4.3.25

La austeridad ataca de nuevo: la agenda oculta detrás de los recortes... La austeridad ha vuelto, impulsada por la política, no por la economía... La austeridad ha vuelto, impulsada por la política, no por la economía. Desde el Reino Unido hasta Argentina y Estados Unidos... La última vez que oímos el tamborileo de la austeridad fue durante la crisis financiera mundial... en Europa, el endurecimiento fiscal destruyó una década de crecimiento, socavando la inversión pública y contribuyendo a muchos de los problemas con los que el continente sigue luchando hoy en día... Lo que obviamente era un fracaso de las finanzas privadas se rebautizó como una crisis de gasto público desbocado... cuando el sector privado intenta ahorrar y el sector público hace lo mismo, la economía inevitablemente se contrae y el volumen de deuda aumenta como porcentaje del PIB... Esta fue la esencia del experimento autodestructivo de Europa con la austeridad en la década de 2010... La austeridad en una recesión simplemente produce más recesión y desempleo. Lo sabemos desde la cancillería de Bruning en la Alemania de Weimar... Pero esto no es todo. Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) persiguen el papel desempeñado por los barones ladrones durante la Edad Dorada. Así pues, la austeridad se está desempolvando para una serie de propósitos totalmente nuevos... esta vez no es sólo una mala idea. También es un arma política y una peligrosa herramienta redistributiva, si los republicanos consiguen recortes fiscales por valor de 4 billones de dólares para el 10% más rico... pero en un país donde el 53% de los condados -la mayoría de ellos de tendencia republicana- dependen de las transferencias del gobierno para una cuarta parte o más de sus ingresos, puede resultar contraproducente

 "¿Qué tienen en común Rachel Reeves, Javier Milei y Elon Musk? Todos predican el evangelio de la austeridad como cura necesaria para lo que aqueja a sus respectivas economías.

Así, Reeves, Ministra de Hacienda del Reino Unido, ha endurecido las normas de gasto público e inversión, a pesar de que la constricción fiscal ha sido una de las principales causas de los problemas del país en los últimos 15 años. Del mismo modo, Milei ha enmarcado la austeridad como el precio que Argentina debe pagar por 20 años de sobreextensión. Sostiene que derrotar a la inflación es el único camino hacia la prosperidad, aunque hacerlo ahonde un pozo de pobreza ya de por sí profundo.

Y para Musk, Estados Unidos necesita supuestamente la austeridad para salvarse de la bancarrota. Este argumento no es más que una artimaña: los Estados con monedas soberanas, especialmente la principal moneda de reserva mundial, no pueden quebrar. La motivación obvia de Musk para recortar los presupuestos públicos es hacer sitio para recortar impuestos y despedir a los empleados públicos que no comparten su agenda.

La última vez que oímos el tamborileo de la austeridad fue durante la crisis financiera mundial. En Estados Unidos, la respuesta prescrita adoptó la forma de un «secuestro» milimetrado (limitación del gasto). Pero en Europa, el endurecimiento fiscal fue mucho más allá, destruyendo una década de crecimiento, socavando la inversión pública y contribuyendo a muchos de los problemas con los que el continente sigue luchando hoy en día. 

 Lo que obviamente era un fracaso de las finanzas privadas se rebautizó como una crisis de gasto público desbocado. Los préstamos bilaterales a los Estados periféricos de la Unión Europea no eran más que rescates encubiertos de los bancos de los países centrales «pagados» con contracciones fiscales. Aquellos que ofrecían elaborados argumentos sobre el poder expansivo del ajuste fiscal negaban lo obvio: cuando el sector privado intenta ahorrar y el sector público hace lo mismo, la economía inevitablemente se contrae y el volumen de deuda aumenta como porcentaje del PIB.

Esta fue la esencia del experimento autodestructivo de Europa con la austeridad en la década de 2010. En 2016, incluso la Comisión Europea había empezado a cambiar de tono, y cuando llegó COVID-19, los días de «hacer crecer la economía contrayéndola» parecían haber terminado. Qué equivocados estábamos.

Como John Quiggin argumentó en su momento, la austeridad es una idea zombi: no se puede matar, porque es inmune a la refutación empírica. La sabiduría de la crisis COVID -cuando la respuesta sensata era rescatar la economía ante un cierre global- se convirtió así en otra «crisis de deuda desbocada» que amenaza con llevar al Estado a la bancarrota. 

En la década de 2010, se suponía que la austeridad en la UE estabilizaría las finanzas públicas «restaurando la confianza» en el mercado de bonos. Pero recortar el gasto cuando la economía ya estaba en recesión no hizo sino agravar el problema. El miedo a la inflación debido a «todo ese gasto» se convirtió rápidamente en miedo a la deflación y a la pérdida de confianza. La austeridad en una recesión simplemente produce más recesión y desempleo. Lo sabemos desde la cancillería de Bruning en la Alemania de Weimar.

Pero, ¿qué ocurre con la austeridad en otras condiciones? Los casos actuales de EE.UU. y Argentina son interesantes a este respecto. Por su parte, EE.UU. no está cerca de la recesión. La economía va viento en popa y se enfrenta a presiones inflacionistas. Además de liberar espacio fiscal para recortes de impuestos, otra posible explicación para perseguir la austeridad en tales condiciones tiene que ver con la geopolítica y los desequilibrios globales.

Cuando Joe Biden asumió el cargo a principios de 2021, mantuvo la mayoría de los aranceles de Donald Trump y se embarcó en una senda de reindustrialización «verde». Ahora que Trump ha vuelto al poder, está aumentando aún más los aranceles para forzar ajustes en las economías exportadoras, y sustituyendo la estrategia de reindustrialización verde de Biden por un enfoque basado en los combustibles fósiles. 

Pero esto no es todo. Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) persiguen el viejo sueño republicano (y libertario) de desmantelar el Estado administrativo moderno. Preferirían el Estado del siglo XIX, que utilizaba los aranceles para proteger la industria nacional y aumentar los ingresos públicos. La implicación es que los señores de la tecnología de Silicon Valley retomarán el papel desempeñado por los barones ladrones durante la Edad Dorada. Así pues, la austeridad se está desempolvando para una serie de propósitos totalmente nuevos.

Argentina, por el contrario, se enfrenta a una inflación permanentemente alta sin crecimiento real (ajustado a la inflación) del PIB. Más de una docena de planes de estabilización han ido y venido, y Milei ha conseguido lo que parecía imposible: una amplia coalición electoral a favor de la austeridad.

Milei debe su éxito (hasta ahora) a la política distributiva de la inflación permanente. Los peronistas perdieron su largo control sobre los pobres y la clase trabajadora porque estos son los votantes que dedican la mayor parte de sus ingresos al consumo, y el aumento de los precios erosionó constantemente su poder adquisitivo.

La coalición peronista consiguió proteger a los sindicatos de la inflación indexando los salarios en consecuencia, y las clases profesionales se protegieron con tenencias de dólares estadounidenses. Durante un tiempo, este acuerdo fue suficiente para que los peronistas ganaran las elecciones. Pero quienes carecían de estas protecciones sufrían la caída del consumo, y la pobreza aumentaba año tras año. Milei ofreció una salida. Adoptaría la austeridad, destruiría las redes peronistas, desbarataría a los intermediarios y desregularía todo. Dolería durante un tiempo, pero aplastaría la inflación y destruiría la capacidad de los infiltrados peronistas para protegerse. Su dolor sería tu ganancia. Así, la austeridad se ha convertido en una forma de política de schadenfreude, muy parecida a la guerra contra los empleados federales y otras «élites» en EEUU.

¿Funcionará? En Argentina, si de lo que se trata es de derrotar a la inflación a pesar del aumento de la pobreza, entonces sí, está funcionando. Pero sólo será electoralmente sostenible si una menor inflación conduce a una mayor inversión y a un aumento de los salarios reales. Si conduce a una pobreza cada vez mayor para los que votaron a favor, Milei perderá su base. 

En Estados Unidos, si el objetivo es desmantelar el Estado administrativo, la austeridad funcionará. Pero en un país donde el 53% de los condados -la mayoría de ellos de tendencia republicana- dependen de las transferencias del gobierno para una cuarta parte o más de sus ingresos, puede resultar contraproducente. Aun así, si los republicanos consiguen recortes fiscales por valor de 4 billones de dólares para el 10% más rico, puede que el plan merezca la pena.

La austeridad ha vuelto, pero esta vez no es sólo una mala idea. También es un arma política y una peligrosa herramienta redistributiva."

(

No hay comentarios: