"Una joven a la que conocí no hace mucho me comentó que no era tanto la
existencia del mal en estado puro lo que le sacaba de quicio, sino más
bien las personas o instituciones con capacidad para hacer el bien que,
por el contrario, acababan perjudicando a la humanidad. Su reflexión me
hizo pensar en Karl Marx, cuya disputa con el capitalismo era
precisamente esa: no tanto el que fuera explotador como el que nos
deshumanizara y alienara a despecho de ser una fuerza tan progresista.
Los sistemas sociales anteriores podían ser más opresivos o explotadores
que el capitalismo. Sin embargo, sólo bajo el capitalismo hemos estado
los seres humanos tan completamente alienados respecto a nuestros
productos y nuestro entorno, tan divorciados de nuestro trabajo, tan
despojados incluso de un mínimo de control sobre lo que pensamos y
hacemos. El capitalismo, especialmente después de su fase tecnofeudal,
nos ha convertido a todos en una versión de Calibán o Shylock: mónadas
en un archipiélago de seres aislados, cuya calidad de vida está
inversamente relacionada con la abundancia de artilugios que produce
nuestra maquinaria de última generación.
Esta semana, junto con otros políticos, escritores y pensadores,
participaré en el festival Marxism 2025 en Londres, y una de las
cuestiones que me ocupan es la forma en que los jóvenes de hoy sienten
claramente esta alienación que identificó Marx. Pero la reacción contra
los inmigrantes y las políticas identitarias -por no mencionar la
distorsión algorítmica de sus voces- les paraliza. Y aquí puede volver a
entrar Marx con consejos sobre cómo superar esta parálisis, buenos
consejos que yacen enterrados bajo las arenas del tiempo.
Tomemos el argumento de que las minorías que viven en Occidente deben
asimilarse para que no acabemos siendo una sociedad de extraños. Cuando
tenía Marx 25 años, leyó un libro de Bruno Bauer, pensador al que
respetaba, en el que defendía que, para acceder al derecho a la
ciudadanía, debían los judíos alemanes renunciar al judaísmo.
Marx se puso furioso. Aunque el joven Marx no tenía
mucha paciencia con el judaísmo, y de hecho con ninguna religión, su
apasionada demolición del argumento de Bauer es un festín para la vista:
"¿El punto de vista de la emancipación política da derecho a exigir del
judío la abolición del judaísmo y del hombre la abolición de la
religión? ... Así como el Estado evangeliza cuando ... adopta una
actitud cristiana hacia los judíos, así el judío actúa políticamente
cuando, siendo judío, exige derechos cívicos".
El truco que Marx nos está enseñando aquí es cómo combinar un compromiso
con la libertad religiosa de judíos, musulmanes, cristianos, etc. con
el rechazo total de la presunción de que, en una sociedad de clases, el
Estado puede representar el interés general. Sí, los judíos, los
musulmanes, las personas de creencias que quizá no compartamos -o que ni
siquiera nos gusten mucho- deben emanciparse de inmediato. Sí, las
mujeres, los negros y las personas LGBTQ+ deben obtener igualdad de
derechos mucho antes de que aparezca en el horizonte cualquier
revolución socialista. Pero la libertad exigirá mucho más que eso.
Pasando al tema de los trabajadores inmigrantes que aplastan los
salarios de los trabajadores locales, otro campo minado para los jóvenes
de hoy, una carta que Marx envió en 1870 a dos asociados de la ciudad
de Nueva York ofrece brillantes pistas sobre cómo tratar no sólo con los
Nigel Farage de este mundo, sino también con algunos izquierdistas que
han mordido el anzuelo de la antiinmigración.
En su carta, Marx reconoce plenamente que los empresarios
norteamericanos e ingleses estaban explotando a propósito la mano de
obra barata de los inmigrantes irlandeses, enfrentándolos a los
trabajadores nativos y debilitando la solidaridad laboral. Pero para
Marx era contraproducente que los sindicatos se volvieran contra los
inmigrantes irlandeses y adoptaran postulados antiinmigración. No, la
solución nunca consistía en desterrar a los trabajadores inmigrantes,
sino en organizarlos. Y si el problema es la debilidad de los
sindicatos, o la austeridad fiscal, entonces la solución no puede
consistir nunca en convertir a los trabajadores inmigrantes en chivos
expiatorios.
Hablando de sindicatos, Marx tiene también algunos espléndidos consejos
para ellos. Sí, es crucial que aumenten los salarios para reducir la
explotación de los trabajadores. Pero no caigamos en la fantasía del
salario justo. La única manera de hacer que el lugar de trabajo sea
justo es acabar con un sistema irracional basado en la estricta
separación entre los que trabajan, pero no poseen, y la ínfima minoría
de los que son poseedores, pero no trabajan.
En palabras suyas: "Los sindicatos funcionan bien como centros de
resistencia contra las invasiones del capital. [Pero] generalmente
fracasan por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del
sistema existente, en lugar de intentar también cambiarlo."
¿Cambiarlo en qué? En una nueva estructura corporativa basada en el
principio de un empleado, una acción, un voto, el tipo de programa que
realmente puede inspirar a los jóvenes que ansían liberarse tanto del
estatismo como de las corporaciones dirigidas por los resultados de las
empresas de capital riesgo o de un propietario ausente que ni siquiera
sabe que posee parte de la empresa para la que trabaja.
Por último, la frescura de Marx reluce cuando tratamos de dar sentido al
mundo tecnofeudal en el que la gran tecnología, junto con las grandes
finanzas y nuestros Estados, nos han encerrado subrepticiamente. Para
entender por qué se trata de una forma de tecnofeudalismo, algo mucho
peor que el capitalismo de vigilancia, tenemos que pensar como habría
pensado Marx en relación a nuestros teléfonos inteligentes, tablillas,
etc. Verlos como una mutación del capital -o «capital nube»- que
modifica directamente nuestro comportamiento. Para comprender de qué
modo los alucinantes avances científicos, las fantásticas redes
neuronales y esos programas de inteligencia artificial que desafían la
imaginación han creado un mundo en el que, mientras la privatización y
el capital de riesgo vacían los activos de toda la riqueza física que
nos rodea, el capital en nube se dedica a vaciar los activos de nuestros
cerebros.
Sólo a través de la lente de Marx podemos entenderlo realmente: para
poseer nuestras mentes individualmente, debemos poseer el capital en
nube colectivamente."
( Yanis Varoufakis, Jaque al imperialismo , 06/07/25, fuente SinPermiso
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