"En Pekín han llegado a
la conclusión de que Estados Unidos hará cualquier cosa para mantener a
China a raya. En Washington insisten en que China trama arrebatarle a
Estados Unidos el puesto de primera potencia mundial. Para un análisis
sereno de ese creciente antagonismo (y para un plan para evitar que
acabe en una guerra entre superpotencias), hay que visitar el piso 33 de
un edificio art decó situado en el corazón de Manhattan, el despacho de
Henry Kissinger. (...)
Kissinger se muestra preocupado. “Ambos están convencidos de que la otra parte representa un peligro estratégico”, afirma. “Nos encaminamos hacia un enfrentamiento entre grandes potencias.” (...)
Se muestra alarmado ante la creciente competencia de China y Estados Unidos por la preeminencia tecnológica y económica. En un momento en que Rusia se desliza hacia la órbita de China y la guerra ensombrece el flanco oriental de Europa, teme que la inteligencia artificial vaya a potenciar la rivalidad sino-estadounidense. En todo el mundo, el equilibrio de poder y la base tecnológica de la guerra están cambiando tan deprisa y de tantas maneras que los países carecen de un principio establecido sobre el que establecer el orden. Si no encuentran ninguno, quizás recurran a la fuerza. “Estamos en la clásica situación previa a la primera guerra mundial”, afirma, “en la que ninguna de las partes tiene mucho margen de concesión política y en la que cualquier alteración del equilibrio puede acarrear consecuencias catastróficas.”
Estudiar algo más la guerra
(...) En su opinión, el destino de la humanidad depende de que Estados Unidos y China se entiendan. Cree que, en particular, el rápido progreso de la inteligencia artificial les deja sólo un margen de entre cinco y diez años para encontrar un camino.
Kissinger da algunos consejos iniciales a quienes aspiran a convertirse en dirigentes: “Identifica dónde estás. Crudamente”. Siguiendo ese principio, el punto de partida para evitar la guerra es analizar el creciente nerviosismo de China. A pesar de su reputación de figura conciliadora con el gobierno de Pekín, reconoce que muchos pensadores chinos creen que Estados Unidos está en declive y que, “por lo tanto, como resultado de una evolución histórica, acabarán suplantándonos”.
Cree que a los dirigentes chinos les molesta que los responsables políticos occidentales hablen de un orden mundial basado en normas, cuando lo que realmente quieren decir es basado en las normas y el orden de Estados Unidos. Los dirigentes chinos se sienten insultados por lo que consideran el trato condescendiente ofrecido por Occidente de otorgar privilegios a China si se comporta (sin duda piensan que los privilegios deberían ser suyos por derecho, como potencia en auge). De hecho, en China algunos sospechan que Estados Unidos nunca tratará el país como un igual y que resulta absurdo imaginar que pueda hacerlo.
Sin embargo, Kissinger también advierte del peligro de no interpretar bien las ambiciones chinas. En Washington, “dicen que China quiere dominar el mundo... La respuesta es que quieren ser poderosos”, afirma. “No se encaminan a una dominación mundial en el sentido hitleriano. No es así como piensan ni como han pensado nunca en el orden mundial.”
En la Alemania nazi, la guerra era inevitable porque Adolf Hitler la necesitaba, prosigue, pero China es diferente. Kissinger ha conocido a muchos dirigentes chinos, empezando por Mao Zedong. No dudó nunca del compromiso ideológico de ninguno de ellos, pero ese compromiso siempre estuvo combinado con un agudo sentido de los intereses y las capacidades del país.
Kissinger considera que el sistema chino es más confuciano que marxista. Eso enseña a los dirigentes chinos a alcanzar la máxima fuerza de la que el país es capaz y a tratar de ser respetados por sus logros. Los dirigentes chinos quieren ser reconocidos como los jueces últimos del sistema internacional en lo que afecta a sus propios intereses. “Si lograran una superioridad susceptible de ser realmente utilizada, ¿la llevarían hasta el punto de imponer la cultura china?”, se pregunta. "No lo sé. Mi intuición me dice que no... [pero] creo que tenemos las capacidades para evitar que se produzca semejante situación mediante una combinación de diplomacia y fuerza.”
Una respuesta natural de Estados Unidos al desafío de la ambición china es sondearla, como forma de identificar el modo de mantener el equilibrio entre las dos potencias. Otra es establecer un diálogo permanente. China “está intentando desempeñar un papel global. Tenemos que evaluar en cada momento si las concepciones acerca de un papel estratégico son compatibles”. Si no lo son, entonces surgirá la cuestión de la fuerza. “¿Es posible que China y Estados Unidos coexistan sin la amenaza de una guerra total entre ellos? Yo pensaba y sigo pensando que sí lo es.” Sin embargo, Kissinger reconoce que el éxito no está garantizado. “El fracaso es posible. Y, por lo tanto, tenemos que ser lo bastante fuertes militarmente para soportar el fracaso.”
La prueba urgente es el comportamiento de China y Estados Unidos en relación con Taiwán. Kissinger recuerda cómo, en la primera visita de Richard Nixon a China en 1972, sólo Mao tenía autoridad para negociar sobre la isla. “Cada vez que Nixon planteaba un tema concreto, Mao respondía: 'Yo soy filósofo. No me ocupo de estos temas. Que eso lo hablen Zhou [Enlai] y Kissinger'... Ahora bien, en relación con Taiwán, fue muy explícito. Dijo: 'Son un puñado de contrarrevolucionarios. No los necesitamos ahora. Podemos esperar 100 años. Algún día lo reclamaremos. Pero todavía falta mucho'.”
Kissinger cree que el entendimiento forjado entre Nixon y Mao fue anulado por Donald Trump cuando sólo habían transcurrido 50 de esos 100 años. Trump quería potenciar su imagen de dureza arrancando concesiones a China en materia de comercio. En su política, el gobierno de Biden ha seguido el ejemplo de Trump, aunque con una retórica liberal.
Kissinger no habría elegido ese camino con respecto a Taiwán, porque una guerra al estilo ucraniano destruirá la isla y devastará la economía mundial. La guerra también puede hacer retroceder a China en el plano nacional, y el mayor temor de sus dirigentes sigue siendo la agitación interna.
Estados Unidos no tiene fácil abandonar Taiwán sin socavar su posición en otros lugares"
El miedo a la guerra crea motivos para la esperanza. El problema es que ninguna de las partes tiene demasiado margen para hacer concesiones. Todos los dirigentes chinos han afirmado la conexión de su país con Taiwán. Sin embargo, al mismo tiempo, “tal y como han evolucionado ahora las cosas, Estados Unidos no tiene fácil abandonar Taiwán sin socavar su posición en otros lugares”.
La salida de Kissinger a semejante callejón sin salida se basa en su experiencia en sus cargos públicos. Empezaría por rebajar la temperatura y luego, poco a poco, generaría confianza y una relación de trabajo. En lugar de hacer una lista de todos sus agravios, el presidente estadounidense debería decir a su homólogo chino: “Presidente, en estos momentos, los dos mayores peligros para la paz somos nosotros dos. Porque tenemos la capacidad de destruir a la humanidad”. Sin anunciar nada formalmente, China y Estados Unidos deberían proponerse practicar la moderación.
Kissinger, que nunca ha sido partidario de las burocracias formuladoras de políticas, prefiere imaginar a un pequeño grupo de asesores con fácil acceso entre sí y colaborando tácitamente. Ninguna de las partes cambiaría en esencia su posición respecto a Taiwán, aunque Estados Unidos sería cuidadoso con el despliegue de sus fuerzas e intentaría no alimentar la sospecha de que apoya la independencia de la isla.
El segundo consejo de Kissinger a los aspirantes a dirigentes es: “Define objetivos que puedan recabar apoyos. Encuentra medios, medios descriptibles, de alcanzar esos objetivos”. Taiwán sería sólo el primero de una serie de ámbitos en los que las superpotencias podrían encontrar un terreno común y fomentar así la estabilidad mundial.
En un discurso reciente, Janet Yellen, secretaria del Tesoro estadounidense, propuso incluir entre esos ámbitos el cambio climático y la economía. Kissinger se muestra escéptico sobre ambas cuestiones. Aunque está “plenamente a favor” de la acción sobre el clima, duda de que ese asunto pueda contribuir a generar confianza o a establecer un equilibrio entre las dos superpotencias. En cuanto a la economía, el peligro es que la agenda comercial se vea secuestrada por los halcones que no están dispuestos a dejar a China ningún margen de desarrollo.
Esa actitud de todo o nada constituye una amenaza para la búsqueda general de distensión. Si Estados Unidos quiere encontrar una forma de convivir con China, no debe buscar un cambio de régimen. Kissinger recurre a un tema presente desde el principio en su pensamiento. “En toda diplomacia de estabilidad, tiene que haber un elemento del mundo del siglo XIX. Y el mundo del siglo XIX se basaba en la premisa de que la existencia de los Estados en pugna no estaba en cuestión.”
Algunos estadounidenses creen que una China derrotada se volvería democrática y pacífica. Sin embargo, por más que prefiera ver China convertida en una democracia, Kissinger no ve precedentes de semejante resultado. Lo más probable es que un colapso del régimen comunista conduzca a una guerra civil que se intensificaría hasta convertirse en un conflicto ideológico y no haría más que aumentar la inestabilidad mundial. “No nos interesa llevar a China a la disolución”, afirma. En lugar de encastillarse, Estados Unidos debe reconocer que China tiene intereses. Un buen ejemplo es Ucrania.
El presidente chino Xi Jinping se ha puesto en contacto recientemente con Volodímir Zelenski, su homólogo ucraniano, por primera vez desde que Rusia invadió Ucrania en febrero del año pasado. Muchos observadores han tachado la llamada de Xi de gesto vacío destinado a aplacar a los europeos, que se quejan de que China está demasiado cerca de Rusia. Kissinger, en cambio, considera que se trata de una seria declaración de intenciones que complicará la diplomacia en torno a la guerra, pero que también puede crear el tipo de oportunidad útil para generar una confianza mutua entre las superpotencias.
Kissinger comienza su análisis condenando al presidente ruso Vladímir Putin. "En última instancia, Putin ha cometido un error de juicio catastrófico.” Sin embargo, Occidente no está libre de culpa. “Creo que la decisión de... dejar abierta la adhesión de Ucrania a la OTAN ha sido muy equivocada". Ha sido desestabilizadora, porque ofrecer la promesa de protección de la OTAN sin un plan para llevarla a cabo deja a Ucrania mal defendida y, a la vez, no sólo garantiza la cólera de Putin, sino también la de muchos de sus compatriotas.
La tarea ahora es poner fin a la guerra, sin preparar el terreno para la siguiente ronda de conflictos. Kissinger dice que quiere que Rusia ceda la mayor parte posible del territorio que conquistó en 2014, pero la realidad es que en cualquier alto el fuego es probable que Rusia conserve como mínimo Sebastopol (la ciudad más grande de Crimea y la principal base naval rusa en el mar Negro). Un acuerdo de ese tipo, en el que Rusia pierda algunos logros pero conserve otros, podría dejar insatisfechas tanto a Rusia como a Ucrania.
Se trata, en su opinión, de una receta para el enfrentamiento futuro. “Lo que dicen ahora los europeos es, en mi opinión, peligrosísimo. Porque lo que dicen es: 'No los queremos en la OTAN, porque son demasiado aventurados. Y, por lo tanto, los armaremos hasta los dientes y les daremos las armas más avanzadas'.” Su conclusión es tajante: “Ahora hemos armado a Ucrania hasta el punto de que será el país mejor armado y con los dirigentes políticos menos experimentados estratégicamente de Europa”.
Para establecer una paz duradera en Europa es necesario que Occidente haga dos esfuerzos de imaginación. El primero es que Ucrania se una a la OTAN, como medio de contenerla, además de protegerla. La segunda es que Europa consiga un acercamiento a Rusia con objeto de crear una frontera oriental estable.
De forma comprensible, muchos países occidentales se opondrán a uno u otro de esos objetivos. Y, con China por en medio como aliada de Rusia y oponente de la OTAN, la tarea será aun más difícil. China tiene un interés prioritario en que Rusia salga intacta de la guerra de Ucrania. Xi no sólo tiene que cumplir una asociación “sin límites” con Putin, sino que un colapso de Moscú supondría un problema para China, ya que crearía en Asia Central un vacío de poder que correría el riesgo de verse colmado con una “guerra civil de tipo sirio”.
Tras la llamada de Xi a Zelenski, Kissinger cree que China podría estar posicionándose para mediar entre Rusia y Ucrania. En tanto que uno de los arquitectos de la política que enfrentó a Estados Unidos y China con la Unión Soviética, duda de que China y Rusia puedan trabajar bien juntas. Es cierto que comparten el recelo hacia Estados Unidos, pero también cree que desconfían instintivamente la una de la otra. “Nunca he conocido a un dirigente ruso que haya hablado bien de China. Y nunca he conocido a un dirigente chino que haya hablado bien de Rusia.” No son aliados naturales.
Los chinos se han involucrado en una acción diplomática en relación con Ucrania como expresión de su interés nacional, afirma Kissinger. Aunque se niegan a consentir la destrucción de Rusia, reconocen que Ucrania debe seguir siendo un país independiente y han advertido contra el uso de armas nucleares. Puede que incluso acepten el deseo de Ucrania de unirse a la OTAN. “China hace eso, en parte, porque no quiere entrar en conflicto con Estados Unidos”, asegura. “Están creando su propio orden mundial, en la medida en que pueden hacerlo.”
El segundo ámbito sobre el que China y Estados Unidos tienen que hablar es el de la inteligencia artificial. “Estamos en los inicios de una capacidad en la que las máquinas podrían imponer una plaga global u otras pandemias; no sólo una destrucción nuclear, sino cualquier tipo de destrucción humana.”
Kissinger reconoce que ni siquiera los expertos en inteligencia artificial saben cuáles serán sus capacidades (a juzgar por nuestras conversaciones, la transcripción de un marcado y áspero acento alemán está todavía fuera de su alcance). Sin embargo, cree que la inteligencia artificial se convertirá en un factor clave de la seguridad dentro de cinco años. Compara su potencial disruptivo con la invención de la imprenta, que difundió ideas que desempeñaron un papel en el estallido de las devastadoras guerras de los siglos XVI y XVII.
Vivimos en un mundo con una capacidad de destrucción sin precedentes... No hay limitaciones. Todo adversario es 100% vulnerable”
“Vivimos en un mundo con una capacidad de destrucción sin precedentes”, advierte. A pesar de la doctrina de que debe haber un ser humano en el circuito, es posible que se creen armas automáticas e imparables. “Si analizamos la historia militar, podemos afirmar que nunca ha sido posible destruir a todos los adversarios, debido a las limitaciones geográficas y de precisión. [Ahora] no hay limitaciones. Todo adversario es vulnerable al 100%.”
La inteligencia artificial no puede abolirse. Por lo tanto, China y Estados Unidos tendrán que aprovechar hasta cierto punto su poder militar, como elemento de disuasión. Aunque también podrían limitar la amenaza que representa, del mismo modo que las conversaciones sobre el control de armamentos limitaron la amenaza de las armas nucleares. “Creo que tenemos que empezar los intercambios acerca de las consecuencias de la tecnología sobre el otro. Tenemos que dar pequeños pasos hacia el control de armas; pasos en los que cada parte presente a la otra material controlable sobre las capacidades.” De hecho, Kissinger piensa que las propias negociaciones podrían ayudar a generar una confianza mutua que permitiría a las superpotencias practicar la moderación. El secreto está en unos dirigentes lo bastante fuertes y sensatos para comprender que no hay que llevar la inteligencia artificial al límite. “Y si además confías plenamente en lo que puedes conseguir a través del poder, es probable que destruyas el mundo.”
El tercer consejo de Kissinger para los aspirantes a dirigentes es: “Vincula todo eso con los objetivos internos, sean cuales sean”. Para Estados Unidos, eso supone aprender a ser más pragmático, centrarse en las cualidades del liderazgo y, sobre todo, renovar la cultura política del país.
El modelo de Kissinger de pensamiento pragmático es la India. Recuerda un acto en el que un antiguo funcionario indio de alto nivel explicó que la política exterior debía basarse en alianzas no permanentes adaptadas a los problemas y no en atar a un país a grandes estructuras multilaterales.
Ese enfoque transaccional no es algo natural en Estados Unidos. El tema que recorre Diplomacy, la monumental historia de las relaciones internacionales escrita por Kissinger, es que Estados Unidos insiste en describir todas las grandes intervenciones exteriores como expresiones de su destino manifiesto para rehacer el mundo a su propia imagen como sociedad libre, democrática y capitalista.
El problema para Kissinger es el corolario, que consiste en que los principios morales anulan con demasiada frecuencia los intereses, incluso cuando no producen el cambio deseable. Reconoce la importancia de los derechos humanos, pero no está de acuerdo en situarlos en el centro de la política. La diferencia consiste en imponerlos o en decir: afectarán a nuestras relaciones, pero que la decisión es vuestra.
“Intentamos imponerlos en Sudán. ¿Cómo está Sudán ahora?” De hecho, la insistencia instintiva en hacer lo correcto puede convertirse en una excusa para no pensar en las consecuencias de la política, afirma. Las personas que quieren utilizar el poder para cambiar el mundo actual, sostiene Kissinger, son a menudo idealistas, si bien es más habitual que se perciba a los realistas como más dispuestos a usar la fuerza.
La India es un contrapeso esencial al creciente poder de China. No obstante, ese país también tiene un historial cada vez más oscuro de intolerancia religiosa, parcialidad judicial y censura de prensa. Una inferencia (si bien Kissinger no la expresó directamente) es que la India será una prueba de si Estados Unidos puede ser pragmático. Japón será otra. Las relaciones se volverán tensas si, como predice Kissinger, Japón adopta medidas para conseguir armas nucleares en un plazo de cinco años. Con un ojo puesto en las maniobras diplomáticas que mantuvieron más o menos la paz en el siglo XIX, espera que Gran Bretaña y Francia ayuden a Estados Unidos a pensar estratégicamente acerca del equilibrio de poder en Asia.
Se buscan figuras de altura
El liderazgo también es importante. Kissinger cree desde hace mucho en el poder de los individuos. Franklin D. Roosevelt fue lo bastante previsor para preparar unos Estados Unidos aislacionistas para lo que él consideraba una guerra inevitable contra las potencias del Eje. Charles de Gaulle hizo que Francia creyera en el futuro. John F. Kennedy inspiró a una generación. Otto von Bismarck logró la unificación alemana y gobernó con destreza y moderación, pero su país sucumbió a la fiebre bélica tras su salida del poder.
Kissinger reconoce que las noticias ininterrumpidas durante las 24 horas y las redes sociales dificultan su estilo de diplomacia. “No creo que un presidente de hoy pueda enviar un emisario con los poderes que yo tenía”, afirma. Sin embargo, argumenta que sería un error atormentarse sobre si hay posibilidad de un camino que seguir. “Si nos fijamos en los dirigentes a los que he respetado, ellos no se hacían esa pregunta. Se preguntaban: ‘¿Es necesario?’.”
Recuerda el ejemplo de Winston Lord, un miembro de su equipo en el gobierno de Nixon. “Cuando intervenimos en Camboya, quiso dimitir. Y yo le dije: ‘Puedes renunciar y ponerte a dar vueltas en la calle con una pancarta. O puedes ayudarnos a resolver la guerra de Vietnam’. Y decidió quedarse... Lo que necesitamos es gente que tome esa decisión: que vive en la época que vive y que quiere hacer algo al respecto, más allá de compadecerse de sí misma.”
El liderazgo refleja la cultura política de un país. A Kissinger, como a muchos republicanos, le preocupa que la educación estadounidense se centre en los momentos más oscuros del país. “Para tener una visión estratégica necesitas tener fe en tu país”, afirma. La percepción compartida de la valía de Estados Unidos se ha perdido.
También se queja de que los medios de comunicación carecen de sentido de la proporción y del juicio. Cuando ocupaba su cargo, la prensa le era hostil, pero él seguía dialogando con ella. “Me volvían loco. Pero eso formaba parte del juego... no eran injustos.” Hoy, en cambio, los medios no tienen ningún incentivo para mostrarse reflexivos, asegura. “Mi tema es la necesidad de equilibrio y moderación. De institucionalizar eso. Ése es el objetivo.”
Sin embargo, lo peor de todo es la propia política. Cuando Kissinger llegó a Washington, los políticos de los dos partidos cenaban juntos habitualmente. Él se llevaba bien con George McGovern, candidato demócrata a la presidencia. Cree que, tratándose de un asesor de seguridad nacional del otro bando, eso sería improbable hoy en día. Gerald Ford, que asumió el cargo tras la dimisión de Nixon, era el tipo de persona de quien sus oponentes podían esperar un comportamiento respetable. Hoy, cualquier medio se considera aceptable.
“Creo que Trump y ahora Biden han llevado [la animosidad] al máximo”, afirma Kissinger. Su temor es que una situación similar a la del Watergate desemboque en una violencia generalizada y que Estados Unidos carezca de liderazgo. “No creo que Biden pueda servir de inspiración y... espero que los republicanos puedan presentar a alguien mejor”, afirma. “No es un gran momento histórico", se lamenta, “pero la alternativa es la abdicación total.”
Estados Unidos necesita con urgencia un pensamiento estratégico a largo plazo, opina. "Ése es nuestro gran reto, y debemos resolverlo. Si no lo hacemos, las predicciones acerca de nuestro fracaso se cumplirán.”
Si el tiempo apremia y falta liderazgo, ¿dónde quedan las perspectivas de que China y Estados Unidos encuentren una forma de convivir en paz?
“Todos tenemos que admitir que estamos en un mundo nuevo”, afirma Kissinger, "porque cualquier cosa que hagamos puede salir mal. Y no hay un rumbo garantizado". Aun así, dice sentir esperanza. “Mire, mi vida ha sido difícil, pero eso da pie al optimismo. Y la dificultad también es un reto. No debe ser siempre un obstáculo.”
Subraya que la humanidad ha dado pasos de gigante. Es cierto que ese progreso se ha producido a menudo tras conflictos terribles (tras la guerra de los Treinta Años, las guerras napoleónicas y la segunda guerra mundial, por ejemplo), pero la rivalidad entre China y Estados Unidos puede ser diferente. La historia indica que, cuando dos potencias de ese tipo se enfrentan, el resultado normal es un conflicto militar. "Pero no estamos en una circunstancia normal”, argumenta Kissinger, “a causa de la destrucción mutua asegurada y la inteligencia artificial.”
“Creo que es posible crear un orden mundial sobre la base de normas a las que podrían adherirse Europa, China y la India. Eso ya es una buena porción de la humanidad... Así que, si nos fijamos en su utilidad, puede acabar bien; o, al menos, puede acabar sin catástrofes.”
Ésa es la tarea de los dirigentes de las superpotencias de hoy. “Immanuel Kant dijo que la paz llegaría por medio del entendimiento humano o de alguna calamidad”, explica Kissinger. “Pensaba que se produciría por medio de la razón, pero no podía garantizarlo. Es más o menos lo que pienso.”
Por lo tanto, los dirigentes mundiales tienen una gran responsabilidad. Necesitan realismo para afrontar los peligros que se avecinan, visión para darse cuenta de que la solución reside en lograr un equilibrio entre las fuerzas de sus países y moderación para abstenerse de utilizar al máximo sus poderes ofensivos. “Se trata de un reto sin precedentes y de una gran oportunidad”, afirma Kissinger.
El futuro de la
humanidad depende de que no nos equivoquemos. Bien entrada la cuarta
hora de la conversación del día, y a pocas semanas de la celebración de
su cumpleaños, Kissinger añade con un guiño característico: “Sea como
sea, no estaré aquí para verlo”." (Entrevista a Henry Kissinger, La Vanguardia, 21/05/23; fuente: The Economist)
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