"Cualquier experto en gestión de crisis y catástrofes sabe que lo más importante para no caer al precipicio de una tragedia es la prevención y la información. Una vez dentro, lo más importante para salir del abismo es la respuesta rápida, una buena gestión y la estabilidad política. Valencia no puede estar más lejos de ese punto once días después de que una riada engullera en media hora más de 200 vidas, dejara noqueadas a 300.000 personas y arrasara un territorio equivalente a la ciudad de Málaga.
El centro de València palpitaba este sábado y no era por las compras ni el tardeo. Desde las cuatro de la tarde, vecinos y columnas de voluntarios empezaron a caminar hacia la capital desde la zona cero, llenos de barro. De camino, un murmullo sordo atravesaba tiendas abiertas y terrazas. Se contaban historias, se hacía tertulia, se expresaba la angustia. En la plaza del Ayuntamiento, cuerpo a cuerpo, latía una rabia contenida, ante el muro de silencio a preguntas incomprendidas: “¿Por qué no avisaron?”. “¿Por qué no vinieron antes?”. “¿Por qué nos han abandonado?”. Una vena cargada de ira y pena que tenía al fin una calle para derramarse. Once días limpiando con escobas compradas por ellos mismos. Once días suministrando alimentos o pañales, sobreviviendo sin luz ni agua, cocinando para los vecinos. Once días buscando cuerpos, rezando para que aparezca el coche y quizás, dentro, tu padre, tu hermana, tu tía.
A la nefasta gestión hay que sumarle otras mechas. Que el president de la Generalitat, Carlos Mazón, estuviera ilocalizable el martes de la tragedia por una comida frívola, en vez de a los mandos de la emergencia; que la consellera al cargo dijera no saber nada del sistema ES Alert hasta ese día; que otra ordenara a las familias de los desaparecidos quedarse en la casa que habían perdido a esperar noticias... La rabia que se vio en Paiporta contra la comitiva de los reyes estaba aún encapsulada y explotó este sábado al grito mayoritario de “Mazón, dimisión”, aunque también había algunas pancartas contra Sánchez y los políticos. El escenario que viene, actualmente con el propio Mazón y su Consell a los mandos de la gestión, es desconocido.
Dicen en su entorno que el president quiere aguantar y valora hacer dimitir a sus dos conselleras como sacrificio ritual a un pueblo que ha dicho basta, pero no planea irse. Feijóo le ha retirado el apoyo. La alcaldesa de València no le conoce cuando se lo cruza por la calle. En su partido tiene un grupo de fieles y un politburó de asesores. Fuera de ahí, Mazón mancha. Después de la “comida privada de trabajo”, quema. La calle, este sábado histórico vibrando de desolación y rabia, con 130.000 manifestantes (la capital tiene 800.000 ciudadanos), se incendia. Después de un discurrir pacífico, a última hora, algunos disturbios, petardos y cargas policiales.
En el todavía improbable caso de que hiciera caso a la protesta y dimitiera, nadie de su gobierno podría sustituirle, porque ninguno es diputado, y quien fuera elegido (con la alcaldesa en las quinielas) tendría que contar con el apoyo o abstención de Vox. La opción de elecciones en medio de esta tragedia es impensable. Quedarse en el cargo, sin el apoyo del partido, titulares diarios vergonzosos y la indignación de la calle, es un viacrucis que interfiere todos los días en lo único importante: ayudar a las personas y resolver la tragedia. “¿Le confiarías a este señor la reconstrucción de tu casa o te quedarías tranquila si fuera quien está buscando a tu familia?”, responde con pregunta retórica un señor de Catarroja.
Los psicólogos que han asistido a la zona cero, acostumbrados a tragedias o sucesos violentos, cuentan que cuando se sufre un accidente de tráfico el sistema nervioso se descompensa y se altera. Cuando llega la ambulancia, la policía, se calma, entiende que llega el remedio y empieza a volver a sus parámetros. En València hay pueblos donde aún no ha llegado esa ambulancia. El conductor, sin puntos ya en el carné, atiende estos días su propia emergencia política.
Un grupo de turistas desconcertados se pregunta si hoy hay fútbol: “No señora, hay muertos”. Jóvenes con restos de lodo, botas manchadas en alto, grupos de mayores, familias. El ejército popular de voluntarios que ha cambiado escobas por pancartas: “Estoy aquí por los que no pueden venir”, “Mazón a la Karcher”, “Mazón a la prisión”, “Plorant de ràbia”, “Sánchez y Mazón, ni olvido ni perdón”. “Valencia lives matter”, se lee en una sudadera de unas plazas que no dan abasto de gente que sigue sin entender cómo se cruzaron los brazos ante la peor riada. “Ayuda”, pide sin rodeos otro cartel.
El Partido Popular de la Comunitat Valenciana tuvo la discutible idea de deslegitimar la protesta como una cosa de catalanistas. Realmente si hubiera tantos, València ya habría hecho un procés y se hubiera independizado. Mazón aprovechó la tarde para tuitear todos los logros de la semana, unos logros que no llegan a pie de calle o llegan demasiado lentos. Como si sus redes sociales pudieran tapar las vergüenzas de una gestión a trompicones: este viernes se mandó el primer SMS de precauciones sanitarias a los móviles de València, con casos de infección ya en estudio y muchas heridas infectadas y abiertas.
Hay quien se busca casa prestada, quien intenta secar las escrituras para pedir las ayudas, quien tiene el garaje lleno de coches y quizás algún cadáver, peluquerías que no pueden abrir, autónomos que no pueden trabajar, cientos de miles de habitantes que no pueden moverse, porque en l'Horta Sud ya no existen los coches. Los pescadores de la Albufera pescan cadáveres estos días. “Busco al hombre que me salvó, por salvarme vi cómo se lo llevó la riada”. Traumas, traumas y más traumas. “Mentre menjava, el poble s'ofegava”, le coreaban a Mazón a las puertas del Palau de la Generalitat.
La calle reventó con una protesta transversal que desbordó las siglas de quienes la organizaban.
Miles de ciudadanos dijeron este sábado al Consell que quien hizo una
nefasta gestión debe irse y no puede seguir al mando de ella, con el
abismo desconocido que eso suponga. El Centro de Coordinación (Cecopi)
es hoy más coral, el ejército está mucho más desplegado y
afortunadamente se autogestiona. Pero Mazón manda, y mucho, y sigue
siendo la cabeza política del desastre y quien impulsa y aprueba las
medidas. Once días después de la tragedia, el día a día todavía
atropella a los asomos de logística. Una emergencia sin embridar. Un
president emboscado. Una situación política imprevisible. València late
rabia, aunque bombea esperanza por los voluntarios y el instinto
primitivo de supervivencia. “Hay que salir de esta”. València tiene
demasiados frentes. Con una crisis de fango, en las calles y otra en la
Palau de la Generalitat, hace malabares en un circo con abismos en dos
pistas." (
Raquel Ejerique , eldiario.es, 09/11/24)
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