"De acuerdo con sus familiares, Barranco fue abordado en Santa Ana, California, sin otro fundamento que su apariencia, y un video que registró los hechos muestra la brutalidad homicida de los uniformados, quienes dislocaron el hombro de una persona que no representaba ningún peligro y posiblemente no estuvieron lejos de quitarle la vida, en un despliegue de sadismo en su sentido estricto de crueldad que proporciona placer a quien la ejecuta.
El ataque contra Narciso Barranco, que supone una violación sin atenuantes a los derechos humanos de un individuo a quien ni siquiera se puede estigmatizar con la etiqueta de "criminal", es condenable en sí misma, pero cobra un carácter escalofriante cuando se considera que no fue perpetrada por elementos descarriados del ICE que transgredieron los protocolos de conducta exigidos por dicha institución; quienes agredieron al padre de familia lo hicieron en obediencia puntual a las directrices de sus superiores para cazar, humillar y expulsar a cualquier persona que consideren sospechosa de encontrarse en el país sin los documentos migratorios necesarios.
De manera lamentable, el nivel de violencia del que fue víctima Barranco no es una excepción, sino la regla en la normalidad instalada desde que Donald Trump volvió a la Casa Blanca en enero pasado, como lo muestran decenas de grabaciones de los asaltos del ICE. Cada día resulta más claro que el propósito de las redadas y las detenciones ilegales no es alcanzar las cifras masivas de deportaciones con las que amenazó el magnate neoyorquino, sino mantener un constante flujo de imágenes de terrorismo de Estado con una triple función: el deleite del electorado trumpista que se solaza con el sufrimiento de los indocumentados mientras su líder les roba derechos laborales, educativos y de acceso a la salud; la difusión del desaliento y la impotencia entre sus opositores, y la provocación hacia la comunidad migrante, a la que se busca azuzar a formas de resistencia que justifiquen la represión y faciliten conculcar derechos a toda la sociedad. Además de perseguir estos objetivos políticos, el gobierno republicano favorece el pingüe negocio de la seguridad privada, en particular las empresas que ganan dinero con cada persona encarcelada.
Hasta ahora, Trump ha tenido un gran éxito en convertir la xenofobia y el racismo en una maquinaria para ganar elecciones, pero cada vez que redobla la apuesta corre el riesgo de que se le salga de las manos al golpear a sectores que gozan de simpatías generalizadas. En este sentido, el caso de Narciso Barranco es uno más en que se ve afectado uno de los grupos de la población con mayor prestigio y consideraciones: el de los integrantes de las fuerzas armadas.
La historia de José Barco ilustra como pocas en lo que se ha convertido la superpotencia bajo la histeria antimigrante. De origen venezolano, ingresó a Estados Unidos siendo apenas un niño de cuatro años. A los 17, antes de tener la edad necesaria, solicitó ingresar a las fuerzas armadas de ese país, y un año después ya se encontraba desplegado en Irak. Allí recibió condecoraciones por su valor, el cual fue tan extremado que sus ex compañeros relatan un episodio en el que rescató a dos miembros de su unidad mientras él mismo se encontraba en llamas por la explosión de una bomba suicida. Pese al ofrecimiento de la corporación a la que pertenecía, se negó a desmovilizarse porque no quería defraudar a sus compañeros. Como declaró su hermana, por entonces José "era un niño; ni siquiera tenía edad para beber, y mucho menos para votar por quienes lo enviaron a la guerra". En recompensa, la "tierra de las libertades" rechazó su solicitud para obtener la ciudadanía, y a principios de 2025 lo deportó a un tercer país.
Si las escenas de niños deportados, personas secuestradas frente a sus familias por agentes enmascarados y otras atrocidades dan pie a brotes mayores de violencia, serán las políticas de odio de Trump y sus cercanos las responsables de tan indeseable escenario."
(Editorial La Jornada, 25/06/25)
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