19.12.25

Carta abierta de Jeffrey Sachs al canciller alemán Merz: La seguridad europea incluye a Rusia... Las garantías de seguridad no son instrumentos unidireccionales. Funcionan en ambas direcciones... El impulso constante para expandir la OTAN a Ucrania y Georgia cruzó la línea roja, a pesar de las objeciones planteadas por Moscú. El acuerdo de Minsk II de 2015 se suponía que sería la solución correctiva... Exlíderes alemanes y de otros países europeos han reconocido que Minsk se trató menos como un plan de paz que como una medida de contención. Esta sola admisión debería obligarnos a reflexionar. En este contexto, los llamamientos al rearme suenan falsos. Piden a Europa que olvide el pasado reciente para justificar un futuro de confrontación permanente. Basta de propaganda... Los europeos son capaces de comprender que los dilemas de seguridad son reales, que las acciones de la OTAN tienen consecuencias y que la paz no se logra fingiendo que las preocupaciones de seguridad de Rusia no existen... La seguridad europea es indivisible. Este principio significa que ningún país puede fortalecer su seguridad a expensas de la de otro sin provocar inestabilidad... Dejen de hablar como si la guerra fuera inevitable o virtuosa... Una arquitectura de seguridad europea renovada exige el fin de la ampliación de la OTAN hacia el este: a Ucrania, Georgia y cualquier otro Estado fronterizo con Rusia... La expansión de la OTAN fue una opción política, tomada en violación de las garantías dadas en 1990, y llevada a cabo a pesar de las reiteradas advertencias de que desestabilizaría a Europa... la estabilidad requiere desmilitarización y reciprocidad. Las fuerzas rusas deben mantenerse alejadas de las fronteras de la OTAN, y las fuerzas de la OTAN deben mantenerse alejadas de las fronteras rusas... Finalmente, Europa debe retomar los cimientos institucionales de su propia seguridad. La OSCE —y no la OTAN— debería volver a ser el foro central para la seguridad europea... La autonomía estratégica para Europa significa un orden de seguridad europeo configurado por los intereses europeos, no una subordinación permanente al expansionismo de la OTAN... La historia juzgará lo que Alemania elija recordar y lo que elija olvidar. Esta vez, que Alemania elija la diplomacia y la paz, y cumpla su palabra

 "En una carta abierta, el autor le dice al canciller alemán que no se puede lograr la paz en Ucrania fingiendo que las preocupaciones de seguridad de Rusia no existen.

El Canciller Merz,

Ha hablado repetidamente de la responsabilidad de Alemania en la seguridad europea. Esa responsabilidad no puede ejercerse mediante eslóganes, memoria selectiva ni la normalización progresiva del discurso bélico.

Las garantías de seguridad no son instrumentos unidireccionales. Funcionan en ambas direcciones. Este no es un argumento ruso ni estadounidense; es un principio fundamental de la seguridad europea, explícitamente consagrado en el Acta Final de Helsinki, el marco de la OSCE y décadas de diplomacia de posguerra.

Alemania tiene el deber de abordar este momento con seriedad y honestidad históricas. En ese sentido, la retórica y las decisiones políticas recientes resultan peligrosamente insuficientes.

Desde 1990, las principales preocupaciones de seguridad de Rusia han sido repetidamente desestimadas, diluidas o directamente violadas, a menudo con la participación activa o la aquiescencia de Alemania. Este historial no puede borrarse si se quiere poner fin a la guerra en Ucrania, y no puede ignorarse si Europa quiere evitar un estado de confrontación permanente.

Al final de la Guerra Fría, Alemania dio a los líderes soviéticos, y luego a los rusos, garantías reiteradas y explícitas de que la OTAN no se expandiría hacia el este. Estas garantías se dieron en el contexto de la reunificación alemana. Alemania se benefició enormemente de ellas. La rápida unificación de su país —dentro de la OTAN— no habría ocurrido sin el consentimiento soviético, basado en esos compromisos. Pretender posteriormente que estas garantías nunca importaron, o que fueron meros comentarios casuales, no es realismo. Es revisionismo histórico.

En 1999, Alemania participó en el bombardeo de Serbia por parte de la OTAN, la primera gran guerra llevada a cabo por la OTAN sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. No se trató de una acción defensiva. Fue una intervención que sentó precedente y alteró fundamentalmente el orden de seguridad posterior a la Guerra Fría. Para Rusia, Serbia no era una abstracción. El mensaje era inequívoco: la OTAN usaría la fuerza más allá de su territorio, sin la aprobación de la ONU y sin tener en cuenta las objeciones rusas.

En 2002, Estados Unidos se retiró unilateralmente del Tratado de Misiles Antibalísticos, piedra angular de la estabilidad estratégica durante tres décadas. Alemania no planteó objeciones serias. Sin embargo, la erosión de la arquitectura de control de armamentos no se produjo en el vacío. Rusia percibió, con razón, como desestabilizadores los sistemas de defensa antimisiles desplegados más cerca de las fronteras rusas. Desestimar esas percepciones como paranoia era propaganda política, no diplomacia sólida.

En 2008, Alemania reconoció la independencia de Kosovo, a pesar de las advertencias explícitas de que esto socavaría el principio de integridad territorial y sentaría un precedente que repercutiría en otros lugares. Una vez más, las objeciones de Rusia fueron desestimadas como de mala fe en lugar de abordarse como serias preocupaciones estratégicas.

El impulso constante para expandir la OTAN a Ucrania y Georgia —declarado formalmente en la Cumbre de Bucarest de 2008— cruzó la línea roja más clara, a pesar de las objeciones vehementes, claras, consistentes y reiteradas planteadas por Moscú durante años. Cuando una gran potencia identifica un interés fundamental en materia de seguridad y lo reitera durante décadas, ignorarlo no es diplomacia. Es una escalada deliberada.

El papel de Alemania en Ucrania desde 2014 es especialmente preocupante. Berlín, junto con París y Varsovia, negoció el acuerdo del 21 de febrero de 2014 entre el presidente Viktor Yanukóvich y la oposición, un acuerdo destinado a detener la violencia y preservar el orden constitucional. En cuestión de horas, dicho acuerdo se vino abajo. A continuación, se produjo un violento derrocamiento.

Surgió un nuevo gobierno por medios extraconstitucionales. Alemania reconoció y apoyó al nuevo régimen de inmediato. El acuerdo que Alemania había garantizado fue abandonado sin consecuencias. El acuerdo de Minsk II de 2015 se suponía que sería la solución correctiva: un marco negociado para poner fin a la guerra en el este de Ucrania. Alemania volvió a actuar como garante.

Sin embargo, durante siete años, Ucrania no implementó Minsk II. Kiev rechazó abiertamente sus disposiciones políticas.

Alemania no las aplicó. Exlíderes alemanes y de otros países europeos han reconocido desde entonces que Minsk se trató menos como un plan de paz que como una medida de contención. Esta sola admisión debería obligarnos a reflexionar.

En este contexto, los llamamientos a un número cada vez mayor de armas, una retórica cada vez más dura y una «resolución» cada vez mayor suenan falsos. Piden a Europa que olvide el pasado reciente para justificar un futuro de confrontación permanente.

Basta de propaganda. Basta de infantilizar moralmente al público. Los europeos son plenamente capaces de comprender que los dilemas de seguridad son reales, que las acciones de la OTAN tienen consecuencias y que la paz no se logra fingiendo que las preocupaciones de seguridad de Rusia no existen.

La seguridad es indivisible

La seguridad europea es indivisible. Este principio significa que ningún país puede fortalecer su seguridad a expensas de la de otro sin provocar inestabilidad. También significa que la diplomacia no es apaciguamiento, y que la honestidad histórica no es traición.

Alemania comprendió esto en su momento. La Ostpolitik no era debilidad, sino madurez estratégica. Reconoció que la estabilidad de Europa depende del compromiso, el control de armamentos, los vínculos económicos y el respeto a los legítimos intereses de seguridad de Rusia.

Hoy, Alemania necesita recuperar esa madurez. Dejen de hablar como si la guerra fuera inevitable o virtuosa. Dejen de externalizar el pensamiento estratégico a los temas de conversación de la alianza. Empiecen a involucrarse seriamente en la diplomacia, no como un ejercicio de relaciones públicas, sino como un esfuerzo genuino por reconstruir una arquitectura de seguridad europea que incluya, en lugar de excluir, a Rusia.

Una arquitectura de seguridad europea renovada debe partir de la claridad y la moderación. En primer lugar, exige el fin inequívoco de la ampliación de la OTAN hacia el este: a Ucrania, Georgia y cualquier otro Estado fronterizo con Rusia.

La expansión de la OTAN no fue una característica inevitable del orden posterior a la Guerra Fría; fue una opción política, tomada en violación de las solemnes garantías dadas en 1990 y llevada a cabo a pesar de las reiteradas advertencias de que desestabilizaría a Europa.

La seguridad en Ucrania no se logrará con el despliegue de tropas alemanas, francesas o de otros países europeos, lo cual solo afianzaría la división y prolongaría la guerra. Se logrará mediante la neutralidad, respaldada por garantías internacionales creíbles.

El historial es inequívoco: ni la Unión Soviética ni la Federación Rusa violaron la soberanía de los estados neutrales en el orden de posguerra —ni Finlandia, Austria, Suecia, Suiza ni otros—. La neutralidad funcionó porque abordó preocupaciones legítimas de seguridad de todas las partes. No hay ninguna razón seria para afirmar que no pueda volver a funcionar.

En segundo lugar, la estabilidad requiere desmilitarización y reciprocidad. Las fuerzas rusas deben mantenerse alejadas de las fronteras de la OTAN, y las fuerzas de la OTAN, incluidos los sistemas de misiles, deben mantenerse alejadas de las fronteras rusas. La seguridad es indivisible, no unilateral. Las regiones fronterizas deben desmilitarizarse mediante acuerdos verificables, no saturarse con cada vez más armas.

Las sanciones deberían levantarse como parte de una solución negociada; no han logrado traer la paz y han infligido graves daños a la propia economía de Europa.

Alemania, en particular, debería rechazar la confiscación imprudente de los activos estatales rusos, una flagrante violación del derecho internacional que socava la confianza en el sistema financiero global. Reactivar la industria alemana mediante un comercio lícito y negociado con Rusia no es capitulación. Es realismo económico. Europa no debería destruir su propia base productiva en nombre de una postura moral.

Finalmente, Europa debe retomar los cimientos institucionales de su propia seguridad. La OSCE —y no la OTAN— debería volver a ser el foro central para la seguridad europea, el fomento de la confianza y el control de armamentos. La autonomía estratégica para Europa significa precisamente esto: un orden de seguridad europeo configurado por los intereses europeos, no una subordinación permanente al expansionismo de la OTAN.

Francia podría extender su capacidad de disuasión nuclear como paraguas de seguridad europeo, pero sólo en una postura estrictamente defensiva, sin sistemas desplegados en avanzada que amenacen a Rusia.

Europa debería presionar urgentemente para que se regrese al marco INF y para que se celebren negociaciones integrales de control de armas nucleares estratégicas que involucren a Estados Unidos y Rusia (y, con el tiempo, a China). 

Lo más importante, Canciller Merz, es aprender de la historia y ser honesto al respecto. Sin honestidad, no puede haber confianza. Sin confianza, no puede haber seguridad. Y sin diplomacia, Europa corre el riesgo de repetir las catástrofes de las que dice haber aprendido.

La historia juzgará lo que Alemania elija recordar y lo que elija olvidar. Esta vez, que Alemania elija la diplomacia y la paz, y cumpla su palabra.

Respetuosamente,

Jeffrey D. Sachs

Profesor universitario

Universidad de Columbia"

(Jeffrey Sachs, Other News, 19/12/25)

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