27.6.23

El surgimiento de Podemos encauzó una pulsión ciudadana indefinida que podría haber derivado en una construcción posfascista hacia unas vías de populismo democratizante que tenía como objetivo ampliar derechos y repartir riqueza. Pero esta formación política que pretendía crear transformaciones de carácter emancipatorio se ha ido diluyendo hasta destruir todo aquello que había logrado construir y convertirse en una formación residual destrozada por las peleas internas. Fue un movimiento ilusionante que se abrazó con pasión al infantilismo y el victimismo y que no acepta que, por encima de los tremendos golpes del sistema a su formación, ha primado la autodestrucción, provocada por una dirección política que puso por delante sus pulsiones personales paranoicas en vez de la reformulación del espacio político... La historia tiene giros burlescos: la ley de hierro de las oligarquías ha golpeado con fuerza a Podemos hasta convertir el hiperliderazgo de Pablo Iglesias en una caricatura que ha transformado su partido y a su militancia en un sombra distorsionada de sus propios miedos, complejos, actitudes vengativas e intereses personales (Antonio Maestre)

 "(...) El gobierno de coalición ha sido el final de un camino ilusionante para la izquierda, que comenzó con la aparición de Podemos tras las movilizaciones masivas del 15M (de 2011). Un movimiento social que provocó transformaciones profundas mediante un cambio de paradigma político que hacía posible un periodo constituyente, que sí se conformó en lo social, y que destruyó el sistema bipartidista que estaba implantado con mano férrea desde el inicio de la democracia. De forma paradójica, la entrada de Podemos en el gobierno marcó el final de la ilusión, y su presencia, políticas, usos y costumbres internas marcaron los límites de lo posible para la izquierda en lo que se refiere a la política institucional. 

Nunca la izquierda poscomunista tuvo tanto poder en democracia, y ahora sabemos que el horizonte de posibilidad es estrecho y con unos márgenes de actuación que impiden reformas estructurales, lo que deja espacio solo para medidas paliativas que hagan más soportable la existencia dentro del sistema capitalista. La izquierda disruptora que apareció electoralmente en 2014 ya no es un elemento sustancial con capacidad para movilizar y ha quedado marginalizada en las elecciones del pasado mayo, hasta desaparecer de todas las asambleas y ayuntamientos importantes.

El surgimiento de Podemos encauzó una pulsión ciudadana indefinida que podría haber derivado en una construcción posfascista hacia unas vías de populismo democratizante que tenía como objetivo ampliar derechos y repartir riqueza. Pero esta formación política que pretendía crear transformaciones de carácter emancipatorio se ha ido diluyendo hasta destruir todo aquello que había logrado construir y convertirse en una formación residual destrozada por las peleas internas. Fue un movimiento ilusionante que se abrazó con pasión al infantilismo y el victimismo y que no acepta que, por encima de los tremendos golpes del sistema a su formación, ha primado la autodestrucción, provocada por una dirección política que puso por delante sus pulsiones personales paranoicas en vez de la reformulación del espacio político para adaptarse a un nuevo tiempo mucho más amable. 

La historia tiene giros burlescos: la ley de hierro de las oligarquías ha golpeado con fuerza a Podemos hasta convertir el hiperliderazgo de Pablo Iglesias en una caricatura que ha transformado su partido y a su militancia en un sombra distorsionada de sus propios miedos, complejos, actitudes vengativas e intereses personales. Sirve para comprenderlo leer el Informe Secreto al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que Nikita Jruschov presentó el 25 de febrero de 1956: «Camaradas: Debemos abolir el culto a la personalidad en forma absoluta y definitiva; debemos llegar a conclusiones correctas tanto en el campo ideológico y teórico, como en el campo del trabajo práctico. Es necesario adelantar la siguiente moción: condenar y eliminar de una manera bolchevique el culto a la personalidad por ser contrario al marxismo-leninismo y ajeno a los principios del Partido y a sus normas, y combatir inexorablemente todo intento de reintroducir su práctica en cualquiera forma. Debemos volver a respetar la tesis más importante del marxismo-leninismo científico, que establece que la historia la crean los pueblos, como así también todos los bienes espirituales y materiales de la humanidad». (...)"            (Antonio Maestre, Nueva Sociedad, Junio, 2023)

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