"Hay un cambio en España, y especialmente entre quienes se la toman en serio, que aparece cada vez con más frecuencia en las conversaciones privadas. Es llamativo que mucho de lo que dicen tomando un café o en una comida no lo expresen en público. A veces lo apuntan, pero con tono suave y matizando mucho las afirmaciones. Y es más significativo aún cuando quienes lo formulan son personas con responsabilidades públicas o privadas, y no menores. En esa contradicción entre lo que se piensa y lo que se expresa, se está jugando la suerte de nuestro país.
La entonación rebajada es comprensible: hay un cúmulo de verdades que se han instalado en la mente de quienes cuentan con poder de decisión, de la esfera pública y privada, con las que resulta complicado confrontar de manera directa. En parte por la negativa a cambiar de visión, en parte por interés, en parte porque viven en una nebulosa, en parte porque implicaría asumir que se han equivocado: hay cosas que no quieren oír. Pero todo se abre paso, aunque sea a un volumen reducido.
Perdidos en la niebla
Un primer hecho. Frente a esa narrativa oficial según la cual Europa, forzada por las circunstancias, está tomando conciencia del momento y vive un gran despertar (una nueva y amplificada versión del "saldremos más fuertes") afirman, quienes saben de esto, que Europa está envuelta en una nebulosa. Cualquier país, desde Marruecos hasta China, desde Arabia Saudí hasta India, tenía claro que la victoria de Trump era probable y contaba con un plan para el cambio de gobierno. Sin embargo, en Berlín o en París, lo que ha habido, y persiste, es una preocupante desorientación. Europa que vive en un mundo que ha huido y, lo que es peor, no quiere afrontar el actual.
Mientras tanto, Berlín sigue extraviado en la bruma, París continúa con sus sueños de grandeza y Madrid persiste en la guerra local
Repasemos el contexto. El mundo que nos rodea señala que EEUU se está reforzando en términos nacionales, en especial a costa de sus viejos socios; que China sigue creciendo y que su fuerza y su influencia internacionales serán mayores en los tiempos que vienen, en especial en el Sur Global y quizá en Europa; que países como Arabia Saudí llevan años inmersos en una reconversión, para la que cuentan con grandes cantidades de capital, que están transformando su economía y se están preparando a marchas forzadas para el futuro; que India puede ser un gigante; que toda clase de actores con cierto peso, desde Turquía hasta Rusia, están reorganizándose para el nuevo contexto internacional.
Mientras tanto, Berlín sigue perdida en la bruma y París continúa con sus sueños de grandeza. Dicen, quienes saben de esto, que Alemania reaccionará pronto y lo hará en términos propios, con una gran insistencia en su recuperación nacional y mucha menos en la UE. En definitiva, en un tiempo de notable fragmentación, cada Estado está intentando hacer valer las bazas que le refuerzan.
En Madrid, sin embargo, se vive un momento distinto, ese que definen Aldama, la asistente de la mujer del presidente, las especulaciones acerca de qué estaba haciendo Mazón, sobre si Lobato tal o cual y sobre el papel de los jueces. En esa lucha por el poder interno, las prioridades se pierden de vista de un modo preocupante.
El momento estratégico
España, y Moncloa en primer lugar, debería estar trabajando en un plan para el futuro. No para 2030, no para 2050, sino para 2025. Es decir, debería estar intentando, al menos, ponerse a la altura de lo que el resto de países importantes está haciendo. La fórmula estándar, y la que prefieren todavía buena parte de nuestras élites, consiste en buscar espacios en los que recortar. Pero no es la época de empequeñecer, sino de reforzar y de impulsar, de ir hacia delante en lugar de regresar a los viejos y buenos tiempos. La nostalgia de las clases dirigentes, liberales de antiguo formato, es especialmente dañina hoy.
Es urgente un nuevo mapa de país que ponga todo el énfasis en reforzar nuestras capacidades, en impulsar la industria y la economía
La pregunta es evidente: mientras los Estados importantes se están reforzando en términos nacionales, ¿qué estamos haciendo nosotros? Es urgente un nuevo dibujo de país que ponga todo el énfasis posible en reforzar nuestras capacidades, en impulsar nuestra industria, en potenciar nuestra economía. Partiendo de una base innegable: un Estado, cualquiera, pero más aquel que desea tener algún papel en el nuevo escenario, necesita asentar sus capacidades estratégicas.
La hora de la inteligencia económica
Suena ridículo que España carezca de peso en sus empresas estratégicas. Si un Estado no aporta los recursos necesarios para tener poder de decisión sobre ellas, ni tampoco logra movilizar el capital nacional que pueda ejercer de protector cuando fondos extranjeros intentan tomarlas (hay varios casos recientes), es que no está entendiendo las reglas de juego contemporáneas.
Del mismo modo, suena absurdo que el Estado no juegue un papel importante a la hora de movilizar el capital nacional, entre otras cosas, a la hora de desarrollar la industria. Buena parte de los recursos españoles son invertidos en la esfera financiera anglosajona o son destinados a la compra de activos inmobiliarios, dentro y fuera de nuestro país. Es hora de poner el capital a producir, porque es el aspecto esencial que puede movilizar nuestra economía, en lugar de favorecer su huida a entornos irrelevantes. Suena absurdo, además, que las grandes empresas destinen sus beneficios a dividendos y recompras en lugar de a la (cada vez más escasa) inversión productiva. Es el momento de impulsar la actividad y crear empleo; el Estado debería ejercer un papel relevante a la hora de alentar ese giro.
El petróleo y el gas van a seguir siendo necesarios durante mucho tiempo y España carece de ellos. Sin embargo, tiene sol, viento y tierras
La diferencia entre los países que cuentan y los que no, en un entorno donde el poder es decisivo, reside en varios factores, pero uno de ellos, y de los más importantes hoy, es la industria. Es la hora de tomárselo en serio, y España cuenta con posibilidades al respecto.
La energía brinda una oportunidad. Es un elemento esencial, y más en este contexto. El petróleo y el gas van a seguir siendo necesarios durante mucho tiempo y España carece de ellos. Sin embargo, tiene sol, viento y tierras. Es evidente que un impulso a las renovables es imprescindible si se quiere generar energía en abundancia y a buen precio, lo que ofrecería una menor dependencia de los suministros exteriores. Pero, además de asegurar una parte propia de suministro, hay que aprovechar las opciones de crecimiento que ofrece.
La industria necesita energía barata y España puede proporcionársela si hace las cosas correctamente. No se puede pensar el desarrollo de las renovables sin una estrategia para que beneficie al conjunto de España. Y, para ese fin, es preciso cambiar muchas cosas desde ya. La estructura de precios es una de ellas. La red es otra. No puede haber escasez de subestaciones por motivos que no aciertan a comprenderse. España debe tener mirada larga, y eso significa un plan decidido, enérgico y pragmático para aprovechar la baza energética, que sepa evitar las trabas burocráticas, también de las comunidades autónomas, y las de intereses que no respondan a los del país, para sacar partido de ella en un instante crucial.
Hay medianas empresas, y algunas pequeñas, que se han posicionado bien en sectores con posibilidades. Hay que impulsarlas
Si la economía siempre es importante, a partir de ahora lo será aún más. Con cada país, incluidos los europeos, librados a la búsqueda de un reforzamiento interno, la capacidad de un Estado para impulsar sus fortalezas será clave. Es la hora de la inteligencia económica. Eso significa conocer los límites y ampliar las posibilidades. En tecnología, es altamente improbable que España desarrolle empresas como Google y Amazon, pero hay sectores dentro de la cadena en los que contamos con empresas que están haciendo una tarea relevante. Habría que impulsarlos. Hay medianas empresas, y algunas pequeñas, que se han posicionado bien en sectores con posibilidades. Hay que impulsarlas. Hay ámbitos en los que tenemos potencialidad. Hay que impulsarlos. Es hora de dejar de pensar únicamente en el Ibex y de certificar que la capacidad de crecimiento viene, en buena medida, desde esos terrenos intermedios que hoy están relegados a la invisibilidad. Esa tarea de identificación, refuerzo y fomento solo se puede hacer desde el Estado.
Lo que no se quiere aceptar
Es hora, pues, de repensar España desde el lenguaje que se habla hoy en el ámbito internacional, y debe hacerse con urgencia. Esto implica muchas resistencias, porque significa pensar de otra manera en muchos sentidos, por ejemplo a la hora de otorgar beneficios al capital productivo para que cree actividad y empleo, y penalizar al especulativo que pretende rentas extractivas. Implica que el Estado pase de ser un árbitro distante de un mercado que funciona por sí mismo a que se convierta en un actor, generalmente vinculado a la colaboración público-privada, que sea capaz de aumentar nuestras capacidades. Implica desvincularse de la ortodoxia económica dominante, que es justo la que ha conducido a Europa a una situación muy complicada.
Todavía hay quienes argumentan que una acción firme del Estado sería catastrófica para la economía. Hay malas noticias para ellos
Todo esto es muy mal visto por los liberales de viejo formato, esos que se han quedado anclados en el libre mercado, el mundo basado en reglas y el libre comercio como motor de la paz mundial. Un ideal muy loable, pero que ha fracasado. Es hora de constatarlo: ese mundo solo vive en la mente de las élites europeas.
Todavía hay quienes argumentan que una acción poderosa del Estado sería catastrófica para la economía. Hay muy malas noticias para ellos. Todos los países importantes del mundo han dejado de lado esa dirección. Incluso EEUU, el garante del orden internacional basado en reglas, lleva desde 2016 dando pasos por el camino opuesto. El IRA pretendía llevarse empresas europeas a su territorio y los aranceles aspiran a abrir más los mercados a las necesidades de las firmas estadounidenses, financieras y tecnológicas principalmente. China continúa potenciando a sus empresas. Y así sucesivamente. De modo que esos hermosos y angelicales ideales chocan con una realidad que dice algo muy distinto. Persistir en el error significa concurrir al mercado global para competir con actores dopados, lo que coloca, a quien no anota ese hecho, en una situación de inferioridad que le conduce a la irrelevancia. El problema de los liberales de viejo y noble cuño no es que estén desapareciendo de los lugares de poder en el mundo; es que, con su persistencia en Europa, nos están arrastrando hacia la nada.
Este reforzamiento de las capacidades nacionales puede dar lugar a salidas ideológicas hacia la derecha o hacia la izquierda
Y todo esto no implica, como suele argumentarse, un repliegue sobre las economías puramente nacionales, lo que sería imposible. Se trata de estar en buenas condiciones para las alianzas. Ocurre en la UE: las asociaciones solo se realizan en términos positivos cuando se aporta algo a ella. Y para eso hace falta potencia, de manera que se puedan conseguir mejores condiciones en el tablero de juego actual. Lo demás es sentarse a la mesa para poner la firma en términos que redactan otros.
Es evidente, en este sentido, que la insistencia en que Europa debe asumir su defensa y que debe invertir más en armamento es una impugnación de raíz a las políticas económicas que hasta ahora se han considerado como las más adecuadas. Armamento implica gasto público. Se afirma que este es indispensable, dada la situación, y que, por tanto, debe hacerse una excepción que construya una vigorosa capacidad bélica en los países europeos. Pero si esto es así, por qué limitarse solo a la defensa. La guerra a la que Trump y China abocan es principalmente económica, por lo que debería ponerse el acento en todas las capacidades que permitirían afrontar los cambios, y no solo en una de ellas que, por importante que sea, dista mucho de ser la única. Que los Estados deban actuar para reforzar sus ejércitos y no su economía es una contradicción difícilmente salvable. Todo esto se está diciendo en España, sotto voce, pero cada vez con más frecuencia. Quizá sea el momento de que se atrevan a levantar la voz.
Una última advertencia, de carácter político. Este reforzamiento de las capacidades nacionales puede dar lugar a salidas ideológicas hacia la derecha o hacia la izquierda. Buena parte de la derecha internacional está en ello, la española se centra en derribar al gobierno y su modelo para el futuro es Argentina. La izquierda internacional todavía no ha anotado las reglas de juego del mundo en el que vivimos, y la española prefiere combatir el fascismo y los bulos."
(Esteban Hernández , El Confidencial, 01/12/24)
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