"El desenfreno por un inminente mundo sin fronteras, la algarabía por la
constante jibarización de los Estados-nacionales en nombre de la
libertad de empresa y la cuasi religiosa certidumbre de que la sociedad
mundial terminaría de cohesionarse como un único espacio económico,
financiero y cultural integrado, acaban de derrumbarse ante el
enmudecido estupor de las élites globalófilas del planeta.(...)
Y es que la globalización como meta-relato, esto es, como horizonte
político ideológico capaz de encausar las esperanzas colectivas hacia un
único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas
de bienestar, ha estallado en mil pedazos.
Y hoy no existe en su lugar
nada mundial que articule esas expectativas comunes; lo que se tiene es
un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un
tipo de tribalismo político, alimentado por la ira xenofóbica, ante un
mundo que ya no es el mundo de nadie. (...)
La globalización como relato o ideología de época no tiene más de 35
años. Fue iniciada por los presidentes Ronald Reagan y Margaret
Thatcher, liquidando el Estado de bienestar, privatizando las empresas
estatales, anulando la fuerza sindical obrera y sustituyendo el
proteccionismo del mercado interno por el libre mercado, elementos que
habían caracterizado las relaciones económicas desde la crisis de 1929.
Ciertamente fue un retorno amplificado a las reglas del liberalismo
económico del siglo XIX, incluida la conexión en tiempo real de los
mercados, el crecimiento del comercio en relación al Producto Interno
Bruto (PIB) mundial y la importancia de los mercados financieros, que ya
estuvieron presentes en ese entonces.
Sin embargo, lo que sí diferenció
esta fase del ciclo sistémico de la que prevaleció en el siglo XIX fue
la ilusión colectiva de la globalización, su función ideológica
legitimadora y su encumbramiento como supuesto destino natural y final
de la humanidad.
Y aquellos que se afiliaron emotivamente a esa
creencia del libre mercado como salvación final no fueron simplemente
los gobernantes y partidos políticos conservadores, sino también los
medios de comunicación, los centros universitarios, comentaristas y
líderes sociales.
El derrumbe de la Unión Soviética y el proceso de lo
que Gramsci llamó transformismo ideológico de ex socialistas
devenidos en furibundos neoliberales, cerró el círculo de la victoria
definitiva del neoliberalismo globalizador.(...)
La historia había llegado a su meta: la globalización neoliberal. Y, a
partir de ese momento, sin adversarios antagónicos a enfrentar, la
cuestión ya no era luchar por un mundo nuevo, sino simplemente ajustar,
administrar y perfeccionar el mundo actual pues no había alternativa
frente a él .(...)
Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la larga fiesta
“del fin de la historia”, resulta que quien salió vencedor, la
globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni
horizonte victorioso, es decir, sin horizonte alguno. Trump no es el
verdugo de la ideología triunfalista de la libre empresa, sino el
forense al que le toca oficializar un deceso clandestino.
Los
primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir a
inicios de siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos
y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y
se coaligan para tomar el poder del Estado.
Combinando mayorías
parlamentarias con acción de masas, los gobiernos progresistas y
revolucionarios implementan una variedad de opciones posneoliberales
mostrando que el libre mercado es una perversión económica susceptible
de ser reemplazada por modos de gestión económica mucho más eficientes
para reducir la pobreza, generar igualdad e impulsar crecimiento
económico. (...)
Posteriormente, en 2009, en EE.UU. el hasta entonces vilipendiado
Estado, que había sido objeto de escarnio por ser considerado una traba a
la libre empresa, es jalado de la manga por Obama para estatizar
parcialmente la banca y sacar de la bancarrota a los banqueros privados.
El eficienticismo empresarial, columna vertebral del desmantelamiento
estatal neoliberal, queda así reducido a polvo frente a su incompetencia
para administrar los ahorros de los ciudadanos.
Luego viene la
ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio
de exportaciones. Durante los últimos 20 años, este crece al doble del
Producto Interno Bruto (PIB) anual mundial, pero a partir del 2012
apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es
incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se
constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la “prueba”
de la irresistibilidad de la utopía neoliberal.
Por último, los
votantes ingleses y norteamericanos inclinan la balanza electoral a
favor de un repliegue a Estados proteccionistas ‒si es posible
amurallados‒, además de visibilizar un malestar ya planetario en contra
de la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado
por el libre mercado planetario.
Hoy, la globalización ya no
representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas
populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos
países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han
convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de
una de las mayores estafas ideológicas de los últimos siglos.(...)
La globalización, como ideología política, triunfo sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado,
esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido
único y la economía planificada desde arriba. La caída del muro de
Berlín en 1989 escenifica esta capitulación. Entonces, en el imaginario
planetario quedo una sola ruta, un solo destino mundial.
Y lo que ahora
está pasando es que ese único destino triunfante también fallece, muere.
Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin
certidumbre. Pero no es el “fin de la historia” ‒como pregonaban los
neoliberales‒, sino el fin del “fin de la historia”; es la nada de la
historia.
Lo que hoy queda en los países capitalistas es una
inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones
marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de
una globalización fallida que no alumbra más los destinos.
Entonces, con
el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por
suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza
movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como
bien intuía Shakespeare, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Pero
también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas
heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo. Esas certezas hay
que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que
deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.
¿Cuál será
el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo.
Todos los futuros son posibles a partir de la “nada” heredada.(...)" (Álvaro García Linera, Rebelión, 28/12/16)
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