie le gusta volver a casa mirando continuamente hacia atrás. Se puede argumentar que los datos españoles en cuanto a la inseguridad son buenos en comparación con otros países, pero esto es poco relevante cuando la percepción de la inseguridad se ha extendido. Cuando en esas circunstancias, como ha ocurrido en Torre Pacheco, la amenaza tiene otro color de piel, la tensión aumenta. En este asunto, como en las posibilidades de ascenso social, las cosas también van por barrios: en algunos, la idea de la inseguridad física está presente; en otros, se vive como algo bastante lejano.
Cuando el Estado está presente y cuenta con recursos, la confianza se mantiene, ya que los delitos son combatidos de manera eficiente
En última instancia, el problema no reside tanto en la delincuencia como en la respuesta que se da a las vulneraciones del orden. Cuando el Estado está presente y cuenta con recursos, la confianza se mantiene, porque los delitos, pequeños o grandes, son combatidos de manera eficiente y relativamente rápida. Cuando no es así, y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado carecen de personal y medios suficientes, es bastante más fácil que la sociedad sienta que algo esencial no funciona. Si, además, la normativa española, como en la reincidencia de pequeños delitos, favorece al infractor, la inseguridad se extiende muy rápidamente por la sociedad.
Estos dos elementos, la lucha por los recursos y la inseguridad, son los que están de fondo en el mensaje de las derechas sobre la inmigración. Y son mensajes relevantes. Son también asuntos que pueden ser fácilmente minusvalorados, y que pueden ser negados sin rubor, porque hablan de una España que se desconoce, de una sociedad que convive con la oficial, pero que nunca se encuentra con ella. Bastaría que políticamente se reconociesen los problemas estructurales, y que se comprendiera que, en ese escenario, los choques culturales son difíciles de evitar mientras no se desactiven las causas de fondo. Pero es mucho más fácil abordar la inmigración desde el moralismo: unos afirman que la inmigración es mala, los otros que es buena, como si fueran categorías en bloque. Cada cual, además, pone el acento en un asunto. Las izquierdas tienden a afirmar que la integración de los inmigrantes, salvo casos aislados, es muy positiva, y que el problema real reside en aquellos que atizan los fuegos, los que tratan de incendiar los ánimos. Vox asegura que no está en contra de la inmigración, sino que quiere que se deporte a los delincuentes, a los que entran ilegalmente y a los menas. ERC, y Rufián lo señaló en el Congreso, está poniendo el acento en la reincidencia, porque es consciente de que su electorado, que cuenta con capas populares, le reclama que actúe en ese sentido. Rebajar el discurso es ganar en este escenario.
No es difícil entender que hay barrios y pueblos en los que la vida es difícil, en los que hay pocas opciones y viven en la inseguridad
Lo malo del moralismo es que tiende a ignorar la realidad. No es difícil entender que hay barrios y pueblos en los que la vida es difícil, en los que hay pocas opciones y en los que la inseguridad está presente. Quizá muchos de los que practican el moralismo no los conozcan, pero existen. Insistir en el maximalismo o en la negación no es buena idea, pero ha sido particularmente problemático para los progresistas, que no han aprendido aún la lección que supuso la era woke, esa en la que perdieron apoyo social de manera significativa.
Las cosas son, sin embargo, sencillas de comprender. El eje político ha cambiado. Han sido años de crisis, de desclasamiento, de diferencias en aumento entre lo que se percibe y lo que se paga por vivir, lo que conduce hacia la pérdida de horizonte. En un entorno en el que buena parte de los españoles carece de confianza en el futuro, es lógico que sean valores de seguridad, estabilidad y continuidad los que merezcan mayor crédito.
Las nuevas tendencias políticas ofrecen algo que es anhelado por la gente: tener un buen entorno, ingresos decentes y recorrido de futuro
En ese marco, la derecha sale favorecida, porque el ámbito progresista entiende mal estas ideas. No tendrían por qué ser así necesariamente: los años socialdemócratas europeos, los que se prolongaron desde la Segunda Guerra Mundial hasta la llegada de Reagan y Thatcher se construyeron en torno a estos valores y a una idea de progreso que auguraba una sociedad mejor. Hoy ha perdido esa referencia, y su plan es impedir la llegada de la extrema derecha y persistir en los valores de la época global, esa que se está desvaneciendo. Sin embargo, la política actual está moviéndose en una dirección que es la anhelada por la mayoría de la gente: tener un buen entorno, ingresos decentes y recorrido de futuro, y en esto no se diferencian la gran mayoría de los españoles de la gran mayoría de los inmigrantes.
J.D. Vance ofreció una versión política sobre este asunto durante la campaña presidencial estadounidense: la llegada de inmigrantes ha provocado el aumento de los precios de las viviendas, ha saturado los servicios médicos, los educativos y ha provocado una reducción de las ayudas públicas para los estadounidenses. Y en lugar de mejorar la situación, los progresistas atribuyen motivos oscuros a la gente que se queja y se muestran condescendientes con las personas cuya vida ha empeorado.
Como incluso un reloj estropeado da correctamente la hora dos veces al día, Gordon Brown señaló un camino para las izquierdas cuando afirmó que “más pronto que tarde, habrá que contrarrestar el veneno de la extrema derecha con una agenda progresista centrada en lo que más le importa a la gente: empleo, nivel de vida, justicia y la reducción de la brecha moralmente indefendible entre ricos y pobres”.
España va por detrás políticamente en muchas cosas, y además muestra una falta de ideas preocupante. Pero estos dos mensajes, más tarde o más temprano, llegarán aquí. Incluso puede que lleguen mezclados."
(Esteban Hernández , El Confidencial, 15/07/25)
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