2.3.25

Lo que Trump realmente quiere es una normalización de la relación con Rusia... ha llegado el momento de ir más allá de la guerra de Ucrania en aras de establecer una relación triangular entre Estados Unidos, Rusia y China... “Son países grandes y poderosos con arsenales nucleares. Pueden proyectar poder a escala mundial... Trump no oculta su opinión de que el sistema posterior a la Segunda Guerra Mundial, creado por Washington, carcomió el poder estadounidense... ese sistema valoraba las relaciones con aliados comprometidos con el capitalismo democrático, incluso manteniendo aquellas alianzas que suponían un costo para los consumidores estadounidenses... Para Trump, ese sistema daba a los países más pequeños y menos poderosos influencia sobre Estados Unidos, dejando que los estadounidenses pagaran una parte excesiva de la cuenta por defender a los aliados y promover su prosperidad... Mientras sus predecesores —tanto demócratas como republicanos— insistían en que las alianzas en Europa y Asia eran el mayor multiplicador de fuerza de Estados Unidos, y que mantenían la paz y permitían que floreciera el comercio, Trump las consideraba una herida sangrante... Trump ha empezado a poner en práctica un plan para destruir ese sistema... Trump nunca ha explicado con detalle con qué sustituiría esas reglas, aparte de que utilizaría el poder militar y económico de Estados Unidos para llegar a acuerdos... Trump parece convencido de que, mientras él esté al timón, el mundo se ordenará como él disponga

 "Tras cinco semanas en las que el presidente Trump dejó clara su determinación de descartar las fuentes tradicionales de poder de Estados Unidos —sus alianzas entre democracias afines— y devolver al país a una era de crudas negociaciones entre grandes potencias, también dejó una pregunta en el aire: ¿Hasta dónde sacrificaría a Ucrania por su visión?

El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos.
 El notable enfrentamiento que se produjo ante las cámaras a principios de la tarde del viernes desde el Despacho Oval proporcionó la respuesta.

Mientras Trump fustigaba al presidente Volodímir Zelenski y le advertía de que “no tienes las cartas” para tratar con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el vicepresidente JD Vance tachaba al líder ucraniano de “irrespetuoso” y desagradecido, quedó claro que la asociación de tres años de guerra entre Washington y Kiev se había hecho añicos.

Está por verse si podrá repararse y si podrá recomponerse el acuerdo para proporcionar a Estados Unidos ingresos procedentes de los minerales ucranianos, lo cual era la aparente razón de la visita.

Pero la verdad más amplia es que los venenosos intercambios —transmitidos no solo a una asombrada audiencia de estadounidenses y europeos que nunca habían visto ataques mutuos tan abiertos, sino también a Putin y a sus ayudantes del Kremlin— pusieron de manifiesto que Trump considera a Ucrania un obstáculo para lo que él ve como un proyecto mucho más vital.

Lo que Trump realmente quiere, dijo esta semana un alto funcionario europeo antes del estallido, es una normalización de la relación con Rusia. Si eso significa reescribir la historia de la invasión ilegal por parte de Moscú hace tres años, abandonar las investigaciones sobre los crímenes de guerra rusos o negarse a ofrecer a Ucrania garantías de seguridad duraderas, entonces Trump, en esta evaluación de sus intenciones, está dispuesto a hacer ese trato.

Para cualquiera que estuviera escuchando con atención, ese objetivo bullía justo bajo la superficie mientras Zelenski se dirigía a Washington para su desastrosa visita.

El secretario de Estado Marco Rubio —que solía defender a Ucrania y su soberanía territorial, y que ahora es partidario de los juegos de poder de Trump— dejó claro en una entrevista con Breitbart News que había llegado el momento de ir más allá de la guerra en aras de establecer una relación triangular entre Estados Unidos, Rusia y China.

Vamos a tener desacuerdos con los rusos, pero tenemos que tener una relación con ambos”, dijo Rubio. Evitó cuidadosamente cualquier expresión que pudiera sugerir, como a menudo decía como senador, que Rusia era la agresora, o que existía el riesgo de que, si no era castigada por su ataque a Ucrania, después podría atacar a un país de la OTAN.

“Son países grandes y poderosos con arsenales nucleares”, dijo refiriéndose a Rusia y China. “Pueden proyectar poder a escala mundial. Creo que hemos perdido el concepto de madurez y cordura en las relaciones diplomáticas”.

Trump no oculta su opinión de que el sistema posterior a la Segunda Guerra Mundial, creado por Washington, carcomió el poder estadounidense.

Por encima de todo, ese sistema valoraba las relaciones con aliados comprometidos con el capitalismo democrático, incluso manteniendo aquellas alianzas que suponían un costo para los consumidores estadounidenses. Era un sistema que trataba de evitar los acaparamientos de poder al hacer de la observancia del derecho internacional, y del respeto a las fronteras internacionales establecidas, un objetivo en sí mismo.

Para Trump, ese sistema daba a los países más pequeños y menos poderosos influencia sobre Estados Unidos, dejando que los estadounidenses pagaran una parte excesiva de la cuenta por defender a los aliados y promover su prosperidad.

Mientras sus predecesores —tanto demócratas como republicanos— insistían en que las alianzas en Europa y Asia eran el mayor multiplicador de fuerza de Estados Unidos, y que mantenían la paz y permitían que floreciera el comercio, Trump las consideraba una herida sangrante. En la campaña presidencial de 2016, preguntó repetidamente por qué Estados Unidos debía defender a los países que tenían superávit comercial con Estados Unidos.

En las cinco semanas transcurridas desde su segunda toma de posesión, Trump ha empezado a poner en práctica un plan para destruir ese sistema. Eso explica su exigencia de que Dinamarca ceda el control de Groenlandia a Estados Unidos, y de que Panamá devuelva un canal que construyeron los estadounidenses. Cuando le preguntaron cómo podía apoderarse de territorio soberano en Gaza para su reurbanización en su plan de una “Riviera de Medio Oriente”, respondió: “Bajo la autoridad de Estados Unidos”.

Pero Ucrania siempre fue un caso más complicado. Hace solo 26 meses, Zelenski fue celebrado en Washington como un guerrero de la democracia, se le invitó a dirigirse a una reunión conjunta del Congreso, y demócratas y republicanos por igual lo aplaudieron por hacer frente a la agresión descarada de un enemigo asesino.

Trump y Vance habían señalado durante meses que, en su opinión, el compromiso estadounidense con la soberanía de Ucrania había llegado a su fin. Hace tres semanas, Trump dijo a un entrevistador que Ucrania, una antigua república soviética que había aceptado con gusto su independencia, estrechado lazos con Europa Occidental y tratado de unirse a la OTAN, “podría ser rusa algún día”.

Para conmoción de los aliados de Estados Unidos, Vance viajó a la Conferencia de Seguridad de Múnich hace dos semanas y no dijo nada sobre asegurar que cualquier armisticio o alto al fuego vendría acompañado de garantías de seguridad para Ucrania, ni que Rusia pagaría algún precio por su invasión.

En su lugar, Vance pareció adherirse al ascendente partido de extrema derecha en Alemania y a sus homólogos en toda Europa. Atrás quedaba el discurso de la época de Biden sobre permanecer junto a Ucrania “todo el tiempo que haga falta” para disuadir a Rusia de cualquier tentación de llevar la guerra más al Oeste.

Zelenski vio todo esto, por supuesto —también estuvo en Múnich—, pero está claro que no entendió el ánimo colectivo como lo hicieron sus partidarios europeos. Mientras el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro británico Keir Starmer le precedieron al Despacho Oval con elaborados planes para aplacar a Trump y explicarle cómo Europa estaba aumentando su propio gasto militar, Zelenski mordió el anzuelo, especialmente cuando Vance empezó a burlarse de los esfuerzos de Ucrania por reclutar soldados.

Se puso combativo y le dijo a Trump que los océanos entre Estados Unidos y Rusia no lo protegerían para siempre. Trump levantó la voz y le dijo al ucraniano que tendría suerte si conseguía un alto al fuego, sugiriendo que cualquier condición —o ninguna— sería mejor que su inevitable derrota.

“Quiero ver garantías”, replicó Zelenski. Y minutos después, abandonó la Casa Blanca, sin comer su almuerzo de pollo asado al romero y crème brûlée, sin firmar el acuerdo sobre los minerales y con la futura capacidad de su país para defenderse de un renovado empuje ruso para derrocar a Kiev en entredicho.

Casi inmediatamente, el mundo se replegó a sus rincones familiares.

Macron, poniéndose del lado del líder ucraniano, instó a Occidente a dar las gracias a los ucranianos por ser la defensa de la libertad. Se le unieron los nerviosos europeos del Este, encabezados por Polonia, Lituania y Letonia. Pero en privado, varios diplomáticos europeos dijeron que pensaban que el daño podía ser irreparable.

Los rusos celebraron su buena suerte. El expresidente Dmitri A. Medvédev dio las gracias a Trump por “decirle la verdad” a la cara a Zelenski. Le instó a suspender el resto de la ayuda estadounidense.

Rubio fue de los primeros en felicitar al presidente por poner en su lugar a un hombre al que el secretario de Estado solía aplaudir en una camiseta como un Churchill moderno.

“Gracias @POTUS por defender a Estados Unidos de una forma que ningún presidente ha tenido el valor de hacer antes”, escribió Rubio en las redes sociales. “Gracias por poner a Estados Unidos Primero”.

Por supuesto, es mucho más fácil repetir el eslogan favorito de Trump, y hacer estallar un orden mundial existente, que crear uno nuevo. Llevó décadas ensamblar las reglas de compromiso global posteriores a la Segunda Guerra Mundial y, con todos sus defectos, el sistema tuvo éxito en sus objetivos principales: evitar la guerra entre grandes potencias y fomentar la interdependencia económica.

Trump nunca ha explicado con detalle con qué sustituiría esas reglas, aparte de que utilizaría el poder militar y económico de Estados Unidos para llegar a acuerdos, básicamente un argumento según el cual mantener la paz es tan sencillo como entretejer acuerdos sobre minerales y pactos comerciales, quizá con algunas transacciones inmobiliarias de por medio.

Hay pocos precedentes que sugieran que este enfoque funcione por sí solo, sobre todo cuando se trata de líderes autoritarios como Putin y el presidente de China, Xi Jinping, quienes adoptan una perspectiva a largo plazo cuando tratan con democracias que, en su opinión, carecen de la voluntad sostenida necesaria para alcanzar objetivos difíciles.

Pero, a juzgar por la exhibición del viernes en el Despacho Oval, Trump parece convencido de que, mientras él esté al timón, el mundo se ordenará como él disponga."

( , The New York Times, 01/03/25)

No hay comentarios: