13.5.15

Solamente podemos esperar que quien quiera que acabe dirigiendo la economía británica no sea tan estúpido como finge ser

"(...) ¿A qué sinsentidos me refiero? Simon Wren-Lewis, de la Universidad de Oxford, que ha sido un incansable pero solitario defensor de la sensatez económica, lo llama “mediamacro” [la macroeconomía de los medios de comunicación]. Es una historia sobre Reino Unido que transcurre así: primero, el Gobierno laborista que dirigió el país hasta 2010 fue extremadamente irresponsable y gastó mucho más de lo que podía permitirse.

 A continuación, este derroche fiscal provocó la crisis económica de 2008-2009. Esto, a su vez, hizo que la coalición que subió al poder en 2010 no tuviese otra opción que imponer medidas de austeridad, a pesar de la depresión económica reinante. Finalmente, como Reino Unido reanudó el crecimiento en 2013, se consideró que la austeridad estaba justificada y que quienes la criticaban se equivocaban.

Ahora bien, cada uno de los elementos de esta historia es demostrable y ridículamente erróneo. El Reino Unido de antes de la crisis no cayó en el derroche fiscal. La deuda y el déficit eran bajos, y en aquel momento, todo el mundo esperaba que siguiesen así; fue la crisis la que hizo que aumentara el déficit.

 La crisis, que fue un fenómeno mundial, la provocaron los bancos sin control y la deuda privada, no el déficit público. Las medidas de austeridad no eran urgentes: los mercados financieros nunca se mostraron preocupados por la solvencia británica. Y Reino Unido, que no volvió a crecer hasta que se interrumpieron las políticas de austeridad, no ha recuperado nada de lo que perdió durante los dos primeros años de gobierno de la coalición.

Pero esta narrativa sin sentido domina por completo la información que ofrecen los medios, quienes lo tratan más como un hecho que como una hipótesis. Y los laboristas no han intentado desmentirlo, probablemente porque piensen que es una batalla política que no pueden ganar. ¿Pero por qué?

Wren-Lewis indica que tiene mucho que ver con el poder de las engañosas analogías que se establecen entre los Gobiernos y las familias, y también con la perversa influencia de los economistas que trabajan para el sector financiero, que en Reino Unido y Estados Unidos no dejan de difundir historias de miedo sobre el déficit y no pagan ningún precio por equivocarse una y otra vez. 

Si pudiésemos guiarnos por la experiencia estadounidense, yo diría que Reino Unido también es víctima del deseo que tienen las figuras públicas de parecer serias, una pose que relacionan con los discursos severos sobre la necesidad de tomar decisiones difíciles (a costa de otras personas, claro).

Aun así, resulta asombroso. El hecho es que Reino Unido y Estados Unidos no tenían que tomar decisiones difíciles justo después de la crisis. Lo que tenían que hacer, en cambio, era reflexionar mucho; estar dispuestos a entender que se trataba de unas circunstancias especiales, que las reglas de siempre no sirven cuando nos enfrentamos a una depresión económica persistente, una en la que los préstamos públicos no compiten con la inversión privada y los costes son casi nulos.

Pero la reflexión profunda ha quedado casi excluida del discurso público del país. En consecuencia, solamente podemos esperar que quien quiera que acabe dirigiendo la economía británica no sea tan estúpido como finge ser."               ( , El País 10 MAY 2015)

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