"Imperialismo territorial, guerra comercial, alianza con Putin, injerencia en nuestras democracias: los ataques de la nueva administración Trump a la Unión Europea (UE) se multiplican. Algunos esperaban que el Viejo Continente se desentendiera, pero ahora estamos en el punto de mira. Ningún diálogo disuadirá al presidente estadounidense de debilitar a Europa. Ni siquiera un aumento de la compra de armas o combustibles fósiles estadounidenses, como defienden algunos, podrá conjurar la amenaza a largo plazo -sobre todo porque Trump no se siente comprometido con sus propios acuerdos, como demuestra el tira y afloja con Canadá y México-.
Por tanto, la UE debe aceptar el equilibrio de poder y hacer valer su autonomía en todos los ámbitos: militar, digital, industrial, comercial y agrícola. Esta actitud no forma parte de su ADN, pero las circunstancias lo exigen. La brutalidad de los atentados tiene el mérito de disipar cualquier duda sobre si un Estado miembro puede valerse por sí mismo.
En el ámbito de la política comercial, ya se han lanzado dos golpes. El 10 de febrero, Trump anunció aranceles del 25% sobre las importaciones estadounidenses de acero y aluminio, seguidos el 26 de febrero por aranceles sobre todos los productos europeos. Si bien los exportadores europeos son los primeros afectados, los agricultores y el medio ambiente también podrían pagar el precio.
Una tercera vía por explorar
Todo dependerá ahora de las opciones políticas que tome la Unión Europea. La primera opción política consiste en reproducir las recetas ya utilizadas en 2018, durante el primer mandato de Donald Trump, apostando por importar más productos estadounidenses, en particular más gas y petróleo de esquisto estadounidense. Esta estrategia aumentará la dependencia de Europa de los combustibles fósiles, al tiempo que renegará de sus compromisos medioambientales. Esta respuesta sería un grave error político e iría en contra de la historia. Ya en 2013, con el abortado proyecto de directiva europea sobre la calidad de los combustibles, ¿no nos planteábamos reducir nuestras importaciones de hidrocarburos no convencionales como el gas de esquisto estadounidense? Esta decisión también supondría tomar una arriesgada decisión táctica: ¿qué pasaría si Trump decidiera detener las exportaciones de gas a la UE en respuesta a la escalada de precios que inevitablemente provocarían en su mercado interno?
La segunda respuesta sería entrar de lleno en esta nueva guerra comercial adoptando, como en el pasado, medidas de represalia dirigidas a las importaciones de productos «emblemáticos»: Harley Davidson, mantequilla de cacahuete, bourbon... Una elección guiada únicamente por el deseo de perjudicar a los productores estadounidenses.
Hay una tercera vía por explorar. La UE podría optar por un proteccionismo concebido no como un arma comercial y de cierre de fronteras sino, por primera vez, como un medio de alcanzar sus objetivos de sostenibilidad contribuyendo, a su nivel, a una cierta mejora de los métodos de producción medioambiental y sanitaria a escala mundial. En resumen, hay que inventar rápidamente un «neoproteccionismo europeo virtuoso».
Concretamente, podríamos aplicar medidas de represalia a una selección de productos estadounidenses que emitan gases de efecto invernadero o cuyas normas de producción se aparten más de las europeas y cuyo impacto sobre el medio ambiente y la salud sea mayor. La prioridad sería centrarse en los productos importados más intensivos en carbono y reducir las importaciones de energía: Estados Unidos es la tercera fuente de emisiones importadas de la UE, por detrás de China y Rusia.
Normativa europea no negociable
En el sector agrícola, estas medidas podrían dirigirse contra los frutos secos, así como contra la soja y el maíz transgénicos tratados con pesticidas prohibidos en Europa, como el glufosinato -prohibido desde 2018- o los neonicotinoides que matan a las abejas. También podrían utilizarse para rechazar las importaciones de carne de animales alimentados con harinas animales y tratados con antibióticos prohibidos: al mismo tiempo, limitarían la competencia desleal que sufren los ganaderos europeos y eliminarían un obstáculo importante para la transición de este sector.
Este trabajo de identificación de los productos más sensibles desde el punto de vista medioambiental y sanitario también permitiría contribuir al proyecto más transversal de «medidas espejo», que consiste en exigir a nuestros socios comerciales que cumplan algunas de las prohibiciones que imponemos a nuestros propios productores. Por último, un enfoque de este tipo tendría el mérito de enviar una señal política fuerte a los actores económicos estadounidenses dispuestos a distanciarse de las posiciones escépticas de su gobierno en materia climática, pero también a terceros países: la UE aparecería así dispuesta a trabajar con todos los socios comprometidos a respetar la trayectoria del Acuerdo de París y a perseguir objetivos coherentes con los que nos hemos fijado colectivamente en materia de sostenibilidad.
En respuesta a la guerra comercial, los gobiernos ya no pueden permitirse atacar indiscriminadamente. Ahora debemos decirle juntos a Trump que nuestras normativas europeas, ya sean medioambientales, fiscales o digitales, no son negociables, y que si los aranceles aumentan, los operadores que den la espalda a sus compromisos con la sostenibilidad y el respeto a la democracia serán los principales perdedores: sus productos serán los primeros en quedar fuera del mercado europeo."
(Mathilde Dupré, codirectora del Instituto Veblen, es coautora de «Après le libre-échange. Quel commerce international face aux défis écologiques» (Les Petits Matins, 2020); Marine Colli, consultora independiente y especialista en políticas agrícolas y comercio internacional; Jean-François Garnier, ingeniero agrónomo y consultor independiente en agricultura y agroeconomía. Revista de prensa, 01/03/25, fuente Le Monde)
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