"(...) Distintos indicios apuntan a que la izquierda, especialmente la izquierda no socialista, optó por quedarse en casa, mientras que la derecha, que ya en las encuestas aparecía muy movilizada, llegó a alcanzar prácticamente los 9 millones de votos (una cifra similar a 2011), el 40% de los emitidos.
O España ha cambiado mucho en poco tiempo —cosa que no suele ocurrir—, o la derecha, enfadada con el Gobierno de coalición, ha salido a votar en masa mientras la izquierda no socialista, con alguna excepción como los seguidores de Más Madrid en esa Comunidad, han mostrado con una evidente apatía su decepción con el Gobierno y con la incapacidad de sus líderes para conseguir una marca unitaria.
De estos dos puntos se deduce que si la izquierda quiere ganar el 23J necesita movilizar a, aproximadamente, un millón de abstencionistas progresistas. ¿Cómo hacerlo? No es fácil. Vivimos en un momento de enorme crispación donde la conversación pública está dominada por las emociones y la moral, como analizaba hace unas semanas aquí.
Ninguna campaña que obvie esto puede resultar ganadora. Ahora bien, ¿emocionar con qué? Con propósitos de deseabilidad que dibujen el lugar donde se quiere llegar y al que cada propuesta aporte. Como recuerda Antoni Gutiérrez-Rubí en Gestionar las emociones políticas (Colección #Más Cultura Política editada por la asociación Más Democracia y Gedisa): “Emocionarse y emocionar es la clave. Emocionarse por el cambio social, por las nuevas ideas y por los retos.” Si dejamos el análisis aquí, es sencillo. Ahora bien, ¿es posible hacer esto en el clima de crispación actual?
La campaña de la derecha el 28M se ha construido sobre emociones negativas. “Contra el sanchismo” como gran eslogan, cuando Sánchez ni siquiera se presentaba. Ha conseguido, además, abrir las “grietas” que generan dudas en el electorado progresista con el objetivo claro de desmovilizarle y ha acertado de pleno en el tema clave. Lo explica Lluis Orriols en su último libro Democracia de trincheras (Península). “El nacionalismo español es una forma de crear ambivalencias entre los simpatizantes de izquierdas.
Y eso, claro, es muy atractivo para la derecha pues cuando un votante cae en la ambivalencia está en la antesala de cambiar su voto. Quizás no de pasar de votar del PSOE al PP, pero al menos de dejar de votar al Partido Socialista y abstenerse”. A falta de los estudios postelectorales que nos confirmen cuántos abstencionistas y/o cuántos cambios de voto de izquierda a derecha ha podido provocar la campaña y la polémica de las listas de Bildu, esto describe a las claras las estrategias y ejes de campaña.
Que la izquierda, para movilizar a ese millón de abstencionistas, tiene que ilusionar con propuestas en positivo de la España que quiere es algo indiscutible. Pero al mismo tiempo tiene que saber reaccionar, desde la razón y la emoción, a las grietas que sus adversarios van a intentar abrir en su electorado. Y por supuesto, exhibir músculo en aquellos temas que le son propios, que puede defender con orgullo, y que, además, pueden generar dudas también en el sector contrario.
¿Acaso el aborto, la lucha contra la violencia machista,
la muerte digna, los derechos de las personas LGTBI+ o las medidas para
reducir la contaminación de las ciudades, entre otras, no tienen un
importante apoyo transversal e incomodan a una parte de la derecha?
Volvamos a los manuales: una campaña electoral consiste en fidelizar a
los tuyos, movilizarlos, desmovilizar a los contrarios y en el mejor de los casos, convertirlos a tu causa." (Cristina Monge , InfoLibre, 4 de junio de 2023)
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