"Dina Matar habla con voz distante, cansada, y esa fatiga no parece deberse únicamente a los largos días de ayuno del Ramadán. “La gente está bajo presión, nerviosa y deprimida. Yo también, claro”, explica esta joven gazatí de 27 años en una serie de mensajes de voz enviados desde el enclave al que Israel sigue prohibiendo el acceso a los periodistas extranjeros. “No nos alegramos de que la guerra haya terminado, porque la mayoría de nosotros todavía vivimos en un estado de guerra.”
En los días posteriores a la entrada en vigor del alto el fuego, el 19 de enero, Dina Matar abandonó la tienda de campaña en la que sobrevivía en el centro de la Franja de Gaza. No ha podido volver a su casa, que quedó completamente destruida durante la guerra. Ella y los suyos, veinticinco en total, se amontonan en casa de su abuelo en el centro de la ciudad de Gaza, que ha sufrido menos daños.
A su alrededor, describe la joven, el paisaje es un campo de ruinas con montículos de basura diseminados: el servicio de recogida de basura ya no funciona desde hace mucho tiempo y han sido destruidos los sistemas de evacuación de aguas residuales. El camión que lleva agua al norte de Gaza pasa una vez a la semana, dice, pero “no es suficiente”.
Desde principios de marzo carecen de combustible para hacer funcionar las bombas para sacar agua del subsuelo. A pesar de la tregua, nada ha vuelto a la normalidad. “Antes de la guerra, iba todos los días a la clínica a trabajar, luego a entrenar al gimnasio y después volvía a casa, tenía una rutina que me gustaba”, recuerda la joven dentista. “Hoy en día, no tengo trabajo, ni actividad, ni gimnasio donde gastar mi energía, nada”.
La ayuda vuelve a cortarse
Justo después de la entrada en vigor del alto el fuego, la ayuda humanitaria entró masivamente en la Franja de Gaza. Con el fin de los combates, las organizaciones ya no están obligadas a coordinar con Israel sus movimientos en el enclave y han podido llegar a las zonas del extremo norte, asediadas durante largos meses. Los precios bajaron y se han vuelto a encontrar en los puestos de los mercados aves de corral, fruta, carne y verduras.
Una prueba más, según algunas ONG, de que Israel bloqueó deliberadamente la ayuda humanitaria a Gaza durante la guerra. “Desde el 7 de octubre de 2023, se acusa a las autoridades israelíes de haber cometido el crimen de guerra de utilizar el hambre como arma de guerra, el crimen de exterminio, que es un crimen contra la humanidad, así como actos de genocidio”, ha recordado Human Rights Watch en un comunicado publicado el 5 de marzo.
Sin embargo, el 2 de marzo, Israel detuvo de golpe todo suministro a la zona y el 9 de marzo, una semana después, cortó la electricidad. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, pretende así presionar a Hamás para que prolongue la primera fase de la tregua, que debía finalizar a principios de marzo. Por su parte, el movimiento islamista palestino pide negociar sin demora la segunda fase, que prevé la devolución de los 59 rehenes israelíes que aún se encuentran en Gaza, de los cuales 35 habrían muerto, la liberación de cientos de prisioneros palestinos y el fin definitivo de la guerra con la evacuación de los soldados israelíes del enclave. Israel ha planteado nuevas exigencias antes de entrar en la segunda fase, que prevé la salida de Hamás de Gaza y la devolución de los últimos rehenes.
El 5 de marzo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó directamente a la población en un mensaje publicado en su red Truth Social: “Al pueblo de Gaza: os espera un buen futuro, pero no si seguís teniendo rehenes. Si lo hacéis, ¡estáis MUERTOS! Tomen una BUENA decisión”. Mientras se estancan las conversaciones sobre el futuro del enclave, Hamás se ha vuelto a desplegar sobre todo el terreno, especialmente a través de los municipios que controla, su red en las mezquitas y sus fuerzas de seguridad.
Más de 120 muertos desde el alto el fuego
Desde que se ha vuelto a bloquear la ayuda, los precios se han triplicado en la zona y algunos alimentos ya han desaparecido de los estantes. Porque en Gaza, “enterrada bajo 40 ó 50 millones de toneladas de escombros” según la ONU, ya no hay producción agrícola, ganadería ni barcos de pesca: la población depende totalmente de los paquetes humanitarios. El Cogat, órgano del Ejército israelí encargado de los asuntos civiles en los territorios ocupados y que supervisa la entrada de ayuda a Gaza, dice haber autorizado la entrada de 4.200 camiones cada semana entre el 19 de enero y el 2 de marzo.
Ese flujo fue insuficiente para constituir reservas, replica Shaina Low, asesora de comunicación para Palestina en la ONG Consejo Noruego para los Refugiados (NRC). Los bienes fueron inmediatamente distribuidos en la población.
“La ayuda nunca debería utilizarse como medio de presión con fines políticos”, afirma. “Los palestinos de Gaza tienen derecho a recibir ayuda y es totalmente ilegal que Israel utilice el hambre para presionar a Hamás. También es una violación de las obligaciones que incumben a Israel como potencia ocupante”.
Estas precarias condiciones de vida matan en la Franja de Gaza. Según el Ministerio de Salud local, en febrero murieron de hipotermia seis bebés. En un vídeo difundido por la Organización Mundial de la Salud en la red social X el 4 de marzo, una doctora del norte de Gaza dijo haber visto “mujeres cortando su ropa y dándosela a sus hijas para que la usen” como compresas higiénicas.
El Ejército israelí sigue presente en el corredor de Filadelfia, en los confines sur del enclave, en la frontera egipcia, una zona de amortiguamiento de límites difusos trazada de facto por Israel en el norte, este y sur de la Franja de Gaza durante los quince meses de guerra. Todos los que se acercan a ella pueden recibir una bala. Desde el inicio de la tregua, el 19 de enero, han muerto ya más de 120 palestinos.
El 9 de marzo, el Ejército israelí confirmó haber disparado contra un grupo de palestinos en el barrio de Shujayia, en el noreste de la zona, acusándolos de intentar colocar explosivos cerca de sus tropas. Según la agencia de noticias palestina Wafa, los israelíes atacaron con drones, matando a una persona e hiriendo a muchas otras. También se informó de disparos al este del campamento de Maghazi, en el centro de Gaza.
A estos ataques directos se suman las víctimas de los explosivos que aún se encuentran esparcidos por toda la zona. “El 26 y 27 de febrero, murieron dos personas y otras cinco resultaron heridas por artefactos explosivos en el norte de Gaza y en Rafah, donde se había removido el terreno para instalar tiendas de campaña”, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) en su informe semanal a principios de marzo.
Profundos traumas
Los habitantes de Gaza también están preocupados por los rumores israelíes de que volverán los combates. “Tengo miedo de que vuelva la guerra y de que vuelva a perder a personas queridas”, confiesa Dina Matar. “Muchos amigos se han ido de Gaza y ya no nos hablamos como antes”.
El vídeo de Donald Trump publicado el 26 de febrero, que muestra un Gaza con aspecto de Dubái pero sin palestinos, reavivó el debate sobre la expulsión de los habitantes del enclave, una amenaza que la extrema derecha israelí agita cada poco, prefiriendo hablar de “salidas voluntarias”. El domingo 9 de marzo, el ministro de Finanzas, el supremacista judío Bezalel Smotrich, anunció que el gobierno israelí estaba trabajando para crear un organismo que supervisara la salida de los gazatíes del enclave, deportaciones que podrían asemejarse a una limpieza étnica.
Ahora bien, aunque el alto el fuego ha supuesto un respiro muy necesario para la población de Gaza, todos se preguntan cómo será su futuro en medio de tal devastación. Dina Matar insiste: ella se quedará, reconstruirá la casa, pero las bombas deben callarse de una vez por todas. Con cierto pudor, recuerda a todos los que han muerto, “que Dios les conceda Su misericordia”. Todo el territorio de Gaza está de luto.
Tras el alto el fuego, los compañeros de Shaina Low, al igual que muchos gazatíes, experimentaron una miríada de emociones: “Alivio, luego asumir todo lo que han perdido, la esperanza que han sentido cuando se aplicó el alto el fuego temporal y la tristeza cuando regresaron a sus casas”, señala la trabajadora humanitaria de NRC. “Una de nuestras empleadas regresó al norte justo después del alto el fuego y se enteró de que habían matado a varios miembros de su familia. Cuando vio las condiciones de vida en lo que antes era su barrio —no quedaba nada—, regresó a la ciudad de Gaza. ¿Cómo superar tales pérdidas? ¿Cómo hacer frente a todos esos traumas?” (Clothilde Mraffko (Mediapart), InfoLibre, 12/03/25)
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