14.11.25

La inminente amenaza del posible colapso definitivo de las líneas de defensa ucranianas en el frente del Donbás está generando una amarga reflexión en Europa sobre los desastrosos efectos de las políticas de apoyo incondicional al régimen de Zelensky... El fiasco histórico que enfrenta Occidente en Ucrania lo está pagando en gran medida Europa y todo indica que lo peor está por venir... Euractiv describe la situación económica europea como «horrible», pero la razón subyacente de este declive se oculta deliberadamente, en ningún momento se menciona una aventura como la de Ucrania... El problema fundamental que pasan por alto es, por supuesto, la guerra en Ucrania... Bruselas puso en marcha iniciativas que sentaron las bases para la quiebra del proyecto europeo y de las economías de los Estados miembros: paquetes de (auto)sanciones dirigidas nominalmente contra Moscú, la ayuda multimillonaria sin precedentes al régimen de Kiev y, lo más grave, la drástica reducción, con la perspectiva de su desaparición, del suministro de gas y petróleo ruso... La interrupción autoinfligida del suministro de energía a bajo coste gracias a los productos rusos representó la eliminación del elemento fundamental de la competitividad de la industria europea... Según algunas estimaciones, si sumamos la «ayuda» prestada a Kiev a las pérdidas económicas y otros gastos directamente relacionados con la tragedia ucraniana, Europa ha asumido hasta ahora un coste total de alrededor de 700.000 millones de euros. Esta cifra absurda ni siquiera incluye el precio adicional que han pagado particulares y empresas tras la interrupción del suministro de gas y petróleo rusos... La conducta de los líderes europeos en los últimos años ha sido, por lo tanto, sencillamente criminal... Más allá de negarse a negociar la reducción o eliminación de aranceles, Europa accedió a importar gas estadounidense a precios exorbitantes, con la esperanza de que Trump mantuviera la misma postura que su predecesor respecto a la guerra contra Rusia. El resultado fue otro desastre (Mario Lombardo)

 "La inminente amenaza del posible colapso definitivo de las líneas de defensa ucranianas en el frente del Donbás está generando una amarga reflexión en Europa sobre los desastrosos efectos de las políticas de apoyo incondicional al régimen de Zelensky, implementadas desde febrero de 2022. Sin embargo, las soluciones que se barajan no sugieren un cambio de actitud ni una rectificación para al menos salvar lo que pueda, sino que, por el contrario, prevén una intensificación de los esfuerzos para alcanzar objetivos económicos y estratégicos inalcanzables. Este autoengaño y la persistencia de tendencias autodestructivas, no obstante, solo sorprenden superficialmente. Si la clase dirigente europea actual hubiera poseído un mínimo de pensamiento racional e independiente, el viejo continente no se encontraría en la senda del declive y la irrelevancia.

Entre los análisis más alarmantes que han aparecido recientemente en los medios se encuentra el publicado esta semana por la red paneuropea Euractiv. Este medio multilingüe describe la situación económica europea como «horrible», antes de enumerar una serie de problemas de larga data que lastran el futuro de la Unión. En términos generales, el artículo destaca algunas de las causas inmediatas del estancamiento, la pérdida de poder adquisitivo y el vertiginoso aumento de la deuda. Sin embargo, la razón subyacente de este declive se oculta entre líneas o se encubre deliberadamente. En otras palabras, en ningún momento se menciona una aventura, como la de Ucrania, lanzada intencionadamente para provocar una reacción de Rusia que brindara la oportunidad de debilitar y, en el peor de los casos, destruir a este país, permitiendo así que Estados Unidos y Europa neutralicen la «amenaza» a su hegemonía y controlen su riqueza.

El fiasco histórico que enfrenta Occidente en Ucrania lo está pagando en gran medida Europa, y todo indica que lo peor está por venir. Sobre todo porque no hay ni rastro en Bruselas, ni en Berlín ni en París, de una posible reconsideración o un retorno a decisiones racionales en materia política, económica y energética. Euractiv describe así una Europa marcada por un crecimiento económico «terriblemente lento», una demanda «alarmantemente débil» y una inversión extranjera en su nivel más bajo en nueve años. La lista no termina ahí. Las empresas también se ven lastradas por los altísimos costes energéticos, así como por los aranceles estadounidenses y la feroz competencia china.

El problema fundamental que el autor de ese artículo parece pasar por alto es, por supuesto, la guerra en Ucrania, provocada no por Rusia, sino por Occidente y la OTAN en su avance hacia el este, así como por el trato dado a la minoría rusoparlante en el antiguo país soviético tras el Maidán. Estas decisiones también tienen consecuencias políticas y, sobre todo, económicas. Tras el inicio de la invasión rusa, recibida con fingida indignación en Europa y Washington, Bruselas puso en marcha iniciativas que sentaron las bases para la quiebra del proyecto europeo y de las economías de los Estados miembros. Estas iniciativas se manifestaron principalmente de tres maneras: paquetes de (auto)sanciones dirigidas nominalmente contra Moscú, la ayuda multimillonaria sin precedentes al régimen de Kiev y, quizá lo más grave, la drástica reducción, con la perspectiva de su desaparición, del suministro de gas y petróleo ruso.

Estas medidas fueron doblemente perjudiciales, no solo porque impusieron una carga insostenible a la economía europea y a los ingresos de sus habitantes, sino también porque se basaron en el engaño y la mentira; es decir, se presentaron como necesarias para combatir un ataque brutal e injustificado contra un país inocente y un modelo de democracia. La interrupción autoinfligida del suministro de energía a bajo coste gracias a los productos rusos representó, por tanto, la eliminación del elemento fundamental de la competitividad de la industria europea. Una autoempoderamiento que también se produjo mediante actos objetivamente terroristas, como la explosión que destruyó el gasoducto Nord Stream en septiembre de 2022, a manos de fuerzas ucranianas, polacas o estadounidenses, según las versiones más o menos oficiales de la investigación.

Las cifras que ilustran la situación actual nos ayudan a comprender la locura colectiva que ha permeado a la clase dirigente europea durante casi cuatro años, con muy pocas excepciones. El gasto militar europeo solo para Ucrania asciende hasta ahora a aproximadamente 180.000 millones de euros. Esta cifra carece prácticamente de precedentes, especialmente para un proyecto fallido que resultó en la destrucción de arsenales enteros y, peor aún, en la muerte de generaciones enteras de ucranianos. Este despilfarro, sin embargo, no alcanza a reflejar la catástrofe autoinfligida de figuras como Macron, Scholz, Merz, Tusk, Starmer, Von den Leyen y muchos otros. Según algunas estimaciones, si sumamos la «ayuda» prestada a Kiev a las pérdidas económicas y otros gastos directamente relacionados con la tragedia ucraniana, Europa ha asumido hasta ahora un coste total de alrededor de 700.000 millones de euros. Esta cifra absurda ni siquiera incluye el precio adicional que han pagado particulares y empresas tras la interrupción del suministro de gas y petróleo rusos.

La conducta de los líderes europeos en los últimos años ha sido, por lo tanto, sencillamente criminal, aunque ninguno de los responsables vaya a rendir cuentas jamás. De hecho, lo que se está gestando es una aceleración de las políticas militaristas, que drenan aún más los recursos públicos de los programas de bienestar social hacia la compra de armamento. La razón: la histórica derrota en la guerra infligida directamente a Rusia y la drástica reducción del papel global de Europa. Todo esto, por supuesto, se presenta como una necesidad absoluta para hacer frente a la (inexistente) amenaza militar de Moscú.

Hablando de criminalidad, la clase dirigente europea también ha emprendido otras iniciativas flagrantemente ilegales en un intento desesperado por evitar o retrasar el enfrentamiento en Ucrania. La más evidente es la apropiación de fondos rusos congelados en Europa, mediante una medida igualmente ilegítima, tras el inicio de las operaciones militares en febrero de 2022. Estos fondos ascienden a más de 200.000 millones de euros depositados en el banco belga Euroclear, del cual Bruselas ya ha extraído ilegalmente solo los intereses. El agujero negro ucraniano requiere cada vez más ingentes cantidades de fondos para evitar el colapso del Estado y las fuerzas armadas, pero la situación financiera europea es ahora insostenible, lo que convierte a los fondos rusos en el principal objetivo para abrir una nueva línea de crédito a Kiev.

Lo que se necesita es «solo» un instrumento creado específicamente para transformar un robo en una operación aparentemente legal. Existen profundas divisiones dentro de la UE entre los gobiernos que impulsan esta apropiación directa y otros que aconsejan cautela dadas las implicaciones legales, las represalias rusas y el daño a la credibilidad de Europa. Podría tomarse una decisión final el próximo diciembre, pero las consecuencias de una posible o real violación del derecho internacional por parte de Europa han tenido desde hace tiempo consecuencias desastrosas.

Al menos, esto es lo que se deduce de los datos sobre inversiones extranjeras en Europa, citados en el artículo de Euractiv mencionado anteriormente, que pone de relieve una creciente desconfianza hacia el viejo continente. Esta desconfianza se alimenta no solo de la amenaza de que diversas inversiones y activos puedan ser confiscados de facto en cualquier momento por las autoridades europeas sin respetar la ley, sino también de la pérdida de competitividad del sistema europeo y del astronómico coste de la energía. Un estudio publicado el pasado mayo por EY reveló que la inversión extranjera directa (IED) disminuyó por segundo año consecutivo en 2024, alcanzando su nivel más bajo en nueve años. Evidentemente, esta tendencia no se revertirá si Europa procede con la confiscación de facto de los fondos rusos congelados.

Los precios de la energía también subirán tras la decisión de Bruselas el mes pasado de prohibir por completo las importaciones de gas y petróleo rusos a partir del 1 de enero de 2028. Esta medida también infringió las normas, ya que, mediante una maniobra pseudolegal, se eliminó el requisito de unanimidad en favor de la mayoría cualificada. Esta maniobra neutralizó la firme oposición de países como Hungría y Eslovaquia.

La apoteosis de la clase dirigente europea alcanzó su punto álgido en la gestión de las relaciones transatlánticas tras el regreso de Trump a la Casa Blanca. El hecho más curioso se relaciona con otro factor citado en el artículo de Euractiv como obstáculo para el crecimiento económico del continente: los aranceles impuestos por Trump a los productos europeos. Europa acabó aceptando los dictados de la Casa Blanca, perjudicando a sus empresas exportadoras en un intento de mantener a la administración republicana vinculada al proyecto ucraniano.

Más allá de simplemente negarse a negociar la reducción o eliminación de aranceles, Europa accedió a importar gas estadounidense a precios exorbitantes, con la esperanza de que Trump mantuviera la misma postura que su predecesor respecto a la guerra contra Rusia. El resultado, sin embargo, fue otro desastre. El presidente estadounidense ignoró repetidamente a Bruselas en las negociaciones con Moscú y, finalmente, decidió no suspender por completo la transferencia de armas a Kiev solo con la condición de que Europa asumiera los costos, obligándola así a cometer otro suicidio político: comprar a productores estadounidenses lo que necesita para intentar mantener a flote el régimen de Zelensky."

( Mario Lombardo , El viejo Topo, 14/11/25, Fuente: Altrenotizie)

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