12.11.24

Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores israelí: Las causas y consecuencias del regreso de Trump... En cuanto vi que algunas de las caras más famosas de la cultura pop norteamericana -desde Taylor Swift y Beyoncé hasta Oprah Winfrey y Bruce Springsteen- hacían campaña a favor de la vicepresidenta Kamala Harris, supe que iba a perder... en una elección enmarcada por un bando como una batalla en la que se enfrenta “el pueblo” contra “las élites”, asociarse con celebridades ultra ricas es una estrategia perdedora... Este sentimiento no es exclusivo de Estados Unidos. La izquierda liberal de Israel siempre ha contado con el apoyo abrumador de músicos, artistas y cineastas; sus representantes siempre reciben el respaldo del periódico liberal Haaretz. Y no ha tenido una victoria electoral en una generación... la victoria de Trump tendrá un efecto galvanizador en proyectos autoritarios similares a nivel mundial... Para que prevalezca el bando democrático, el liderazgo estadounidense es esencial. Bajo el mando de Trump, ese liderazgo es incierto... Por ejemplo, Trump parece dispuesto a abandonar a Ucrania... Netanyahu y sus aliados esperan tener rienda suelta para continuar con su colonización de la Cisjordania palestina... Más allá de su retórica incendiaria, Trump no ha manifestado ninguna inclinación hacia la guerra. En consecuencia, es probable que presione a Israel para que ponga fin a los combates en Gaza y el Líbano, aunque esto implique que Netanyahu tenga que disolver su preciada coalición de extremistas que fantasean con la creación de un nuevo orden para Oriente Medio librando una guerra con Irán. Trump no se sacrificará políticamente en nombre del sionismo radical

 "Durante la campaña electoral de Estados Unidos que acaba de concluir, no seguí las encuestas de opinión, ni estudié minuciosamente las predicciones “basadas en evidencia”, ni leí los análisis de “expertos” sobre la carrera presidencial. En cuanto vi que algunas de las caras más famosas de la cultura pop norteamericana -desde Taylor Swift y Beyoncé hasta Oprah Winfrey y Bruce Springsteen- hacían campaña a favor de la vicepresidenta Kamala Harris, supe que iba a perder.

Esto puede parecer contraintuitivo: estas celebridades tienen millones de seguidores, por lo que es lógico que puedan influir en millones de votantes. Pero, en una elección enmarcada por un bando como una batalla en la que se enfrenta “el pueblo” contra “las élites”, asociarse con celebridades ultra ricas -gente que vive en mansiones en barrios cerrados, que vuela en aviones privados y que camina por las calles flanqueada por guardias de seguridad- es una estrategia perdedora. Lo último que quiere el pueblo, mientras lidia con precios elevados y teme por su futuro, es que las élites le digan cómo votar.

Este sentimiento no es exclusivo de Estados Unidos. La izquierda liberal de Israel siempre ha contado con el apoyo abrumador de músicos, artistas y cineastas; sus representantes siempre reciben el respaldo del periódico liberal Haaretz. Y no ha tenido una victoria electoral en una generación. Como alguna vez dijo un amigo: si quieres ganar una elección, asegúrate de que Haaretz esté en tu contra. ¿Acaso Donald Trump no podría decir lo mismo de The New York Times?

Muchos de los 73 millones de norteamericanos que votaron por Trump en estas elecciones estaban motivados por quejas legítimas sobre cuestiones como la inseguridad económica y la inmigración. Se puede criticar su aparente disposición a aceptar la retórica misógina y ofensiva de Trump, su costumbre de abandonar a sus aliados y pisotear las reglas democráticas, y sus evidentes ambiciones autoritarias. Se podría considerar objetable votar por un candidato que, después de perder la última elección, incitó a una turba de sus seguidores a marchar al Capitolio de Estados Unidos para alterar la certificación de los resultados. Pero independientemente de que a los líderes demócratas les gusten o no las prioridades de estos votantes, quizá no deberían menospreciar a grandes segmentos del electorado, por ejemplo, llamándolos “deplorables”, como hizo Hillary Clinton durante la campaña de 2016, o insinuando que son “basura”, como hizo Joe Biden el mes pasado.

Una vez más, Estados Unidos no es un caso único en este sentido. En Israel -donde, como en Estados Unidos, las elecciones tienden a ser parte de una guerra cultural permanente-, se cree que los comentarios peyorativos del difunto comediante Dudu Topaz en 1981 sobre los seguidores del partido populista de derecha Likud impulsaron a los votantes indecisos a respaldar al líder del Likud, Menachem Begin, y no al líder del Partido Laborista, Shimon Peres. En 2015, fue el escritor Yair Garbuz quien ayudó a galvanizar a los votantes de Benjamín Netanyahu al llamarlos “besadores de talismanes y adoradores de tumbas de santos”.

En todo caso, si una insurrección fallida no basta para poner a la gente en contra de Trump, ¿funcionará, realmente, el apoyo de los famosos? Esto nos lleva a otro defecto de la izquierda: la tendencia a subestimar la fortaleza y durabilidad del atractivo de sus oponentes. Cuando nació el Likud en 1977, la izquierda lo veía como una incidencia pasajera, incapaz de durar. Hoy, Netanyahu, del Likud, es el primer ministro que más tiempo ejerció el cargo en la historia de Israel. En Estados Unidos, el fenómeno Trump, ampliamente descartado en 2016 como una casualidad, hoy parece una tendencia persistente.

A pesar de su retórica incendiaria y su absoluta falta de respeto por la verdad, Netanyahu ha contado con el respaldo inquebrantable de un gran porcentaje de los trabajadores, los conservadores religiosos y otros grupos para quienes los valores “progresistas”, desde la cooperación y el compromiso hasta la igualdad de género, son un anatema. Lo mismo es válido para Trump -el primer republicano en ganar el voto popular en dos décadas.

A pesar de ser ricos y privilegiados, tanto Trump como Netanyahu se presentan a sí mismos como los más calificados para desafiar a las élites liberales desactualizadas y a sus aliados, sobre todo los medios tradicionales. Puede que la izquierda se dé cuenta de que Trump y Netanyahu pretenden actuar en interés del pueblo, pero eso no significa que los votantes también lo hagan.

La incapacidad de los demócratas de presentar un reto eficaz a Trump tendrá consecuencias de amplio alcance. Por empezar, la victoria de Trump tendrá un efecto galvanizador en proyectos autoritarios similares a nivel mundial. El mundo está inmerso en una batalla ideológica entre regímenes autocráticos -pensemos en China, Irán, Corea del Norte y Rusia- y democracias. Para que prevalezca el bando democrático, el liderazgo estadounidense es esencial. Bajo el mando de Trump, ese liderazgo es incierto.

Por ejemplo, Trump parece dispuesto a abandonar a Ucrania. Hay motivos para pensar que podría empezar por exigir que se congelen las líneas del frente. Pero, si bien esto podría abrir el camino para las negociaciones de paz con Rusia, también evoca el espectro del Acuerdo de Múnich, en virtud del cual Gran Bretaña y Francia sacrificaron parte de Checoslovaquia a manos de Adolf Hitler en 1938. Obligar a Ucrania a ceder grandes extensiones de territorio a Rusia no dará lugar a la “paz para nuestro tiempo”, como tampoco la entrega de los Sudetes a la Alemania nazi impidió que Hitler ocupara el resto de Checoslovaquia seis meses después y que comenzara la Segunda Guerra Mundial seis meses más tarde.

Un escenario de estas características sería particularmente catastrófico para Europa, que no está preparada para soportar por sí sola la carga del esfuerzo bélico de Ucrania. Lo que empeora aún más el panorama para Europa es que las frecuentes críticas de Trump a la OTAN -incluido (no sin razón) el incumplimiento por parte de los miembros europeos de sus metas de gasto militar- han generado dudas sobre su compromiso con la Alianza. Hasta podría llegar a imponer aranceles a las importaciones de la Unión Europea, como lo hizo durante su primera presidencia, en un intento de proteger la industria norteamericana.

La estrategia aislacionista de “Estados Unidos primero” de Trump también tiene implicancias para Taiwán, al que es poco probable que ofrezca el tipo de compromisos de defensa que ha proporcionado Biden. Eso sería una buena noticia para China, aunque Trump mantendrá su postura de confrontación con el país.

Entre quienes celebran la victoria de Trump están Netanyahu y sus aliados, que esperan tener rienda suelta para continuar con su proyecto de colonización en la Cisjordania palestina. Pero pronto podrían descubrir que la intención de Trump de reducir la participación de Estados Unidos en los asuntos exteriores también se aplica a Oriente Medio.

Más allá de su retórica incendiaria, Trump no ha manifestado ninguna inclinación hacia la guerra. En consecuencia, es probable que presione a Israel para que ponga fin a los combates en Gaza y el Líbano, aunque esto implique que Netanyahu tenga que disolver su preciada coalición de extremistas que fantasean con la creación de un nuevo orden para Oriente Medio librando una guerra con Irán. Atraer a Estados Unidos a este escenario ha sido, desde hace mucho tiempo, el sueño de Netanyahu. Pero, a diferencia de Biden, Trump no se sacrificará políticamente en nombre del sionismo radical."

(, ex ministro de Asuntos Exteriores israelí, Revista de prensa, 12/11/24, fuente Project Syndicate)

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